Los demonios de Yahir, Cuentos de media noche I “La platica”
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Diosdelagua.
Eduardo no se separaba de mí ni yo de él, pocas veces nos quedábamos solos, pero cuando lo hacíamos, solo era para tener sexo o como me gustaba llamarlo “hacer el amor” poco a poco iba creciendo más, aprendiendo más y descubriendo más y todo se lo debía a mi sabio mentor.
Llegaba de la escuela y me encerraba en mi habitación con Eduardo para gozar de su cuerpo y el del mío, había algo en mi cintura delgada y glúteos blancos y firmes que lo volvían loco, a veces era en verdad tierno otras salvaje pero mi parte favorita era cuando estaba por llegar al orgasmo y me miraba de una manera suplicante mientras con mis contracciones lo obligaba a marcarme.
Mis sabanas tenían su aroma, mi almohada su espíritu, lo amaba, no había marcha atrás, estaba enamorado de mi primo y no me importaba en lo absoluto, el único problema era… Que él no me amaba. Al menos no de la forma en que yo a él porque había algo que faltaba, algo que yo daba pero él no y así sus besos a pesar de ser exquisitos, eran incompletos.
Debíamos ir a visitar a la abuela pues no hacía mucho acababa de enviudar, la perdida de mi abuelo fue uno de los sucesos que más ha marcó en la vida y no me sentía preparado para ir a su casa y que él ya no estuviera, sin embargo Eduardo nos acompañaba y eso al menos me daba un poco más de fortaleza. Yo tenía para aquel entonces casi catorce años, faltaban cuatro meses para cumplirlos y mi madre ya comenzaba a atosigarme con eso del sabor del pastel y la lista de invitados.
Durante casi todo el camino estuve dormido, mi padre conducía y Eduardo un tanto cortante conmigo venía de copiloto, fue la primera vez que lo vi celoso ya que por iniciativa de mi madre y aliento de mi padre, invité a mi actual novia a pasar el fin de semana con nosotros, Samanta, Sam, aceptó ir con nosotros y yo escapaba de la incomodidad del momento tratando de dormir.
En verdad quería mucho a Samanta, su cabello ondulado y negro era hermoso, sus ojos color miel y su cautivadora sonrisa eran lo que hacían latir mi corazón, su voz, su compañía, la manera en que fruncía el ceño cuando estaba molesta y la fragilidad de sus caderas y la curva de su espalda me encantaba, la quería mucho, demasiado pero por desgracias, yo no la amaba, estaba enamorado de Eduardo y mi corazón le pertenecía a él, por lo que era más que incomodo besar a mi novia tenían a mi primo tan cerca.
— ¡Por fin podré conocer a la abuela de Yahir!— Dijo Sam tomándome de la mano y riendo— Espero que le gusten las galletas que le preparé— Sam era tan detallista que me hacía sentir culpable por no llevarle nada a mi abuela— Es diabética…— Agregó Eduardo con una sonrisa maliciosa desairando a Sam, su gesto me molestó por demás pero mi madre intervino en la conversación para no hacer sentir mal a mi novia— Julieta no tiene restricciones para comer, siempre prueba de todo, la diabetes no a logrado pararla— Dijo mi madre entre risas— Estoy segura que le van a encantar— Mi madre y Samanta eran amigas, habíamos sido novios por seis meses y desde entonces eran como madre e hija.
Llegando a casa de mi abuela nos instalamos en las habitaciones correspondientes, mis padres dormirían en la habitación que era de mi abuelo, Eduardo y yo en la que era de mi padre cuando Joven y Sam con mi abuela, mi novia no tuvo problema con eso y a mi abuela le encantaba que le hicieran compañía de noche.
Apenas llegamos Eduardo saludo a mi abuela, desempacó y se fue al pueblo a saludar a sus viejos amigos, yo un poco confundido sobre si estaba molesto o no me quedé sentado en la sala pensando hasta que Sam me interrumpió pidiéndome que le mostrara el lugar, le advertí que no era muy buen anfitrión y que no estaba por demás avisarle mi pésimo sentido de la orientación, no obstante me tomó del brazo y me obligo a caminar.
Recorrimos la mitad del lugar a pie mientras algunos nos veían, pocos estaban enterados de quien era yo y como es normal en los pequeños poblados, el ver caras nuevas es siempre una excentricidad. Por ratos Sam recargaba su mano en mi hombro y suspiraba, faltaban solo unos días para cumplir siete meses y hasta ese entonces era mi relación más duradera. Pasamos cerca de una especie de ruedo donde cada año realizaban una celebración donde había toros y sacrificios, nada atractivo para mí pues lo consideraba de mal gusto, allí estaba Eduardo junto con un grupo de hombres bebiendo cerveza.
No me gustaba para nada que Eduardo tomara, explayando lo nuestro, jamás me ha gustado ese vicio y no solo en Eduardo, en cualquier persona que aprecie para mí es algo malo.
Los hombres que estaba con Eduardo nos miraron y rieron, quizá les pareció gracioso una pareja de púbertos acaramelados paseándose por sus tierras como si fuera un museo, muchos hicieron comentarios disfrazados de mal gusto y terminé por llevarme a Sam de allí no sin antes escuchar las risas de Eduardo, con él estaban Félix, ahijado de mi abuela, Pablo, Amigo de la infancia de Eduardo, Filiberto, el cantinero del lugar y un hombre con camisa de mezclilla sucia que tiempo después descubrí que se llamaba Raúl…
Me llevé a allí a Sam muy molesto, por causa de mi coraje quizás apretaba de más su frágil mano y solo pensaba en la tonta actitud de esos hombres pero sobre todo pensaba en por qué Eduardo se comportaba de esa manera ¿Por qué hacer sentir mal a mi novia? ¿Estaba celoso? ¿Por qué? Si yo tenía que soportar cuando llevaba a sus conquista a casa entonces por qué en ese momento solo quería hacer sentir mal a Sam.
— ¡Yahir me estás lastimando la mano!— Cuando salí de mis pensamientos ya estábamos en casa, la mano de Sam estaba roja y lo único que pude hacer fue acariciarla con mis manos mientras la besaba— Discúlpame ¿Te duele?— Pregunté preocupado— No es nada, no es para tanto— Dijo ella sonriendo forzadamente, sin saber qué hacer o cómo reaccionar la abracé de la nada porque sentí que necesitaba más ese abrazo yo que ella.
— Yahir estoy bien, los comentarios de esos tipos no me afectaron en lo absoluto, son hombres y están ebrios, aunque sé que no le caigo nada bien a tu primo— Confesó Sam mientras nos separábamos— Es un idiota, ya sabes cómo es, es de familia— Respondí con nerviosismo— No importa, lo importante es que estoy contigo y que pude conocer a tu abuela.
Samanta me besó y yo a ella, como pocas veces en nuestra relación nos besamos, porque en sus labios encontraba la calidez que mi alma necesitaba en esos momentos, en sus labios podía sentir al cariño que tanto le demandaba a un tercero y que no encontraba en ninguna parte, con sus besos Samanta me hacía sentir que tenía a alguien que me amara y eso estaba bien para mí.
Nos quedamos allí cerca de mi habitación y sin darme cuenta ya estábamos dentro, en mi cama besándonos, ella encima de mí. Sí, era peligroso, porque estábamos en casa de mi abuela pero no importaba, ambos nos queríamos aunque debo confesar que temía que Samanta descubriera en mis besos la misma falta de amor que yo descubrí en Eduardo y mientras la besaba y pensaba en ello, ni siquiera me di cuenta cuando mi primo nos sorprendió.
Eduardo se quedó mirándonos un momento, como si nos hubiese encontrado consumiendo drogas, nos fulminó un momento con la mirada y luego finalmente habló— Vaya, vaya, los adolescentes no pueden controlar sus locas hormonas, no quiero ni imaginar lo que pensarían mis tíos de ustedes si los hubiesen sorprendido— Dijo Eduardo haciendo énfasis en lo último, dando a entender que qué pensarían mis padres de Sam en esa situación.
Samanta se sonrojó y ocultó un poco su rostro y esa fue la gota que derramó el vaso— Ella es mi novia y podemos hacer lo que queramos, no estábamos haciendo nada malo, ella me quiere y yo a ella y si no tienes nada mejor que hacer Eduardo, deberías quedarte allá con tus amigos los inútiles y dejarnos en paz— Wow en verdad no sé de dónde salieron esas palabras, Eduardo enmudeció ante lo que dije y Sam me abrazó agradeciendo que la defendiera, entonces mi primo dejó el cuarto con una expresión de tristeza e ira que pocas veces he visto en él.
Esa noche tuvimos una pequeña reunión en familia, recordamos la memoria de mi abuelo con una cena especial mientras todos dijimos palabras para recordarlo, el momento un tanto triste fue animado por las anécdotas de mi abuela sobre mi padre cuando era joven. Samanta y yo nos quedamos un rato fuera de la casa contemplando las estrellas y hablando sobre nosotros.
— Solo nos queda un día en esta tranquilidad, siento que la voy a echar mucho de menos— Dijo Samanta suspirando el aire frio de la noche— Yo extraño la ciudad, hay algo en los conductores desesperados y sus bocinas que me hace sentir bien— Dije riendo y tomando su mano— Yahir… Sé que quieres mucho a tu primo y que él te ve como un hermano y lamento que por causa mía se hayan peleado— Las palabras de Sam me estremecieron por demás— ¿Cómo sabes eso?— Pregunté pensando en que solo yo podía darme cuenta de esas cosas— Porque es cierto, él te quiere mucho, por eso me pidió que no te dijera que se disculpó conmigo— Me puse de pie porque no podía creer lo que estaba escuchando— ¿Eduardo te pidió perdón?— Lalo no era el tipo de personas que se retractaba, tenía el mismo carácter que yo pero unos años más desarrollado— Sí, fue antes de la cena, yo estaba con tu madre platicando cosas del pueblo cuando nos interrumpió, preguntó que si podíamos hablar un momento, fuimos a la sala y me dijo que lamentaba lo sucedido en la tarde, que tú eres como su hermano, dijo que se sentía terrible por cómo me habita tratado pero que solo quiere lo mejor para ti y lo entiendo, si una de mis hermanas llevara a su novio a un viaje con mi familia, yo no quitaría el dedo del renglón hasta cerciorarme de que es la mejor persona para mi hermana y te lo cuento para que no estés distanciado con él, ustedes dos se ven muy bien juntos.
Abracé a Samanta y mientras lo hacía una pequeña lágrima se derramó por mi mejilla, traté de contenerme y de disimular y así pasamos unas horas disfrutando de la compañía del otro.
Yo estaba en la habitación acostado en la cama, eran alrededor de las 12:30 am cuando Eduardo llegó, se sentó al borde mientras se quitaba sus zapatos y de pronto yo lo sorprendí con un abrazo en la espalda, yo estaba llorando y él al darse cuenta me abrazó mientras acariciaba mi cabello.
— ¡Discúlpame por cómo te traté hace rato Lalo, lo siento mucho de verdad!— Eduardo me apartó de él y me miro a los ojos— Soy yo quien debe pedirte disculpas Yahir, traté muy mal a tu novia sin razón, si tú la quieres yo no tengo por qué meterme en sus asuntos, no volverá a pasar— Apenas terminó de decir eso cuando junté su boca con la mía— Tú tienes la culpa, eres el único culpable de que yo no pueda amar a Samanta porque te amo a ti, te amo Eduardo y no hay espacio en nadie en mi corazón para nadie más— Cuando dije eso volví a llorar al pensar en lo que le estaba haciendo a Samanta, ella no se merecía un amor de mentiras— Yahir yo…— Eduardo no sabía qué decir, yo ansiaba que él me dijera “También te amo” Pero eso no iba a suceder.
Al no encontrar las palabras solo me abrazó y se acostó sobre mí para besarme, le había puesto seguro a la puerta y allí estaba otra vez ese sentimiento de rendición ante sus caricias, otra vez era preso de su espíritu y ese amor dentro de mí me desgarraba el alma y al mismo tiempo me hacía sentir tan dichoso que me cuestionaba si era real o no.
Cuando la tenue oscuridad del lugar nos permitió despojarnos de nuestra ropa y nuestros pechos se encontraban con los latidos del otro, sus besos lograron traerme la paz que tanto necesitaba y mientras entrelazábamos nuestras manos dábamos paso al acto de la penetración donde siempre unos pequeños gritos ahogados escapaban de mi boca.
Su espalda era un territorio de placer que yo recorría con mis manos frías, su cuello era el blanco de mis suspiros “Eduardo, Eduardo, Eduardo” era lo único que yo podía pronunciar en aquellos momentos, cuando sus piernas tocaban las mías y sus besos trazaban un camino en mi espalda que me erizaba la piel.
Eduardo se acercaba a mi cuerpo con desespero, me besaba para que mis gritos no despertaran a los demás y yo me entregaba a él, porque dejaba que me sujetara las manos y de esa manera entregarle todo mi cuerpo, todo mi ser, todo, aun cuando él quizá no se lo merecía.
— Eduardo… Nos van a escuchar— Le dije, porque él suspiraba mucho, gruñí a veces en un tono bajo pero en otras se dejaba escuchar por la habitación— Shhhhh…Solo quiero escucharte a ti— Dijo él embistiéndome hasta lo más profundo de mi ser, yo me estremecí otra vez y me vine en su abdomen, luego él dentro de mí y mientras jadeábamos por las energías gastadas tratábamos de recuperar las fuerzas besándonos y disfrutando de nuestro orgasmo.
— Lalo… ¿Qué es esto?— Pregunté una vez que estábamos en silencio en la oscuridad de la habitación, ya estábamos vestidos y envueltos en las colchas abrazados esperando el amanecer— ¿Qué es qué Yahir?— No sabía cómo expresárselo, me mordí los labios para formular la pregunta— Esto que siento, quiero decir ¿Tú me quieres?— Pregunté temeroso— Por supuesto que te quiero enano, eres mi primo, mi hermano ¿Cómo no podría quererte?— Aquello no me pareció suficiente— No, eso ya lo sé, quiero decir… Querer, como se quieren mis padres, como yo te quiero a ti…— Eduardo levantó las cejas con impresión y se puso de pie, dio un par de vueltas alrededor de mí y después se sentó como un padre se sienta junto a su hijo cuando va a explicarle de dónde vienen los bebés.
— Mira enano… Existen muchos tipos de amor en el mundo, está el amor de pareja que como bien dijiste, es el que sienten mis tíos, el amor por los hijos que es el que ellos sienten por ti, el amor a las mascotas que a veces es muy similar al de los hijos y el amor familiar, el que sienten hermanos, primos, tíos y abuelos, ese es el tipo de amor que yo siento por ti, el único que puedo ofrecerte, quizá por ahora es algo confuso para ti pero, es así…
Por supuesto que lo entendía y demasiado bien, asentí con una sonrisa fingida— Creo que he estado confundiendo las cosas, creo que yo también solo te quiero de esa manera— Mentí, entonces él me abrazó aliviado, me costó mucho tiempo llegar a entender a Eduardo, él debía luchar contra lo que sentía, contra sus culpas y sus inseguridades, de pronto debía replantearse su vida y su identidad solo porque yo le pedía hacerlo, ahora lo entiendo muy bien.
Después de decirle que debía ir a despertar a mis padres pues ya eran las 6:00 am, él se fue a la cocina a prepararse un café, yo, a llorar y a comenzar a escribir en hojas de papel todos mis recuerdos y memorias, poemas, canciones, lo que sea que me viniese a la mente pues de alguna manera tenía que sacar todo eso que me dolía.
El último día que pasamos en casa de mi abuela fue bastante bueno, todos fuimos de día de campo y al caer la noche volvimos a casa, me despedí de mi abuela con un abrazo y unas palabras de cariño pues sin saberlo no la vería hasta dentro de dos años. Ese viaje me sirvió de mucho para comprender mi relación con Eduardo y de alguna manera saber qué terreno estaba pisando y de cierta manera, adelantar el desenlace que tal vez siempre lo supe.
Sam y yo terminamos cuatro meses después por cosas que ocurrirían en un futuro cercano y que cambiarían por completo mi vida obligándome a cambiar y a ser quien hoy en día soy.
— Entonces ¿Te sirvió de algo este viaje?— Preguntó mi padre en referencia a si había cerrado el siclo de la perdida de mi abuelo y yo respondí en referencia a todo— No tienes ni idea papá, no tienes ni idea…
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