La vida (4)
La creación del Dr. Frankestein era un monstruo, pero sus partes antes fueron humanas y en su forma seguía la estructura que esas partes requerían. Así son los relatos; no mera ficción, sino retazos de realidades escondidas tras el cambios de nombres, lugares y momentos, un collage que las disimula..
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Este relato es solo una parte de una historia mayor. Si no ha leído las partes anteriores a esta, y le interesa mantener la secuencia cronológica y la integridad de la historia, puede buscar la primera parte (https://sexosintabues30.com/relatos-eroticos/gays/la-vida-1/) en mi perfil, y comenzar desde allí.
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(4ta. parte)
“A ver…; podría ser…,” decía Joaco mientras miraba alrededor con cara de desorientado y todos lo observaban fijamente. “No, eso no…, tal vez…” siguió unos instantes el juego de desorientación…
Mientras afuera arreciaba la lluvia, adentro estábamos indiferentes al golpeteo sobre las chapas, siguiendo los movimientos y aparentes indecisiones de Joaco, que sabíamos ya había decidido con que desafiarnos pero trataba de despistar a la mayoría hasta el último instante. O, al menos, eso creía yo entonces.
Repentinamente inició un rápido movimiento, al tiempo que exclamaba “¡El último que se saca el calzoncillo es putooo…!”, enganchando a continuación el elástico del suyo con sus dedos y tirando de la prenda hacia abajo.
El desafío me desconcertó un instante, lo suficiente para que cuando comenzara mi propio movimiento los demás ya estuvieran terminando el suyo, así que me encontraba haciendo equilibrio en un pie, enredado en mis anatómicos, cuando ya todos habían tirado los suyos en la pila de ropas y me miraban riéndose.
“¡¿Vieron que se había olvidado el pito en la casa?!” me volvió a chucear Juanjo, provocando la carcajada general y que yo me pusiera colorado de vergüenza. Instintivamente me cubrí los genitales con una mano, pero eso les pareció más cómico aun, así que desistí de ocultar mi desnudez frente a ellos.
Nadie se vestía, así que opté por hacer lo mismo; total, entre estar en ropa interior y desnudos poca diferencia había. Como dije antes, había compartido habitación y visto otros muchachos mayores que yo desnudos y, después de todo, estos eran mis amigos.
Aunque nadie decía nada, Juanjo y Pedro se habían puesto a enrollar una de las colchonetas, la cual dejaron sobre las otras y frente al grupo. Noté entonces que Joaco se había movido, hasta colocarse a mi costado izquierdo: lo miré y le sonreí, a lo que contestó sonriéndome también pero sin decir palabra.
La pausa silenciosa proseguía, nadie parecía muy seguro de como seguir y sin pensarlo, yo los ayudé a romperla “¿Qué hacemos ahora?” pregunté. Los gemelos me respondieron a coro “¡Ahora cogemos!”, a lo que riéndome respondí “¿Cogemos? ¡Dale, ¿a quién?”
Javi me respondió, riendo a carcajadas “¡¿A quién va a ser, boludito?! ¡Al puto!”. Me di cuenta en ese momento que estaba muy colorado, y su pija se había puesto dura, apuntando a su ombligo. Parecido a mi hermano, al que algunas veces había sorprendido haciéndose la paja, momentos en que me juraba matarme por espión y molesto.
Aunque no estaba seguro de entender de que se trataba ahora el juego, lo seguí y riendo dije “¿Y quién es el puto?”
Nueva carcajada de Javi, que me respondió “¡¿Y quién va a ser, boludito?! ¡¡¡Vos!!!
Durante este intercambio Joaco había puesto su mano en mi hombro derecho, cruzando sobre mi espalda, y la dejó allí.
Levanté mi mirada hacia él, en busca de una pista acerca de que tipo de broma era esta. Estaba serio, su expresión me resultó indescifrable.
Mirándome a los ojos, solo me dijo “Vos perdiste”.
Reí confundido; pasé mi mirada de uno a otro. Sin que me diera cuenta se habían acercado y me rodeaban, yo era el centro de algo que no entendía.
Joaco puso su otra mano sobre mi hombro libre, moviéndose un paso de costado hasta quedar casi justo detrás mío.
En ese momento sentí el golpe de nuestra clásica treta escolar: un rodillazo detrás de la pierna que, si te tomaba distraído, te hacía caer arrodillado. Pero yo no llegué a caer, tampoco pude mantenerme en pie. Cuando mis piernas se aflojaron, Joaco me sujetó por ambos hombros evitando que cayera y a la vez ejerciendo la presión necesaria hacia abajo como para obligarme a arrodillarme pero sin golpearme. Pero no se detuvo allí; para mi desconcierto, una vez arrodillado siguió empujándome, de manera tal que me condujo a tenderme boca abajo, cruzado sobre la colchoneta arrollada, y se sentó sobre mi espalda.
“¿Qué hacés, Joaco?” pregunté cada vez más sorprendido y tratando inútilmente de salir de la posición a que me había llevado, cosa que me impidió su peso.
Desde allí abajo la situación cada vez me gustaba menos. Los muchachos me rodeaban, Javí se reía de una manera inquietante y sus pijas dejaron de parecerme una curiosidad similar a la de mi hermano. Este, cada vez que lo sorprendía con el pito parado, me corría por toda la casa jurando golpearme hasta cansarse, pero yo lo frenaba simplemente buscando las faldas de nuestra madre. Ahora estaba en el centro de un circulo de seis adolescentes a simple vista bastante excitados.
“¡Soltame Joaco, ¿qué hacés?!” volví a insistir, tratando de girar mi cabeza para mirarlo.
“No luches, Betito, por favor…” me respondió con vos calma.
Cada vez más confundido y comenzando a inquietarme seriamente, traté de entender el chiste, pero ¿por qué no tenía que luchar? ¿contra qué esperaba Joaco que yo luchara?
Entonces dijo “Escupanlo bien…”, y todos riéndose se dirigieron hacia detrás de él, donde estaban mis piernas y yo no alcanzaba a ver por más que lo intentaba.
Sentí unas manos que separaban mis nalgas y abundantes escupitajos cayendo entre ellas. “¿Esta era la broma?” pensé para mis adentros “¡¡Que asco!!”
“¡Salgan, putos de mierda!” exclame, “¡que asquerosos!”, “¡¿y ahora, cómo me pongo el calzoncillo sin ensuciarlo?! ¡Que cerdos…!”
Javi, que parecía haberse aburrido de escupirme y se había parado a un costado. me dijo riéndose mientras se masajeaba la pija “¿Ponerte los calzoncillos? No te calentés por eso, falta mucho para que te los vuelvas a poner…”
Esta contestación y su expresión me inquietaron mucho, y comencé a sacudirme bajo Joaco, tratando de escapar.
“Los brazos”, sentí la voz de Joaco. Juanjo entró en mi campo de visión, tomó mi mano derecha y me forzó a estirar el brazo hacia mi costado hasta ponerlo perpendicular a mi cuerpo. Al mismo tiempo, alguien realizaba el mismo movimiento con el izquierdo, por lo que giré mi cabeza, viendo a Pedro. “¡Sueltennn…!”, exclamé, casi en el mismo momento en que Juanjo retorcía mi mano girándola sobre si misma, con lo que me obligó a tratar de seguir el giro con mi cuerpo para aliviar un poco el dolor mientras se me escapaba un fuerte “¡Aaaayyyyyy…!”, con lo que quedé totalmente acostado y cruzado sobre la colchoneta arrollada e incapaz de moverme.
Junto con mi grito Joaco se tendió sobre mi y puso su mano derecha bajo mi cara, tapando mi boca firmemente. Con su boca junto a mi oreja, lo escuche casi susurrar “No luches, Betito, por favor no luches…”. Sentí una de sus rodillas introducirse entre mis piernas, luego la otra. En su siguiente movimiento utilizó ambas rodillas para obligarme a abrir mis propias piernas por completo. Alguien se sentó sobre cada una de ellas; supe que eran los gemelos, por que eran los únicos libres y Javi funcionaba como un privilegiado espectador que giraba alrededor nuestro observando atentamente mientras se reía.
Ya no creía que todo fuera una broma cuando sentí a Joaco moverse ubicando bien sus caderas sobre mis nalgas; pero tampoco encontraba forma de resistirme, me sentía superado.
“Abranle los cantos”, dijo Joaco. Las manos de los gemelos (otros no podían ser…) se introdujeron entre nuestros cuerpos y sujetando mis carnes tiraron hacia afuera por ambos costados. Recién entonces me di cuenta que eso duro y cálido que estaba contra mi espaldas, y ahora buscaba espacio entre mis nalgas era la pija de Joaco.
“¿Está bien abierto?”, preguntó. Uno de los gemelos respondió “Me parece que sí, pero esperá…” Ahora metieron ambas manos hasta tocarse entre nuestros cuerpos y volvieron a tirar de mis carnes con fuerza. En medio de mi vergüenza e incomodidad sentí que le decían “Más de eso no podemos, Joaco”. Yo no era para nada gordo ni muy nalgón, aunque tenía el culo redondo de casi todos los chicos de mi edad, así que por la forma en que tiraban sabía que era casi seguro que mi culo estaba totalmente a la vista. Por el calor que sentía, hubiera jurado en ese momento que la pija estaba apoyada de costado contra mi agujero.
El calor en mi cara (la sentía arder) ¿era vergüenza, miedo…?, no lo sabía. La mano de Joaco, ademas de impedirme hablar, sujetaba con firmeza mi cabeza junto a la suya, sin que pudiera moverla hacia ningún lado.
Así estaba cuando Joaco nuevamente dio una indicación, “Javi, ayudame a apuntarlo” dijo. Este soltó una risita diciendo “¡Con mucho gusto!” y lo perdí de vista cuando salió de mi campo visual.
Desde el espacio que nuestras piernas abiertas dejaban libre llegó su voz, “Levantala un poco, Joaco, no veo”. Inocentemente pensé que él se iba a quitar de encima mío, pero había entendido mejor que yo el sentido del pedido, así que solo sentí como subía sus caderas, dejando mi culo a la vista. “Baja un poquito”, fue la nueva indicación. Sentí su cuerpo arrastrarse unos centímetros sobre el mío, antes que preguntara “¿Así esta bien…?”, “Un chiquito más abajo…” fue la respuesta. Nuevo arrastrarse y repregunta “¿Ahora…?”. “Me parece que sí… espera que lo abrimos bien y te lo apunto…”. “Bueno, dale”, cerro Joaco.
Sentí como los gemelos ubicaban de nuevo una de sus manos, poniéndolas mas abajo de mi nalgas. Las puntas de sus dedos tocaban el agujero de mi culo, cuando Javi les indicó que me abrieran nuevamente. Sentía mi culo tirante cuando Javi dijo “Así está bien, dejen lugar”. Algo caliente se movió entre mi cuerpo y el de Joaco, bajando entre mis nalgas para terminar ubicándose sobre mi agujero.
Recién cuando sentí el calor y la presión de esa cosa que se movía directamente sobre mi culo comprendí plenamente que era la pija de Joaco y entendí lo que significaba el “ayudame a apuntarlo”.
“Acomodate…”, indicó Javi, tras lo cual Joaco bajó un poco sus caderas, acoplando bien su pija sobre mi culo. El pequeño empujón que me propinó y el calor que me transmitía la punta me hicieron estremecer. Algunas lágrimas escaparon de mis ojos, al sentirme totalmente indefenso. Pero no lloré. Sin encontrar escapatoria, sin entender porque estaba así ahora, siendo que hacia solo unos pocos minutos estábamos todos jugando como buenos amigos, creo que mi voluntad falló por completo.
“Listo”, dijo Javi, “ni Mandinga lo salva así como te lo deje…”.
“Bueno…”, aceptó Joaco la posta y continuo, “agárrenlo bien…”
Al escuchar esto imaginé que lo que se me venía no tendría nada de bueno y tensé todos los músculos involuntariamente. “Calmate Betito”, susurró en mi oído Joaco. “Aflojate y va a ser mucho más fácil para vos. Te juro que no quiero lastimarte…”, dicho esto mientras pasaba su mano izquierda por debajo de mi cuerpo, llevándola hasta mi pelvis, para sujetar suavemente mis genitales con ella. Lo miré por entre las lágrimas que seguían escapándoseme, pero sin llorar abiertamente ni entender. “¿Por qué me haces esto, entonces, Joaco?”, pensé. Me desorientaba todo en ese momento; Javi estaba en su salsa, girando alrededor para observar bien mientras reía, los otros se notaban excitados, expectantes y ¿algo inseguros?… pero Joaco, que estaba sobre mi y me tenía inmovilizado, listo para cogerme según todo indicaba… se veía ¿triste…? Esta idea absorbió toda mi atención en esos instantes y, con mi cara pegada a la suya, sin siquiera darme cuenta le hice caso… me relajé.
El mundo desapareció para mi. El universo entero se convirtió en un dolor agudo, lacerante, la sensación de ser cortado en dos, todos condensados en un grito de dolor imposible por la palma de la mano derecha de Joaco.
El universo fue retornando. Me parecía que cada latido de mi corazón me producía una pulsación de dolor casi insoportable. Yo seguía allí, crucificado boca abajo, sintiendo la pija de Joaco firmemente apoyada en mi culo. El dolor fue disminuyendo, entonces noté que él seguía susurrando junto a mi oreja, pidiéndome calma, rogándome que no luchara.
Y no luché. ¿Fue porque él me lo pedía? ¿Me supe derrotado antes de intentarlo? No lo se. Pero no luché.
Joaco seguía tendido sobre mi, mirando expectante a mis ojos Yo le devolvía la mirada, queriendo decirle miles de cosas. Pero creo que el las sabía, y no quería oírlas. había tomado la que creía era la mejor decisión, y no quería apartarse de ella.
Desde un costado Javi exclamó “¡¿Qué estás esperando?! ¡Dale, metésela toda de una vez y rompele bien el culo…!”. Me pareció notar un gesto de desagrado profundo cuando le respondió “¿Y a vos que te importa? ¡Yo lo hago como yo quiero…! ¡Callate la boca…!”
Volvió su atención nuevamente hacia a mi, y siguió expectante a mis reacciones. Con la aparente calma que siguió, volvía relajarme sin advertirlo. El universo desapareció nuevamente para mi…
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