LOS HOMBRES DE LA CASA II
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
—¿Papá, qué le haces a Dylan?
—Alan, ¿qué haces despierto?.
Estoy limpiando a tu hermano.
—¿Y por qué estás desnudo?
Mi padre no me respondió, Dylan fingía estar dormido.
Me hice el torpe y balbuceé algunas palabras inentendibles para que creyeran que estaba más dormido que despierto.
Volví a cubrirme con las sabanas.
Rápidamente, papá se vistió y salió de la habitación y mi hermano no emitió sonido alguno.
Era claro que estaban asustados por haber sido descubiertos, por lo menos en parte.
Al día siguiente todo se dio como si nada hubiese sucedido, no mencione nada en relación al exhibicionismo de la noche anterior.
Ellos quedaron tranquilos y entendieron que no podía volver a pasar, que lo mejor era terminar con ese juego morboso al que habían jugado las últimas semanas.
Lo había arruinado todo.
Pronto le sacaron el yeso del brazo y no tardarían en sacarle el de la pierna, se le acababan las excusas.
Mi padre limitó sus tareas, Dylan ya no lo llamaba a cada rato y yo me lamentaba por dentro.
Hasta que un día de esos noté que Dylan me miraba con otros ojos, de otra manera, más inquietante y misteriosa, quizás comencé a gustarle o solo era morbo, ese morbo a lo prohibido.
No tardamos en encontrar nuestro propio juego.
—La semana que viene me sacan el yeso, por fin.
—Sí, ya vas a poder andar en skate.
—Sí, pero ya no voy a ser tan mimado.
—No vas a tardar en que te pongan otro yeso.
Ambos reímos y pude ver el momento en el que a Dylan se le ocurría la idea.
—Va a ser aburrido hasta entonces, voy a disfrutar mientras tenga este yeso en la pierna.
—¿No te duele?
—A veces, pero es muy leve.
Aunque todavía necesito de cuidados, y se me ocurrió que talvez puedas ser mi enfermerito especial.
—Pedime lo que necesites Dylan.
Lo que sea,
—Bueno, ahora tengo una molestia en la pierna podrías masajearme un poco.
—Claro.
Corrí a su lado y empecé a hacerle mimos más que masajes en la pierna, lo cual le causó gracia a mi hermano.
Tenía unos shorts holgados, de esos cortos y a cuadros que se usan para dormir.
Me encantaba como le quedaban, con solo moverse un poco uno podía notar en cuál dirección reposaba o se movía su pene.
Sus piernas eran gruesas y velludas, eran suaves y provocativas.
—¿Lo hago bien?
—Genial hermanito, tenes manos especiales.
Por favor no pares.
Continué con los mimos, subiendo más, acercándome a la zona intima.
Su pene no tardó en dar empujones a la tela, y elevarse como una carpa.
Por la abertura, por donde entran las piernas, se veía parte de uno de sus grandes testículos, algunos vellos rizados y desprolijos.
Dylan se sentó en la cama sin prestarle atención al miembro que quería salir de sus calzoncillos.
—Este paciente necesita hacer pis.
Alcánzame el urinal que está debajo.
No tardé en dar con el urinal y dárselo.
Dylan se sacó la verga, se tiró el prepucio hacía atrás dejando a relucir un glande rosado, y metió el pito dentro del hueco del urinal.
Sus vellos púbicos cubrían la base del pene, se entrelazaban y se esparcían de forma abundante, cubrían parte del tronco y subían en un caminito hacía el ombligo.
Un vello oscuro casi negro, pero que a la luz del día que atravesaba la ventana se veía rubio.
El sonido de la orina me volvió en sí y vi una mueca en las comisuras de los labios de Dylan.
Le causaba gracia mi embobamiento, era la primera vez que lo veía de verdad con total claridad.
Tapé el urinal cuando este me lo dio y lo guardé debajo de la cama.
Dylan se quitó la remera y la tiró al suelo, sus abdominales se contraían como mofándose de todo.
En su pecho se veían algunos vellos que se concentraban en la aureola, sobre todo.
—Juguemos a mamá y a papá, ¿sí, Dylan? Por favor.
—Me parece bien, pero con una condición, nada de lloriqueos.
—Sí.
—Papito ordena a mamita que se acueste en cama.
Me acosté a su lado y el me volteó quedando de espaldas hacia él.
Yo estaba vestido, tenía un pantalón de algodón, lo cual le fue fácil bajar hasta dejar mis nalgas al aire.
Se montó sobre mí y me cabalgó sin sacarse nada.
Lo escuche gemir fingiendo que me penetraba.
Cada vez más fuerte, la tela se le humedeció y en mi cola ardía un infierno.
—Basta de juegos, mírame Alan.
Lo miré.
Me besó, su lengua entró con fuerza, sus labios contra los míos, la saliva y la tibiez en cada encuentro de nuestras lenguas y dientes me encendían de placer al máximo.
Comenzó a tocarme el pene, mi pene de unos 10 cm, con algunos vellos alrededor.
Y dolía cuando intentaba bajar mi prepucio pero no dije nada, me masturbó mientras se tocaba su verga por encima de sus shorts.
No tarde en expulsar mi leche y empaparle sus manos, las cuales se relamió y saboreó.
Se sacó la verga y me inclinó para que se la mamará.
Así como entraba salía, lubricada de su leche y de mi saliva.
Era tan caliente, tan punzante.
Su glande rojo y brilloso, dibujado a la perfección, cubriéndose y descubriéndose por un prepucio blanco y rosado.
Y qué bolas, las que colgaban y rebotaban cuando se movía contra mi boca, tan colosales, velludas.
Me gustaba que fuese peludo en contraste con su cara de niño y esa sonrisa infantil.
El olor que impregnaba en mi nariz era simplemente afrodisiaco, fuerte, rudo y dominaba mis sentidos.
Le estaba mamando la verga a mi hermano, el hombre que me quitaba el sueño desde pequeño.
El esperma me salto a la cara y dentro de la boca, espeso y pegajoso, tragué esa verga punzante y dentro burbujeó el semen en mi lengua.
Qué placer cuando se la chupas a alguien que te gusta, que te gusta de verdad y que es hermoso.
Papá abrió la puerta y al vernos retrocedió y volvió a salir, dejándonos a solas con nuestros juegos.
—No te preocupes Alan, él entiende.
—Lo sé.
A Dylan se le volvió a endurecer el pene y lo empujo contra mis nalgas, así húmedo como estaba, fingiendo que me penetraba.
Tras unos minutos se volvió a correr y su leche bajo por mis piernas.
Abrazados y desnudos nos dormimos una siesta.
Una noche presencié como Dylan penetraba a papá, ya recuperado, sin yesos.
El gordito de mi padre se relamía los labios y gritaba en silencio.
No me metí, y desde mi cama se escucha como la verga empapada de mi hermano entraba y salia del culo de mi papá, como golpeaban sus bolas contra sus nalgas.
Noté que mi padre lloraba de dolor y no me imaginaba pasar por lo mismo.
En un momento quiso parar pero Dylan no lo dejó, y aumentó la velocidad.
Desde mi lugar veía a Dylan desnudo, parado contra un perrito recostado en la cama, mi padre arrodillado.
Su espalda fuerte y ancha sudaba y el sudor iba bajando a un culo redondo y blanco por donde el sol no llega.
Los pies retorciendose contra el suelo, esos pies tan lindos que tenía mi hermano me motivaron a masturbarme ahí en mi cama.
Mi pene era más grande no tardaría en ser tan velludo y fuerte como mi hermano.
Todos nos corrimos esa noche, y sentí pena por mamá.
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