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Fantasías / Parodias, Gays

Los Celos de Mi mejor amigo

Le conte a mi mejor amigo lo que pasó con Martin y el se puso celoso y termino desquitandose conmigo de una forma muy rica.
Después de contarle lo de Martin, noté que algo en Efrain cambió, pero él intentaba no demostrarlo demasiado, como si quisiera ocultar esa chispa que le ardía por dentro.

—¿Martin, en serio? —dijo con una sonrisa medio burlona, medio incómoda, tratando de sonar casual—. Pues… no te creas que me importa mucho, ¿eh? No es como si yo…

Pero sus ojos no me mentían. Se le notaba el fuego, el tormento. Y, aunque decía que él era “hetero,” cada vez que me miraba, el brillo en sus pupilas era diferente. Más intenso. Más mío.

Una noche, después de estar un rato hablando, me agarró por la cintura con esa fuerza que no deja lugar a dudas, y con la voz baja y un poco ronca me susurró:

—Ernesto, tú sabes que yo… bueno, que eres mi amigo y todo eso, pero… nadie, y te juro nadie, puede tocarte como yo puedo hacerlo. Eres mío, ¿me entiendes?

Intenté reírme, pero mi corazón se aceleró cuando sentí sus manos apretando más fuerte, sus dedos marcando mi piel como si quisiera dejar una señal invisible.

—¡Pero si yo soy bien “normal”!, —dijo rápido, como si quisiera convencerme y convencerse al mismo tiempo—. No me vas a ver con otro hombre, ¿eh? Pero contigo… contigo es diferente.

Lo miré fijamente, y pude notar que su pantalón comenzaba a tensarse. Su erección no podía ser más clara, aunque él tratara de disimularlo cruzando las piernas con brusquedad.

Con una sonrisa traviesa, acerqué mi mano y sin permiso se la llevé directo a su entrepierna. Él se quedó paralizado por un instante, luego intentó apartarse, pero sus dedos atraparon los míos con firmeza.

—No creas que puedes hacer eso —me advirtió, con una voz ronca y casi rota—. No… no me gusta que me pongas así.

Pero la verdad era que no quería que me soltara. Se dejó llevar, y cuando intenté darle un beso en los labios, él se apartó a último momento, fingiendo resistencia.

—No seas bobo, —me dijo con una sonrisa torcida—. No te voy a besar. Ya basta de esas cosas raras.

Pero sus ojos, ardientes y oscuros, traicionaban sus palabras. Y fue entonces que me jaló con fuerza, me presionó contra la pared y me besó… un beso intenso, lleno de hambre reprimida.

—Tú eres mío, Ernesto. Solo mío —susurró mientras me apretaba contra él, su lengua rozando la mía sin pedir permiso.

Su respiración se aceleraba, sus manos exploraban mi cuerpo con urgencia, y yo me perdía entre ese mar de celos y deseo que él mismo negaba pero no podía controlar.

Cuando por fin cedió y me dejó llevar, el juego empezó. Yo jugueteaba con su boca, bajando hasta su cuello y después susurrándole al oído:

—¿Sabes que eres mi único secreto?

Él gruñó, apretando mis caderas con fuerza y respondiendo con un gemido bajo.

Aunque Efrain insistiera en ser “hetero” y “normal,” sus celos y su posesividad hablaban por sí solos. Y yo sabía que no había nada más real y más nuestro que esa mezcla explosiva de negación y deseo.

Después de ese susurro y esa mirada intensa, supe que no había vuelta atrás. Efrain ya no podía fingir indiferencia, ni ocultar la erección que se marcaba bajo su pantalón. Me tomó con fuerza de la cintura y me jaló hacia él con urgencia contenida, sus labios rozaron mi cuello con una mezcla de hambre y delicadeza. Sentí su aliento caliente contra mi piel mientras mordía suavemente, dejando marcas que sabían a promesas y deseos reprimidos.

Sus manos no tardaron en explorarme, descendiendo por mi espalda hasta encontrarse con mis nalgas, que apretó con firmeza, como si quisiera asegurarse de que no me iba a escapar. Me estremecí ante su tacto, y sin dejar espacio para dudas, nos recostamos en la cama. Yo comencé a bajar mi boca por su pecho, besando con cuidado cada músculo definido, cada hueso prominente, disfrutando del contraste entre su piel cálida y la fría humedad de mi lengua.

Él gimió bajo mi boca, y yo me sentí más seguro, más poderoso. Seguí bajando hasta su abdomen, donde los músculos se tensaban con cada movimiento de su respiración acelerada. Le di un mordisco suave en la piel, justo donde se formaba una pequeña línea de vello, y él arqueó la espalda para acercarse más a mí. Sus manos rodearon mi cabeza, guiándola hacia abajo, hacia su entrepierna, y ahí sentí el calor de su miembro ya erecto, duro y palpitante.

Sin prisa, empecé a darle placer con la boca, mis labios y lengua explorando cada centímetro, sintiendo cómo su cuerpo se tensaba y sus dedos se entrelazaban en mi cabello con una mezcla de necesidad y control. Él emitía gemidos bajos, roncos, que aumentaban mi excitación. Mientras lo complacía, sus manos buscaban las mías, guiándolas a su cuerpo, a sus muslos, como si necesitara tenerme completamente cerca.

Cuando al fin nos miramos, su respiración era errática y sus ojos brillaban con una mezcla de deseo y vulnerabilidad. Con un movimiento firme, me giró para quedar encima de mí. Su cuerpo se pegó al mío, fuerte y cálido, y sentí la presión de su miembro contra mi entrada, lento, suave, casi como si temiera hacerme daño.

Pero luego, con un ritmo firme y decidido, empezó a moverse. Cada embestida era una declaración silenciosa, una mezcla de fuerza y ternura. Yo respondía con gemidos, con pequeños movimientos que buscaban profundizar la conexión, acariciando su espalda, sus hombros, sintiendo cómo cada músculo de su cuerpo se tensaba y relajaba al compás de nuestro vaivén.

Su boca buscaba mi cuello y mis labios entreabiertos, susurrando palabras que me quemaban la piel. La intensidad crecía con cada instante, nuestros cuerpos hablando un idioma antiguo y sincero, hasta que él alcanzó su clímax con un gemido ronco que sacudió todo su cuerpo. Yo le seguí segundos después, sintiendo cómo se derramaba dentro de mí, y en ese momento todo el mundo desapareció.

Nos quedamos abrazados, respirando juntos, sintiendo la piel del otro, el latido de nuestros corazones en sincronía. Me acarició el cabello y murmuró, con voz aún temblorosa:

—Eres solo mío, aunque no quiera admitirlo.

Y en esa contradicción, en esa mezcla de negación y posesividad, encontré la verdad más pura de lo que éramos.

Nos quedamos tendidos uno al lado del otro, el calor de nuestros cuerpos todavía mezclándose, la respiración pesada pero tranquila después del torbellino de deseo. Yo sentía su pecho subir y bajar contra mi espalda, sus manos suaves pero firmes recorriendo mi piel como si quisiera memorizar cada detalle, cada curva, cada latido.

Por un momento el silencio nos envolvió, cómodo y cercano. Pero entonces, Efrain giró su rostro para mirarme. Sus ojos estaban llenos de algo que no había visto antes: una mezcla de ternura, posesividad y un fuego contenido que parecía querer explotar en cualquier momento.

—Sabes que nadie puede tocarte como yo, ¿verdad? —su voz era baja, casi ronca—. Nadie más tiene derecho a estar aquí contigo.

Lo miré, con la piel aún erizada por sus caricias y su cercanía, y le sonreí con complicidad.

—Tú eres el único —le respondí, sintiendo cómo su pecho se inflaba con orgullo, pero también con algo más oscuro: los celos.

Él me apretó más cerca, casi como si temiera que pudiera irme, y con una media sonrisa que no alcanzaba sus ojos, dijo:

—Aunque diga que soy “normal” y que esto no es lo mío, no soporto pensar en otro cerca de ti. Ni siquiera Miguel.

Sentí un nudo en el estómago. Sabía que intentaba fingir indiferencia, pero sus palabras y su cuerpo hablaban por él.

—¿Celoso? —le pregunté con una sonrisa pícara—. Pero tú dices que eres hetero.

Él rió, una risa seca y un poco amarga.

—Claro, hetero. Pero contigo es diferente. Eres una excepción que no quiero dejar ir.

Sus dedos trazaron círculos en mi brazo, y yo me perdí en ese toque.

—Solo recuerda que aquí, conmigo, eres mío —me susurró, su aliento cálido rozando mi oreja—. Y no pienso compartirte.

Lo abracé con fuerza, sintiendo que, aunque él luchara contra lo que sentía, lo nuestro era más fuerte que cualquier fachada o miedo.

Y ahí, entre caricias, susurros y promesas silenciosas, supe que aunque quisiera negarlo, Efrain era mío en todos los sentidos.

19 Lecturas/18 septiembre, 2025/0 Comentarios/por SexualBoy23
Etiquetas: amigo, celos, metro
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