La suerte de una buena carta
Al ser hijo de una prostituta, aprendí muy joven que la belleza paga bien si se sabe usar con astucia. Mi primera vez, a los 13, con otro chico de 17. .
No fue fácil ser el hijo de una prostituta. Seguramente hay muchas trabajadoras sexuales que son madres amorosas. Pero ese no fue el caso de mamá. Antes de cumplir los dieciocho ella había quedado embarazada y de no ser por mi abuela, me habría abortado.
¿Quién es mi padre? Ella dice que no lo sabe, que ya tenía sexo con muchos hombres entonces, podía ser cualquiera de sus clientes.
Pasé mis primeros años con mi abuela, una vida bastante normal. Pero cuando cumplí once ella enfermó de gravedad, la internaron y tuve que volver a lo de mamá. Un departamento en la zona de Tribunales. Allí recibía a sus clientes.
La genética hizo un buen trabajo conmigo: rubio, ojos claros y cara agradable. Delgado y bien proporcionado. Buenas cartas.
Algunas conversaciones con mamá me hicieron entender que para ella, prostituirse fue una decisión consciente: le daba muy buen dinero. Ella ganaba mejor que muchas mujeres con trabajos honestos y se divertía más. Esa idea se clavó en mi cerebro como un anzuelo.
En el colegio no tenía problemas. Era despierto y las maestras me trataban con cariño. Como me gustaba el fútbol y era bastante bueno, tenía muchos amigos aunque nunca pudiera invitarlos a casa ni comprarles un regalo de cumpleaños. El dinero, mamá lo gastaba en drogas y lencería. Vivíamos ajustados.
Cuando pasé a la secundaria, empezó otra historia. Con 13 años, compartía el patio de recreos con chicos mayores y uno de ellos empezó a interesarse en mí. Al principio fue discreto: miradas, un comentario al pasar, un empujón casual en las escaleras…
De alguna manera averiguó mi nombre. Un día, al salir del colegio, se me acercó.
Se llamaba Julián, tenía 17 años y era un chico bastante feo. Fofo, con granos en la cara y anteojos, tenía el aspecto de un perdedor. Sin embargo, advertí que tenía un iPhone de los caros. Evidentemente la familia de Julián tenía dinero.
Me preguntó si vivía cerca y le dije que sí. Se ofreció a acompañarme a casa y mientras caminábamos, hablaba de todo lo que tenía en su habitación, tratando de impresionarme. Nos detuvimos en una heladería y me invitó un helado.
Nos sentamos en una mesa y mientras él seguía hablando, yo lamía concienzudamente mi helado. Cuando vio mi lengua paseando por la punta del helado se quedó mudo.
-¿Qué mirás? –le dije, sonriendo.
-Sos un chico muy lindo- dijo, casi sin aliento.
Me reí.
-¿No querés venir a mi casa? Podemos jugar a la Play… o a lo que vos quieras…
-¿En serio? ¿Y tus padres que van a decir?
-Nada. No están en casa. Llegan tarde. ¿Querés…?
Me demoré en contestar. Seguramente mamá estaba con alguno de sus clientes retozando en su cama. Ganando dinero.
-Está bien… pero primero termino mi helado…
Su departamento no estaba lejos. Mientras caminábamos, notaba su emoción. Era más alto que yo y apoyaba posesivamente su mano en mi hombro.
Cuando llegamos al edificio saludó al portero. El hombre me observó con curiosidad, pero no hizo comentarios. Un ascensor lleno de espejos nos llevó al quinto piso.
Entramos a su habitación. La verdad es que allí tenía todo para entretenerse. No había mentido. Pero se adivinaba que era un chico solitario.
-¿A qué querés jugar?- me preguntó.
-No sé, a lo que más te divierta… ¿En tu iPhone tenés juegos?
-Prefiero los de cartas. ¿Te animás?
-Claro, aunque no soy muy bueno… -respondí.
Julián trajo un mazo de cartas, sonriendo: -¿Sabés jugar al desnudo?
Le dije que no sabía.
“Es simple, me explicó, cada uno saca una carta. El que tiene la menor, pierde. Y el otro le quita una prenda. El primero que queda desnudo, pierde el juego”.
Puse cara de sorpresa.
-Pero si no querés… – dijo nervioso.
-Si te divierte… Nunca jugué a eso…
Comenzamos a jugar. Al principio jugó limpio. Los dos fuimos dejando en el suelo zapatillas, medias, camisa… Entonces hizo trampa y así quedé en bóxer.
-Hay algo que no te conté –me dijo-. El que gana es el amo y el que pierde es su esclavo.
-¿Y qué hace el esclavo? –pregunté, haciéndome el tonto.
-Lo que el amo le ordene…
-Si te gano, vas a tener que hacerme la tarea de matemáticas –dije. Pero ya sabía que él iba a hacer trampas otra vez. Y así fue.
Amagué sacarme el bóxer pero me detuvo. Quería hacerlo él mismo.
-Ahora sos mi esclavo, rubiecito…
-Sí, amo- dije sonriendo con inocencia. Toda mi ropa quedó amontonada junto a la cama. Él se quitó el pantalón. Usaba slip y se notaba su erección.
Me ordenó que me acostara en la cama boca arriba y cerrara los ojos. Lo hice y sentí algo húmedo que se desplazaba sobre mi pecho. Me estaba lamiendo como si ahora yo fuese el helado. Exploró mi ombligo, mis muslos y mi pubis. Todavía no me había salido vello.
Sentí por primera vez el estremecimiento del sexo oral. Pero solo avanzó hasta que yo me excité.
-Abrí los ojos, esclavo.
Obedecí.
-Quiero besarte, bebé…
Nos besamos y mientras su lengua se enroscaba con la mía, me acariciaba. Inesperadamente, comenzó a gemir. Me soltó, intentando contenerse pero no lo logró. Eyaculó sobre mí. “Poco aguante”, pensé. Se dejó caer y me abrazó, exhausto.
-Maldición- murmuraba.
-¿Qué pasa?
-Sos demasiado lindo. Me puse muy caliente y no hicimos nada…
Lo miré desconcertado.
-Quiero verte gozar, rubiecito…
Se acomodó junto a mí y comenzó a masturbarme, muy suavemente, mientras observaba mi cara. Se sentía bien, claro. Pero exageré el placer. Cada tanto me besaba… Finalmente, con un gemido, llegué al orgasmo. Mi semen se mezcló con el suyo sobre mi estómago. Lo tomó con sus dedos y me lo puso en la boca. Chupé sus dedos. Volvió a besarme.
Después de un rato dije que ya era hora de irme a casa.
-Todavía sos mi esclavo-
-No, Julián… Ya está bien…
-¡De rodillas, esclavo!
Hice lo que me ordenó. Julián había logrado alcanzar otra erección. Me ordenó hacerle sexo oral. Esta vez tardó bastante en eyacular y cuando lo hizo, me atraganté y empecé a toser. Y de la tos, pasé al llanto.
Cuando me vio llorar se asustó. Él sabía que lo que había hecho conmigo estaba mal y que podía meterse en serios problemas. Trató de consolarme y lo rechacé.
-¡Quiero ir a mi casa!- dije entre hipos.
-Esperá, calmate… ¡No quise lastimarte…!
Sin dejar de llorar me empecé a vestir.
-¿Qué puedo hacer para que te sientas bien? – él se desesperaba.
Abrió uno de los cajones de su armario y sacó un fajo de billetes. Separó algunos, me miró. Vio que yo seguía llorando y agregó varios más.
-Tomá, te regalo esto…
-Quiero lavarme la cara. Si salgo así el portero se va a dar cuenta de que…
-Claro, claro… Ahí tenés el baño.
Me encerré, abrí la canilla y me lavé. En el bolsillo de mi camisa estaba el dinero. Lo conté. Me observé en el espejo y por primera vez vi, en ese rostro inocente de ángel, la sonrisa perversa de quien siente que todo salió tal como lo había planeado. Hasta el último detalle.
Mmmm que rico diablito.sigue escribiendo +
¡Gracias, Fredi! Me alegro que te haya gustado.
Me encantó, gracias Gavin
¡Qué amable, Adria! ¡Gracias!
5 Estrellas. Y bien relatado para ser un principiante.Seguire la serie hasta el final.Creo que vale la pena. Y 13 años es una muy buena edad para hablar de sexo. Cariños miles
¡Muchas gracias, vinamarino1960!