Las miserias de la guerra
En la última parte de la II Guerra Mundial, los niños alemanes defendieron Berlín. Un joven soldado ruso captura a uno de ellos..
Me había incorporado al regimiento cuando ya la guerra llegaba a su fin. Yo tenía 17 años y mi entrenamiento había sido acelerado e incompleto.
Era el más joven de mi batallón y debíamos acercarnos a uno de los puentes de acceso a Berlín. Aunque la victoria era segura, sabíamos que los nazis iban a resistir hasta el final.
El sargento Dimitri me hizo señas para que me acercara a su posición.
-Huelo una trampa, recluta. Vigile bien el otro lado del puente- me dijo, alcanzándome unos binoculares.
Debíamos despejar el puente para que la columna de tanques pudiera entrar sin riesgos a Berlín.
Observé con detenimiento el otro lado. Había unas barricadas improvisadas, pero no parecía haber nadie allí. Tal vez las tropas enemigas se habían replegado. Seguí vigilando. Nubes de humo dificultaban la visión.
Fue entonces cuando lo vi: era un soldado alemán… pero no era más que un niño. Fue solo un instante, porque inmediatamente desapareció.
– ¿Viste algo, recluta?
– Creo que sí… pero no estoy seguro, señor… parecía un niño disfrazado de soldado.
– Has visto perfectamente. Los alemanes ya se han quedado sin soldados y mandan a sus crías a pelear.
– ¿Podemos hacer que se rinda?
– ¿Qué te pasa?
– Es solo un chico, señor.
– ¡Un cachorro de hiena! No se va a rendir, hay que eliminarlo.
La patrulla de francotiradores llegó. Nuestra columna de tanques ya estaba a menos de cien metros, el suelo vibraba con su traqueteo. El jefe les informó: – Al menos hay uno del otro lado. Un bastardo de las juventudes hitlerianas.
– Entonces debe haber varios – dijo el francotirador- Nos apostaremos y despejaremos el lugar. Para que los zorritos salgan de su guarida, cuando dé la señal que avance el primer tanque. No hay tiempo que perder.
Los francotiradores se dispersaron.
Apenas había podido ver al niño alemán, pero me imaginé su terror cuando notara que los tanques avanzaban. Yo también estaba asustado.
Con un ruido atronador, el primer tanque enfiló hacia el puente. Tal como había dicho el francotirador, dos chicos alemanes se dejaron ver. Antes de que pudieran disparar, los francotiradores acabaron con ellos.
La columna de tanques avanzó. Entonces otro chico alemán los enfrentó. Antes de caer acribillado, lanzó su proyectil antitanque y alcanzó de lleno la torreta del vehículo, que se salió del camino y se estrelló contra los restos de un edificio. Nuestros soldados saltaron, envueltos en llamas. Gritaban de manera horrible.
La hilera de tanques esquivó al primero, que estaba incendiándose, y avanzó por el puente. Yo iba delante.
Fue entonces que dejé de escuchar las órdenes de mis jefes. Los tanques iban a aplastar a los chicos y eso no podía permitirlo.
En medio de los insultos de mi sargento, aparté los cuerpos del camino del tanque. Los chicos ya estaban muertos, pero eran seres humanos, no basuras. No iba a permitir que los hicieran puré.
– ¿Qué estás haciendo, imbécil?
Fue lo último que dijo, porque otro niño-soldado alemán -que estaba oculto en la maleza- lo derribó de un disparo.
El chico me miró (tenía grandes ojos azules) pero bajó su arma. Me arrojé sobre él. Caímos en un pozo cubierto de malezas.
La fila de tanques siguió su camino, mientras yo inmovilizaba al chico. Aunque detestaba que hubiese matado al sargento, no quería que al niño le hicieran daño.
– ¡Quédate quieto! – le dije en alemán, idioma que había aprendido de mi mamá- ¡No quiero lastimarte!
El chico no se resistió. Temblaba de miedo.
Cuando el último de los tanques cruzó el puente y se hizo el silencio, salimos de nuestro refugio.
El chico se acercó a sus compañeros muertos.
– Gracias por impedir que los tanques los aplastaran –dijo, con los ojos arrasados en lágrimas.
– La guerra es una mierda, amigo. Ojalá hubiera podido evitar que los matasen.
– ¿Y ahora? ¿Qué hacemos? – me preguntó.
Los dos conservábamos nuestras armas.
-No sé- le dije- lo que sea más seguro para ti. Esta guerra ya se acabó.
Asintió con tristeza.
– ¿Qué me van a hacer si me entrego prisionero?
– No sé. Hace poco que estoy en el ejército. ¿No hay algún lugar seguro donde llevarte?
– Lo más lejos posible de Berlín… Pero antes voy a enterrar a mis amigos.
– Te ayudo.
La tierra estaba húmeda por las recientes lluvias. Hicimos una fosa para cada uno con nuestras palas y después nos alejamos.
Caminamos como dos viejos amigos. Me contó que se llamaba Ludwig, que tenía catorce años y era huérfano: su familia había muerto en los bombardeos aliados. Yo le conté que mi madre y mi hermana habían sido violadas y asesinadas por los nazis.
– ¡Eso es horrible! – dijo el chico y se puso a llorar.
– Son las miserias de la guerra, Ludwig –dije, pasándole un brazo sobre los hombros y estrechándolo- Sé que nuestros soldados también han violado a mujeres y a niñas.
Atardecía y pronto se haría de noche. Se escuchaba el ruido de explosiones, el tableteo de las ametralladoras y el cielo se iluminaba con los relámpagos de la destrucción. Llegamos a un bosque e improvisamos un campamento.
Compartimos nuestras raciones, dejando algo para el día siguiente. Estábamos cansados y la temperatura había descendido mucho. Nos acostamos uno junto al otro.
– Voy a pedir a Dios que me perdone por haber matado a tu compañero – dijo Ludwig, muy apenado.
– Me parece que no tenías otra opción. Él te hubiese matado a ti.
– ¿Mataste alguna vez a alguien, Nicky?
– No. Pero en la guerra estas cosas pasan.
Inesperadamente el chico me rogó: – Tengo tanto miedo… ¿Me puedes abrazar?
De pronto, Ludwig se había convertido en mi hermano pequeño. Mientras el chico dormía, yo acariciaba su pelo rubio y pensaba en cómo llegar a un lugar seguro.
Dormimos unas horas, hasta que unas voces nos despertaron.
– Pero ¿Qué es esto? ¿Ahora los niños rusos y alemanes duermen juntos? – el que hablaba era un soldado, al que le faltaban varios dientes.
Había otros dos: uno era ancho y barbudo, el otro tenía una cicatriz desde el ojo hasta el mentón.
– Soy el soldado Nikolay Rostov, del 4to pelotón de exploradores, señor. – me presenté, poniéndome firme- He capturado a este soldado enemigo y lo estoy custodiando hasta llevarlo a un lugar seguro.
– ¡Y desde cuando se custodia a un soldado enemigo durmiendo abrazado con él!
Los otros soldados sonreían. No reconocí sus uniformes, que estaban hechos harapos.
-Es solo un niño- dije.
-Hay que hacerle un juicio sumario- dijo el jefe- El nazi debe ser violado a discreción y ejecutado.
-Eso no es correcto, señor. ¿Violarlo? ¿Por qué?
-Sí, violarlo, foliarlo… no sé si sabes lo que significa… Supongo que aún no te sale el pelo entre las piernas…
El soldadito alemán no hablaba ruso, pero entendió lo que pasaba. Instintivamente se puso a mi lado.
El jefe se acerco y tomó al niño por la barbilla: -Camarada Rostov, tengo que reconocer que tiene muy buen gusto. Este chico es bellísimo. He violado muchas mujeres esta semana, pero ninguna tan hermosa como este jovencito.
– En realidad, los dos son muy guapos- observó el barbudo- ¿Ya han tenido sexo entre ustedes?
– ¿Qué dice? ¡Eso no es digno de un soldado soviético!
Creí que la frase los iba a impresionar, pero ellos estallaron en carcajadas.
– Déjennos en paz y seguiremos nuestro camino –insistí- No soy un desertor y tengo que volver a mi regimiento. Y nadie debe hacerle daño a una criatura.
– Eso lo veremos. ¡Desármalos, Anatoly!
Intenté resistirme, pero eran tres soldados veteranos y fácilmente me redujeron.
-Iremos al lago. Allí hay una cabaña donde podremos lavarnos y divertirnos- ordenó el jefe.
Atravesamos el bosque. Ludwig me tomaba la mano, aterrado. Al verlo, nuestros captores se burlaban.
– ¡Hay que reconocer que hacen una linda pareja!
En la orilla nos obligaron a desnudarnos y meternos en el lago. Mientras tanto, el de la cicatriz llenaba las cantimploras.
El agua estaba fría, pero tenía ganas de bañarme después de tantos días de marcha.
Yo sabía nadar bien y tal vez podría haberme escabullido buceando, pero no iba a abandonar a Ludwig.
Cuando nos lo ordenaron, salimos del agua y entramos a la cabaña. El jefe había hecho fuego y nos contempló sonriendo.
Me dio la orden de vestirme y me dijo al oído: -A ti te gusta el chico alemán. Será divertido para mí ver cómo se te rompe el corazón mientras lo violamos una y otra vez… y después, tú mismo tendrás que matarlo.
El tipo era un sádico.
Ludwig me lanzó una mirada angustiada. Me habían atado para que no interviniese, pero pudiera ver el espectáculo.
Los soldados se desnudaron también. Sus pollas, venosas, eran enormes. Comenzaron a acariciar a Ludwig.
-Dile al chico que, si me muerde la pija, los mataré a los dos- me dijo el barbudo.
En alemán le transmití el triste mensaje.
Levantaron al chico y lo apoyaron boca arriba sobre la tosca mesa y mientras el jefe lo penetraba, el barbudo le metía su polla en la boca.
El chico no gritó. Tenía su orgullo. Pero no pudo impedir las lágrimas.
Turnándose, los tres, como fieras salvajes, gozaban de Ludwig, bramando cuando alcanzaban sus bestiales orgasmos. El pobre chico soportó sus besos, sus lamidas, sus penetraciones sin una queja. No dejaron un centímetro de su hermoso cuerpo sin manosear y babear.
¿Cuánto duró la orgía? Uno pierde la noción del tiempo en esa espantosa situación. Por fin, decidieron que era tiempo de comer y beber algo.
Me desataron y me acurruqué en un rincón con Ludwig, que estaba hecho un trapo. Lo atraje cariñosamente hacia mí. Ya no me importaba lo que ellos dijeran. Lo abracé.
– ¿Le damos algo de comer a la perrita? –preguntó el barbudo Anatoly.
– Ha bebido galones de semen, ya debe estar satisfecha- respondió el de la cicatriz- Y ahora va a morir, así que no malgastemos alimento.
– Pero el verdugo sí debe alimentarse – dijo el jefe y me arrojó un pedazo de pan. Se pusieron a hablar de sus desenfrenadas orgias sexuales y aproveché para susurrar al niño:
– Ludwig, come amigo.
El chico estaba en shock. Su carita de ángel estaba sucia de saliva y semen. Le limpié la cara como pude y partí el pan en trozos pequeños.
-Agua…- susurró.
Una de las cantimploras estaba a mi alcance. Después de beber, el chico cerró los ojos y pareció perder el sentido. Tal vez fuera lo mejor.
-Soldado Rostov, venga aquí- me ordenó el jefe.
Me puse de pie junto a la mesa donde los tres jugaban a las cartas.
-Hay que cumplir la sentencia de muerte. No vamos a gastar balas en ese muñeco. Le cortarás el cuello.
Sentí la mano del barbudo acariciando mis nalgas, mientras me decía: -Qué lindo culito tienes, camarada.
Mantuve mi cara inexpresiva. Mi cerebro tanteaba posibilidades para salir de esa situación.
– Déjenme pasar la noche con él. Mañana al amanecer será la ejecución, como dice el reglamento- solicité, buscando ganar tiempo.
– ¡Nada de reglamentos! Nosotros somos desertores. Así que debemos mantenernos lejos de las líneas rusas o nos van a fusilar. Vamos hacia el sur, allí será más fácil conseguir alimentos y escapar. No vamos a compartir un solo grano de trigo con un nazi, por hermoso que sea.
Amigablemente, el jefe me alcanzó una botella de vodka. Mientras bebía (era como tragar fuego) observé que, en un descuido, habían dejado una ametralladora apoyada contra el respaldo de una de las sillas.
-Ahora, ve y mátalo- dijo el jefe alcanzándome una cuchilla.
El barbudo seguía sobando mi trasero y sonriéndome lascivamente: -Si no encontramos chicas, cómo nos vamos a divertir contigo.
-No lo creo- dije. Y con un rápido movimiento, le atravesé la garganta. Ahogándose en su propia sangre, entró en agonía.
– ¿Qué demonios? – gritó el jefe.
Pero antes de que pudieran reaccionar, tomé la ametralladora y vacié el cargador sobre ellos. Ludwig estaba de pie y había visto todo. El olor a pólvora era insoportable.
Nos abrazamos largamente.
Quiso meterse en el lago para limpiarse. El niño necesitaba una purificación después de tantas humillaciones.
Lo ayudé a vestirse y decidimos irnos. Nos llevamos las cantimploras y la comida que quedaba. Ya no éramos dos enemigos, sino dos hermanos que buscaban la paz.
Teníamos un largo camino por recorrer.
___________________________________________________________
Despedida:
Estimados lectores:
Este es mi último relato. Después de ver la película “Sonido de libertad” he decidido hacer un cambio radical en mi vida y buscar otros horizontes.
Como Ludwig y Nicky, también tengo un largo camino por recorrer.
Pues es una lástima que nos dejes y no poder continuar gozando de tus historias.
Pero bueno. By y suerte
Hola @Gavin!
Me interesa sobre todo lo último que comentabas, lo de «Sonido de libertad». Me gustaría hablar contigo
¡Gracias!