La que pudo ser la mejor de mis noches.
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Nano.alcn.
Soy alto, delgado con poco musculo, moreno claro y simpático.
Éste es mi primer relato, tenía 18 años cuando esto pasó, era un poco más delgado que ahora y unos centímetros más bajo.
Trabajaba en un Café Internet en el centro de un pueblo emergente al sur de Guatemala.
Mi horario era de 8 de la mañana a 7 de la noche, por lo general me quedaba a veces sin cosas que hacer lo que aprovechaba para ver imágenes de hombres desnudos; siempre he tenido la debilidad por los hombres con piernas grandes y musculosas, he allí mi gusto por ver deportes.
Casi siempre y en horas de la noche llegaba Gabriel, un muchacho más bajo que yo, moreno, guapo, pero con muchos barros y espinillas en el rostro, con unas piernas torneadas y peludas.
Él siempre vestía jeans, camisas a cuadros, botines y llegaba sudado, algo que me ponía loco al acercarse a mí, ese olor a macho de campo.
A él lo desde la secundaria, estudiamos juntos y cuando hacíamos deportes siempre lo veía con recelo cuando se cambia la ropa, dejando al descubierto unas morenas, gruesas y peludas piernas que tanto me atraían de él.
Siempre he sido muy tímido y no demuestro mi condición con los demás, por eso nunca intenté nada con él, hasta una de esas noches en las que llegaba a hacer las impresiones para sus reportes del trabajo.
Cuando llegaba se sentaba al lado mío, hablamos y como siempre, en horas de la noche casi nadie llegaba, veíamos pornografía heterosexual, claro, él lo pedía y to le complacía, porque era la excusa perfecta para ver su bulto enorme a causa de las erecciones que le provocaban dichos videos.
Yo anhelaba con ansias tocarlo y hacer algo más, pero solo me limitaba a poner mi mano sobre sus piernas y sobarlas disimuladamente.
Una de esas tantas noches, cerré el local, dejando la persiana a media altura, dándonos la vista por si alguien llegaba a la segunda planta a través de las gradas, y nos dispusimos a ver unos videos con tías buenotas y cachondas, él se calentó de inmediato, y pude notar su eminente erección entre el jeans azul que llevaba.
Cambiamos de lugar, él se sentó en mi silla giratoria y yo en la silla de plástico donde estaba sentado él.
Ya no aguantaba más, así que pensaba en cómo hacer para seducirlo y comérmelo como tantas veces lo había fantaseado.
En una de las escenas de los videos que veíamos, me quedé estupefacto con el tamaño enorme del pene del protagonista, un hombre alto, negro y musculoso.
Supe que esa era la oportunidad, y casi sin pensarlo le dije a Gabriel, que yo tenía el pene más grande que él (yo muy bien sabía que eso no era cierto, ya que a mí me mide a penas 15 centímetros), él a la defensiva me dijo –No te creo, comparemos- y por supuesto, así lo hicimos.
Él se quitó el cinturón, lentamente se desabrochó el pantalón y torpemente bajó la cremallera del mismo, dejando ante mis brillantes y enormes ojos un prominente bulto bajo un slip blanco de algodón.
Sin pensarlo y sin decir nada, bajó el elástico del slip liberando un hermoso pene de unos 18 centímetros de largo, con unas notables venas, con la cabeza en forma de punta haciendo que fuera más grueso en el tronco, tenía una curvatura pronunciada hacia la derecha.
Yo a la par suya y en silencio, solo apreciaba cada detalle de ese glorioso momento, deseando que se congelara el tiempo para poder contemplar a placer tan hermoso tronco de carne, acompañado de unos huevos pesado llenos de una mata de vello fino y color claro.
-Tu turno- me dijo Gabriel, irrumpiendo el silencio que había y sacándome del trance en el que estaba.
Lo vi a los ojos, y con rapidez y torpeza saqué mi pequeño pene sin liberar las bolas.
-Te gané, la tienes chica- dijo acompañado de una sonrisa complaciente y picara.
Inmediatamente volví a guardar mis cosillas, mientras él seguía aún con su miembro de fuera, orgulloso de lo que cargaba entre las piernas.
El video seguía reproduciéndose, cruzamos miradas y las fijamos en la pantalla para seguir observando silenciosamente las excitantes y fogosas escenas de sexo duro.
Él, no pudo contenerse y instintivamente llevo su mano derecha a ese firme mástil y empezó a bajar el prepucio, dejando libre una cabeza en forma de lápiz y de color rosada, llena de líquido preseminal, el cual ya recorría parte de su pene.
Yo no salía del asombro al ver ante mi semejante acto, busqué su rosto y con su mirada me hizo saber que podía hacerlo yo también.
Gabriel apartó su mano dejando su pene tamaleándose sabrosamente, como invitándome a que lo hiciera yo también.
Cuidadosamente fui acercando mi mano izquierda hasta agarrar por primera vez un pene ajeno al mío.
7 años después, y aún puedo sentir el calor de su miembro en mis manos, sus largos y lisos vellos en el tronco y hasta el grosor de esas venas que parecía que reventarían en cualquier momento.
Mi mano seguía abrazando fuerte y sutilmente ese delicioso trozo de carne, y me dispuse a subir y bajar la piel aperlada de ese hermoso pene, entonces vi su rostro, y tenía los ojos cerrados y la boca entreabierta, disfrutando ese momento tanto como yo.
Bajé la mirada a su entrepierna para contemplar a detalle ese curvado y grueso mástil que tenía entre mis delicadas manos.
Inicié el ritual bajando el prepucio para dejar descubierto ese brillante glande, y lo viví a subir.
Lo hacía despacio, pero manteniendo un ritmo armónico, evitando que se viniera luego y así acabar con ese sublime momento.
Él, jadeaba y seguía con los ojos cerrados mientras su brazo derecho descansaba sobre mi pierna izquierda.
Al compás de mis estímulos, él se estremecía a causa del placer que mi mano le daba.
Poco a poco fui amentando el ritmo de esa descomunal paja que le estaba dando, cambiando de mano estaba cuando escuché un ruido, levanté la vista y me di cuenta que no había cerrado del todo el local, me atemoricé y solté bruscamente el falo de Gabriel, quien me vio asustado e inmediatamente metió a como pudo su humanidad dentro del slip.
Para nuestra buena fortuna, solo había sido el aire que rozó el metal causando ese ruido que me puso en alerta, lo cual me hizo abortar ese pletórico momento.
Nos vimos a la cara, y sonreímos tímidamente al ver que no habíamos sido descubiertos en semejante acto.
-Mira- dijo Gabriel, indicándome con los ojos.
Anonadado quedé, cuando bajé la mirada a su entrepierna.
La erección había bajado considerablemente, pero una parte de su slip estaba húmedo, ¡Gabriel se había venido!, no sé si por el placer que yo le daba o por el susto de ser sorprendidos, pero él, sin darse cuenta eyaculó abundantemente dentro de su slip.
De mi escritorio saqué papel higiénico, corté unas tiras y le bajé el slip dejando nuevamente ante mi vista su verga, ahora morcillona y embadurnada de su propio semen.
Me dispuse a limpiarlo cuando me dijo –Detente, yo lo haré-.
Rápidamente lo hizo, dejando pequeños pedazos de papel entre los vellos y pene.
Subió el slip, se paró, y se acomodó el jeans.
-Fue inesperado- me dijo, guiñando el ojo izquierdo.
Se despido de mí, dejándome confuso, decepcionado y extasiado a la vez.
No dejo de pensar en lo que hubiera pasado si el local hubiese estado cerrado por completo o si hubiéramos estados en un lugar seguro sin temor a ser descubiertos en plena faena de lujuria y sexo desenfrenado.
Gabriel se casó, tiene 2 hijos, una hermosa niña y un bebé recién nacido, lo veo ocasionalmente, pero hasta el momento no hemos hablado mucho y menos de ese momento tan erótico e irrepetible por ahora.
Siempre pienso en esa noche, y en la que pudo ser mi primera vez con un hombre, con un rico y sabroso hombre de piernas gruesas y peludas.
Sueño con poner mis brazos en esas fuertes y musculosas piernas mientras con mi boca le doy placer, untando con mis labios y lengua sus peludos huevos y comerme esa torcida, pero hermosa verga.
Sueño con sentarme en esas piernas tales columnas griegas, mientras él me cabalga con ese grueso tronco de carne ensartado en mis adentros.
Sueño con él y con todo lo que pudimos haber hecho esa noche, sueño con hacerlo con él, o con un hombre por primera vez, con hombre de piernas gruesas y peludas.
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