LOS MUCHACHOS DE MI BARRIO
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Petruspe.
La historia que les voy a contar no difiere en mucho de otras, claro que tengo la suerte de ser el protagonista. Claro que voy a disentir con muchos que creen que no se debe contar la verdad de lo que nos ocurre para no incentivar a otros para que vivan lo mismo.
La historia es de cada uno y se la vive tal y como está determinada por quien así lo dispone, más allá de nuestra voluntad. Si es Dios, será Dios. Si no pregúntenle a los curas que guían a los niños y no solo en lo espiritual.
Quien será homosexual ya tiene su karma y lo sabe el que lo crea si no estaríamos mintiéndonos cuando afirmamos que existe alguien que todo lo sabe.
Aunque parezca tonto afirmo que si Él permite que eso nos suceda es porque así lo cree conveniente. Si esto fuera un delito ¿Por qué permite que nos ocurra?-
Desde que tengo conciencia (O uso de razón, como también se dice) sentí inclinaciones hacia mis iguales y solo bastó que alguien me iniciara para que mi destino prefijado se cumpliera.
Todo comenzó desde muy chico y mientras compartía juegos infantiles. En el barrio había, como en todo barrio, el chico que estaba mas avivado que los otros y que sabia cosas que la mayoría no sabía.. No voy a decir la edad porque hay gente que puede escandalizarse a pesar de elegir libremente leer esta historia, Son los hipócritas que niegan masturbarse cuando todos sabemos que no existe en la tierra alguien que no se brinde placer en solitario o que no se haga la manuela (Se hace la paja con la mano) porque es tan rico.
Los primeros conocimientos sobre el sexo se adquieren con los amigos en la calle. No falta el que siendo más experimentado que vos te oriente para que encuentres el camino. Así llega la primera tocadita de culo y si no te resistes, la operación se repite cuantas veces lo permitas. Si te gusta está todo dicho. Vendrá la primera apoyadita hasta lograr que te bajes el pantalón.
Una vez que lo hiciste, lo sabemos, esa primera sensación que produce la piel de otro sobre la tuya será inolvidable y siempre tratarás de encontrar la ocasión para probar otra vez hasta que de verdad te la hacen probar y ya nunca la dejarás.
El que primero me la hizo sentir fue el Jacinto que por entonces tendría unos 17 o 18 años y cargaba una hermosa verga rodeada de abundante cantidad de pelos y un par de huevos colgantes bien robustos y gordos.
Me acuerdo que estábamos en los fondos de la casa del Pancho, otro muchacho de la misma edad del Jacinto, donde estaban ordenando el lugar. En la casa estaba la madre del Pancho pero en la cocina, bastante alejada de donde nos encontrábamos. Los dos vestían pantalones cortos que dejaban al descubierto las piernas peludas. No se por qué comencé a molestarlos tirándoles los pelos de las piernas y ellos, cansados de mis gestos, comenzaron a darme palmadas en la cola. Las primeras me dolieron pero después me gustó y seguí molestando a los muchachos hasta que uno se enojó de verdad y agarrándome de los brazos me puso boca abajo en sus piernas y me bajó mi pantalón y me dio unas palmadas fuertes. Cuando Jacinto me vio las nalgas vino y me dio pellizcos y separándolas me escupió entre ellas, justo en el agujero del potito. Los dos se rieron y yo me sentí avergonzado.
-Ahora te escupí el upite pero como sigas jodiendo te voy a meter esta en el culo – Uniendo la acción a los dichos y previo mirar para todos lados, se bajo un poco el pantaloncito y me mostró sus genitales – No jodás porque te voy a romper el culo, pendejo – Dijo riéndose.
Nunca, hasta ahí, habia visto genitales adultos y esta visión generó en mí un estado de excitación que no podía controlar. Después de un rato los volví a molestar y ellos me agarraron entre los dos. El Pancho me puso sobre sus rodillas y me bajó el pantalón. Me pasaba el dedo por la rayita y yo me dejé hacer. Mi pasividad los excitó y pronto vi como le creció el miembro al Jacinto. Todo fue rápido, o me pareció. Puso saliva en mi agujerito y comenzó a pasarme la cabeza del miembro por mi agujerito. No puedo negarlo. Me gustaba.
De pronto hizo presión sobre mi esfínter y parte del miembro entró en mi ano. Fue un dolor tan grande que mi alarido se debe haber escuchado en todo el barrio.
En un santiamén me acomodaron la ropa y apareció la madre del Pancho preguntando
-¿Qué le hicieron al chico?
-Nada, doña. Se apretó el pié con un palo – Dijo Jacinto. Yo solo lloraba. Y no dije nada.
Nunca dije que pasó en verdad.
La madre del Pancho me llevó a mi casa y encima mi vieja me dio unos cachetazos.
Pasaron varios días en que, muy asustado y con vergüenza, me quedaba en casa. Fue hasta que pude asimilar lo ocurrido y sentir la necesidad de verlos a los dos muchachos
Un día me escapé de casa a la hora de la siesta y llegué a casa del Pancho. Estaba solo porque sus familiares fueron al velatorio de uno de sus abuelos y no vendrían en todo el día.
Se alegro de verme y me invitó a pasar.
Una vez dentro de la casa fuimos a los fondos donde él tenía tareas que hacer y me dijo
-¿Ya se te pasó, llorón?
-Si – Dije
-Tato ¿Le contaste a alguien lo que pasó?
-No
-Ah, bueno…
Nos quedamos en silencio durante un rato largo
-Es mejor no contar nada porque si no seguro que en tu casa te castigan. Vos tenés la culpa. El Jacinto te dijo que no lo jodieras o te rompería el culo. Y lo hizo. ¿Para qué lo jodias?
-Yo solo quería tirarle los pelitos de las piernas…
-Pero él te avisó que no lo hicieras…-
-Sí. Ya sé…
-Este… ¿Te dolió mucho?
-Sí…
-Me parece que fue demasiado bruto por eso te dolió…
-¿Por qué?
-La chota se mete despacito para que no duela y guste. A vos te la metió casi entera Y de golpe. Muy fuerte…
Volvimos a quedar en silencio. Terminó su tarea y entró a un cuarto que servía de depósito. Lo seguí. Dentro había un viejo catre, entre otras cosas. Se sentó allí para fumar un cigarrillo.
En ese lugar se estableció este diálogo que recuerdo palabra por palabra:
-Si viene el Jacinto ¿Te vas?, me preguntó
-No, respondí
-Mirá Tato. Si te ve acá te va a querer culear de nuevo. ¿Te vas a dejar?
-No
-¿Por qué?
-Porque duele mucho
No. Lo que pasa que te la metió muy fuerte. Empujó muy fuerte porque vos tenías el culito muy cerrado. Por eso te dolió. Si se hace despacito, no pasa nada
-No, no me dejo. La tiene muy grande
-No tiene nada que ver. Mirá, yo la tengo más grande y te la puedo meter entera sin que te duela. Mirá.
Uniendo a la palabra la acción se bajó el pantaloncito de fútbol que tenía puesto y me mostró un miembro más grande que el de Jacinto, según me pareció. Con más pelos y los testículos gordos que colgaban largos. Asombrado lo miraba sin poder quitar mis ojos de él.
-Vení. Tocá. Vas a ver que suavecita que es.
Se acercó a mi y tomando mi mano la puso sobre sus genitales. Yo no la retiré y me indicó como tocar. El miembro se puso rígido. La piel se corrió hacia atrás y liberó una cabeza cuadrada que tenía una boquita enorme. Tras la cabeza, el tronco era más gordo y recto, engrosándose en la base. Lo acaricié a lo largo y sopesé los huevos deslizantes.
-¿Viste que suavecita que es mi chota?
-Si, pero durísima…
-¿Te gusta?
-No sé…
-¿Querés probarla por el potito? Te aseguro que no te va a doler nada y si te llegase a doler un poquito, te la saco ¿Querés?
Yo quería pero tenía miedo al dolor. El Panchito me dejaba tocar y yo revisaba todo el miembro.
-A que no sos capaz de pasarle la lengüita por la cabecita
-Sí. Eso sí…-Lo dije porque sentía que quería hacerlo
-Dale. A que no sos capaz…
No solo le pasé mi lengua sino que el Panchito me fue llevando hasta lograr convencerme de meterla en mi boca para chuparla. Me gustó. Mientras se la chupaba el comenzó a tocarme la cola por sobre el pantalón hasta que primero metió la mano por la cintura y me acarició las nalgas. Después las separó y metió entre ellas un dedo para acariciar la roseta de mi ano. Al rato ya no tenía puesto el pantaloncito y estaba acostado sobre el camastro, boca abajo, con una almohada baja mi panza y entre mis piernas abiertas estaba el Panchito que pincelaba mi rayita con el abundante flujo que le brotaba del miembro. Con suavidad fue presionando con la robusta cabeza sobre la roseta de mi upite hasta que me entró. De verdad no me dolió. Sentí como me entraba con suavidad y todo mi cuerpo lo disfrutaba. Incluso noté como mi cola iba hacia su encuentro como si tuviera un imán en la base del miembro.
Cuando llegó hasta donde nadie lo habia logrado sentí un poco de dolor y como si me faltara el aire
-Ay. Panchito me duele. Sacala
-Tranquilo, no pasa nada. No apretés el upite que casi te entra toda. No tengas miedo…
Guiado por su mano me toqué la entrada de mi ano y noté que estaba muy estirado, muy abierto y que sus huevos me bailaban entre las piernas.
Con la situación dominada entró a moverse en un metisaca que comenzó despacio hasta volverse enloquecedor. Mil sensaciones tenía en mi culito y en todo el cuerpo. Al final se movió con fuerza y al comenzar a eyacular se hundió por completo en mí. Me sorprendió y eso evitó que gritara. Sentía que el miembro latía con fuerza dentro mío y que algo tibio se derramaba en mi interior. Se quedo quieto y sobre mí por un rato. Yo comencé a sentir la imperiosa necesidad de evacuar y le rogué…
-Sacamela, quiero ir al baño…
Con suavidad se retiró de mi ano y se recostó en el camastro. Yo corrí hacia el baño. Cuando volví al depósito él se estaba secando los genitales después de lavarlos. Luego se acomodó la ropa. Se preocupó de que yo también me lavara la cola.
Nos quedamos los dos en silencio por un rato. Después me dijo
-¿Viste lo que te dije?
Asentí con la cabeza porque seguro hacia referencia a su promesa de que no me iba a doler, como en verdad ocurrió. Al rato me preguntó
-¿Te gustó?
-Sí…- Yo sentía deseos de acariciarlo otra vez. De que me dejara tocarle otra vez y si fuera posible me dejara chuparlo de nuevo porque de verdad me había gustado hacerlo. Se lo dije – Panchito ¿Me dejas que la toque un poquito?
-Te gustó de verdad, eh? Vení.
Se tendió en el camastro luego de quitarse el pantaloncito. Apenas se la toque y se puso en erección. De verdad era grandota.
-Besala un poquito – Me pidió
La besé, la lamí y la chupe por un largo rato. Como el tenía las piernas separadas y yo estaba tendido boca abajo entre ellas le vi los pelos que tenía en la cola.
-¿Por qué tenes pelos ahí?- Pregunté
-Son los pelos del culo
-Yo no tengo…
-Es que todavía no tenés edad. Mas adelante te van a salir pelos por todos lados- Me dijo sonriente- Tato me calenté otra vez ¿Te dejas por el culito?
-No. Ahora me molesta un poquito, dije
-Bueno entonces seguí mamando que te acabo en la boca.
Acabó y parte de su semen me bebí.
Al rato escuché el silbido de mi padre llamándome y debí marcharme
Volví a casa del Panchito en la siesta del día siguiente y allí me lo encontré al Jacinto. Se sonrió al verme. El Panchito me guiñó un ojo
-Mirá, acá viene el llorón. La busca y después no se la aguanta.
-Es que vos se la metiste de golpe, huevón. Te juego una apuesta, Jacinto.
-¿Apuesta? ¿De qué será?
-Te apuesto cien pesos a que yo se la pongo hasta los huevos y no le hago doler.
-Dale. Con la chota que tenés se va a recagar el pendejo.
-Primero veamos si quiere dejarse culear, -dijo el Panchito- Tato ¿Querés que te haga probar esto que tengo acá?, dijo mientras se tocaba el sexo por sobre el pantalón- Mirá que cosa linda que tengo para vos.
Se bajó el pantaloncito y me mostró como si fuera la primera vez.
-Vení. Tocá, mirá que suavecita es
El Panchito tenía el miembro erecto y tomando mi mano la hizo pasar por sus genitales. Yo no la quité y por el contrario seguí con la caricia. El Jacinto se bajó, a su vez, el pantaloncito y me acercó los genitales suyos. Estaba entre los dos y tenía sus miembros en cada una de mis manos. El Panchito acarició mi cabeza y orientó su pene duro hasta mi boca y me hizo chupar. Ese fue el comienzo.
Al rato yo estaba sentado sobre las piernas del Panchito, con su enorme pedazo metido entre mis nalgas mientras el Jacinto hacia que le chupe el suyo.
Desde esa siesta me enseñaron a hacer de todo y por años los dos fueron mis amantes. Cinco años después, cuando yo cumplía los trece, más o menos, el Panchito se casó y ya no hubo mas siestas para los tres. Con el Jacinto lo hicimos durante un tiempo más porque no teníamos un lugar físico donde escondernos.
Una vez en plena siesta nos subimos a un árbol muy frondoso, creo se llamaba molle la especie o así le decíamos en el barrio, para hacerlo allí. A un vecino, el carnicero del barrio, Felipe, le llamó la atención que a esa hora subiéramos al árbol un chico de 13 años y un hombre de veintipico y estuvo mirando lo que hacíamos. Desde la ventana de su casa pudo ver cuando le chupé el miembro al Jacinto y también cuando me lo puso todo por atrás.
Cuando el Jacinto acabó, se acomodó el pantalón, bajó primero del árbol y se marchó. Yo esperé un rato antes de bajar.
Sorprendido quedé cuando me encontré con Felipe, al que le decían Chiquito, asomado a la ventana de su casa y mucho más cuando me llamó. Chiquito era, el langa maduro de la época, al que pretendían todas las mujeres del barrio. Alto, pintón, piel blanca, ojos claros, simpático. En fin tenía todas a favor además de tener plata segura siempre ya que, como dije antes, era el carnicero del barrio.
-Tato ¿Querés hacerme un favor? –Me dijo
-Sí, claro.
-Vení. Entrá por la puerta que quiero que me hagas algo.
Me abrió la puerta principal y entré a su casa. Chiquito solo tenía puesto un calzoncillo de esos con elástico bien ancho que ajustaba la panza y el paquete. Chiquito tenía un paquete bien grandote. Peludísimo por todos lados. Sus pelos eran rubios y abundantes.
En la casa vivía con la madre, doña Victoria, pero ese día ella no estaba.
-Vení pasa Tato. Vení por acá
Me fue guiando hasta una habitación que estaba a los fondos de la casa y allí me dijo…
Que te dijo..??🤤