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Gays

La vida (18)

La creación del Dr. Frankestein era un monstruo, pero sus partes antes fueron humanas y en su forma seguía la estructura que esas partes requerían. Así son los relatos; no mera ficción, sino retazos de realidades escondidas tras el cambio de nombres, lugares y momentos; un collage que las disimula…
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Este relato es solo una parte de una historia mayor. Si no ha leído las partes anteriores a esta, y le interesa mantener la secuencia cronológica y la integridad de la historia, puede buscar la primera parte (https://sexosintabues30.com/relatos-eroticos/gays/la-vida-1/) en mi perfil, y comenzar desde allí. Consta de 27 partes, de diferente extensión.

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*

(18va. parte)

Al borde del llanto, solo atiné a decir “¡Pero son mis amigos!”, luchando por contener las lágrimas.

nuestro padre preparaba su sentencia definitiva cuando habló mi hermano mayor. Hasta ese momento, se había mantenido en silencio, mirándome atentamente. Yo lo había notado, pero compenetrado en mi propia pelea, no había puesto atención en él.

“Deberían dejarlo ir” afirmó con serenidad.

“¿Qué dijiste?”, se sorprendió nuestro padre, molestó por la interrupción.

“Que deberían dejarlo ir” repitió mi hermano.

“¡¿Pero vos escuchaste lo que dijo?! ¡Si ni sabe quienes son!” se comenzó a ofuscar nuestro padre, ante su insistencia.

“Papá, escuché lo que dijo, y sí sabe quienes son: son sus amigos” continuó mi hermano.

Nuestra madre comenzó a observar la discusión con creciente interés, olvidándose de nuestro hermanito que seguía jugando con su cena.

“¡Beto tiene muchos amigos! ¡tiene amigos en la escuela, tiene amigos en el barrio, tiene a todos sus primos! ¿para que querría a esos “amigos”?”. nuestro padre sentía su autoridad cuestionada, cosa muy difícil de tolerar para él.

“Sí, Beto tiene muchos amigos. Pero esos son los del centro y no tienen nada que ver con los otros” siguió argumentando mi auto-designado defensor. “Este año termina la primaria, y sí, muchos de sus compañeros seguirán con él. Pero ya no será igual. Ya no se van a pedir los lápices de colores para hacer la caratula del otoño, papá. Ni siquiera van a llevar lápices de colores probablemente. ¿Te podés imaginar a Beto sacando las figuritas de los bolsillos para jugar en los recreos, cuando esté en secundaria? ¡Las burlas se sentirían desde la casa de la abuela! (nuestra abuela vivía en otra ciudad). Es normal que necesite despedirse de sus compañeros”, continuó el alegato.

La cosa tomaba cariz sentimental, así que nuestro padre trató de no ser insensible “Esta bien, tenés razón en todo eso. Pero no tiene nada que ver con esta salida que quiere hacer. Que se despida de los compañeros de escuela, no hay ningún problema. Pero esto es diferente.”

Nuestra madre seguía desinteresada de la cena de su hijo menor.

“¿Por qué es diferente, papá? Son sus compañeros, igual que los otros.” continuó mi defensor.

“¡Porque estos muchachos son de un comedor! ¿por qué otra cosa querés que sea?” volvió a ofuscarse nuestro padre.

“¿Y Beto pidió que lo mandaran ahí? No recuerdo que tuviera buena cara cuando le dijeron que tenía que ir.” Mi hermano miraba frontalmente a nuestro padre. Nuestra madre seguía despreocupada por la cena que comenzaba a tirar fuera de su plato el benjamín de la familia.

“¡¿Y eso que tiene que ver?! ¡No había otra solución! ¡¿qué te parece que podíamos hacer en lugar de mandarlo ahí?!”. Nuestro padre sentía cada vez más cuestionada su autoridad.

“Tal vez no había otra solución, de acuerdo” aceptó mi hermano. “Pero el que tuvo que ir ahí fue Beto, no ninguno de nosotros. Y, si hizo amigos, tal vez fue porque los necesitaba. Y encontró un grupo de “muchachos” (imitó el tono de nuestro padre) que le dio un lugar y lo ayudó a acomodarse allí durante el tiempo que ha estado. ¿Sabés, papá, si hubiera aguantado sin ellos y su amistad? Si no son buena compañía como amigos, ¿porque lo pusieron ahí, entonces?”

Papá sintió que su hijo mayor estaba parado sobre el limite de cuestionamiento a su autoridad que era capaz de tolerar. Mamá miraba alternativamente a sus dos hijos mayores con una semi sonrisa.

“¡Pero, ¿qué es esto?! ¡¡¿ahora te ponés de acuerdo con tu hermano para contradecirme?!!” estalló nuestro padre, decidido a terminar con la rebelión en ese mismo instante.

Mi hermano mayor, conociéndolo (pensé en ese momento) agachó la cabeza sobre su plato y se llamó a silencio.

Nuestro padre, viendo su victoria al alcance de la mano, tomó los cubiertos y se preparó a reanudar su cena.

Nuestra madre me miró con cara de pena, me pareció que arrepentida de no haber intervenido a favor mío desde el primer momento. Pero ya era tarde, pensé.

Nuestro hermanito continuaba jugando con su cena.

¿Y yo? Yo traté de contener el llanto, pues los hombres no lloran.

Entonces, sin levantar su mirada del plato, mi hermano mayor dijo con tono triste “¡Como has cambiado, papá! Cuando era chico, me repetías todos los días que tenía que querer, proteger y defender a mi hermanito menor… ¡Y ahora te enojás porque hago justamente eso…!”

Nuestro padre casi se atragantó con su cena.

Nuestra madre se tapó la boca con una servilleta, para disimular su sonrisa frente a papá.

Nuestro hermanito terminó de desparramar su cena.

¿Y yo? Yo obtuve mi permiso.

Aquella noche no me podía dormir, los nervios del día cobraban su cuota, cuando me pareció sentir que mi hermano tampoco dormía

“Gracias” murmuré en la oscuridad de nuestra habitación.

“¿Gracias por qué, Betito?” preguntó desde su cama.

“Por defenderme hoy” volví a murmurar.

“Ah, eso. No es nada, Betito. Para eso servimos los hermanos mayores…” hizo una pausa y continuó “¿lo querés mucho, no…?”

Me pareció que quería hablar. O yo necesitaba hacerlo. Así que silenciosamente me levanté y fui a sentarme en su cama. Señale las mantas y dije “¿Puedo…?”. Levantándolas un poco, respondió “Claro Betito. Eso ni se pregunta”. Me metí allí, en ese espacio entre la pared y su cuerpo en que me había refugiado en noches de tormentas o miedos infantiles. Siempre allí, donde la pared me cubría del mundo exterior, y mi hermano mayor de los monstruos que vivían bajo nuestras camas.

Arrimándome a él, volví a su pregunta “¿A quién quiero mucho…?”

Me abrazo pasando su brazo por debajo de mi cabeza y dijo “A tu amigo del centro…”.

“¿A Joaquín? Es muy bueno, es mi amigo” acepté.

“Pero lo querés mucho”, insistió.

“Bueno, si bastante…” no veía adonde quería llegar, “¿…por qué decís eso?”

“Venís caminando con él desde el comedor muchas veces”. Me sorprendió al decir esto.

“Sí, ¿cómo sabés que vengo con él?” traté de averiguar.

“Porque cuando salimos de la escuela algunas veces paro en la casa de un compañero que queda en el mismo camino de ustedes. Y siempre te he visto caminando con él”, aclaró.

El camino de la charla me estaba confundiendo. “¿Y? ¿Vos no caminás con tus amigos también? ¿Qué tiene de raro? ¿Porque camino con él lo quiero mucho?”.

“Betito, varias veces he caminado detrás de ustedes y ni me vieron. Me di cuenta que, cuando te pone la mano en el hombro, vos te apoyás contra él y seguís caminando así. Si yo hiciera eso, me apartarías de un codazo” me dijo riéndose.

Escuchar eso me hirió en mis afectos de hermanito menor, por lo que me medio senté en su cama y con mis puñitos infantiles comencé a golpearlo en el pecho “¡No digas eso…!” le reclamé “¡… vos sabés que yo te quiero mucho y nunca pero nunca te haría eso! ¡Yo no soy así!”

Me tomó de las muñecas, deteniendo mis golpes mientras se reía. Luego aflojó sus manos; yo no traté de retirar las mías.

Repentinamente, me dijo “Betito, el centro asistencial no tiene patio cubierto”.

Tarde unos segundos en captar todo lo que implicaban esas pocas palabras. Una inmensa piedra comenzó a crecer en mi estomago, aplastándome desde dentro mismo de mí.

Entonces continuó…

“Sabés, Betito; yo no se realmente lo que querés hacer de tu vida…”

“Menos todavía puedo saber lo que tu vida te va a permitir que hagas con ella…”

“Pero hay algo que quiero que jamás olvides…”

“Seas lo que seas y hagas lo que hagas, siempre vas a ser mi hermanito menor…”

“Y siempre te voy a querer muchisimo”.

La piedra subió por mi pecho, ahogándome. Llego a la altura de mi garganta y se anudó allí. Me arrojé sobre él, abrazándolo con todas mis fuerzas, y oculté mi cara en su cuello llorando desconsoladamente.

Besando mis cabellos mientras los desordenaba con sus dedos, me dijo “Llorá tranquilo, Betito, desahogate. Los hombres también lloran…”.

Me dormí allí, sollozando abrazado a él, mientras me arrullaba y palmeaba suavemente.

Siempre le he agradecido que no preguntara porque lloraba…

 

(Continuará)

56 Lecturas/3 septiembre, 2025/0 Comentarios/por ozkar55
Etiquetas: amigos, gays, hermano, hermanos, madre, mayor, mayores, primos
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