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Gays

La vida… (17)

La creación del Dr. Frankestein era un monstruo, pero sus partes antes fueron humanas y en su forma seguía la estructura que esas partes requerían. Así son los relatos; no mera ficción, sino retazos de realidades escondidas tras el cambio de nombres, lugares y momentos; un collage que las disimula…
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Este relato es solo una parte de una historia mayor. Si no ha leído las partes anteriores a esta, y le interesa mantener la secuencia cronológica y la integridad de la historia, puede buscar la primera parte (https://sexosintabues30.com/relatos-eroticos/gays/la-vida-1/) en mi perfil, y comenzar desde allí. Consta de 27 partes, de diferente extensión.

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(17ma. parte)

Pasé la siguiente mañana en la escuela bastante nervioso. Nunca había notado (ni me había interesado tampoco) la cantidad de veces que usábamos la palabra “puto” entre nosotros. “Miralo al puto”. “callate, puto”, “no seas puto”, “¡Que puto que sos!” eran parte de nuestro vocabulario habitual, cuando no nos escuchaba ningún mayor, y no nos dábamos la menor cuenta de ello. Pero esa mañana para mi era diferente. Debí luchar por no ponerme colorado cada vez que la sentía, porque aunque la pronunciaran lejos mío y dirigida a cualquier otro, instintivamente giraba la cabeza. Tardaría bastante en poder tomar con naturalidad ese tema, pero si aprendí rápidamente a frenar los impulsos que podían delatarme.

Si alguno de mis amigos me hubiera tocado el culo en joda, seguramente mi salto me habría permitido tocar el techo del aula. Pro solo debí explicar a mi compañero de banco que me había caído la tarde anterior, cuando mencionó que yo parecía algo envarado al sentarme. La mañana pasó rápido y sin otros incidentes.

Al entrar al comedor noté que la barrita me miraba disimuladamente. Parecieron contentos cuando vieron que, luego de retirar mi plato (tarde, yo siempre un poco tarde) me dirigí a mi ubicación de todos los días, con ellos. Todos me recibieron con expresiones y comentarios alegres, todos menos Javi que me miraba algo burlón. Pero cambió a indiferente al notar que todos parecían rechazar sus intentos de molestarme. Joaco pareció dejar en los demás la tarea de hacerme sentir apreciado por ellos, tal vez por pensar que si lo hacía él, el resultado podría ser el opuesto.

Para la semana siguiente a mi primera (y última) visita al bulín, mi culo ya no me recordaba lo sucedido esa tarde. Las consecuencias físicas que aquella tarde me había dejado ya estaban casi por completo sanas; solo que ahora podía meterme un dedo en el culo sin que me molestara mucho, con solo humedecerlo con saliva antes (sí, tenía curiosidad por saber como me lo habían dejado). Pero las dudas seguían tan fuertes como el primer día.

El año siguió avanzando, mañanas de escuela, tardes de centro asistencial, noches familiares, fines de semana variados. De regreso, seguía compartiendo cuadras con Joaco, la tensión entre ambos fue desapareciendo poco a poco, hasta desvanecerse casi por completo, solo estaba presente en la ausencia de toda mención al bulín.

Así se fue agosto, llegó setiembre y la primavera; festejamos el día del estudiante y despedimos otro mes, para recibir a octubre, que voló sin sentirlo con su fiesta patria; del mismo modo que estaba levantando vuelo mi séptimo grado, llevándose con él a la escuela primaria. Un sábado cualquiera, mi hermano me acompañó a tomarme las fotos para mi nuevo documento, despeinándome completamente cuando estaba ya parado frente al fondo blanco. Luego de reírse de mi desesperación y enojo, sacó de su bolsillo un peine y trazó en mi cabello una raya impecable, bajo la mirada impaciente del fotógrafo. Llegó noviembre, con él mi turno en el registro civil local para la nueva cédula de identidad. Mi madre y yo alteramos nuestros horarios, y allá fuimos. Al día siguiente contaba en la escuela y el comedor las razones de mi ausencia, mostrando esa libretita marrón oscura donde, a través de una perforación circular, aparecía la foto en blanco y negro del rostro de un niño de impecable camisa celeste, prendida hasta el último botón.

Estábamos llegando a mitad de mes, cuando Joaco me llamó aparte para decirme “Betito, el sábado vamos a ir al río a pescar, ¿querés venir?”. Sinceramente, admito que me tomó de sorpresa. ¿Solo en el río, con ellos…?.

“No se si voy a poder. ¿Van a pasar el día?” averigüe. “En realidad, no, Betito. Vamos el sábado después de mediodía y volvemos el domingo alrededor de las once, a almorzar en nuestras casas”. “¡¿Van a pasar la noche?!” pregunté más sorprendido todavía.

“Sí. Es nuestra despedida, Betito, el año que viene no vamos a estar ninguno de nosotros acá. Tenemos una carpa, llevamos algo fácil y cenamos allá” me explicó. “Javi no puede ir” aclaró, como sin darle importancia.

¿A pasar la noche en una carpa, solo con ellos? Realmente me había puesto en una disyuntiva que no quería enfrentar. Tenía miedo. ¿De ellos? Buena pregunta.

“No se si me van a dar permiso para dormir afuera”, empecé a acomodar la excusa.

Y entonces apareció el Joaco que me intrigaba, cuando dijo como al pasar “Eso no es lo más importante. La cuestión es, vos, ¿querés ir, o no?”.

Sí, esa era la verdadera pregunta. Así que, no sé por qué, pero decidí devolverle la cuestión con otra “No sé, ¿me van a coger?”

Me miró a los ojos un par de segundos y disparó nuevamente “La cuestión es, vos, ¿querés que te cojamos?”

Sentí que me ponía colorado hasta la punta del cabello y bajé la cabeza. Después de un instante que me pareció eterno, pude articular entre dientes “No… no sé… tal vez…”.

“Bien, esa es la cuestión,…”, dijo, “…yo te aseguro que nadie te va a hacer nada ni te va a obligar a hacer nada que vos no quieras. ¿Te basta con eso, o tengo que jurártelo?”.

Lo miré a los ojos y tomé mi decisión. Con seguridad le dije “No tenés que jurarlo. Voy a pedir permiso”.

Claro, lo del permiso era más fácil decirlo que hacerlo. Esa tarde, en cuanto llegué a casa, pedí a mi madre el permiso. Tuve que dar las mil y una explicaciones del caso, y solo obtuve un “No sé Beto. A la noche le preguntamos a tu padre”, señal muy clara de que ella no estaba de acuerdo en autorizarme la salida. Estábamos sentados a la mesa, cenando, cuando ella ante mis miradas suplicantes sacó el tema. En una de las cabeceras estaba nuestro padre, en la otra ella, frente a mí mi hermano mayor y a mi costado, entre mi madre y yo, nuestro hermanito menor (jugando con su cena, como siempre).

“Beto quiere ir el sábado a pescar al rio con unos muchachos del centro asistencial. Quiere quedarse a pasar la noche”, fue su forma de ponerlo sobre la mesa. “Mejor explicale vos, Beto”, se desprendió del problema.

Conté que mis compañeros de mesa se iban a reunir como una forma de despedida, que me habían invitado y que quería ir. A lo que nuestro padre preguntó que quienes eran esos “compañeros de mesa”, que de donde los conocía y de que familia eran.

Me enredé con mis propias palabras en mi desesperación por explicar que solo los conocía del centro, que no sabía de que familia eran, pero que eran mis amigos y eran buena gente. Que donde vive esa “buena gente”, quiso saber nuestro padre; traté de explicar que no lo sabía exactamente, que eran de las afueras, no de nuestro barrio. Y, si no sabía donde vivían ni de que familia eran, ¿cómo podía saber que eran “buena gente”, interpuso nuestro padre.

“Mirá, beto, no me parece muy seguro que vayas a pasar la noche al campo, solo con gente que no sabés quien es”, comenzó a cerrar el tema nuestro padre.

 

(Continuará)

96 Lecturas/3 septiembre, 2025/0 Comentarios/por ozkar55
Etiquetas: amigos, culo, gays, hermanito, hermano, madre, mayor, padre
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