La vida (22)
La creación del Dr. Frankestein era un monstruo, pero sus partes antes fueron humanas y en su forma seguía la estructura que esas partes requerían. Así son los relatos; no mera ficción, sino retazos de realidades escondidas tras el cambio de nombres, lugares y momentos; un collage que las disimula…
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Este relato es solo una parte de una historia mayor. Si no ha leído las partes anteriores a esta, y le interesa mantener la secuencia cronológica y la integridad de la historia, puede buscar la primera parte (https://sexosintabues30.com/relatos-eroticos/gays/la-vida-1/) en mi perfil, y comenzar desde allí. Consta de 27 partes, de diferente extensión.
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(22da. parte)
Hacía un rato que nos habíamos higienizado nuevamente, estábamos conversando y reponiendonos, cuando sentimos acercarse las voces de los otros muchachos dese él río. Luego vimos el resplandor de la linterna con que alumbraban su camino, cuando los gemelos, Juanjo y Pedro estuvieron ya cerca.
“¡Ya llegamos!” avisó uno de los gemelos, innecesariamente. Solo muertos podríamos no haberlos escuchado.
Abrieron la carpa y fueron asomando sus cabeza, mirándonos con curiosidad evidente.
“¿No están dormidos?” quiso saber Pedro. “¿Y a vos que te parece, taradito?” le retrucó Joaco.
“Bueno, que se yo, preguntaba por las dudas” se disculpó el más chico.
“Bueno, habrá que dormir, ¿no?” comentó uno de los gemelos, mirándonos de reojo. Nadie le
contestó.
Comenzaron a desvestirse como dubitativos, a la espera de algo. Iban quitándose ya buena parte de su ropa, que acomodaban con mayor o menor prolijidad en sendas pilas, cuando Pedro iluminó las pilas que había formado la ropa de Joaco y mía, fijo su atención y le dio un codazo disimulado a Juanjo. Cuando este lo miró, le señaló la pila y cuchichearon algo, observándonos de reojo.
Finalmente, no soportaron más y Juanjo preguntó directamente “¿Te sacaste también los calzoncillos, Joaco?” levantándolos con sus dedos como si quisiera impedir que este lo negara.
Riéndose, le respondió “Sí, Juanjo, queríamos estar cómodos, no nos hacían falta acá adentro”. Juanjo y Pedro intercambiaron miradas, la respuesta no les había aclarado lo que realmente les interesaba saber. Los gemelos también habían dejado de desvestirse y esperaban, expectantes.
Pedro no aguantó más, y preguntó “¿Nosotros también podemos sacarnos los nuestros…?”. Joaco sabía adonde el otro quería llegar, así que cumplió su palabra y dijo “No se Pedro. Eso se lo tenés que preguntar a Beto, no se que pensará él…”.
Cuando las cuatro cabezas giraron en mi dirección, los dejé sufrir unos momentos y luego les respondí “Saquenselos si quieren, estoy casi seguro que no les van a hacer falta para nada…”
Mientras los cuatro reanudaban, nerviosos y apresurados, la tarea de desnudarse, dije dirigiéndome a Pedro y para despejar toda duda “Pedro, acostate al lado mío si querés el primer turno. Sino estos atorrantes te va a dejar último otra vez. Hoy vamos al revés que en el bulín…”.
No necesito más Pedro para casi caerse, en su apuro por quitarse pantalones y calzoncillos al mismo tiempo.
Joaco observaba mientras esto sucedía, y los muchachos iban sumergiéndose uno tras otro bajo las mantas. Pude ver que alguna pija mostraba la fuerte excitación que los tenía atrapados.
Yo me había separado un poco de su costado, buscando algo de espacio y preparándome para lo que sabía me esperaba. Pedro, pegado junto a mi y seguramente muy excitado ya, me preguntó anhelante “¿Cómo hacemos, Beto…?”.
“Cómo vos prefieras, Pedro”, fue mi respuesta.
“¿Y cómo hicieron ustedes…?” dudó nuevamente.
“De cucharita…”, le informé, esperando que tuviera mi misma ignorancia. Para vergüenza mía, no dudo un instante siquiera “¿De cucharita, Beto? ¡Dale! ¡Me encanta así!”. Me quedé pensando si yo era muy ignorante en cuanto al sexo o él muy mentiroso, pero me confirmó mi ignorancia al darse vuelta rápidamente hacia mi diciendo precipitadamente “Dale, date vuelta, Beto”. ¡Vaya con la inocencia del más chico del grupo! Bueno, podía consolarme pensando que era más de un año mayor que yo, aunque midiéramos y pesáramos casi lo mismo.
Mientras Pedro me bombeaba, Joaco jugaba con mi pelo y mi nariz. Aunque trataba de ignorar el pensamiento, en mi cabeza giraba la idea de que estaba siendo cogido por un muchacho, con otro frente a mi que me acariciaba, y tres más que aguardaban su turno a las espaldas de quien me tenía penetrado. En el bulín, el espacio mucho más amplio y que ellos se recluyeran en un rincón, había permitido cierta sensación de intimidad, en la cual habían colaborado cada uno de ellos (bueno, solo los últimos cuatro) al hablar solo conmigo durante cada encuentro, y en voz tan baja como para que los demás no nos escucharan. Había sentido vergüenza varias veces, al hacerme o deber responder alguno de sus comentarios, pero allí pude pensar que era algo privado entre quien me estaba cogiendo en cada momento y yo.
Aquí, en cambio, tenía plena conciencia que cada jadeo, quejido o suspiro fuerte era escuchado por todos ellos. Y sin embargo, allí estaba yo, y voluntariamente.
Cuando Pedro terminó, luego que se produjeran y aquietaran todos los movimientos necesarios para cambiar de lugar bajo las mantas, acompañados de los habituales “¡Ayyy, boludo, me pisaste!” y otras exclamaciones similares, sentí que Juanjo, desde mis espaldas, me pedía en voz muy baja, casi con vergüenza “¿Me la tocás un poco, Beto? Me gustó…” en clara referencia (para mí, al menos) a lo que habíamos hecho en el bulín. Sin ni pensarlo, miré a Joaco en busca de su opinión y este. comprendiendo mi muda pregunta, asintió con la cabeza.
Ya no podía negarlo, aquella tarde me había hecho suyo, sin duda alguna…
Giré hacia Juanjo, y durante un rato lo hice suspirar y gemir explorando con mis dedos la curva de su pija, hasta que me dijo “Ya está bien. Date vuelta”.
Siempre aceptando sin protestar el papel que toda la barrita me había asignado, giré sobre mi, quedando de espaldas a él. Se arrimó bien, me guió para poner mis piernas contra mi panza exponiendo mi agujero lo mejor posible y, pegándose a mi, procedió a tratar de entrarme luego de haberme ensalivado. Arquee mi espalda, para exponer mejor su objetivo y traté de acercarlo a su pija. Luego de algunos intentos vanos, perdió la paciencia “Apuntala”, me indicó. Busqué donde sentía su contacto caliente en mi piel, la tomé y puse sobre mi entrada “Empujá”, le indiqué. La curva a la izquierda tendía a que resbalara fuera en la posición en que nos encontrábamos, pero mi culo ya sabía algo de pijas a estas alturas, y estaba flojo a su contacto. Tomándola con firmeza, la mantuve apuntada mientras el empujaba nuevamente y, aunque la sentía ejercer mayor fuerza hacia un lado, fue calzando en el agujero y luego este le sirvió de guía para su desplazamiento.
Fue una sensación nueva el sentirla moverse dentro mío echado de costado en las mantas. La curva se sentía mucho más que en la posición de acostado del bulín, sobre todo porque allí había podido ubicar las piernas como para que se situara mejor al cogerme.
No se lo pregunté, pero me pareció que Juanjo había tenido la precaución de no pajearse la noche anterior, porque me pareció que aguantó algo menos antes de acabar.
Los gemelos no parecieron necesitar pelear por el primer lugar esta vez. Creo que la proximidad entre todos nosotros los cohibía un poco. O tal vez fue el efecto de la ausencia de Javi, con sus conflictos siempre latentes y sus burlas listas a caer sobre alguno. No lo extrañé.
(Continuará)
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