La vida (16)
La creación del Dr. Frankestein era un monstruo, pero sus partes antes fueron humanas y en su forma seguía la estructura que esas partes requerían. Así son los relatos; no mera ficción, sino retazos de realidades escondidas tras el cambio de nombres, lugares y momentos; un collage que las disimula…
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Este relato es solo una parte de una historia mayor. Si no ha leído las partes anteriores a esta, y le interesa mantener la secuencia cronológica y la integridad de la historia, puede buscar la primera parte (https://sexosintabues30.com/relatos-eroticos/gays/la-vida-1/) en mi perfil, y comenzar desde allí. Consta de 27 partes, de diferente extensión.
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(16ta. parte)
Me subió nuevamente a la pileta, completando el aseo con cuidado. Dándome el toallón, dijo “Secate bien, ya vuelvo…” y se marchó. Un par de minutos después retornó con nuestros calzoncillos en la mano. “¿Te secaste bien?” preguntó, para luego revisarme casi como lo hacía mi madre al bañarme. Él lograba confundirme con muchas de sus acciones.
Lo miré con curiosidad, mientras el enrollaba una tira larga de papel higiénico “¿Qué estás por hacer?” me interesé. “Es para vos” me contestó, con lo que me dejó más en ascuas aun. “Te puede salir leche del culo todavía”. Seguí mirándolo con curiosidad. “Ponete el calzoncillo” me indicó. Cuando estaba en eso, me detuvo “Hasta ahí nomas”, se acercó por detrás mío “Abrite la zanja”. Obedecí, y sentí como él ubicaba el pliego de papel de manera tal que cubriera mi agujero y mis cantos lo sostuvieran. “Si te sale algo, el papel lo va a chupar y no te va a ensuciar los calzoncillos”. Me pareció una buena precaución. Luego me interrogó acerca de mis costumbres con la ropa sucia y me sugirió como actuar si notaba alguna mancha. También me aconsejó que decir si me dolía al caminar, “Te golpeaste jugando a la pelota” fue su idea; “¿Con esta lluvia?” indagué. “Jugamos en el patio cubierto. Total, nadie de tu casa sabe que acá no hay patio cubierto”. Y otras cosas por el estilo. ¿Me ayudaba a cubrirme o se cubría? Joaco era mi gran intriga desde después de almorzar. ¿O era un desengaño?
Fuimos a reunirnos con los demás, y terminamos de vestirnos. Compartimos el mate que habían cebado; sentía las miradas expectantes que me observaban, pero no podía darme cuenta de que esperaban ver. Y así llegó la hora de salida.
Disimuladamente volvimos a mezclarnos con los demás, que solo nos dedicaron alguna mirada indiferente. La lluvia, música de fondo que acompañó mi desvirgue esa tarde, había cesado al salir del centro, así que empecé a caminar rumbo a mi casa con la cabeza baja. Fuera de las paredes del lugar, todo lo sucedido comenzó a pesarme. Entonces sentí que Joaco me decía “¿Te puedo acompañar?”. “Si querés… Lo hacés todos los días…” contesté. “Sí. Pero hoy no me esperaste”.
No supe que decir. “Estás enojado conmigo” afirmó. “No… no se… tal vez…” dudé, “¿Tendría que estar enojado con vos?” le solté a boca de jarro. “Tenés motivos para estarlo. Creo”, siguió él. Otra vez la incógnita; si pensaba que debería estar enojado con él, ¿por qué me siguió para preguntármelo? Caminamos un trecho en silencio, yo mirando el piso y el observándome disimuladamente. Cuando nos acercábamos a donde debíamos separarnos, lo interrogué “Los gemelos me dijeron que podría haber sido peor para mi. También dijeron que vos me defendés. No entiendo…” y seguí “Cuando me la metiste creí que me matabas. ¿Cómo me defendés, entonces? No entiendo nada, Joaco…”
Me miró largamente, como para ver mi alma, antes de decir “Yo no puedo decírtelo, Betito. Vas a tener que pensar si querés creerle a los gemelos o no. Porque no puedo ayudarte con eso”. Siempre la incógnita. ¿Por qué no se defiende?, pensé, ¿por qué no me explica nada de lo que hizo hoy.
“Ahora soy puto” dije en voz baja. Giró rápidamente la cabeza hacia mi y preguntó “¿Nos pediste que te lleváramos al bulín y te cogiéramos?”. Abrí grandes mis ojos y contesté algo indignado “¡No, vos sabés que nunca hice eso! ¿por qué me lo preguntás?”. Sin responderme, siguió “Si te hubiéramos dicho que te íbamos a coger, ¿hubieras ido con nosotros al bulín?”. Me quedé pensando antes de liberar mis dudas frente a él “No se… creo que no…”.
“Bueno…” fue su dictamen “…no sos “un puto” entonces. Si querés pensarlo de alguna forma, sos “nuestro” putito, porque somos los que te desvirgamos. Pero nadie te va a obligar a nada ni va a contar, no somos buchones”.
Cuando llegamos a la esquina donde nos separábamos, se despidió con un “Chau Betito, hasta mañana” mirándome a los ojos. Me costó sostenerle la mirada lo suficiente para decir un simple “Chau” antes de continuar rumbo a mi casa.
Cuando entré a casa encontré la habitual visita de unas de mis tías con dos de mis primos, mayores que yo que estaban sentados paveando con mi hermano. Saludé y, cuando tomaba rumbo a nuestra habitación, mi madre me miró caminar y dijo “¿Por qué rengueás, Beto, te golpeaste?”. Sentí un sudor frío correr por mi espalda pero contesté sonriendo “Me golpearon jugando a la pelota, mamá, no es nada”. Entonces el menor de mis primos mayores lo soltó, riéndose “¿Jugaron a la pelota con esta lluvia?… (risotada) ¡¿…no te habrán roto el culo en los baños a vos?!”. Juró que la piedra que sentí en el estomago no hubiera podido cargarse ni con un Bedford. Pero logré coordinar lo suficiente para girar hacia él y gritarle con falsa furia “¡Jugamos en el patio cubierto! ¡¡¡TARADO!!!”. Casi al mismo tiempo sonaron las cachetadas que le propinaba mi tía, que había saltado hacia él como movida por un resorte exclamando “¡Guarango! ¡ordinario! ¡como le decís esa asquerosidad a tu primito! ¡pedí disculpas, perdulario! ¡¡Ya vas a conversar con tu padre esta noche!!” a lo que su hijo, atajando bifes, respondía “¡Se me escapó, mamá, era un chiste! ¡No pegues más, era un chiste!”
Mi madre sopesó mentalmente el asunto y, considerando que mi exabrupto estaba justificado al menos en parte, me sacó de escena con un “Anda a lavarte y cambiarte para la cena, Roberto. Ya debe estar por llegar tu padre. Y limpiá esos zapatos, mirá como estás dejando el piso”. “Sí mamá”, le respondí. Cuando giraba nuevamente hacia el interior de la casa, mi mirada se cruzó con la de mi hermano mayor, clavada en mi. Traté de entender porque me miraba fijamente, pero no lo conseguí.
La jornada podría haberse cerrado en ese momento, al menos en cuanto a lo digno de figurar en mi historia. Pero no fue así.
Estábamos ya acostados, cuando adormilado debo haber emitido algún quejido, pues escuché entre sueños la voz de mi hermano “¿Te sentís mal, Betito, qué te pasa?”
Semi dormido respondí con total franqueza “¡Me duele el culo!”. Demoré varios segundos antes de poder comprender completamente lo que había dicho, entonces brinqué en la cama y agregué “¡…por el golpe que me di cuando me resbalé esta tarde!”. Él se quedó mirándome un largo instante, antes de interrogarme sin hacerlo “Me pareció que habías dicho que te golpearon jugando a la pelota”. Mi mente trató de rearmar todo en una explicación aceptable “Sí, me patearon desde atrás, y como el piso estaba húmedo me resbalé y me caí de culo…”. Traté de sonar seguro y convincente. Mi hermano nuevamente me miró en silencio. Luego se recostó otra vez y apagó su luz diciéndome en tono calmo “Bueno. Dormite que mañana hay escuela…”
(Continuará)
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