La vida (26)
¿Quien podría decir donde nace realmente un río? Salvo que surja de un manantial subterráneo, es casi imposible dilucidar en que lugar comienzan a reunirse y correr las primeras gotas de agua que formaran su caudal. Pese a ello, podemos caminar por su orilla y verlo correr, sea calmo o torrentoso ».
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Este relato es solo una parte de una historia mayor. Si no ha leído las partes anteriores a esta, y le interesa mantener la secuencia cronológica y la integridad de la historia, puede buscar la primera parte (https://sexosintabues30.com/relatos-eroticos/gays/la-vida-1/) en mi perfil, y comenzar desde allí. Consta de 27 partes, de diferente extensión.
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(26ta. parte)
El sol aun no estaba muy alto sobre el horizonte cuando ya todos habían despertado. La algarabía de la tarde y la noche anteriores habían dado paso a semblantes más serios, pensativos. Mientras Pedro y Juanjo preparaban el mate, los demás juntamos todo lo que habíamos dejado en la costa durante la pesca. Nos reunimos nuevamente junto a la carpa, y mientras lo cebaban Joaco y los gemelos desarmaron la carpa y la plegaron con bastante cuidado, para que cupiera en su bolsa. Juntamos las mantas y las repartimos cada una a su propietario. Guardé la mía en mi mochila sobre todo lo demás, ya antes había comprobado que estuviera dentro todo lo que había traído, como para pasar satisfactoriamente el inventario e inspección de mi madre al llegar a casa.
No hablábamos mucho, bromeábamos menos aun. El retorno pedaleando fue casi en silencio, cada uno en sus propios pensamientos, y unos minutos después de las once estaba en casa…
Creo que aquellas horas fueron la despedida de mi infancia…
Concurrí al comedor unos días más, pocos, pero desaparecí de allí abruptamente. Había que prepararse; se aproximaba mi acto de egreso, con sus practicas previas, el acto de fin de curso de mis dos hermanos, en jardín y secundaria. Teníamos que acompañar a algunas tías a los actos y bailes de egresados de primos varios. El año terminaba, y la familia pensaba en como despedirlo desde el primer día de diciembre.
Egresé. Baile y salté con los que fueran mis compañeros, aunque a algunos de ellos los vería al día siguiente. También lo hice con otros, con quienes empezaríamos juntos secundaria en marzo. Y también con aquellos a quienes nunca volví a ver, rostros de niños en fotos escolares que han perdido sus nombres en el tiempo. Mis maestras me abrazaron y besaron con los ojos húmedos. Yo también dejé caer alguna lágrima. Pero ya no eran de niño.
Aquel Betito que mi hermano mayor tomaba de la mano, cuando nuestra madre le decía “Acompañalo al jardín que tengo que hacer. Cuidado al cruzar las calles”, ya no estaba.
Creo que me despedí de él en el bulín, tal vez definitivamente en la carpa… ¿o se habría marchado antes, sin que yo me diera cuenta…?
Terminó el año y pasó el verano. El espacio de mi delantal blanco quedó vacío en el guardarropas compartido con mi hermano. Ya nunca volvería. Aquellos más queridos de mis últimos juguetes subieron a una repisa, fuera del alcance de unas manitos más infantiles que las mías. Probé uniforme nuevo, mi hermano me ayudó a hacer el nudo de la corbata. Y, sí, de vez en cuando me ahorcaba con ella riéndose de mi sofoco… para eso también están los hermanos mayores, creo. Caminé con él a mi nueva escuela, iniciando mi recorrido mientras terminaba el suyo. Me compraron libros y más libros, carpetas y cuadernos varios. Mis piernas comenzaron a llenarse de pelos. Una mañana fría de julio, marchamos. De cuatro en fondo, escuadrones de soldaditos sin vocación ni cubrecabeza, pero henchidos de orgullo y entusiasmo, marchamos. Tras el pabellón nacional, llevado en alto por un portaestandarte por vocación natural (porque ambos, nunca una nota en colorado; pero él, siempre abanderado), marchamos. Llegaron las vacaciones de invierno; y como llegaron, pasaron. Antes y después de eso, pasé algunas veces por el centro asistencial al horario de salida. Vi caras conocidas y no tanto, algunos me saludaron y otros no. Pero no vi a nadie de la barrita. Pasaron Fiestas Patrias y día del estudiante. Aquel pito con el que alguna vez me meara los zapatos o el delantal, en momentos de apuro o mala puntería, se transformó en mi pija, que con su par de huevos colgantes me llenaba de orgullo, daba grandes satisfacciones y ocupaba mi atención en muchos momentos del día. Una jornada cualquiera de primeros de diciembre, mi boletín de calificaciones de primer año volvió a casa por última vez, para quedarse ya en el cajón de los recuerdos. Alguien había escrito en su última pagina, con letra prolija y tinta azul: “Materias previas: no adeuda” : “Observaciones: promovido a 2° año”. Acto de fin de curso, baile de egresados. Mi hermano ya no volvería a caminar conmigo rumbo a nuestra escuela secundaria. Se fue otro año, y él me dio en enero una muestra gratis de lo que me esperaba, cuando se fue de vacaciones con un grupo de amigos. Solo.
A mediados de febrero partió rumbo a la universidad. Aquel cuarto donde habíamos peleado a brazo partido para quitarnos unos centímetros de espacio el uno al otro, se transformó en un inmenso desierto. En nuestro ropero solo quedaron algunas prendas suyas que él valoraba poco. Podía tirarme en su cama sin temor al grito, “¡¡Salí de ahí, Molestón!!”, que me haría salir corriendo en busca de interponer a nuestra madre entre nosotros; también pude revisar sus libros y revistas, ya no me interesaba hacerlo. Comprendí sus enojos cuando me descubría espiando sus manipulaciones, que él creía solitarias. También comprendí aquel comentario de Juanjo, cuando dijo que no sabía cuanto iba a tardar conmigo porque la noche anterior había perdido la cuenta. A propósito, mi récord fue de siete en unas tres horas, una tarde que quedé solo y en cama, estando muy resfriado. ¿Y el de ustedes…?
Si nuestro padre fue Superman, mi hermano mayor era Batman para mi. Porque todos sabemos que Superman es el invencible hombre de acero; pero Batman también es un superhéroe…y humano. Me transformé en el único Batman de nuestro hermanito menor. Pero el mío propio se había ido… Cuando sonaba el teléfono, mi madre atendía y al reconocer la voz gritaba, aun antes de saludarlo “¡Beto, es tu hermano…!”, sabiendo que su hijo del medio aparecería corriendo; si estaba en la ducha mojado y apenas cubierto con los calzoncillos o una toalla mal sostenida, pero siempre clamando “¡¡Dame, mamá, quiero hablar con él…!!”. Y ella se apartaría con cara de fingida molestia.
Comencé a pasar más tiempo fuera de casa, cualquier motivo me venía bien. “Es la edad del pavo, ya se le va a pasar” consolaban mis tías a mi madre. nuestro padre en otros tiempos habría tratado de usar su autoridad. Pero creo que también sentía que “se le iba vaciando el nido”. [> todo hasta aquí… <] Un sábado cualquiera, más o menos a mitad de año, cuando me dedicaba a dejar correr el tiempo caminando, sentí la exclamación, “¡¡¿Beto?!! ¡¿sos vos?!”, y al darme vuelta me enfrenté cara a cara con los gemelos…
(Continuará)
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