La vida en el campo VII
El sacerdote gay.
Existen seres humanos en este mundo con un carisma tal, que casi cualquiera puede caer rendido a sus pies, cuando además su lengua es capaz de endulzarte el oído, pueden doblegar tu voluntad a placer.
Así era el sacerdote, un atractivo hombre de apenas 1.64 de estatura que ocultaba un atlético cuerpo bajo el hábito.
Con sus ojos color miel, voz suave y serena, facciones masculinas pero suaves, ese hombre renovó el fervor religioso entre los feligreses de la región que se abarrotaban en la iglesia para poder escucharlo.
Tanto era su poder de convicción que fue necesario remodelar la plaza, calles, negocios aledaños y la iglesia misma para poder albergar a todos los creyentes.
Cómo decía, el carisma, belleza y labia de este hombre eran capaces de doblegar a cualquiera… Que quisiera escucharlo.
Para alguien no creyente como yo, concentrado en los negocios y encima apático, fue él quien se doblegó, sobre todo porque estabamos en el mismo barco.
Cuando nos conocimos fue también la primera vez que negociamos, acostumbrado a hablar mucho y obtener lo que quería, guardó silencio después de su discurso de 10 minutos pues se dió cuenta que toda su discurso caía en oídos sordos.
Arrodillado frente a mi, el santo hombre me dió una de las mejores mamadas de mi vida, sin necesidad de usar las manos recibí una deliciosa, húmeda y muy ruidosa mamada de verga, huevos, perineo y culo.
La afilada lengua del sacerdote no solo servía para hablar, también sabía usarla para complacer a sus amantes, todos ellos hombres que le llenaban su recto de semen o chiquillos a los que enseñana a mamar verga.
Debo decir que ningún niño o niña supo nunca mamar verga con el talento y ahínco del sacerdote, lo suyo era devoción pura al miembro viril masculino.
Al ser un hombre de mundo mi falo no era ni de lejos el mas grande que se había comido, no obstante, con el tiempo se encariño tanto con el que hasta un capricho se volvió.
Entre mamada y bocanada de aire el hombre me narró todo su negocio, gustos y vida.
Veran, el sacerdote respetaba hasta el último centavo de los diezmos y limosnas, aún así, estaba forrado en dinero, lo sabré yo que terminé heredando todo.
Me explico después de haber masajeado mi pene con la garganta y lengua por 4 largos minutos a la ves que succionaba, juro que sentía como mi alma luchaba por aferrarse a mi cuerpo.
El poder de succión y fuerza prensil del fondo de su boca era tal que más de una vez venció mi resistencia reclamando el nectarmasculino que deglutaba sin rechistar.
Pero les contaba que mediante la «localización» de niños y niñas de padres de bajos recursos o hijos no deseados el hombre amasó una increíble fortuna, claro, primero disfrutaba de los menores o invitaba a sus amigos a disfrutar de las nenas, cuando sacaban todo el provecho de los menores, el hombre se aseguraba que el niño terminará en una casa donde le dieran el amor, atención, y, no les voy a mentir, en algunos casos, el sexo suficiente, algunos de esos niños se volvían viciosos adictos al sexo.
Cómo he dicho antes, no me considero homosexual, bisexual tal vez, pero me jacto de nunca haber recibido verga por mi boca, mucho menos por mi ano, a diferencia del sacerdote que gemía de placer cuando profana a sus carnes y hacia mío ese culo para nada estrecho pero que controlaba con maestría.
Si su boca era como una serpiente devorando su presa, su ano era un tornado que succionaba de tal forma que parecía tener vida.
Traspasar la barrera de su esfinter no era ningún problema, podía usar toda la violencia que quisiera y él feliz de la vida gemía, resoplaba, pujaba o jadeaba de placer sin oponer resistencia alguna, al contrario más control y presión ejercia en su recto para un mayor placer y satisfacción de su amante de turno.
En fin, no todos los chicos terminaban en el hogar correcto, los menos desafortunados, los más feos, terminaban en mis tierras hasta conseguir su propio espacio, en mi pequeño paraíso se han formado un puñado de familias que han sido utilizadas para darle placer al amo, todo a cambio de un lugar donde vivir hasta poder buscarse su propia casa.
De ese primer encuentro supe que al sacerdote no le gustan las vaginas, las encuentra desagradables, sin embargo, los culitos tiernos, sin importar el sexo, lo vuelven loco al grado de transformarlo, dejando de ser un pasivo come vergas a todo un semental come culitos.
Esa primera tarde me tomé una pastilla azúl, ¿Por qué? Sería la primera vez que estaba con un hombre a solas y no sabía si mi pene reaccionaria, el resultado fue una cojida salvaje que duró poco más de una hora, el pobre sacerdote regresó a su iglesia con el culo abierto como hacía años nadie se lo dejaba, el semen escurrió debido a la incontinencia que le duró un par de horas antes de recuperar el control de su esfinter.
Rostro en el frío piso, hábito enroscado en la cintura, calzones en las rodillas, manos en la espalda separando sus nalgas para mostrar su marrón esfinter.
En esa pose podría jurar que tenía el trasero de una mujer, firme, trabajado con horas de ejercicio, redondo, parado, si no fuera por sus testículos que colgaban en su entrepierna, uno juraría que te estás cojiendo a una mujer.
Lo más llamativo era ver sus nalgas, piernas y genitales depilados, siempre me causó una sensación chistosa el contacto de nuestros testiculos que chocaban víctimas de la fuerza impresa en mis empujes.
En más de una ocasión mi favorita nos sorprendió, siempre sonreía ante la dantesca imagen del segundo hombre que le rompió el culito sometido por su nuevo amo.
Exahusto, el hombre me pidió clementencia, llene su recto con abundante esperma caliente que, en sus propias palabras, le reconfortó el alma.
Aceptó compartir a todos los nenes que pasaran por sus manos, a cambio, me pedía este tipo de sexo 2 veces por semana, resignado a mi poca disponibilidad a negociar aceptó ser poseído 1 vez al mes.
Hasta antes de mi se dió el lujo de desvirgar analmente a todos los niños y niñas que pasaban por sus manos, con el tiempo me cedió ese honor a mí, eso y otras tantas cosas con tal de sentir mi hombría en su recto, con el tiempo aceptó que 1 vez al mes era más que suficiente, pues según él, yo soy uno de esos machos seguros de si mismos, tan seguros, que no tenemos problema con reventar un culito de hombre y dudar de nuestra sexualidad.
Esa clase de hombre no respeta, no pide, simplemente toma lo que quiere sin preocuparse por su pareja, y eso a el lo volvía loco, mi energía masculina.
Para mí todo eso eran patrañas, yo solo quería cojer, meter mi verga en algún agujero, y si el agujero a la mano era hombre, pues da lo mismo.
Agradecido por la salvaje montada, el pobre hombre regresó a su iglesia caminando con el culo roto, escurriendo semen, pero eso sí, feliz y satisfecho.
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