machos de fabrica en bolas
me fascina estar entre hombres heteros, sus bromas, juegos de vergas, todo entre machos, no saben que soy gay por lo que aprovecho a disfrutar su masculinidad.
Corría el año 1988 en las calurosas tardes de provincia. Mucha tierra, viento cálido del Norte y mi primer laburo. Yo era bastante joven, unos 18, y todo era nuevo para mí. Recién salía de la secundaria y la fábrica donde entré a trabajar era bastante grande para la zona. Trabajaban en ella unos 100 hombres y sólo dos mujeres que estaban en la oficina.
Mi trabajo era en una línea de producción. Al principio no entendía nada: ruido, herramientas, maquinarias, hombres rudos gritando todo el día y haciéndose bromas entre sí. Hombres comunes, sencillos, sucios por el trabajo diario. Me hacían bromas por mi edad y por mi falta de experiencia. Me sentía aturdido entre ellos, sin saber qué responder. Más aún por mi homosexualidad insipiente. Si se dieran cuenta que yo era así, me hubieran gastado (1) hasta el final de mis días. «Traga leche» y cuestiones como esa hubieran sido lo más común. Pero, además, en esas épocas la sociedad no era como ahora, y la homosexualidad estaba bastante reprimida y mal vista. Me hubieran echado del trabajo sin pensar.
Si la línea de producción era problemática para mí, la salida era toda una sensación. Era lo que esperaba todo el día. En los vestuarios habría por lo menos unos 20 a 30 hombres a la vez, que se cambiaban y duchaban frente a mí. Tenía todo un catálogo de hombres masculinos para delitar mis ojos. Estaban todos en sus asuntos, sin prestarse mucha atención. Pero yo era otra cosa. Mis ojos se iban para todos lados. No me podía contener, aunque hacía un esfuerzo enorme por contenerme. Siempre tenía unos muslos frente a mí, unas vergas hermosas o un buen culo de hombre para atraer mi mirada. El corazón me latía como un terremoto. Con mis 18 años y las hormonas a full, todo el cuerpo me temblaba de los nervios por las ganas de mirar, de tocar, de tirarme encima de uno de esos machos, y sin embargo, no podía porque me hubieran cagado a trompadas en ese mismo momento.
Entre todos estos hombres velludos, grasosos, desvestidos, la mayoría no era un adalid de la belleza. Pero había uno en particular que me atrajo desde el vamos. Su nombre era Ismael y era alto, al rededor de 1,80m, unos 38 años, pelo castaño algo lacio y muy brilloso, ojos verdes, piel blanca con algunas pecas en el rostro y estratégicamente bien distribuidas en ciertos lugares del cuerpo: en el pecho, en la parte alta de la espalda y algunas en las mejillas. No era tan carilindo pero su cuerpo sí se llevaba un 10. Tenía un torso bien formado, según él, por el ejercicio que hacían en la «CoLimBa» (2), y que luego pudo mantener a lo largo de los años por genética y también gracias al trabajo pesado de la fábrica. Su panza no era nada prominente y tenía una línea de vello que venía desde el pecho hasta su pubis. Su espalda era bien formada y bajaba como un triángulo invertido hasta su cintura. ¡Su cola era wow! Era fascinante: redonda, bien blanquita, lampiña, suave como el trasero de un adolescente, y tenía unos pelitos dorados que reflejaban la luz del sol que entraba por la ventana del vestuario. Y lo que más me llamó la atención fue su enorme y bien formada verga: como de un color bronceado, con las vellosidades naturales como se usaba antes, gruesa, colgante, larga, pareja. Y sus bolas eran también enormes. Me imaginaba los litros de leche que podían descargar esos enormes huevos.
La particularidad de Ismael era que se tomaba su tiempo en desvestirse, en su aseo, en secarse y volver a vestirse. Mientras que los otros se cambiaban y se iban sin bañarse (algunos, no todos), y lo hacían con pudor, rápido, como tapándose para que no se les vea demasiado, él se bañaba casi todos los días. Y mientras los demás estaban vestidos, Ismael estaba desnudo, mostrando su cuerpo sin ninguna ropa para torturame y deleitarme al mismo tiempo.
Ismael siempre tenía una frase de cabecera que me decía a mí al igual que a otros muchachos de mi edad que estábamos en nuestros primeros pasos en la fábrica:
-¿Vieron chicos? Este cuerpito es para ustedes. Todo menos el de atrás, este cuerpecito lo pueden disfrutar cuando quieran-, ante las risotadas de los demás trabajadores veteranos.
Claramente era una cargada (3), nos estaba tratando de putos. Pero yo me lo tomaba en serio porque yo sí lo era, y pensaba para mis adentros:
-¡Qué más quisiera!-.
Siempre repetía esa misma broma. Por supuesto se refería sobre todo a su verga y hacía alarde de ella cuando nos ofrecía «su cuerpo». Seguramente estaba orgulloso de su gran tamaño y no tenía pudor en mostrarlo. Era como una especie de exhibicionista, un nudista en potencia por todo el tiempo que estaba desnudo sin tener la más mínima intención de vestirse, quizás se pasaba una hora totalmente en bolas.
Mis ojos se desviaban hacia su entrepierna incontrolablemente. No lo podía evitar y me ponía muy nervioso al tratar de evitarlo y que nadie se diera cuenta que lo miraba con mucho «cariño».
Por supuesto que me hubiera encantado aceptar su invitación. Pero lamentablemente no había tiempo ni espacio en el trabajo para concretar nada. La única chance que tenía era hacerme amigo suyo. Y lo hice. Me aceptó por mi inocencia y mi falta de «maldad» como decían los adultos acerca de mí.
Una vez hubo en la fábrica un problema de máquinas en nuestro sector, así que nos tuvimos que quedar hasta después de hora. Sólo nos quedamos un grupo de cuatro hasta terminar el trabajo. Entre esos estábamos Ismael y yo. En mi mente rodaban todo tipo de fantasías. Así que dije: esta vez no se me escapa.
Cuando hubimos terminado la producción nos dirigimos a los vestuarios. Mientras los demás se desesperaron por irse a su casa, Ismael se tomó su tiempo para bañarse, -como siempre- y yo me hice el distraído para esperarlo.
Cuando apareció Ismael desnudo de la ducha y empezó a secarse yo lo miraba fijamente. Me preguntó:
-¿Qué pasa, pibe?-. Y yo nada… No le respondía.
-¿Qué pasa?- Me volvió a preguntar. -¿Por qué me mirás así?-.
Entonces junté coraje y le respondí:
-Es que decidí aceptar tu propuesta…» Le dije tímidamente, nervioso, pero decidido. Ismael me preguntó extrañado:
-¿Qué propuesta?-.
-La que hacés siempre- Le dije. -Esa que decís que todo tu cuerpito es mío, o nuestro, para que podamos disfrutarlo. Decidí aceptar esa propuesta-.
-¿Ah, sí? Dijo entre risas. -¡Estás loco, jaja!- .
-No-, le contesté. -Siempre me pareció que hablabas enserio, y creo que yo también lo quiero de verdad- le respondí con la voz entrecortada.
-Mmmm, bueno- Dijo. -¿Pero cuándo, ahora?- Preguntó.
-Sí- le contesté.
-Está bien- dijo, y continuó -Acercate-.
Entonces me fue guiando hacia abajo poniendo su gran y áspera mano sobre mi hombro. Me llevaba a arrodillarme ante su entrepierna. Me arrodillé y vi de cerca aquel tesoro que tanto anhelaba. Parecía que toda esa situación lo excitaba porque su verga ya se estaba poniendo dura. Nunca la había visto así, a media máquina y tan de cerca, y me pareció maravillosa.
Y mientras me guiaba con mi boca para tragarme toda esa enorme cabeza, se iba poniendo cada vez más dura y más grande. Pensé que se me iba a desgarrar la mandíbula. Me hacía abrir bien y luego intentar meter todo lo que podía, bien hasta el fondo.
-¡Chupá, chupá!- Me decía. -¡Chupá pibe, así! ¡Aaahh!-.
No lo podía creer. Me sentía viviendo un sueño.
Su olor era algo mezclado entre dulzón y olor a sexo de hombre. Su sabor era un poco fuerte pero me fui acostumbrando con los minutos. De vez en cuando me forzaba para tragar hasta la garganta ese enorme pene duro y caliente.
Los gemidos que emitía de tanto en tanto Ismael me volvían loco. Su voz ronca, masculina, me fascinaba y me calentaba más. -¡Ahhhh, aahhh! Lo escuchaba y me derretía…
Yo estaba con la ropa puesta, y mi verga dura me dolía por la fuerza que hacía contra el pantalón.
Entonces, cuando parecía que estaba por acabar me dijo:
-¿Ahora querés probar otra cosa?-.
-Sí-. Le contesté.
Me puso de rodillas como estaba, pero en cuatro patas, empujándome desde la espalda para que apoyara los brazos sobre uno de los bancos de madera donde nos sentábamos siempre. Yo accedí sin chistar y vi como se ponía detrás de mí. ¡¡Mi sueño por fin se iba a realizar!!
Me bajó los pantalones y dijo:
-¡Huy, tenés el pito bien durito, nene!. Se ve que te gusta lo que te estoy haciendo-.
Yo, sin decir nada, dejé que me quitara la ropa.
Se escupió la mano y la pasó por todo su glande. Se escupió de nuevo y me lo pasó en la cola, en el orificio virgen que tenía yo.
-¡Wow, pendejo (4), esto sí que te va a gustar!- Dijo, y continuó -Te va a doler un poco al principio pero después te vas a acostumbrar-.
-Está bien…- Dije yo, tímidamente.
Entonces empezó a empujar esa gran verga dentro de mí. Empujaba de a poco y esperaba a que mi cuerpo se relajara. Seguía empujando y yo sentía que me abría en dos.
-¡Ahhh!- Se le escuchaba decir de vez en cuando. -¡Oohhh! Decía con su voz ronca de macho.
Su aliento caliente resollaba cerca de mi cuello. Sentía su olor a aliento de hombre, de macho, de fumador, de bebedor de cerveza. Se transpiraba sobre mi espalda y sentir su cuerpo así, desnudo y húmedo cerca de mí, me calentaba hasta lo impensable.
Un minuto después, cuando mi tierno culito estaba más lubricado con su líquido pre seminal y con su saliva, empezó a moverse rítmicamente, más rápido. Me sacudía como una locomotora. Yo no sabía de dónde agarrarme. Me hacía vibrar, me zarandeaba y me empujaba con fuerza mientras yo me tomaba del banco de madera, pero se me zafaban las manos y pensé que me iba a ir al suelo.
Me daba empellones con toda su potencia y su cintura de hombre se movía adelante y atrás metiendo esa verga dura dentro de mí. Sentía que me iba a desmayar del dolor y del placer al mismo tiempo.
-¡Cómo me gusta cogerme a los pendejos putitos!- Decía. -¡Y la cola apretadita que tenés no la hubiera imaginado nunca!-.
Ese momento lo voy a recordar por siempre. Tener lo que soñé por tanto tiempo todo para mí. Ese cuerpo masculino, de hombre hecho en la calle, en la fábrica, en el trabajo duro. Su cuerpo y su carácter de macho rudo y heterosexual me fascinaban. ¡Me sentía en las nubes!
Entonces explotó. Fue como una enorme eyaculación de mil litros. Una serie de empujones contra mi cuerpo y toda su leche caliente entrado dentro de mí. La sentía con fuerza penetrando mis entrañas, y quería que se quedara ahí para siempre. Parecía que él quisiera entrar más adentro que nunca con su enorme pene duro, empujando cada vez más mientras gemía y casi gritaba: -¡¡Ahaa!! ¡¡Aaaahhh!! ¡¡¡AAAAAHHHH!!!
Mientras yo me derretía de la calentura y del placer más absoluto, también acabé. Sí, acabé sin tocarme. Por todo lo que me excitaba ese semental, acabé en seco. Me sentí desmayar. Me sentí en el éxtasis más inmenso que jamás haya sentido. Fue el momento más maravilloso de mi vida y me enamoré al instante.
-¡Qué lindo que sos, pendejito!- Me dijo, y me puse tan contento que podría llorar de la emoción.
-¡Qué lindo que la pasamos!- Dijo, mientras me besaba en el cuello y en la espalda, y ¡hasta en la boca!
¡¡Me sentí morir de felicidad!! Todo lo que había soñado al fin era mío.Por supuesto, para él era un momento de calentura más. Para él fue un hermoso polvo que le echó a un pendejo, ¡y encima virgen!. Era una anécdota que tendría para contarle a sus amigos. Pero, mientras que yo estaba perdidamente enamorado, él también lo estaba, pero de su esposa. Lo que tuvo conmigo fue sólo un juego. Y de eso me di cuenta más adelante.
Cuando pasaron un par de meses, simplemente, Ismael se fue. Desapareció. ¡Sí, se fue!. Se mudó de ciudad y cambió de trabajo. Tuvo una mejor oportunidad y decidió tomarla para progresar en su vida.
Y ahí quedé yo. Llorando. Lloré, y lloré, y lloré… Lloré tanto que mis viejos se dieron cuenta y pensaron que estaba enfermo, o que tenía «mal de amores». Claro que lo tenía. Pero, al contrario de lo que ellos pensaban, no era por una chica. Era por ese amigo, amante, compañero de laburo que tanto quise, y que me «abandonó».
Y, como todos los amores de adolescencia, éste parecía para siempre. Parecen el último amor, el único amor. Tan fuerte y profundo como nunca más vas a sentir. Y tal vez sea así. Pero después te das cuenta con el tiempo que todo pasa. Y caés de nuevo en las redes de otro hombre y volvés a enamorarte varias veces en la vida.
Si la línea de producción era problemática para mí, la salida era toda una sensación. Era lo que esperaba todo el día. En los vestuarios habría por lo menos unos 20 a 30 hombres a la vez, que se cambiaban y duchaban frente a mí. Tenía todo un catálogo de hombres masculinos para delitar mis ojos. Estaban todos en sus asuntos, sin prestarse mucha atención. Pero yo era otra cosa. Mis ojos se iban para todos lados. No me podía contener, aunque hacía un esfuerzo enorme por contenerme. Siempre tenía unos muslos frente a mí, unas vergas hermosas o un buen culo de hombre para atraer mi mirada. El corazón me latía como un terremoto. Con mis 18 años y las hormonas a full, todo el cuerpo me temblaba de los nervios por las ganas de mirar, de tocar, de tirarme encima de uno de esos machos, y sin embargo, no podía porque me hubieran cagado a trompadas en ese mismo momento.
Entre todos estos hombres velludos, grasosos, desvestidos, la mayoría no era un adalid de la belleza. Pero había uno en particular que me atrajo desde el vamos. Su nombre era Ismael y era alto, al rededor de 1,80m, unos 38 años, pelo castaño algo lacio y muy brilloso, ojos verdes, piel blanca con algunas pecas en el rostro y estratégicamente bien distribuidas en ciertos lugares del cuerpo: en el pecho, en la parte alta de la espalda y algunas en las mejillas. No era tan carilindo pero su cuerpo sí se llevaba un 10. Tenía un torso bien formado, según él, por el ejercicio que hacían en la «CoLimBa» (2), y que luego pudo mantener a lo largo de los años por genética y también gracias al trabajo pesado de la fábrica. Su panza no era nada prominente y tenía una línea de vello que venía desde el pecho hasta su pubis. Su espalda era bien formada y bajaba como un triángulo invertido hasta su cintura. ¡Su cola era wow! Era fascinante: redonda, bien blanquita, lampiña, suave como el trasero de un adolescente, y tenía unos pelitos dorados que reflejaban la luz del sol que entraba por la ventana del vestuario. Y lo que más me llamó la atención fue su enorme y bien formada verga: como de un color bronceado, con las vellosidades naturales como se usaba antes, gruesa, colgante, larga, pareja. Y sus bolas eran también enormes. Me imaginaba los litros de leche que podían descargar esos enormes huevos.
La particularidad de Ismael era que se tomaba su tiempo en desvestirse, en su aseo, en secarse y volver a vestirse. Mientras que los otros se cambiaban y se iban sin bañarse (algunos, no todos), y lo hacían con pudor, rápido, como tapándose para que no se les vea demasiado, él se bañaba casi todos los días. Y mientras los demás estaban vestidos, Ismael estaba desnudo, mostrando su cuerpo sin ninguna ropa para torturame y deleitarme al mismo tiempo.
Ismael siempre tenía una frase de cabecera que me decía a mí al igual que a otros muchachos de mi edad que estábamos en nuestros primeros pasos en la fábrica:
-¿Vieron chicos? Este cuerpito es para ustedes. Todo menos el de atrás, este cuerpecito lo pueden disfrutar cuando quieran-, ante las risotadas de los demás trabajadores veteranos.
Claramente era una cargada (3), nos estaba tratando de putos. Pero yo me lo tomaba en serio porque yo sí lo era, y pensaba para mis adentros:
-¡Qué más quisiera!-.
Siempre repetía esa misma broma. Por supuesto se refería sobre todo a su verga y hacía alarde de ella cuando nos ofrecía «su cuerpo». Seguramente estaba orgulloso de su gran tamaño y no tenía pudor en mostrarlo. Era como una especie de exhibicionista, un nudista en potencia por todo el tiempo que estaba desnudo sin tener la más mínima intención de vestirse, quizás se pasaba una hora totalmente en bolas.
Mis ojos se desviaban hacia su entrepierna incontrolablemente. No lo podía evitar y me ponía muy nervioso al tratar de evitarlo y que nadie se diera cuenta que lo miraba con mucho «cariño».
Por supuesto que me hubiera encantado aceptar su invitación. Pero lamentablemente no había tiempo ni espacio en el trabajo para concretar nada. La única chance que tenía era hacerme amigo suyo. Y lo hice. Me aceptó por mi inocencia y mi falta de «maldad» como decían los adultos acerca de mí.
Una vez hubo en la fábrica un problema de máquinas en nuestro sector, así que nos tuvimos que quedar hasta después de hora. Sólo nos quedamos un grupo de cuatro hasta terminar el trabajo. Entre esos estábamos Ismael y yo. En mi mente rodaban todo tipo de fantasías. Así que dije: esta vez no se me escapa.
Cuando hubimos terminado la producción nos dirigimos a los vestuarios. Mientras los demás se desesperaron por irse a su casa, Ismael se tomó su tiempo para bañarse, -como siempre- y yo me hice el distraído para esperarlo.
Cuando apareció Ismael desnudo de la ducha y empezó a secarse yo lo miraba fijamente. Me preguntó:
-¿Qué pasa, pibe?-. Y yo nada… No le respondía.
-¿Qué pasa?- Me volvió a preguntar. -¿Por qué me mirás así?-.
Entonces junté coraje y le respondí:
-Es que decidí aceptar tu propuesta…» Le dije tímidamente, nervioso, pero decidido. Ismael me preguntó extrañado:
-¿Qué propuesta?-.
-La que hacés siempre- Le dije. -Esa que decís que todo tu cuerpito es mío, o nuestro, para que podamos disfrutarlo. Decidí aceptar esa propuesta-.
-¿Ah, sí? Dijo entre risas. -¡Estás loco, jaja!- .
-No-, le contesté. -Siempre me pareció que hablabas enserio, y creo que yo también lo quiero de verdad- le respondí con la voz entrecortada.
-Mmmm, bueno- Dijo. -¿Pero cuándo, ahora?- Preguntó.
-Sí- le contesté.
-Está bien- dijo, y continuó -Acercate-.
Entonces me fue guiando hacia abajo poniendo su gran y áspera mano sobre mi hombro. Me llevaba a arrodillarme ante su entrepierna. Me arrodillé y vi de cerca aquel tesoro que tanto anhelaba. Parecía que toda esa situación lo excitaba porque su verga ya se estaba poniendo dura. Nunca la había visto así, a media máquina y tan de cerca, y me pareció maravillosa.
Y mientras me guiaba con mi boca para tragarme toda esa enorme cabeza, se iba poniendo cada vez más dura y más grande. Pensé que se me iba a desgarrar la mandíbula. Me hacía abrir bien y luego intentar meter todo lo que podía, bien hasta el fondo.
-¡Chupá, chupá!- Me decía. -¡Chupá pibe, así! ¡Aaahh!-.
No lo podía creer. Me sentía viviendo un sueño.
Su olor era algo mezclado entre dulzón y olor a sexo de hombre. Su sabor era un poco fuerte pero me fui acostumbrando con los minutos. De vez en cuando me forzaba para tragar hasta la garganta ese enorme pene duro y caliente.
Los gemidos que emitía de tanto en tanto Ismael me volvían loco. Su voz ronca, masculina, me fascinaba y me calentaba más. -¡Ahhhh, aahhh! Lo escuchaba y me derretía…
Yo estaba con la ropa puesta, y mi verga dura me dolía por la fuerza que hacía contra el pantalón.
Entonces, cuando parecía que estaba por acabar me dijo:
-¿Ahora querés probar otra cosa?-.
-Sí-. Le contesté.
Me puso de rodillas como estaba, pero en cuatro patas, empujándome desde la espalda para que apoyara los brazos sobre uno de los bancos de madera donde nos sentábamos siempre. Yo accedí sin chistar y vi como se ponía detrás de mí. ¡¡Mi sueño por fin se iba a realizar!!
Me bajó los pantalones y dijo:
-¡Huy, tenés el pito bien durito, nene!. Se ve que te gusta lo que te estoy haciendo-.
Yo, sin decir nada, dejé que me quitara la ropa.
Se escupió la mano y la pasó por todo su glande. Se escupió de nuevo y me lo pasó en la cola, en el orificio virgen que tenía yo.
-¡Wow, pendejo (4), esto sí que te va a gustar!- Dijo, y continuó -Te va a doler un poco al principio pero después te vas a acostumbrar-.
-Está bien…- Dije yo, tímidamente.
Entonces empezó a empujar esa gran verga dentro de mí. Empujaba de a poco y esperaba a que mi cuerpo se relajara. Seguía empujando y yo sentía que me abría en dos.
-¡Ahhh!- Se le escuchaba decir de vez en cuando. -¡Oohhh! Decía con su voz ronca de macho.
Su aliento caliente resollaba cerca de mi cuello. Sentía su olor a aliento de hombre, de macho, de fumador, de bebedor de cerveza. Se transpiraba sobre mi espalda y sentir su cuerpo así, desnudo y húmedo cerca de mí, me calentaba hasta lo impensable.
Un minuto después, cuando mi tierno culito estaba más lubricado con su líquido pre seminal y con su saliva, empezó a moverse rítmicamente, más rápido. Me sacudía como una locomotora. Yo no sabía de dónde agarrarme. Me hacía vibrar, me zarandeaba y me empujaba con fuerza mientras yo me tomaba del banco de madera, pero se me zafaban las manos y pensé que me iba a ir al suelo.
Me daba empellones con toda su potencia y su cintura de hombre se movía adelante y atrás metiendo esa verga dura dentro de mí. Sentía que me iba a desmayar del dolor y del placer al mismo tiempo.
-¡Cómo me gusta cogerme a los pendejos putitos!- Decía. -¡Y la cola apretadita que tenés no la hubiera imaginado nunca!-.
Ese momento lo voy a recordar por siempre. Tener lo que soñé por tanto tiempo todo para mí. Ese cuerpo masculino, de hombre hecho en la calle, en la fábrica, en el trabajo duro. Su cuerpo y su carácter de macho rudo y heterosexual me fascinaban. ¡Me sentía en las nubes!
Entonces explotó. Fue como una enorme eyaculación de mil litros. Una serie de empujones contra mi cuerpo y toda su leche caliente entrado dentro de mí. La sentía con fuerza penetrando mis entrañas, y quería que se quedara ahí para siempre. Parecía que él quisiera entrar más adentro que nunca con su enorme pene duro, empujando cada vez más mientras gemía y casi gritaba: -¡¡Ahaa!! ¡¡Aaaahhh!! ¡¡¡AAAAAHHHH!!!
Mientras yo me derretía de la calentura y del placer más absoluto, también acabé. Sí, acabé sin tocarme. Por todo lo que me excitaba ese semental, acabé en seco. Me sentí desmayar. Me sentí en el éxtasis más inmenso que jamás haya sentido. Fue el momento más maravilloso de mi vida y me enamoré al instante.
-¡Qué lindo que sos, pendejito!- Me dijo, y me puse tan contento que podría llorar de la emoción.
-¡Qué lindo que la pasamos!- Dijo, mientras me besaba en el cuello y en la espalda, y ¡hasta en la boca!
¡¡Me sentí morir de felicidad!! Todo lo que había soñado al fin era mío.Por supuesto, para él era un momento de calentura más. Para él fue un hermoso polvo que le echó a un pendejo, ¡y encima virgen!. Era una anécdota que tendría para contarle a sus amigos. Pero, mientras que yo estaba perdidamente enamorado, él también lo estaba, pero de su esposa. Lo que tuvo conmigo fue sólo un juego. Y de eso me di cuenta más adelante.
Cuando pasaron un par de meses, simplemente, Ismael se fue. Desapareció. ¡Sí, se fue!. Se mudó de ciudad y cambió de trabajo. Tuvo una mejor oportunidad y decidió tomarla para progresar en su vida.
Y ahí quedé yo. Llorando. Lloré, y lloré, y lloré… Lloré tanto que mis viejos se dieron cuenta y pensaron que estaba enfermo, o que tenía «mal de amores». Claro que lo tenía. Pero, al contrario de lo que ellos pensaban, no era por una chica. Era por ese amigo, amante, compañero de laburo que tanto quise, y que me «abandonó».
Y, como todos los amores de adolescencia, éste parecía para siempre. Parecen el último amor, el único amor. Tan fuerte y profundo como nunca más vas a sentir. Y tal vez sea así. Pero después te das cuenta con el tiempo que todo pasa. Y caés de nuevo en las redes de otro hombre y volvés a enamorarte varias veces en la vida.
Luego de más de 15 años lo volví a encontrar a Ismael. Aquel hombre fascinante que era mi amigo ya estaba más madurito. Con su pelo castaño teñido de canas, y su piel bronceada resaltaban más sus ojos verdes. No lo dudé ni un instante y le propuse encontrarnos. Lo hicimos un par de veces, pero su matrimonio no le dejaba mucho tiempo para otras cosas. Así que tuve que resignar mis aspiraciones, y aceptar mi condición de amante furtivo, fortuito, pero intenso, incandescente como la luz del sol de aquel verano en que nos volvimos a encontrar…
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