La vida… (3)
(3ra. parte) .. Joaquín y sus compañeros tenían sus planes de vacaciones, pero yo no era parte de ellos; nuestros mundos eran diferentes y solo se cruzaban accidentalmente. El centro asistencial había provisto un espacio y un tiempo comunes a todos nosotros, pero artificial al fin de cuentas….
(3ra. parte)
Mi séptimo grado se fue consumiendo rápidamente, sin que yo lo notara casi…
Finalmente, ¿que son para un chico de doce años una semana o un mes? Una eternidad. literalmente. Con mi doble vida a cuestas, chico aplicado por la mañana, integrante de una barrita de atorrantes desde el mediodía hasta el atardecer, los días fueron pasando.
Sin darme cuenta llegamos a las vacaciones de invierno, y la rutina tuvo su cambio de todos los años. Solo que este año extrañaba parte de esa rutina. Sabía que Joaquín y sus compañeros tenían sus planes de vacaciones, pero yo no era parte de ellos; nuestros mundos eran diferentes y solo se cruzaban accidentalmente. El centro asistencial había provisto un espacio y un tiempo comunes a todos nosotros, pero artificial al fin de cuentas, pues fuera de este no teníamos casi posibilidad de contacto.
Entre algunas salidas, tardes de cine y ratos de aburrimiento se fueron yendo las dos semanas libres, pero me mostraron cuanto me había aficionado a ese trato casi diario con ellos, tan diferentes a mi. En la realidad, mi pertenencia a la barrita era casi tan accidental como el asistir al centro. Si hubiera entrado al comedor ese primer día, y la maestra me hubiera asignado un lugar, en vez de retarme por llegar tarde, ¿los hubiera tratado? Sin mi gesto de chico desorientado y algo atemorizado, ¿Joaquín me hubiera prestado atención alguna vez? La realidad, creo, era que mi nexo con el grupo se daba a través de él mayormente, los demás me aceptaban pero eran muy conscientes de las diferencias que existían en nuestras vidas.
De esa manera recomencé el año escolar, la última parte del último año de escuela primaria para mi. Recuerdo que fue alrededor de dos semanas después de terminadas las vacaciones; era un día de agosto destemplado y lluvioso. Mientras almorzábamos, Joaco me dijo como al pasar
“Hoy no tenemos ganas de ir a las clases, nos vamos al bulín”.
Lo miré sin comprender porque esta vez había considerado oportuno contármelo antes de hacerlo, pero entonces agregó “¿Querés venir?”.
¡¿Puedo?!, respondí, dudando de si me tomaba el pelo.
“Sí, ¿no te estoy invitando?”
“¡Claro que quiero!”
“¿Estás seguro, no?”
“¡Sííí…!”, reafirme casi tirándome sobre la mesa en mi entusiasmo.
“Bien, decidido entonces”, cerró él el tema, mientras los demás sonreían.
En cuanto terminamos de almorzar, me indicaron a dirigirme a los baños y salir disimuladamente por una puerta que daba al patio. Ya en este, nos dirigimos hacia los fondos, pasando agachados en el sector de las ventanas de la cocina, donde podían vernos las cocineras.
Los seguí sin entender adonde íbamos, ya que todas las puertas que daban al patio estaban cerradas con llave y estas guardadas en la oficina, pero los muchachos de la barrita eran más habilidosos (al menos en estos asuntos) de lo que yo pensaba: años anteriores habían revisado las puertas hasta descubrir que una de ellas podía abrirse con una llave muy común, y se las ingeniaron para conseguir una y adaptarla al formato exacto necesario.
La habitación donde entramos había sido destinada a deposito de materiales para deporte, ropa usada y otras cosas probablemente ya inservibles, pues tenían el aspecto de haber sido olvidadas allí mucho tiempo atrás. No tenía iluminación, pero si un baño muy grande, con agua y el enchufe necesario para hacer funcionar el calentador eléctrico de que se habían provisto, para el infaltable mate de las tardes en que se refugiaban allí.
“¿Y si viene alguien, qué hacemos?” pregunté, con temor a meterme en líos por causa de mi curiosidad.
“Aquí no viene nunca nadie”, me contestó uno de los mellizos.
“Y podemos hacer todo el ruido que queramos, que no nos van a escuchar” agregó el otro.
“Menos con esta lluvia, porque solo nos oirían si alguien sale al patio. ¿Viste cuantos salones vacíos hay entre este y la cocina?” Continuo Pedro.
“¡Es el lugar perfecto!” remato javí, riéndose ruidosamente.
“Bueno che, ¿y qué vamos a hacer?” intervino Juanjo.
Se miraron dudando, alguno ensayo un “No se che…”, hasta que uno de los mellizos exclamó “¡Ya se, hagamos luchas!”.
“¡Dale!” adhirió el otro, uniendosele los demás a coro.
Sin entender a que se referían, pero dispuesto a unirme colaboré con ellos cuando vi que Juanjo y Javí distribuían al medio del salón unas colchonetas viejas que estaban apiladas junto a la pared.
Mientras estábamos en esto, vi que los otros cuatro comenzaban a quitarse las ropas; intrigado, pregunté “¿por qué se sacan la ropa?” Javí me miro y riéndose socarronamente me dijo, en un tono no muy afectuoso “por qué a nosotros mamá y papá no nos compran ropa nueva todas las semanas, boludito…”, lo que no me aclaró nada.
Viendo mi cara de desconcierto, Pedro me dijo “Porque tenemos que cuidar la ropa, Beto. ¿Nunca jugaste luchas?”. Le contesté que no, que no lo había hecho y él siguió explicando “Bueno, ahora vas a ver que si jugás con ropa, seguro rompés algo. Y nosotros no podemos volver a casa con la ropa rasgada porque nos matarían a palos.”
“¡Ahhh, creo que entiendo!” dije, mientras trataba de asimilar las novedades.
Para cuando cubrimos un sector del piso con una doble capa de colchonetas, ya Joaco, Juanjo y los mellizos estaban en calzoncillos, listos para comenzar. Aunque sentía un poco de vergüenza de quedarme en ropa interior frente a ellos, la superé casi de inmediato; al fin de cuentas, compartía habitación con mi hermano mayor, también la compartíamos con algunos primos cuando nos visitaban, y estaba acostumbrado a ver muchachos mayores en calzoncillos o directamente desnudos. Y estos eran mis amigos.
Mientras me sacaba la ropa, Joaco y Javi comenzaron a ensayar algunos movimientos, y pude ver que lo hacían con bastante concentración. Javi parecía decidido a tumbar a su oponente a pura fuerza, pero Joaco era más astuto.
Cuando me puse de pie Juanjo me miró como sorprendido y gritó, mirando mis calzoncillos “¡Beto, te olvidaste el pito en tu casa!”. Como buen tonto, bajé la mirada antes de darme cuenta de su intención de burla y, cuando la volví a levantar los encontré a todos mirándome y soltando la risa. Colorado como un tomate debí soportar sus observaciones acerca pitos, pititos, manices y manicitos, a la vez que mostraban sus bultos de adolescentes y se chanceaban unos a otros también. Pero esto los aburrió, así que cambiaron de entretenimiento y me empujaron sobre las colchonetas, diciéndome por toda indicación y regla de juego “¡Tenés que tumbar al otro!”.
Me encontré frente a Joaco, que me miraba sonriendo y sin moverse de donde estaba parado, así que decidí atacar yo y traté de agarrarlo por las piernas como los había visto hacer antes a ellos. Sin saber como, me encontré de espaldas sobre la colchoneta, con Joaco sentado sobre mi pecho y riéndose. Una, dos, tres veces me pasó lo mismo, antes de cambiar de contrincante; Javi tomó el lugar, él era mucho más agresivo y pasando una mano por entre mis piernas me levantó y me giró en el aire. Le pedía que me bajara sin conseguirlo, hasta que intervino Joaco, diciendo que yo era demasiado fácil para ellos, que probara con Pedro. Javi me bajó (con pocas ganas, me pareció) y me dejó frente a Pedro, al cual le costó muy poco derribarme boca abajo en su primera embestida y sentarse sobre mis nalgas a proclamar su triunfo.
Cansados ya de verme caer y caer, una y otra vez, siguieron luchando entre ellos un rato, comentándome al hacerlo las tomas y trucos que usaban. Estuvimos en esto, ellos luchando amistosamente y yo de observador, alrededor de una hora, hasta que fueron apartándose de a uno y diciendo que se había vuelto aburrido.
“¿Y qué hacemos ahora…?” preguntó cualquiera de ellos. “Que se yo, no se” dijo otro. Hasta que Javi exclamó “¡Ya se! ¡Corramos una carrera con prenda!”. Los mellizos, Juanjo y Pedro parecieron excitados por la idea, pero inseguros, porque lo miraron a Joaco, que le preguntó “¿Estás seguro…?” Javí contestó rotundamente “¡Por supuesto que estoy seguro!”. Yo, para mis adentros pensaba “¿una carrera acá…?” Pero seguía atento a no quedar fuera de la acción por ser novato.
“Bueno…,” dijo Joaco mientras se ponía de pie (todos lo fueron imitando, así que hice lo mismo) “…esperen que se me ocurra algo…”
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