La vida… (25)
La creación del Dr. Frankestein era un monstruo, pero sus partes antes fueron humanas y en su forma seguía la estructura que esas partes requerían. Así son los relatos; no mera ficción, sino retazos de realidades escondidas tras el cambio de nombres, lugares y momentos; un collage que las disimula…
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Este relato es solo una parte de una historia mayor. Si no ha leído las partes anteriores a esta, y le interesa mantener la secuencia cronológica y la integridad de la historia, puede buscar la primera parte (https://sexosintabues30.com/relatos-eroticos/gays/la-vida-1/) en mi perfil, y comenzar desde allí. Consta de 27 partes, de diferente extensión.
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(25ta. parte)
Me desperté con las primeras luces del amanecer, con el sol aun ausente. Estaba molido de cansancio, pero ese día no pude seguir durmiendo. Giré sobre mí tratando de no hacer ruido para evitar despertar a los demás, que roncaban a pata suelta. Bueno, no todos, porque al girar puse mi mano sobre alguien que se movió al contacto. Busqué su rostro y encontré el de Pedro, que me miraba sonriendo somnoliento.
En aquellos años era común vestir unos calzoncillos llamados “anatómicos”, que eran de una tela de algodón bastante más gruesa y áspera que las actuales. Su corte era algo similar al de los “slip” de ahora, pero con un refuerzo al frente en forma de “Y” invertida que, bajando desde el centro, se unía a las aberturas para las piernas. Así que el bulto quedaba contenido en el espacio hacia abajo que comenzaba donde la “Y” se separaba.
Yo me estaba acostumbrando a jugar con fuego con los muchachos de la barrita (excepto con Javi, por supuesto) en algunos momentos especiales, sin comprender todavía los efectos que algunas cosas tenían en los varones mayores. Así que riéndome por lo bajo, puse mi mano sobre la ropa interior de Pedro y le sobé sus genitales un poco. Primero abrió grandes los ojos, luego me sonrió y dejó hacer. Ya satisfecho con mi pequeña broma, aparté la mano. Pero me quedé observando la hinchazón que se había producido bajo su prenda. Él metió la mano bajo sus calzoncillos y acomodó un poco, con lo que aquella hinchazón se transformó en la forma, delineada bastante claramente, de sus huevos y pija bajo la tela. Viendo mi interés (supongo) en aquello, tomó su calzoncillo por el elástico con ambas manos, tirando hacia abajo un poco del mismo mientras levantaba sus caderas, con lo que su pija, liberada de su prisión y bastante parada, saltó hacia afuera oscilando un poco de arriba hacia abajo como si tuviera un resorte dentro. Yo me reí en silencio, entonces él movió sus caderas y la pija osciló varias veces en el aire. Nos reímos juntos al verla. Como dije, mi ignorancia no me permitía comprender que el fuego puede quemar, veía las llamas pero ponía mi mano encima hasta que ya era tarde para retirarlas. Así que, ya que estábamos jugando, participé en el juego: tomé la cabeza de su pija entre las yemas de mis dedos, y la oprimí tres o cuatro veces como si fuera la pera de goma de una bocina de bicicleta. Su pija se hinchó y tensó bruscamente y noté que él, en lugar de reírse, pareció tragar saliva con dificultad.
Cuando la solté me hizo algunas señas que no entendí, moviendo su cabeza en dirección a su ingle. Cuando se convenció que no entendía lo que él quería, se movió silenciosamente hasta poner su cabeza al lado de la mía y murmuró entre dientes: “Haceme una paja, Beto, ¿querés?, dale…”, mientras se bajaba el calzoncillo hasta más abajo de sus bolas. Lo observé con atención y me convencí que el pedido era real, así que también le murmuré “¿Ahora, con todos…?” quise decir que estaban todos allí, con nosotros, que podían notar lo que hacíamos…
“Sí, dale, hacémela despacito y no se van a despertar…” siguió tratando de calmar mis dudas.
“Bueno, esta bien…” acepté siempre en un hilo de voz.
Me acomodé al costado y bien junto a él, tomé su miembro y comencé pajearlo despacio. A medida que avanzaba fui buscando como acomodar mejor mi mano sobre su pija y miraba sus gestos para ver que movimientos hacían mejor efecto. Pasados unos minutos, me hizo una mueca para que me acercara a él; juntando nuestras cabezas musitó “Mojame la cabecita, Beto…”. Lo miré sin entender, y amplió “Escupime la cabecita de la pija para que el cuero resbale mejor, dale…”. Asintiendo con mi cabeza, murmuré “Bueno”.
Pensé en como escupirle, pues no tenía la puntería necesaria para acertar en un blanco tan chico desde lejos. Así que bajé mi cabeza hasta la altura de su pija y ubiqué mi boca como para dejar caer saliva desde unos centímetros de altura. Entonces él meneó sus caderas y el miembro pegó en mi cara, justo entre mis labios y la nariz. Lo miré tratando de parecer molesto, pero creo que no me salió muy bien la cara, porque entonces él volvió a mover sus caderas mientras me sonreía, y su pija rebotó contra mi mejilla dos o tres veces. Me di por vencido, y para detener su juego sujeté su miembro con la mano y al mismo tiempo tiré el cuero hacia abajo. Con el blanco bien al descubierto, acerqué mi boca a apenas tres o cuatro centímetros de este y dejé caer bastante saliva. No pude evitar quedarme unos instantes observando sus genitales y aspirando su aroma. Me dejó hacer sin decir nada. Luego moví el cuero de arriba a abajo asegurándome de de haberlo mojado bien, me tendí nuevamente a su lado y seguí pajeandolo.
Sin haber llegado aun a mis trece años, estaba masturbando a uno de los muchachos que unas pocas horas antes habían tenido sexo conmigo. Y lo hacía con una mezcla de juego, goce y curiosidad casi científica. Mientras movía su miembro de arriba a abajo, estaba atento a sus reacciones y gestos, repitiendo algún movimiento que me parecía había causado algún efecto diferente, en busca de comprobarlo. Cuando noté que sus rodillas temblaban y sus pies parecían moverse un poco al ritmo de la paja, tuve que dividir mi atención entre estas partes y su rostro, lo que no me resultaba sencillo. Pedro se mordía los labios mientras yo masajeaba su miembro. Cuando noté que sus rodillas temblaban espasmódicamente y su pija brincaba entre mis dedos, dirigí mi mirada a esta, justo para verla hincharse y estirarse, escupiendo al mismo tiempo varios chorros de un liquido blanco que cayó sobre su vientre y mi mano. Lo sentí caliente, mi primer impulso fue limpiármelo, pero entonces recordé que Joaco había palpado y olido esas gotas que mi pito soltara en sus dedos. Dudé unos instantes, luego acerqué la mano a mi cara y miré de cerca ese goterón espeso que mojaba mi mano sin casi deslizarse; para finalmente acercarlo a mi nariz y olerlo. Pedro me miraba mientras lo hacía. Cuando me vio apartar la mano me hizo un gesto que no entendí, entonces lo repitió, sacaba un poco su lengua y movía la cabeza ¿como lamiendo un helado? Lo seguí mirando confundido, hasta que acercó su cabeza a la mía y dijo de manera apenas audible “Probala”. Seguía sin entenderlo, le hice un gesto de pregunta con las manos y él volvió a acercarse y me dijo muy al oído “Probá mi leche…”. Sentí repugnancia ante la idea y le hice un gesto de negativa y asco. Se acercó otra vez y musitó “Dale, probala, no seas maricón”. Lo miré sin entender porque me pedía eso, y volví a negarme. Entonces recogió con dos de sus dedos algo del semen que había caído sobre su vientre y, en silencio, los acercó a mi cara mientras con el gesto insistía en su petición. Retrocedí un poco mi cabeza, pero él avanzó su mano en dirección a mi boca nuevamente, siempre sonriendo y haciéndome gestos de “Abrí la boca, dale…”. Cuando notó que no la abría, puso una mano en mi nuca y volvió a mover la otra acercándola aun más a mi cara. “Abrí la boca…” lo vi más que oí murmurar. Imposibilitado de retroceder mi cabeza, sus dedos tocaron apenas mis labios, y él me sonrió más mientras los movía como tratando de separar mis labios, pero sin hacerlo. Quería que yo abriera la boca, no él meterme los dedos por la fuerza, me parecía. Lentamente mi voluntad se desvaneció y aflojé mis músculos. Mis labios se separaron apenas lo suficiente, avanzó sus dedos y los sentí entrar en mi boca; con la punta de la lengua toqué ese liquido que los cubría, lo sentí espeso y con un sabor extraño, desconocido para mi hasta ese momento. Se aproximó otra vez a mis oídos y dijo quedamente “Tragala”. Ya no me sorprendió, solo lo miré sin entender porque lo pedía. Lentamente cerré mi boca sobre su dedos y los chupe, hasta mezclar con mi saliva todo ese goterón, y lo tragué con esfuerzo. Otra vez sonrió, pero todavía no había terminado. Volvió a pasar los dedos por su vientre y, levantando algo más de leche los acercó a mi boca. Ya no necesitaba preguntarle que que quería, así que resignado abrí mi boca, los chupé y tragué todo.
Con un gesto de su cabeza señaló mi propia mano; esta vez entendí y la acerqué a mi boca, limpiándola con la lengua. Tendido en las mantas, hizo un gesto impreciso que me pareció señalaba hacia sus pies, y lo miré en busca de una explicación. Lo repitió con más énfasis y, cuando me notó perdido, me hizo una seña para que me acercara a él. Pegó su boca a mi oreja y lo pude escuchar decirme “Limpiame la leche”. Ya no me llamó la atención lo que me ordenaba, sino que miré la extensión del trabajo solicitado. Me acerqué a su oído y pregunté “¿Toda…?”. Juntó su boca a mi oreja para responderme “Sí”.
No se la razón, pero desde el bulín algo había cambiado en mí. Mis amigos de la barrita (con la excepción de Javi. Pero él no era mi amigo) podían pedirme, en ocasiones como esta, cosas con las que cualquier otro habría conseguido solo que lo rechazara de plano y violentamente. Pero con ellos dudaba, los miraba de nuevo, y si insistían lo hacía. Claro que solo me pedían ese tipo de cosas, algunas actividades de índole sexual que no conocía, ni siquiera las había sentido mencionar antes.
Miré nuevamente el espacio de su cuerpo donde la leche había caído. Eran gotas de diferente tamaño, la primera cerca de una de sus tetillas,luego algunos chorros abundantes dispersos. Y las últimas, mi verdadero dilema, eran unas gotas que había dejado la punta de su pija donde se ablandó, y que aun estaban unidas a ellas por un hilo de semen. Comencé con la de su tetilla, limpiándola a conciencia. Comenzó a agradarme el aroma y sabor de su piel, tersa y suave. Aunque allí no había salpicado su semen, lamí suavemente su tetilla solo para sacarme las ganas de probarla. Se estremeció un poco antes que la abandonara.
Continué descendiendo; allí donde había pasado sus dedos también desparramó la leche, permitiéndome jugar con trozos más amplios de su piel. Estaba alrededor de su ombligo cuando lo sentí sacudir mi cabeza con sus dedos. Lo miré, interrogante, pero simplemente me miró como riéndose. Volví a lo mío y nuevamente me tocó la cabeza. Vuelto a observarlo, no podía comprender que le pasaba, así que me acerqué a su cabeza y le pregunté despacito “¿Qué pasa?”. Riéndose todavía contestó “Me hacés cosquillaaasss”. Volví a acercarme a su oído para decirle “No me di cuenta. Perdoná”. Cuando me separaba ya de él, me tironeó de un brazo indicándome que quería decirme algo; retrocedí y me aclaro sonriente “Noo, me encanta, seguíí. Pero no aguanto la risa…”.
Volví a mi tarea, satisfecho íntimamente al saber que lo hacia bien, y entonces enfrenté mi dilema ¿qué hacía con esas últimas gotas? Mi cara estaba nuevamente muy cerca de su pija, y mi pensamiento oscilaba entre limpiar la punta de su miembro con mi lengua, o mantener algo de mi dignidad a salvo evitando meterlo en mi boca. Realmente estaba tentado de probarla, al fin y al cabo ya me había cogido dos veces y acababa de pajearlo. Pero por otro lado, él no lo había pedido con palabras. Limpiarla era aceptar que me gustaba hacerlo, ya que lo haría sin su orden expresa. Seguí la limpieza hasta llegar casi a la punta, la tomé con mis dedos y la aparte hacia un costado, cortando el hilo de leche que la unía con la piel, luego de lo cual lamí cuidadosamente todo lo que había goteado debajo. Cuando terminé con esto, la tentación era tan grande que me quedé algunos segundos mirándola entre mis dedos. [> Si ha leído… <] Luego suspiré, la dejé libre y me acomodé otra vez junto a Pedro, diciéndole muy bajito “Creo que ya está”. Me miró, observó su vientre y me respondió “Bueno” mientras subía su ropa interior.
(Continuará)
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