LA SANGRE NO ES NINGÚN LÍMITE
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
Comencemos entonces…
Mi tío Javier, era rubio de ojos claros, rostro cuadrado como el que solían verse en las revistas de moda.
Tenía 27, aunque sin exagerar, aparentaba de 17, al punto de tener que mostrar su documento en todo momento.
Eso le gustaba, que la gente se sorprendiera y no pudiera disimular su cara de asombro.
Parecía un adolescente con cara de bebe.
Javier me la ponía dura, muy dura, realmente dolía y sentía que me corría a cada segundo.
Me acomodaba en el asiento de forma que no pudiese notar mi erección y trataba de pensar en algo que me la bajara, pero era imposible.
Llegaba a sentir esas gotas pre seminales escurrirse, casi inofensivas, por el prepucio que cubría el glande como si fueran mimos que me la endurecían más si era posible.
Temía que el olor a semen empezara a envolver el ambiente y ser descubierto por aquel hombre que manejaba con seriedad.
En mi cabeza y corazón era un hombre cualquiera llamado Javier, no quería decir esa palabra, esa sola palabra que podía romper con mi deseo desmedido hacía él, por lo menos en ese momento.
Pero es inevitable negar la verdad, era mi tío, era familia y no era correcto sentirme tan atraído.
Miraba de reojo cada tanto, me concentraba en su entrepierna, intentaba dar con algún movimiento.
Necesitaba comprobar que no era el único que estaba a punto de correrse, pero nada podía contemplarse, ni siquiera con esos vaqueros tan apretados, solo conseguía que me excitara todavía más.
Y empezaban a molestarme los testículos, como si estos hubiesen crecido el doble o mis calzoncillos eran los que se habían encogido por la transpiración que me producía tanta calentura, daba lo mismo, estaba en aprietos.
Estaba nervioso, inquieto y bastante incómodo.
Los minutos pasaban con la lentitud de quien sufre lo peor.
No pensé en mejor idea que decirle a Javier que necesitaba ir a cagar y cuando me di cuenta de lo humillante que era, ya lo había dicho.
Pero sin duda la verga se me había acurrucado, flácida y diminuta como la de un bebé.
Mi tío me dijo entonces, que no había ningún servicio cerca y que tenía que hacer mis necesidades entre los arbustos.
Claro, pensé, eso no era problema, el problema era la oscuridad y mi miedo a cualquier insecto que pudiese trepar por mis piernas, ni hablar se trataba de una serpiente.
—¿Qué pasa, sobrino?
—Pasa que es de noche y no se ve nada.
—No hay problema, voy con vos.
—No me parece, me da vergüenza…
—Tranquilo Lucas, solo voy a estar cerca, no en frente.
—Bueno, está bien.
Bajamos del auto después que mi tío lo apartara del camino y nos dirigimos a la maleza, en busca de privacidad y comodidad.
Javier se quedó a unos metros con la luz de una linterna encendida para que no pudiera perderlo de vista.
Y para mi sorpresa sentí ganas de cagar, así que me baje los shorts y el calzoncillo y me acomodé en cuclillas para defecar tranquilo.
Cuando termine me di cuenta que no traía papel y no había nada a mi alrededor que pudiera servir de ayuda, por lo que tuve que llamar a mi tío para pedirle que me alcanzara papel.
Cuando lo vi acercase con una sonrisa de complicidad, se me frunció el culo y me cubrí todo lo que pude mis partes íntimas.
—Toma, no pasa nada no te pongas colorado.
—Gracias y… perdón.
Javier sonrió y tomó distancia, mientras que yo me limpié rápidamente y me lavé las manos con agua de una botella que me alcanzó él.
Volvimos al auto y Javier propuso que descansáramos ahí, así nos ahorraríamos de pagar un hotel, a lo cual acepté emocionado por lo que me parecía una aventura.
Me recosté en la parte trasera y mi tío se quedó en su asiento reposando las piernas sobre el asiento de al lado del que había dejado disponible.
Se quitó los zapatos y se cubrió con una frazada que tenía guardada, ofreciendo otra para mí.
—¿Qué es el síndrome de Peter Pan, tío?
Javier se río porque sabía perfectamente a que me refería, sobre todo de dónde había sacado eso.
—Es… cuando una persona no quiere crecer ni tener responsabilidades de adultos.
—Papá dijo una vez que vos tenías esa enfermedad.
—Tiene razón, no me agrada crecer.
—Bueno, a mí no me pareces como los otros adultos, sino como un chico más.
—Gracias, Luquitas.
—Es verdad, siempre te dan menos edad, tenes cara de nene.
—Puede ser, pero es inevitable envejecer.
—¿Nunca tuviste novia?
—Novia no, solo amigas íntimas.
Y, ¿vos, alguna noviecita?
—No, tío.
Soy muy chico.
—Vamos, no me digas que no te gusta ninguna, acaso no te masturbas…
Mi tío notó que me puse colorado y volvió a sonreír como un nene.
—A tu edad se me paraba en todo momento, ¿tu papá no te hablo del tema?
—No.
—Pero, ¿te masturbas?
—A veces.
—Estamos en confianza Luquitas, no te avergüences.
—Seguido.
—Bien, es lo normal.
—¿Y vos tío todavía te masturbas?
—Claro, si todavía soy un nene.
—¿Cuánto fue lo máximo en un día, tío?
—Creo, que unas cuatro veces.
—Yo también.
—¿Y dónde te masturbas?
—En mi cuarto, cuando me ducho.
Una vez en el colegio, pero casi me descubren.
¿Y vos, tío?
—Donde sea que se me pare.
—¿La tenes grande, tío? Como mi papá… Una vez lo vi accidentalmente y se enojó mucho, era grande y tenía muchos pelos.
—No sé si como tu papá, pero se puede decir que sí, la tengo algo grande.
—¿Y peluda?
—Sí.
—¿A qué edad te salen pelos? Yo todavía no tengo ninguno.
—Supongo que a tu edad ya empiezan a asomarse algunos pelitos, pero es diferente en todos.
Sentía curiosidad pero me limitaba a preguntar más, no quería que pensara que me gustaba.
Seguimos conversando un poquito más de lo mismo hasta que nos dio ganas de dormir.
Por lo menos a él, porque yo estaba bien despierto.
Cuando mi tío no volvió a abrir los ojos por un largo tiempo, asumí que se había dormido.
Solo quería verle la verga, no pensaba hacer nada de otro mundo, simple curiosidad.
Me acerqué y tanteé el paquete, un bulto tremendo a mi parecer.
A continuación, desabroche el botón y bajé lentamente el cierre del pantalón, no tenía calzoncillos, el vello púbico era abundante y no me dejaba ver mucho, así que intenté meter mano pero se empezó a mover y el pánico me entró de tal manera, que subí el cierre del pantalón a lo bruto, arrancándole algunos vellos de la verga.
Sin duda se despertó, y se levantó abrumado y sin saber que pasaba.
Pero a medida que se reponía del cansancio y el dolor, entendió que lo estaban manoseando.
Se río como siempre.
—Perdón tío, tenía curiosidad.
Mi tío se bajó el cierre y se sacó los vaqueros, balanceando una verga repentinamente dura.
—No pasa nada, mira, toca, cuanto y cuando quieras, nene.
Javier se sacudió la verga para que esta se ensanchara más, colocó los dedos, el pulgar y el índice de la mano izquierda, en forma de anillo alrededor de la base del pene e hizo lo mismo con la mano derecha, debajo del glande.
Estiró el pene para que la sangre comenzara a fluir y así conseguir una buena erección.
Rápidamente escurrieron las primeras gotas brillantes y yo me corría de la emoción.
Su pene blanco y rosado, aunque de unos tonos más oscuros que el resto del cuerpo, era delicioso.
Me lo quería devorar con los ojos, y en mi boca apretarlo un poquito, para que me escupiera su leche.
Era peludo, increíblemente peludo, de unos vellos dorados que se encendían con la luz dentro del auto, y brotaban desde todos lados, desde los muslos hasta el ombligo.
No era un nene como su cara quería hacerle creer al mundo, su verga lo delataba, sus pelotas redondas y repletas de semen, no eran las de un nene.
Era incomodo pero nos las arreglamos, no tardo en acostarse desnudo sobre mí y frotarse como un perrito contra mí.
Sentía su verga peluda, húmeda y calentita sobre mi pene y vientre.
Tan venosa y gruesa.
Su mano grande, de dedos largos, apretaban mis bolas para subir a aferrarse a mi pene.
Dolía por momentos cuando el prepucio bajaba descubriendo mi glande rosadito y este rozaba contra sus dedos.
—Duele tío.
Sus dedos comenzaron a empujar mi ano como queriendo entrar pero se limitaban a los mimos alrededor del orificio.
Y entonces yo acariciaba sus nalgas apretadas y en la linea se percibían los vellos del culo.
Tan durito como una manzana.
El semen me salto del pito empapando nuestros vientres calientes.
Y qué buen orgasmo tuve esa noche.
Me besaba despacito para que pudiera aprender a corresponderle también, nuestras lenguas torpes pero decididas se encontraban y acariciaban mutuamente.
Su cuerpo tonificado era caliente sobre mi piel de bebé, era un hombre precioso y era mío.
No quería por ningún motivo que el momento se terminara jamás, pero alguien golpeó la ventanilla.
Era un policía.
—¡Bajen la ventanilla!
El terror nos invadió, sobre todo a Javier que en cuestión de segundos ya estaba vestido.
No sabíamos cuánto había visto a través de los vidrios oscuros.
—Oficial, ¿qué se le ofrece?
—Documento.
—Estábamos descansando a mitad de camino, así nos ahorramos pagar por una habitación.
—Documento del menor.
—Es mi sobrino, Lucas.
Vamos a visitar a su madre, mi hermana.
—Bien, no hay problema, procure usar condón.
Aunque no corre riesgo de embarazar a esa puta.
Javier no dijo nada, no sabía que decir ante semejante situación y yo me quedé mudo y al borde de las lágrimas.
—Adiós.
—Adiós, oficial…
Eso había cortado con todo lo que teníamos planeado, ni bien se marchó el oficial en moto, recuperamos el aliento.
—Eso estuvo cerca, tío.
—No creo, mejor nos vamos de acá, antes que regrese con otras intenciones.
Javier condujo toda la noche y por la tarde estábamos a minutos de llegar a casa, cuando finalmente dijo que lo mejor era olvidar lo sucedido y seguir con nuestras vidas normales, como si nada hubiese pasado.
No me opuse, acepté y entendí que eso se había acabado.
Al llegar a casa me encontré con mi hermano, a quien no veía hace meses.
Estaba diferente, había algo en él que me inquietaba y supuse que él pensaba igual sobre mí.
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