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Gays

La vida… (7)

La creación del Dr. Frankestein era un monstruo, pero sus partes antes fueron humanas y en su forma seguía la estructura que esas partes requerían. Así son los relatos; no mera ficción, sino retazos de realidades escondidas tras el cambio de nombres, lugares y momentos; un collage que las disimula…
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Este relato es solo una parte de una historia mayor. Si no ha leído las partes anteriores a esta, y le interesa mantener la secuencia cronológica y la integridad de la historia, puede buscar la primera parte (https://sexosintabues30.com/relatos-eroticos/gays/la-vida-1/) en mi perfil, y comenzar desde allí.

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(7ma. parte)

Joaco me miró y me dijo “¿Te animás a aguantar un buen empujón? El último, te juro que con eso te va a entrar entera”.

Había dado mi palabra a cambio de mis bolitas, así que dije “Sí, dale”, aunque temblaba de miedo.

“Afirmate bien y aguanta el envión para no caernos”, me aconsejó.

Estaba bastante incomodo, mas cuando él se hecho sobre mi y cargué con todo su peso. Mis piernas y brazos pedían por favor un alivio. Me tomó de los hombros con sus manos y se acomodó buscando la posición ideal; en un momento lo sentí que detuvo su acomodo, tomó aire y comenzó a mover sus caderas, apartándolas de mis nalgas; fue una sensación rara sentir como su pija abandonaba mi culo suavemente. “¿Por qué me la saca…?”, pensé, “¿No me la iba a meter entera…?”. Entonces tensó su cuerpo, sus dedos se clavaron en mis hombros y un fuerte caderazo impulsó su pija, como un ariete, nuevamente dentro mio.

“¡Aaahhhyyyyyy!”, no pude evitar el fuerte quejido.

Sentí algunas risas desde los muchachos, pero no tuve tiempo de pensar en ellas, cuando ya sus caderas se apartaban otra vez de mis nalgas y embestían de retorno hacia ellas.

“¡¡Aaaaahhhyyyyyyyyyyy!!”, exclamé.

Más risas y algún comentario que sentí sin escuchar realmente, tratando que no nos cayéramos.

Desde mi culo me llegaba el dolor de esas embestidas, pero trataba de poner toda mi concentración en el esfuerzo que realizaban mis brazos y piernas, fuente de mi mayor preocupación en esos instantes.

Las caderas de Joaco se alejaron nuevamente, sentí la fricción que produjo su pija al retroceder velozmente en mi culo, pero antes que pudiera pensar realmente en eso el movimiento se invirtió y un caderazo mucho más fuerte que los anteriores me sacudió.

“¡¡Aaaaaaaaaaayyyyyyyyyyyyyyyy!!”, grité contenidamente.

“¡La está sintiendo lindo!”, exclamó Juanjo. “¡Sí, hasta en el alma la siente!”, acotó uno de los gemelos. “¡Le va a salir por la boca, jajajaj!”, aprobó el otro gemelo.

“¡Yo quiero ver como le entró!” dijo pedro. Luego del último empujón, Joaco se había mantenido inmóvil, pegado a mi y yo estaba sosteniendo todo su peso. Desde detrás nuestro, escuché otra vez a Pedro “¡¡Uhhh, entró toda!! ¡¡Hasta las toscas, chofer!! ¡Mirá, javi!”

“¡A ver, correte que no vemos, boludo!” sentí exclamar a los demás. Entonces intervino Javi, “¡¡Salgan que quiero ver!!”. Luego de unos instantes de silencio, agregó “¡Ahora sí, se le fue hasta las bolas!”. Sentí una mano que tomaba mis bolitas y las movía levemente hacia atrás, rozando con el cuerpo de Joaco, mientras Javi decía “Mirá, Joaco: le dejaste tus bolas junto a las de él, de bien que le entró, jajajaj”. Recién entonces me avivé que javi, lo que había hecho, era juntar mis bolitas con los huevos de Joaco.

En tono de burla, Joaco le disparó, “Como te gusta tocarnos las bolas, Javi…”.

“La concha de tu hermana, Joaco, a mi no me gustan las bolas”, se defendió el otro.

“Y entonces, ¿por qué las seguís tocando, Javi?” retrucó Joaco, provocando un coro de risas de los demás y el rápido retroceso “¡Anda al carajo, boludo!” mientras soltaba nuestros testículos.

Hasta a mi me causó gracia el intercambio, pero con la pija de Joaco bien encajada dentro mío, y el peso de su cuerpo encima, no podía ni reírme siquiera en esos momentos.

Volviendo su atención hacia mi, Joaco me dijo “Ahora te voy a coger, Betito”. Aterrado, pensé “¿Me va a coger…? ¡¿Y qué fue lo que hizo hasta ahora, entonces…?!”

Lo sentí acomodarse sobre mi otra vez, ahora buscando una posición que le resultara cómoda para lo que se venía. Pero yo sentía mis brazos y piernas agarrotados por el esfuerzo.

“¡Pará, Joaco, espera…!¡No aguanto más..! ¡Por favor Joaco!”, le rogué.

Me miró como sorprendido y me preguntó “¿Qué te pasa, Betito, te duele mucho el culo?” con tono de preocupación.

“¡Sí…, no…, pero no…, no es por eso…!” me embarullé al responderle. “¡Sos muy pesado, Joaco, me estás rompiendo los brazos, no aguanto más esta posición…!” completé mi ruego.

“¡Perdoname, Betito, no me di cuenta, te lo juro!” se disculpó enfáticamente Joaco, mientras se apoyaba sobre sus propios brazos y piernas, liberándome de su peso y quedando ambos en cuatro patas, yo debajo de él, y unidos por su pija.

“Betito, trata de cruzar tus piernas por detrás de la mías…”, pidió, mientras me abrazaba la cintura con un brazo, levantándome apenas para liberar mi peso.

No entendí, pero traté de hacer lo que me pedía. Cuando sintió mis piernas rodeando las suyas, movió hacia arriba la parte superior de su cuerpo, enderezándose, y abrazándome con el otro brazo por el pecho me llevó pegado a él hasta que ambos quedamos sentados: él sobre sus piernas y yo sobre su falda. No entendía que estaba tratando de lograr, pero el alivio de su peso sobre mi cuerpo me calmó bastante.

Separé mis propias piernas y las puse al costado de las suyas, buscando mayor comodidad; al notarlo me abrazó por el pecho y puso la otra mano sobre mis genitales, masajeandolos con calma. Increíblemente, el conjunto de sensaciones me indujo a apoyar mi cabeza contra él, descansando confiadamente mientras cabalgaba su pija.

Los demás de la barrita se habían mantenido observándonos en calma, conversando entre ellos sin intentar intervenir mientras Joaco no daba indicación alguna. Pero cuando él pidió que acercaran unas colchonetas que estaban contra la pared, obedecieron de inmediato.

Eran de unos dos metros de largo por unos cincuenta centímetros de ancho, creo, forradas en algún material sintético de color negro.

Cuando las trajeron, las hizo poner frente a nosotros, estiradas. Después de algún cálculo, pidió otra sobre ellas y luego una manta vieja cubriéndolas. Mientras tanto, yo continuaba sentado en su falda, abrazado por él y con mi cabeza apoyada en su pecho, observando como preparaban el lecho donde (solo inconscientemente, tal vez) sabía que él pensaba continuar hasta concluir con el desvirgue de mi culo.

Cuando estuvo satisfecho con lo que veía, aflojó su abrazo y fue conduciéndome hasta dejarme acostado boca abajo sobre la pila de colchonetas que, por su altura, lograban que mis rodillas apenas rozaran el piso. Lo sentí escupir, y luego la caída de un par de salivazos alrededor del punto donde mis nalgas y su pija se juntaban. Se tendió sobre mi suavemente y me preguntó “¿Estás más cómodo, Betito?”. Sin dudar respondí “Ahora sí, Joaco”. “Bueno, ¿seguimos entonces? ¿estás listo?” pidió mi confirmación. “Sí, dale” dije, pero sin saber realmente que significaba el “seguimos”, mientras él pasaba sus brazos por debajo de los míos, abrazándome.

Me cubría casi completamente con su cuerpo, había puesto sus piernas entre las mías, separándomelas. Su cara sobre la mía, sentía que nuestras respiraciones se mezclaban. Apoyé mi cabeza sobre sus manos, poniéndola de costado, con lo que veía cada uno de sus gestos en primer plano. Me sentía extrañamente tranquilo, desconectado del hecho de que estaba siendo cogido por el culo mientras otros cinco muchachos miraban.

Sentí su pija retroceder en mi culo suavemente, pero esta vez no volvió de golpe. La sensación de vacío que me produjo al salir fue reemplazada por el roce de su retorno y nuevo llenado de mis entrañas. Seguimos así, una y otra vez, en un silencio solo cortado (me parecía a mi) por nuestros jadeos, gruñidos y suspiros.

En un momento algo me llevó a arquear mi espalda, levantando mi cola en busca de un mejor y más cómodo contacto con el cuerpo de Joaco. Alguien se rió por lo bajo mientras comentaba “jajajajaj, mirá como busca la pija. Lo está haciendo gozar de lo lindo…” Aunque lo escuche, me costó comprender que se refería a nosotros, y tampoco me importó en ese momento.

Joaco, mientras seguía cogiéndome, cada tanto me daba un suave beso en la mejilla o me decía algunas palabras al oído. Había tomado mis manos por las muñecas, con lo que mi cabeza quedó sobre las manos de ambos, levantada, nuestras mejillas en contacto. Su barba incipiente me hacia cosquillas en la cara. Sentir su pija moviéndose en mi culo ya no era el centro de mi atención, sino una de las sensaciones que me invadían, porque los músculos de su cuerpo, su respiración, acompañaban cada avance y retroceso. Sentía como me sujetaba con más fuerza al introducirla, como se aflojaba pero sin soltarme al retirarla, su respiración cada vez más agitada al aumentar el ritmo del coito. Yo respiraba jadeante también, aunque no me aproximara a un orgasmo.

Sentía su cuerpo quemarme al contacto, sus penetraciones cada vez más rápidas y fuertes. Repentinamente el ritmo se volvió muy intenso, su cuerpo se adhirió al mío, pareció querer introducirse completo dentro de mi, sus manos apretaron mis muñecas hasta hacerme doler y se arqueó, manteniendo su pija en lo más profundo un largo instante. Luego la retiró de golpe y volvió a introducirla de la misma forma dos o tres veces más, para terminar derrumbándose sobre mi, traspirando exhausto.

(Continuará…)

60 Lecturas/8 agosto, 2025/0 Comentarios/por ozkar55
Etiquetas: chofer, culo, gays, hermana, mayor, orgasmo, pija
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