LOS DEVANEOS DE PIRUCHA
Después de varios meses de abstinencia pude sentir de nuevo ser usada como la putita caliente y salida que soy. Acá me encargaré de compartir con ustedes, mis cachondos lectores.
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Después de varios meses de abstinencia pude sentir de nuevo ser usada como la putita caliente y salida que soy. Acá me encargaré de compartir con ustedes, mis cachondos lectores, los pormenores y las sensaciones de ese momento en que se desliza el miembro viril por tu canal sin importar que cause dolor: solo deseo.
Como dije, ya iba para el cuarto o quinto mes en que solo recibía las sensaciones que me proporcionan mis juguetes anales. Todas las mañanas, mientras el chorro agua caliente de la ducha me golpea los genitales, elijo uno de mis preciados dildos para que me dilaten y se introduzcan lo más profundo que pueda resistir. El favorito es el más grueso que me abre mi canal al máximo. Es la réplica del pene de un potro…
Empiezo mi rutina evocando las caricias del cura que me hizo sentir los rimeros deseos de marica que, en una larga etapa, rehusé admitir. Ahora deseo recordar cada una de esas caricias e imagino el avance que implica llegar a penetrar un ano que no ha sido follado aún.
Abro las nalgas y violentamente meto los dedos en la abertura del ano. La ducha me excita aún más y trato de introducir la mano, pero solo tres de mis dedos son admitidos. Muevo con furia hacia un lado y otro. El culo se abre y los dedos son succionados por la ávida boca anal. A veces, me sobreviene el orgasmo. No paro ahí. El grueso dildo ahora ingresa a punta de sentones hasta que lo siento desgarrando mis cavidades. Es el placer sumo. Mientras gimo y pronuncio el nombre del cura, le pido que me haga su putita, su perrita. Que me follo todos los días y en los lugares que quiera. Me llene de su leche…
-Sernino, ¡méteme tu pichula. No me dejes tan caliente. ¡Quiero más!
-No puedo hacerte eso. Solo puedo tocarte y besar tu hoyito.
-Quiero que me culees. Si me duele, aguantaré lo que más pueda, pero culéame. Hazme puta. Soy tu hembra.
-No digas eso. No quiero hacerte daño.
-Hazlo. No aguanto más que solo me toques las nalgas y acaricies el ano. Quiero ser penetrado por ti.
-Estás muy estrecho aún. Te dolería demasiado…
-No. Ábremelo y luego déjame a mi sentarme en tu pico.
-Mámame si quieres, es lo único que puedo dejarte hacer.
-No. Lo que quiero es ser tu perra, que me hagas sentir penetrado, aunque me duela.
-No digas eso, porque me excitas y no respondo…
-Eso quiero. Lo tienes muy duro y es muy grande, pero sé que lo recibiré todo.
Ese diálogo se repetía cada vez que estábamos solos en su cuarto y me sentaba en sus rodillas y metía sus manos por mis nalgas sobando, acariciando, apretando…
Hasta que un día, o mejor una tarde, se produjo el acto violento, pecaminoso y transgresor de ser usado como hembra por ese macho que olvidó que era sacerdote y se dejó tentar por la endemoniada criatura que empezaba a revelarse dentro de mí…
Cuando recuerdo ese instante, la cachondez es extrema. Sueño estar en una orgía y ser la puta de todos. Servir de recipiente del semen de los machos que lo quieran usar… O ser culiada por un animal, burro, potro, perro…
Escribo estos recuerdos, devaneos, porque solo hace 24 horas que me culiaron otra vez y mi culo fue gozado de nuevo.
-Hola, Nandy. ¿Tienes tiempo?
-Hola, sí, ahora estoy libre.
-Bueno, por eso te llamo, porque estoy muy caliente y quiero que vengas.
-Unos 5 minutos y estoy allá. Aguante, y ya estaré.
Efectivamente, llegó con prisa. Aclaramos los puntos del trato y ya estábamos en modo cachondo.
Andy es un muchacho colombiano de unos veinte y pocos años. No muy alto, de cuerpo musculoso y lo más relevante es su pene siempre erecto, de cabeza grande y tallo grueso. De 22 cm que sabe manejar muy bien.
Lo llevé al lecho y me puse en cuatro. Es la posición que más me excita, porque me siento ofreciendo el culo para que hagan lo que quieran con él.
Le pasé el condón y se lo puso. Vertí el gel lubricante y esperé ansioso sentir el ataque por mi retaguardia desprotegida y ansiosa.
Siento que me baja el pantalón del chándal y casi me arranca el colalés para introducir el miembro sin ninguna maniobra previa. Un intenso dolor, pero solo momentáneo, me invadió. Luego después de las primeras estocadas, mi puto culo se abría para recibir verga y la apretaba para prolongar la sensación de entrega.
No sé en realidad cuanto tiempo estuvo cogiéndome con espolonazos que me hacían recordar las primeras veces que el cura Sernino me hacía su hembra. Entre estertores y palpitaciones, mi culo estaba seducido por ese ritmo frenético que no paraba, sino que crecía en intensidad y fuerza. Si con algo se puede comparar es con una tormenta. Y ahí estaba yo desdoblada, abandonada, mientras mi culo adquiría vida propia. Como si fuera un animal que lo único que quería era estar eternamente enculado. Con la verga hasta el fondo.
Nandy sacó el pene y se acomodó el condón para continuar en la faena de las minas de sal. Picando y empujando. Mi culo se sobresaltó al quedar abierto y recibir la corriente de aire que denotaba el vacío que esperaba ser llenado de nuevo.
Así fue. Volvió con más fuerza a culiar. Luego de un largo rato, sacó el pene. Desprendió el condón y aunque intenté frenarlo, lo metió esta vez limpio y carne con carne el roce era aún más excitante. No pudo aguantar mucho, lo sacó y descargó su leche en la abertura del culo. Luego con mucha rapidez volvió a meterlo. Esta vez con la ayuda del semen caliente, llegó de una hasta el fondo. Un sonido de chapoteo se sentía en cada empujón que recibía…
Recordar esos instantes y asociarlos a los recuerdos son los devaneos que quiero comunicar ahora en una nueva fase de la narrativa erótica que me apasiona.
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Siempre respondo. Anímate a compartir tus deseos, tus temores o tus dudas.
Queridos lectores: disculpen mi olvido al omitir la autoría de esta narración. Al final puse mi email para quienes quieran contarme sus deseos más calientes o sus secretos oscuros. Soy muy reservado y siempre respondo.
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