La vida… es la vida. No te asustes
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Petruspe.
Nací en el seno de una familia humilde donde el verbo a conjugar siempre fue “compartir”
Fui el primero de cinco hijos. Después de mi nacieron dos mujercitas y dos varones… Nos llevamos un año de uno al otro.
Cuando yo nací, mi padre tenía 18 años y mi madre 15. Ella solo cumplió 20 porque murió en el parto del quinto hijo.
Entonces mi padre había cumplido 23.
El era alto y mi madre bajita.
Ella era morocha y mi padre rubio.
El trabajaba como “contratista” en una finca que en verano concentraba a muchos trabajadores “golondrinas”, tucumanos, riojanos y salteños en su gran mayoría que venían a la vendimia de la uva; en invierno-primavera a la cosecha de la cebolla y el ajo.
Mi padre no quiso que nos separaran cuando mi madre murió. Nos crió “a lo macho” según decía el cuando los sábado en la noche se emborrachaba en un bar cercano.
Fui el primero en ir a la escuela que quedaba como a tres kilómetros de la finca. Desde el segundo día me iba solito y volvía solito. Para el segundo grado ya iba de la mano con María y para el tercero ya era responsable de Lucía. Cuando llegué a cuarto grado me convertí en guía de ellas dos y también de Cachito y cuando llegué a quinto lo incorporamos al Negrito. Para entonces ya tenía más años y sabía un montón de cosas de “los grandes” aprendidas de los otros chicos.
Uno de ellos me cambió la vida cuando contó que un primo de él, que estaba casado, le había mostrado “la pichula que era grandota, tenía pelos y le salía leche” y lo había hecho tocar la mazorca…
Me quedé anonadado. Y desde ese momento con la idea fija de saber si era cierto lo que contaba el chico. El primo le había dicho que todos los hombres adultos tenían la cosa más o menos igual. Unos más grandes, otros más chicas. Algunas más gordas, otras más flacas. Pero todas peludas por igual y con leche. “Una leche que daba vida”. Además esa leche se podía tomar si uno chupaba la pichula,
Desde ese momento comencé a espiar a los más grandes. Sobre todo cuando se bañaban en el canal que pasaba junto a la finca porque al río que pasaba cerca de los fondos, mi viejo no me dejaba ir.
Ese verano fue caluroso por demás y en el descanso del medio día los vendimiadores se iban al canal a bañarse. Los hombres se alejaban un poco porque acostumbraban bañarse desnudos.
Ese día yo era el único chico que estaba con ellos y no se fueron muy lejos. Un tucumano dijo que ya era hora que yo viera algo de la vida y se desnudó y se tiró al agua. Mamita mía, ver esa pichula me alteró la vida. Confirmé que de verdad tenía pelos, que era enorme junto con los huevos.
Un porteño lo imitó y ví que la suya era diferente en color, tamaño y pelos. Ese día nunca lo puedo olvidar. Vi cinco o seis hombres desnudos que nunca olvidé. Hasta hoy.
En la tarde muchos se fueron porque era sábado y volverían el lunes a primera hora.
Decían que se iban a “buscar donde ponerla” o “por lo menos a que me la chupen”
Como de costumbre mi padre fue al bar pero esta noche a comprar una damajuana porque con unos tucumanos harían un asado que comerían en casa.
Se hizo el asado, lo comimos y mientras los hombres consumían el vino yo acosté a mis hermanos y me quedé a esperar a mi padre que esa noche parecía estar mas borracho que nunca..
Poco a poco los hombres se fueron a sus “ranchos” y yo ayudé a mi papá a llegar a su cama previo paso por el parral “para echarse una meadita”
A la luz de la luna “ví”, por primera vez, la cosa de mi padre.
Hoy la recuerdo y me siento orgulloso de haber nacido de esa herramienta. Papá, te sigo amando.
Desde ese momento mi objetivo fue conocer todo lo de mi padre.
Luego de la visita al parral lo guié hasta su cama y lo ayudé a desvestirse. Siguiendo un impulso junto al pantalón bajé también el calzoncillo..
Recuerdo que mi padre estaba parado junto a su cama y se dejó hacer con naturalidad. Levantó cada pié a su tiempo y se tendió desnudo en la cama “grande”.
No podía creer que todo “eso” pudiera tenerlo mi padre.
Tan pronto como se tendió en la cama se durmió. La curiosidad mata al hombre, dicen y no me pude contener. Lo acaricié de manera inexperta y casi con rudeza y a pesar de ello la pichula se encabritó y se puso enorme, dura y palpitante.
Sin dudarlo pero sin saber por qué la llevé a mi boca y la chupé con torpeza. No se cuánto tiempo estuve haciéndolo pero si se que me sentí muy feliz cuando de esa enorme cabezota comenzó a salir a borbotones la leche de mi padre que no se por qué razón me bebí con desesperación.
Han pasado tantos años de aquel momento que debió borrarse de mi mente ese recuerdo. Por el contrario sigue tan nítido, está tan presente siempre que creo estar viviéndolo ahora mismo.
El semen tibio y espeso fluía de manera abundante y yo lo bebía con glotonería.
Al día siguiente y con mucho temor de mi parte esperé la reacción de mi padre pero este no dijo nada. No comentó nada.
La semana transcurrió sin cosas distintas hasta el sábado.
En el medio día pocos vinieron a bañarse. Algunos tenían apuro por irse a la ciudad y aprovechar así la tarde libre.
Entre los que vinieron al canal a bañarse estaban tres tucumanos, un correntino, dos riojanos, el porteño y dos o tres lugareños. Tras la comida alguien fue al almacén a comprar una damajuana de 10 que metieron en el agua y sujetaban con una soga. Se bañaban y bebían. Todos estaban desnudos. De los diez hombres se destacaban cinco como poseedores de miembros grandes. Un tucumano llamado Rubén, Cándido el correntino, un riojano al que llamaban Turco, el Porteño y un gringuito de la zona. El Porteño se mostraba esa tarde de manera llamativa y atrajo mi mirada.
Esa noche no hubo asado pero sí mi papá fue al bar junto a varios vendimiadores.
Después de acostar a mis hermanos me quedé sentado en la galería típica de las casas de campo a esperar a mi papá. Hoy esperaba poder saborear aquel manjar exquisito que probé de su entrepierna.
Todavía era temprano, más o menos como las nueve de la noche en el campo, cuando frente a la casa pasaba el porteño rumbo al bar. Se detuvo y me saludó. Las preguntas de costumbre y…
-¿Donde esta tu viejo, Pablo?…
_ Se fue al bar hace un ratito nomás…
-Entonces se va a demorar un poco…
-Sí. Seguro…
Siguió una charla trivial hasta que me preguntó.
-Hoy cuando estábamos todos en el canal me di cuenta que me mirabas la chota con mucha atención ¿Te puedo preguntar algo?
-Pregunte, nomás
-¿Te gusta?
-¿Que cosa? Don…
-Te pregunté si te gusta la chota. Por la forma en que me la mirabas me parece que sí
-Miraba que tiene muchos pelos y que la tiene grandota, nada más.
El porteño se sonreía cuando dijo…
-Me parece que a vos te gusta la poronga…
Nos quedamos en silencio y no se por qué pregunté
– ¿A usted también le sale leche de la pichula?
-Claro. Y me sale mucha. ¿Querés ver?
– Bueno pero ¿Cómo?…
-Es fácil. Yo me siento aquí en la hamaca y vos te ponés a mamarla y vas a ver como sale mi leche que es muy espesa. ¿Querés?
-Bueno.
Cambiamos de lugar y el se sentó en la hamaca que yo ocupaba hasta ese momento previo a bajarse el pantalón y sus interiores. Me dijo que me arrodillara entre sus piernas y me dejo recorrer su enormidad. Exploré aquella herramienta sin descuidar un milímetro y la felé según su guía. Mucho fue el tiempo que lo hice hasta que él me propuso…
-¿Querés chuparla con el culito?
-Bueno – Acepté sin saber como era la cosa porque nadie nunca me dijo qué pasaba cuando un grande te metía la pichula por la cola.
Nos metimos en la cocina y tras bajarme los pantalones me puso de rodillas sobre una silla y con la cola paradita. Primero metió un dedo y luego dos mientras me dejaba tocarlo y besarlo. Cuando llegó al tercero me quitó el juguete y lo puso de punta entre mis nalgas. La hinchada cabezota comenzó a presionar sobre el esfínter hasta que sentí como si una explosión estallara en el centro de mi cabeza y mis carnes crujieron al desgarrarse ante el intruso enorme que la horadaba.
El dolor era inmenso.
No recuerdo haber gritado pero sí haber tratado de escaparme de allí y solo lograr que por mis pujos el animal entrase más en mi cuerpo, tras lo cual el Porteño comenzó un mete y saca violento hasta eyacular.
Sentí la fuerza de las pulsaciones en mi interior mientras el hombre eyaculaba y la necesidad de evacuar de inmediato cuando se desprendió de mi. Salí corriendo fuera de la casa pero no pude llegar a la letrina y me quedé en el camino. Me acerqué hasta el surgente y me lavé con agua fría aliviando en algo el dolor.
Cuando volví a la casa, el porteño ya no estaba y a mi me dolía todo.
Durante la semana siguiente ni me acercaba donde él estaba. Sentía temor de que dijera algo de lo que había sucedido y porque el solo hecho de tirarme un pedito me provocaba tal dolor que sentía vergüenza al recordar lo que me hizo.
Para el sábado siguiente ya no había dolor y volví a la galería a esperar a mi padre. Volvió junto al porteño y tan mamado como aquel. Esperé hasta que el Porteño se fue a su rancho. Lo entré a mi papá a su pieza y lo desnudé como la vez anterior. Luego me quedé junto a él y lo acaricié otra vez hasta que estuvo duro y enorme. Su sexo era más grande que el del porteño.
En un momento mi padre se puso de costado. Me quité el calzoncillo y me puse frente a él de “cucharita”. Solo guié apenas al animal para que con una leve presión sobre mi ano lo abriera suavemente y entrase haciéndose sentir.
Poco a poco entró una parte con un poco de dolor y me quedé quieto un rato hasta que el dolor pasó. Entonces fui empujando de a poquito hacia atrás sin conseguir avanzar más, No sabía que era necesario lubricar la zona en cuestión. Me salí de ahí y lo comencé a chupar despacito hasta que me bebí su leche.
La semana transcurría sin novedades significativa a parte del calor que en enero es abrumador.
Ya había superado mis temores con respecto al porteño y vuelto a ir al canal a la hora de la siesta junto a los que se bañaban.
El día jueves me adelanté a los demás porque mi papá se fue con los patrones a la ciudad y llevó a mis hermanos a casa de su hermana. Yo no fui porque debía quedar en casa a cuidar.
El porteño vino solo y se desnudó para meterse al agua.
La parte donde nos bañábamos quedaba detrás de un gran cañaveral que se extendía por varias cuadras y desde ahí se podía ver sin ser visto o hacer cosas sin ser visto. En el transcurso de las tardes los hombres fueron adecuando el lugar para poder sentarse cuando salían del agua
El porteño se bañaba como si yo no estuviera en el lugar. Entonces pregunté.
-¿Porteño el Tucu y los otros no van ha venir?
-Si. Me dijeron que después de comer.
Me quedé sentado entre las cañas mirando como se bañaba. Su cuerpo era blanco y tanto sus piernas, pelvis, vientre y torso estaban llenos de negros pelos. Tenía espaldas anchas y desde la cintura hasta los tobillos estaba cubierto de pelos. Sobre todo sus nalgas pequeñitas.
El porteño salió del agua y se detuvo, de pié, cerca de mí, mirando hacia la finca. Estaba de frente a mí por lo que pude ver como el falo entraba en erección y se levantaba de a poco. Él me dijo.
-Si querés chuparla dale ahora que no viene nadie.
Se acercó más y yo lo acaricié y comencé a chuparlo.
-Huyyyy qué bien lo hacés..
Al escucharlo me esmeré aún más.
-Pablo, necesito acabar antes que vengan los otros. Dame el culito que te la pongo y acabo más rápido ¿Querés?
-Bueno pero despacito
-Sí, dale. Ponete boca abajo y pará el culo.
Me puse boca abajo y el entre mis piernas. Se escupió en la mano y me untó la rosetita. Volvió a escupir y se pasó por todo el miembro.
-¿Para que te pones escupida, porteño?
-Para que entre más fácil y no te duela el upite. Pará el potito.
Sentí como me pincelaba la rayita y como luego apoyaba la punta en mi poto. Presionó suave y comenzó a entrar y me quejé de dolor pero el continuó hasta alojar todo su órgano en mi cuerpo.
Cuando su peluda pelvis se pegó a mis glúteos inició un suave meneo hasta lograr el orgasmo y eyacular en mi interior. Se salió con suavidad. Yo me metí entre las cañas y él se fue al canal. Escuché la sambullida y más voces de otros vendimiadores que se reían y le hacían bromas al porteño
-Miralo se fue entre las cañas a hacerse la pajita –decía uno y los demás se prendían en la chanza.
-No boludo, cómo me voy a hacer la manuela si anda el negrito de la finca por ahí
-Ah, entonces le colocaste un enema de leche al changuito- dijo otro.
Sentía pudor y como vergüenza cuando salí de entre las cañas para tirarme al agua. Dejaron de hablar del tema pero noté que uno de los mayores me miraba distinto. Era el correntino que estaba solo en la cuadrilla. Se llamaba Cándido. Un poco rubio y de piel blanca aunque curtida por el sol. Tenía bigote más claro que sus cabellos y ojos de color. Siempre que podía tomaba mate con agua fría. Una vez me sonrió mientras estábamos en el canal ese día.
Poco a poco se fueron marchando los vendimiadores. Primero se fue el porteño con dos riojanos. Luego el Tucu y un salteño y quedamos el correntino y yo.
Me gustaba mirarlo a don Cándido porque tenía pelos por todos lados que resaltaban en la blancura de su cuerpo desde la cintura para abajo donde no lo quemaba el sol.
Sus atributos también eran destacados y bastante importantes. Como los de mi papá aunque blanquitos.
Varias veces me sorprendió contemplando esa parte de su anatomía y se sonreía. Cuando se fueron los últimos me preguntó.
-¿Te vas o te quedas, Pablito?
-¿Usted se queda?
-Un ratito más.
-Entonces yo me quedo un ratito más.
Se salió del agua y mientras se secaba al sol se acariciaba el enorme miembro que se ponía morcillón. No podía evitar el mirarle el sexo. Entonces me preguntó
-¿Te gusta, Pablo, lo que tengo aquí? –mientras se acariciaba el miembro y sonreía.
Asentí con la cabeza.
El correntino miró por entre las cañas para cerciorarse que los otros iban hacia la finca y después se sentó junto a mi.
-¿Qué te gusta más?
Levante mis hombres como para decir no se.
-¿Te gusta chuparla?
Asentí
-Por el culito también?
Asentí otra vez.
-Vení, chamigo. ¿Te gustaría mostrarme como haces para chuparla?. Mirá, ya está paradita.
Lo acaricié un poquito y después lo bese todo. Me gustaba y chupé.
-Decime, chamigo ¿El porteño te “culió” recién, no? – Sin sacarme lo que tenía en la boca lo miré asustado- No tengas miedo. No voy a decir nada, chamigo ¿Te “culió”?
Asentí.
-Ahá. Decime te gustaría que yo también te haga cariñitos en el culito? Te la voy a meter suavecito y te gustará mucho. Si él entró, yo también voy a entrar. Vení, chamigo, ponete pa` culiar.
Me puse boca abajo y el correntino puso saliva en mi ano y alrededor de su sexo y entró con suavidad la totalidad de su miembro en mi dilatado ano. Por su tamaño el dolor fue inevitable y traté de safarme pero él me hablaba despacio y me acariciaba las nalgas. Fue muy suave la manera de poseerme e incluso cuando eyaculó solo me apretó muy fuerte contra su cuerpo. Se quedó dentro mío y yo sentí todo el tiempo su miembro duro y caliente. Al rato volvió a menearse otra vez, durante mucho tiempo, sacando casi todo el miembro para empujarlo después en su totalidad hasta eyacular de nuevo.
Después se lavó en el canal y esperó hasta que yo me lavé y nos vestimos para volver a la finca.
Mi padre volvió solo cerca de la hora de la comida y ahí comenzó otra parte de la historia.
Al parecer había bebido demasiado en casa de la hermana y su cuñado lo trajo hasta la finca. Trató de que se acostara pero no lo logró y mi papá se quedó sentado en la hamaca que estaba en la galería. El cuñado se marchó
Me pidió le diera vino. Le serví de la damajuana en un jarro de medio litro y me quedé cerca suyo.
Cuando cerró la noche se levantó tambaleando y fue hasta el costado de la casa y allí orinó. Luego volvió hacia la casa y entró hasta el dormitorio.
Lo seguí.
Se quedó parado junto a la cama como esperando. Me acerqué y en silencio comencé a desabrochar el cinturón. Le baje el pantalón y el calzoncillo juntos. Ayudó levantando los pies para que pudiera quitárselos. Luego se sentó en el borde de la cama y pude quitarle la camisa. Después se tendió en la cama.
Ante mí estaba tendido mi padre.
Desnudo.
Las piernas separadas y entre ellas el pene y testículos más hermosos que en mi vida vi. Su piel blanca se diferenciaba en las manos hasta las muñecas y en el cuello y cabeza del resto del cuerpo que siempre estaba protegido del sol. Destacaba su vello rubio, abundante en algunas zonas. Lo contemple largo rato. Era un espectáculo que no siempre podía apreciar. Luego tendí mi mano y acaricié el peludo vientre paterno. Me entretuve en su pelvis donde la abundancia del suave vello provocaba una caricia prolongada. Pasé mi mano en suave arrumaco a lo largo del grueso miembro y busque la bolsa manejable y deslizante de los testículos (En este momento me gusta más pensarlos como lo que eran, un hermoso, gordos y peludos par de huevos de hombre) que apenas podía contener en mi mano. Después levanté el gordo miembro dormido y deposité un beso en la enorme cabeza descapullada. Era tremendamente largo. No se por qué mi padre tenía esa particularidad en su miembro, todo el prepucio se desplazaba solo hacia atrás dejando la portentosa cabeza liberada. Besé todo el miembro para luego, mientras acariciaba los huevos, meterlo en mi boca para comenzar a succionarlo. Enseguida se desplegó todo y endureció que ya no pude contenerlo en mi boca. Mi papá se volvió de costado y pude ver sus nalgas pobladas de pelos rubios, sobre todo en la separación de los glúteos donde eran más abundantes y largos. En su espalda también había muchos pelos, desde la cintura hasta los hombros.
Me desnudé y me subí a la cama buscando ponerme en cucharita con él. Mi corazón latía con fuerza y lo sentía en mis oídos. Mi boca estaba seca.
Con mi mano busque entre los dos cuerpos el miembro y lo orienté hacia la entrada de mi agujerito. Lo sentí muy mojado y pensé que era ese juguito que le salía al porteño. Me lo pasé a lo largo de la rayita y puse además saliva, después lo apoyé en la puerta del potito.
Presioné con suavidad y, con bastante dolor, sentí que entraba en mi cuerpo. Dejé de presionar buscando que el agujerito se acostumbrara al intruso y también dejar que mi corazón se calmara un poco. Cuando lo logré, volví a recular buscando que entrara otro poquito. Lo estaba logrando cuando siento que mi papá se mueve como si estuviera soñando y se vuelve hacia mi lado. Subiendo una pierna sobre mí, hace que me ponga casi boca abajo y todo su miembro se hunde en mi ano hasta donde no había llegado nadie todavía. Fue tan grande el dolor que busqué escaparme a los manotazos. El cuerpo de mi papá era muy pesado y la presión que ejercía en mi ano empujando su miembro enorme, me desesperó. De verdad el dolor era inmenso. Tenía la impresión de que me partiría el cuerpo. Desesperado grité cuando mi papá inició un fuerte meneo que me quitó la respiración. Hasta creo haber golpeado su pierna.
Sentí que la mano de mi padre me agarraba de los pelos y a él gritándome a la vez que me golpeaba.
El dolor del culito desapareció como por arte de magia. Me golpeaba con fuerza y me gritaba cosas. Recuerdo estar tirado en el piso y ver a mi padre desnudo pateándome hasta que por milagro me desmayé.
Cuando desperté estaba en la cama. Sentía que mi cuerpo estaba desmembrado. Noté que el dolor estaba solo en mi cuerpo, nalgas, piernas y brazos. No en mi cara. Mi padre me trajo agua. Solo dijo.
-No quiero que salgas afuera. Después vamos a hablar.
Cuando salió, fui hasta la cocina y me di cuenta que ya era media mañana y todos estaban trabajando.
A pesar del dolor sentí hambre y me hice un mate cocido que me recompuso bastante.
Cuando mi papá volvió de trabajar, en silencio, preparó un bolsito con algunas prendas mías y me dijo que lo acompañara. En la vieja camioneta de la finca me llevó hasta la casa de un hermano suyo. Hablaron los dos a solas y antes de marcharse me dijo.
-Te vas a quedar con tu tío Lochi por un tiempo. Hacele caso a lo que él te diga- Subió a la camioneta y se marchó. Nunca más lo volví a ver sino hasta quince años después y él no me reconoció.
Cuando lo vi marcharse mi corazón se partió en millones de pedacitos que mancharon de rojo mi mundo hasta entonces dorado.
Así, sin explicarme nada, sin tan solo el beso del adiós, mi papá me dejó para siempre.
El tío Lochi era parecido en las facciones a mi papá aunque de cuerpo más robusto y desarrollado. En su carácter parecía más afectuoso, amable y hasta cariñoso que mi padre. Pero era la apariencia. Yo no lo conocía
Un par de horas después de haberme encontrado con mi tío, partíamos en su camioneta hacia un pueblito distante hoy unos doscientos kilómetros de donde salíamos. Camino a un famoso Valle lleno de tesoros arqueológicos considerado patrimonio de la humanidad.
La finca donde íbamos quedaba hacia las afueras del pueblito, al pie de un cerro, a unos dos kilómetros de la ruta que, a su vez, era la calle principal del lugar. Caía la tarde cuando llegamos y al apagarse el motor y bajar de la camioneta sentí en mi piel una sensación que no puedo definir, aún cuando han pasado tantos años. En el ocaso del día el campo me hacia sentir su inmensidad.
La finca tenia una vivienda dividida en tres cuerpos. En un lugar había una casita con un dormitorio, cocina comedor y un baño, en otro distante unos diez metros había otra construcción con cuatro habitaciones en chorizo con una galería y más alejada, hacia el cerro, otra casita con dormitorio, cocina, comedor y baño. Por su ubicación privilegiada desde esta casita se podía ver el camino de ingreso a la finca y a quien llegara.
En el resto del predio había corrales con vacas, cabras, animales de monta y plantación de cidra, lima y otros.
Muy pronto se hizo la noche. Como mi tío no quería cocinar fuimos en la camioneta de él hasta un barcito del pueblo y compró pan, algo de fiambre, tabaco y no se que otras cosas.
Volvimos a la finca después que el charlara un rato con sus amigos y con el milico del puesto policial que venía y estaba 15 días corridos hasta que llegaba el reemplazo, según me comentaba el tío Lochi.
Comimos parte del fiambre y el pan y bebió mi tío un poco de vino. Nos quedamos un rato largo en silencio hasta que él me preguntó
-¿Qué le hiciste a tu padre que estaba tan enojado? – Como yo dudaba en contestar agregó- Nunca lo vi tan enojado. No quiere sa… Quiere que te quedes un tiempo conmigo aquí en el campo. ¿Qué pasó, Pablito?… Contame que yo no me voy a enojar como tu padre…
Sin mirarlo comencé a hablar
-Se enojó porque yo le toqué la pichula…
-¿Por eso nada más?… Es un huevón, cómo se va ha enojar por eso. ¿Cómo fue?
-Mi papá estaba durmiendo desnudo y yo me acosté con él y le toqué la pichula…
-¿Nada más?
-No tío. Se le puso dura y grandota y yo se la chupé un poquito…
Se quedó en silencio mirándome. Después dijo
-Mirá chiquitín, me voy a dar una ducha porque estoy todo sudado, después te bañas vos y si quieres seguimos charlando un rato antes de dormir. Vamos
Me pareció ver que tenía más destacado el bulto de la entrepierna.
Nos fuimos hasta la otra casita que el prefería como dormitorio y se metió al baño donde se demoró un rato.
Me quedé mirando por el enorme ventanal que tenía el dormitorio de la casita. Recuerdo que pensaba en lo que había vivido esos días con el porteño y don Cándido y también en lo que pasó con mi papá, en el dolor enorme que me produjo su pene al entrar de esa manera en mi cuerpo, en sus patadas. Todo era una mezcla de recuerdos. La suave ternura de don Cándido y la torpe violencia del porteño…
Mi tío salió del baño y lo percibí recién cuando dándome una palmada en la cola me dijo mientras me entregaba una toalla grande.
-Vamos, bicho. Andá pegate una duchita mientras yo busco algo en la despensa.
Mi tío salió del cuarto envuelto en un toallón. Era muy parecido a mi papá en su andar y en lo peludo del cuerpo.
Cuando salí de la ducha, él estaba tendido en la cama vistiendo un calzoncillo celeste de esos que se prendían con un botón, fumando.
-Vení, subite a la cama, Pablito.
Al subir a la cama vi que tenía un vaso y bebía algo.
-Tomá un traguito. Es una bebida muy suave que se prepara en el pueblo con chinchil y te va a calmar después de un día tan agitado. Le puse un poco de jarabe de tuna.
Probé y me gustó por lo que bebí un trago. Se volvió un poco hacia mi lado y acomodó la almohada para mirarme. Su pierna derecha estaba un poco recogida y la izquierda levantada con el pié apoyado en el colchón. Esa postura obligaba la apertura permanente de la amplia bragueta del calzoncillo por la que se podía ver una maraña de vellos dorados y parte de los genitales.
-Dale chiquitín, seguí contándome lo que pasó. Dijiste que le chupaste la pichula a tu papá y se enojó
-Sí.
-Pero qué, ¿Vos lo mordiste?
-No tío, no lo mordí
– ¿Qué pasó entonces?
Volví a beber otro trago de ese líquido que estaba en el vaso que me hacia sentir como liberado de todo y hasta estaba como excitado. Entonces conté
-Cuando yo le estaba chupando la pichula, mi papá se puso de costado y yo subí a la cama, desnudo y me metí la pichula en el poto. Había entrado un poco y mi papá, como estaba dormido, sin darse cuenta empujó y me la metió toda. Me dolió tanto que yo quería sacarme la pichula del poto y fue cuando el se despertó y me pegó. Después me trajo con usted.
Lo dije todo de un tirón. Para hacerlo había cerrado los ojos y al abrirlos vi que mi tío trataba de acomodar el miembro que se le había desplegado en todo su largo y ancho. Me acarició la cabeza y tras un largo silencio dijo
-Qué loco que sos. Decime una cosa, Pablito ¿Te gusta chupar pichulas?
Asentí con un movimiento de cabeza.
-¿Una sola vez se la chupaste a tu viejo?
-No, tío. Otras veces también.
Miré que por la bragueta abierta del calzoncillo comenzaba a asomarle la cabeza del pene. Parecía un hongo gigante que abría una boca pequeña muy rosada
-Mirá como se me ha puesto a mi – Dijo mientras se abría el calzoncillo mostrando un pene duro y enorme- Vení, Pablito.
-No tío.
-¿No decís que te gusta la pichula?
-Tengo miedo que me pegue, tío
-Acá nadie te va ha pegar. Vení… ¿Así la tiene tu papá?
-No, tío. Usted la tiene más gorda.
-Dale. Vení chupá, mostrame como lo haces, mostrame como le hacías a tu papá
Se quitó el calzoncillo y acomodó la almohada contra el respaldo de la cama quedando semi sentado, con las piernas separadas. Allí, entre las piernas, me tendí boca abajo y tomé su miembro con mis manos y lo llevé a mi boca. Lo tenía más gordo que mi papá, con una cabeza muy ancha y algo más largo. Los testículos gordos estaban en una bolsa muy peluda y larga. Entendí porqué a mi tío le decían “Gringo huevos largos”. Le chupé un largo rato
Cuando me pidió la cola accedí aunque tenía miedo por lo de mi papá pero mi tío me prometió.
-Si te hago doler mucho, la saco.
-No me meta todo, tío
-No. Hoy vamos a meter hasta donde aguantes pero estoy seguro que vas a poder, en unos días, sentarte bien en el tronco- Tocando la roseta dijo- Este upite se va a comer todo lo que yo le dé.
Me tendió boca abajo, con mi pelvis sobre la almohada puesta en la mitad de la cama. Mis piernas estaban bien separadas y colocándose mi tío entre ellas ubicó con facilidad mi agujerito ansioso. Por su glande salía abundante líquido con el que me untó el ano y alrededores.
-Hace fuerza como para tirarte un pedito, dale – Me pidió
Lo hice y con una suave pero firme presión de su parte entró la enorme cabeza. Me dolió.
-Huy, tío
-Ya está, ya está, papito.
Se quedó quieto como esperando que mi agujerito se acostumbrara a su tamaño mientras me acariciaba y elogiaba la cola.
-Huy, chiquito. Que culito más lindo que tiene mi amor. Otra fuercita papi, mirá que hermoso pedazo te estoy metiendo.
De esa manera fue entrando en mi cuerpo, provocando mil sensaciones aunque también dolor. El placer vendría mucho después para mí, con el paso de los años.
Con suavidad me poseyó esa noche dos veces, lo repitió a la mañana y también a la siesta. Esto ocurrió a lo largo de la semana hasta la noche del sábado en que me dijo.
-Pablín, vos sabes que yo vengo a la finca durante una semana por medio porque tengo que hacer cosas en mi casa. Aquí ya conoces a la gente que trabaja y a la señora que hace la comida y limpia. Yo me voy mañana a la mañana y vos te vas ha quedar a cargo de todo por una semana. ¿Sabés? Te vas a quedar solito.
-Tío ¿A la noche también?
-No. A la noche va a venir a quedarse el Miguel, un muchacho que baja de la sierra. Va a dormir acá en la cocina grande. No lo dejes que se vaya al bar del pueblo por las noches porque le gusta emborracharse. El otro domingo vuelvo.
-Si, tío.
Esa noche me brindó una despedida especial dejando que bebiera del surgente tal como lo había hecho antes con mi papá, ese manjar exquisito que era su savia espesa y tibia. Me mostró que era verdad que me sentaría en el tronco, la base de su pene con el miembro metido hasta la raíz en solo una semana.
Al decir esto me acuerdo de aquel compañero de la escuela a quien el primo mayor le había mostrado “la mazorca” y la “leche que da la vida”. Ojala no haya vivido lo que yo. Recuerdo haberle preguntado si él había probado “la leche que da la vida” y me contestó que sí aunque de inmediato lo negó.
Otro día volvimos a tocar el tema y yo le comenté:
-Yo quiero tomar.
-Es rica, la de mi primo –Me dijo
Yo no lo miré y sólo agregué
-Pero debe ser feo chupar la pichula.
-La primera vez que la tocas. Cuando la probás…
Al día siguiente muy temprano, mi tío partió. Era domingo y no venía nadie a la finca a trabajar. Había cuatro vacas lecheras que a media mañana ordeñaria un peón. Cuando vino fui con él y me mostró como se hacia. Agarré una teta de la ubre vacuna pero no salía nada.
-Así no. Tiene que ser fuerte el apretón y tire suave para abajo.
Hice lo que me enseñara y salió leche.
-Parece una pichula – Dije y él peón se rió
-¿Se imagina si nos ordeñaran a nosotros así? Nos llegaría la chota al piso – Se reía a carcajadas.
-No. Es mejor con la boca –Dije
El hombre se calló e hizo su trabajo. Cada tanto me miraba de reojo. Terminado el trabajo se marchó. Al otro día harían queso con la leche.
Como a las seis de la tarde llegó Miguel…
Es una linda historia.
Cumplidor el hombre, llegó esa tarde cuando ya casi todos se habían marchado. La señora de la limpieza me dejó la comida casi hecha y se marchó junto a su marido, el hombre que ordeñó a las vacas.
El muchacho, de unos 27 años, se alegró cuando supo que yo me quedaba con él en la finca
-De noche esto es muy aburrido- Dijo- Y si el barcito está cerrado, pior, mire niño.
La cara y las manos estaban curtidas por el sol de las sierras. Me pidió permiso para bañarse y lo vi que en vez de entrar al baño se encaminó para el arroyito que pasa junto a los corrales.
-No quiere bañarse, niño? A esta hora el agua esta hermosa, vengase si quiere.
Lo seguí hasta una pequeña barranca por donde bajamos hasta el agua que corría por entre las piedras. Había como un remanso donde el agua era más profunda. Como hasta la altura de las rodillas. Con total naturalidad Miguel se quitó la camisa dejando ver un torso hecho a fuerza de trabajo y cubierto de denso vello negro.
Después fueron las bombachas gauchas que puso sobre las piedras y finalmente sobre ellas, quedaron los calzoncillos bastantes gastados y mal lavados. Podía ver su espalda y nalgas perfectas, tan bellas como son esas partes del cuerpo de un hombre joven, Abundante cantidad de vellos cubrían sus glúteos pequeños y sus gruesas piernas. Se introdujo en el agua fresca y volviéndose hacia mí me invitó
-Venga, niño. El agua está linda, venga.
Más que el atractivo del agua linda fue su frente hermoso el que me hizo desnudar y meterme al arroyito. Estaba tan bien equipado como el tío Lochi, con la diferencia de que este hombre era morocho. Jugaba en el agua como cualquier chico y nos hacíamos apuestas para ver quien hacia sapitos con una piedra y cosas así. Siempre me ganaba él. Yo no podía controlar a mis ojos que buscaban mirarle el sexo todo el tiempo.
Al caer el sol nos salimos del agua y nos volvimos a la casa, mojados y desnudos. Estábamos solos en medio del campo con la casa más cercana a 15 cuadras. En la casa nos pusimos calzoncillos, nada más.
Mientras comíamos la cena noté que con los ojos buscaba algo. Por fin preguntó.
-No habrá un vinito por ahí?
Recordé lo que dijo mi tío: “No dejes que se vaya al bar a ponerse en pedo”
-En la despensa hay…
-Vaya, niño. Tráigase una botellita – Me dijo con una mirada cómplice.
-No. Vamos los dos porque me da miedo la oscuridad –Dije
Fuimos hasta la despensa y sacamos una damajuanita de vino que trajimos a la cocina. A la hora, mas o menos, miguel ya estaba bastante entonado, camino a la borrachera.
-Niño, le molestaría que tome un poquito más? – Pregunto con cara sonriente
-Tomá todo lo que quieras.
-Avise cuando quiera ir a acostarse ¿Sabe?
-Tengo miedo a la oscuridad. No quiero dormir solo, Miguel
-Bueno pué. Quédese acá y dormimos juntos. Total
-Pero no le digas al tío Lochi.
-No se haga problema niño. Yo no cuento nada a nadie.
Casi una hora después nos acostamos en la camita estrecha que había en la cocina. Los dos estábamos en calzoncillos. Unos minutos después comenzó a roncar. Esto me dio tranquilidad y confianza. Me senté en la cama y comencé a palpar el calzoncillo hasta encontrar la abertura de la bragueta y el botón que lo sostenía. Lo abrí y comencé ha tocar esa belleza que había visto en la tarde. No tardé mucho en llevarlo a mi boca y comenzar a succionarlo hasta lograr su plena erección. No me había equivocado. Tenía el mismo tamaño que el del tío Lochi. En el entusiasmo de lo que hacía no me di cuenta cuando dejó de roncar y me sorprendió al decir
-Huy, niño. Ya me sale la leche.
Asustado solté mi presa y eso evitó que eyaculara
-Siga niñito mío, siga que me gusta mucho lo que me hace.
-¿No estás enojado Miguel?
No niño. Por favor ¿Por qué me tengo que enojar si me hace algo tan lindo? Siga, dele.
-Si me prometes que no le vas a contar a mi tío sigo.
-No niño. Yo no le cuento nada a nadie. Siga que me gusta lo que me hace en la verga. Nunca me lo hicieron a eso. Sea buenito ¿Quiere?
Volví a lamer primero el pene duro y después chupé cuanto pude. Cuando sentía que comenzaba a temblar y se tensaba, dejaba de hacerlo. Hasta que decidí que quería ser penetrado por Miguel. Me puse de costado junto a él y le ofrecí la cola sin decir palabras. Solo evidencié que me ponía saliva en la roseta
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