Manuel, mi novio de 6 años
En un mundo donde la edad no es obstáculo para tener una relación, Javier cae rendido ante su atracción por el pequeño Manuel.
A Manuel lo conocí hace un par de años. Soy arquitecto y tuve que ir a visitar las obras de la remodelación de una escuela. Estaba tan absorto en revisar el estado de la construcción que ni me fijaba en los niños en recreo que daban vueltas por el patio jugando. Sin embargo, de repente sentí un tirón en el pantalón y me di vuelta para ver qué me rompió la concentración y vi a un adorable pequeñín que me llegaba apenas a la rodilla.
«¿Qué es eso, señor?» Dijo el niño apuntando a mi bloc de dibujo. Tenía la nariz levantada, sus ojos llenos de curiosidad. Ese fue el comienzo. Su dulce tono de voz me atrapó de inmediato. Me agaché y le mostré mi diseño, y eso fue lo que inició la conversación. «Me gusta dibujar animales» dijo, y sin siquiera pensarlo le pedí que me mostrara alguno de sus dibujos. El dibujo no estaba nada mal para un niño de 6. «Que perrito tan bonito» le dije.
Así pasaron los dias mientras trabajaba en la obra de la escuela. Cada vez que Manuel salía de recreo corria hacia donde estaba yo y le mostraba mis dibujos. Los días en los que me tocaba ir a supervisar la remodelación de la escuela eran días en que me levantaba de la cama con un entusiasmo indescriptible.
El animo me empezó a bajar cuando se estaba terminando la remodelación y no lo disimulaba. «Parece que no quiere que se acabe el proyecto, Don Javier» Me dijo el capataz de la obra. Le sonreí, sin darle muchas vueltas. La verdad es que la idea de dejar de ver a Manuel me ponía un nudo en la garganta.
«Ha sido un proyecto desafiante. No quiero pasar a algo más aburrido», le dije.
«Don Javier, con todo respeto, esa no se la cree ni usted» Es obvio que a usted le gusta ese chiquillo. El capataz se rió y me dio unas palmadas en la espalda. No podía negarlo.
«Bueno…Manuel…»
«No sea tonto, Jefe». Si le gusta el niño, juéguesela, es bonito y se nota que usted también le gusta».
«¿Tú crees?» Le respondí con cautela.
«Claro que usted le gusta. El chico no juega nada con los otros niños. No hay recreo que no vaya a buscarlo y los dias que no viene, siempre va a preguntarme por usted y se va con la cabeza abajo cuando le digo que no trabaja aquí hoy ¿Por qué no lo invita a hacer algo en la tarde?». El capataz me sugirió, y la idea empezó a tomar forma en mi mente.
«Creo que tienes razón, Jorge, tal vez debería invitar a Manuel a hacer algo, pero no sé, nunca he salido con alguién tan joven ¿Qué tipo de cita puedo proponerle a un niño?
«No se complique, Don Javier. Es solo un niño. Llévelo al parque, a ver un dibujo animado o a un heladería, ya verá que se divierten» me sugirió el capataz. «Mi esposa tenía 8 añitos cuando empezamos a salir. Créame que lo sé. No necesita nada elegante, solo que se diviertan.»
Pensando en sus palabras, me decidí. La semana de finalización de la remodelación, fui a buscar a Manuel. Le propuse que pasara la tarde conmigo, que fuéramos al zoológico. Su cara se iluminó de la emoción. «¿Vamos a ver a los elefantes?» Me dijo. «Sí, vamos a ver a todos los animales que quieras» respondí sonriendo.
A la hora de salida de los niños de prescolar, le pregunté a Manuel si me podía llevar donde su mamá cuando lo fuera a buscar para llevarlo a casa. En la puerta de salida, Manuel me guío donde su madre quien andaba con el uniforme de la misma escuela de Manuel. Tenia unos 18 años e iba en el último año de secundaria. Era muy amable y me dijo que no tenía ningún problema con que saliera con él. Que Manuel le hablaba a ella y a su esposo todo el día de mí.
Después de la cita al zoológico, lo llevé otros dias a un parque de barrio, a un parque de diversiones y a una heladería. Un fin de semana, fuimos al cine a ver una película y ahí ocurrió la magia. El villano de la película era un monstruo con un diseño algo grotesco y cuando puso una risa malvada con truenos de fondo, manuel se asustó y se abalanzó sobre mí.
Instintivamente, lo abracé y sentí su corazón acelerarse. En la penumbra del cine, me acerqué lentamente a su rostro. Nuestros labios se tocaron por un breve instante, y el calor que me recorrió el cuerpo fue indescriptible. El beso fue torpe, ya que era el primero de Manuel, y eso solo lo hacía aun más adorable. Con suavidad, fui guiando sus labios, mostrando la suavidad y el ritmo que debía dar a cada beso. Manuel pasó el resto de la película sentado en mi regazo mientras yo le acariciaba el pelo y las piernas.
Al salir del cine, la noche ya se envolvía la calle. La luz de las farolas le daba a su cara un tono naranja y sus ojos brillando. «¿Te gustó la película?» Le dije, y asintió con la sonrisa aun en su rostro. «Pero me asustó un poquito» Agregó.
«Quizás te gustaría esta noche dormir acompañado para que no te sientas asustado solo pensando en ese monstruo» sugerí con ternura. La idea de que mi cariño por Manuel se volviera aun mas intimo me llenó de emoción. «¿Por qué no vienes conmigo a mi apartamento? Así puedes dormir en la cama conmigo».
Manuel me miro con ojos brillando de aventura. «¿En serio?»
«Claro que si, mi niño. Tu mamá y papá no van a rechazarlo, creo que te aman demasiado para que no te dejen disfrutar de la noche conmigo». Manuel me abrazó con tanta sinceridad que sentí que mi corazón se iba a salir por la boca. «Vamos a mi auto y les llamo» le dije.
«Sus padres no pusieron problema. Por el contrario, agradecieron mi preocupación por su seguridad. El viaje a mi departamento fue tranquilo. Manuel se acomodó en la silla de niños en el asiento trasero y nos encaminamos a mi casa. A ratos lo miraba a través del retrovisor y no podía dejar de sonreir. La idea de que iba a compartir mi cama con el me llenaba de emoción.
Al entrar a la sala, mi apartamento se lleno de la risa de Manuel. El le encantó mi sofá, mi gran librería llena de libros y mis plantas. También habia comprado unos dinosaurios, anticipándome a que le podrían gustar. El corazón me latía con la emoción de lo que vendria.
«Ya que no tienes tu pijama, tendrás que sacarte la ropa» Le dije a Manuel con una sonrisa burlona. Si no, la cama se ensucia. A Manuel todavía le costaba desvestirse solo, sus manos temblorosas se movían por su ropa. Lo ayudé, deslizando suavemente cada prenda de su dulce piel. Cada toque me acercaba un paso más a la locura, y mi respiración se hacía cada vez más profunda.
Quedamos ambos desnudos, lo tomé en brazos y me lancé a la cama con él. Su piel suave y calida se pegó a la mía, y la emoción me recorria cada poro. Empecé a acariciarlo, a explorar cada centímetro pasaron por su espalda, siguiendo la columna vertebral que se curvaba con la suavidad de un gato acurrucado. Su respiración se aceleró al sentir mis labios en su cuello, su pecho, su vientre.
Finalmente llegué a la mejor parte. Su pene era diminuto, lleno de vida, palpitando con cada latido de su corazón. Lo acaricié con ternura, permitiéndole sentir la suavidad de mis manos en su piel. Manuel me miraba con ojos asombrados, sin saber qué sucedía realmente. «¿Te gusta?» Le susurré, y asintió. «¿Sabes lo que hacemos ahora?»
«¿Los besitos especiales?» La maestra dice que hay besitos de boquitas y besitos especiales» Claramente Manuel estaba poniendo atención en sus clases de educación sexual y tenía algunas nociones de lo que hacen las parejas en la cama.
«¡Quiero probar el besito especial!» Dijo Manuel con un brillo en sus ojos que me recordó la inocencia de la vida sin preocupaciones. Su curiosidad era un espejo del mio propio deseo de explorar cada rincón de su ser. «¿Me lo puedes mostrar?»
Con un suspiro, me acerqué a su rostro. «Por supuesto, mi dulce», le dije, y bajé mi cara a su tierna ingenuidad. Comencé a besarlo lentamente, acariciando sus labios con el mío. Poco a poco, introduje mi lengua en su boca, mostrándole el calor y la humedad que se escondía en un beso real. A medida que mis dedos se movían por su piel, sentí su respiración acelerarse.
Su inexperiencia era palpable, suave e inquietante. Me excitaba la idea de que yo sería su primera vez. Acerqué su carita a mi entrepierna y le mostré mi miembro erecto. Sus ojos se abrieron de par en par. «¿Tú quieres que yo…» Balbuceó. «Sí, mi amor, quiere que lo hagas. Sólo si quieres», le dije alentador.
Manuel asintió, y con cuidado tomó mi pene en su manita. Sus labios se acercaron, y por un instante, sentí la humedad de su aliento en mi piel. Sus ojos me miraban buscando aprobación. «Ahora, ve a por ello», le susurré. Su boca se abrió, y con cierta torpeza, engulló mi miembro. Su cara se crispó y, por un instante, creí que se iba a detener, que no le gustaría. Pero no lo hizo.
«Si no te gusta, no sigas, cariño» Le susurré, al ver la cara de Manuel. Me sentía mal por forzarlo a algo que a lo mejor no le gustaba.
«Perdón pero sabía feo» Dijo aguantandose las lágrimas por creer haberme decepcionado. Lo abracé y le susurre con ternura «No pasa nada, mi tesoro, no tienes que forzarlo si no quieres.» Lo levanté y lo senté en mis piernas. Tengo una idea, podemos jugar un juego que te puede gustar más. ¿Te gusta mas la mermelada de damasco o la de frambuesa?»
«¡Frambuesa!», exclamó Manuel, olvidando por un instante su preocupación.
«Entonces voy por la de frambuesa». Fui a la cocina a sacar el frasco de mermelada. La abri y la vi con nostalgia, recordando mi primera vez a los 10 años con mi primer novio, un joven de 20 que usó el mismo truco cuando me ocurrió lo mismo.»
Volví a la habitación y unté cuidadosamente un poco de mermelada de frambuesa en mi miembro ya erecto. «Ven aquí, mi tesorito», le dije a Manuel con una sonrisa cariñosa. «¿Quieres jugar a limpiarme la mermelada?»
Su cara se iluminó de inmediato. A los niños les encantan los juegos y los dulces, y este no era la excepción. Me senté en la cama, y con la mermelada brillando en la punta de mi pene, lo invité a acercarse. «Estoy seguro de que ahora sabrá mejor», le dije, y su sonrisa se ensanchó.
Manuel se acercó, la curiosidad en sus ojos. Suavemente, extendió su lengüita y la pasó por la mermelada. Sus ojos se cerraron y asintió, una sonrisa de aprobación en sus labios. «¿Ahora si te gusta?» Le pregunté. «Sí», susurró. «Sabe rico».
Así, el niño se fue acostumbrando más facilmente a mi pene. La mermelada de frambuesa se fue acabando, pero Manuel no se detuvo. Su curiosidad era insaciable. Acariciaba mi miembro con la punta de su dulce lengua, lamiendo la mermelada y descubriendo con cada pasada la textura que se escondía debajo. Mis ojos se cerraban de placer cada vez que sentía un cosquilleo en la piel.
«Manuel» Le dije «¿La maestra te habló ya de qué otra forma los hombres podemos jugar con nuestros penes?»
«Por el agujerito del culo», respondió Manuel sin dudarlo, su rostro ahora serio y atento. Claramente, su maestra le había dado una lección detallada. «¿Te gustaría que juguemos a eso?» Le dije, mi corazón acelerando a mil por hora.
Manuel asintió con timidez, y su carita se puso colorada. «Pero…¿no duele?» Preguntó. «A veces un poquito al principio, mi vida, pero si lo hacemos despacio y con cariño, no duele, sino que es un placer que se comparte entre dos personas que se aman», le expliqué con calma y dulzura.
Lo acerqué a mi, y lo bese en la boca. «Tranquilo, mi dulzura, no te voy a forzar a nada que no quieras». Con la punta de mi dedo le acaricié el anillo delicado de su culo. «¿Te gusta?» Le susurré, y el movió la cabecita afirmando.
Con la calma, lamí suavemente su hoyito. Su olor a niño me excitaba al máximo. Su piel era suave y elástica, y mis labios se abrieron para que mi lengua pudiera explorar la delicada textura. El sonido de su respiración agitada llenaba la habitación, y suave, introduje mi dedo meñique en su abertura.
Manuel se tensó en un primer instante, y su respiración se agitó. «¿Todo bien, mi vida?» Le susurré, deteniendo mi acción por un breve instante. «Sí, Javier, sigue» Me respondió con la dulzura que solo un niño angelical podía. Volví a lamer suavemente, y al sentir su respiración volver a su ritmo normal, empecé a empujar la punta de mi dedo meñique adentro, lentamente.
El anillo muscular se abrió y mi dedo deslizó en su interior. Su interior era caliente y acogedor. Me detuve un rato para que su hoyito se acostumbrara a la intrusión. «¿Te gusta, mi cielo?» Le dije. «Sí» Me contestó con un suspiro.»
Manuel se movió ligeramente, acomodando su posición, permitiéndome entrar un poquito más. Su carita se contraía en cada movimiento, mostrando su esfuerzo por relajarse. Su confianza me llenó de un cariño inmenso. Con la punta del dedo me moví lentamente, acariciando sus paredes internas. Sentí un escalofrío recorrer mi columna vertebral, la sensualidad de la situación era abrumadora.
«¿Ahora, mi tesoro?» Le susurré, refiriéndome a si ya podía intentar con mi pene. El asintió, y me acerqué a su tierno y suave culo, que ya se movía de ansias. Con cuidado, acerqué la punta de mi miembro a su abertura, la humedecí con la saliva de mi boca y comencé a frotarlo lentamente.
Suavemente, la introduje, y sentí la resistencia de su anillo muscular. «¿Te duele?» Le pregunté, preocupado. «Un poquito, Javier» Me respondió, apretando sus dientecitos. «Tranquilo, será solo un poquito» Le susurré.
Con paciencia, continué empujando, y la tensión en su rostro empezó a desaparecer. Su anillo se relajó y mi pene deslizó en su interior. La sensación de calor y humedad era indescriptible. Con cada pulso de mi corazón, sentía mi miembro adentrarse en la inocencia de Manuel. Su cara reflejó un rango de emociones, del miedo al placer, y la tensión se transformó en un suave jadeo.
No quise sacarle mas dolor a mi angelito, asi que la retiré. «Mira manuel, voy a lanzar la leche que tengo adentro y la dejaré en tu carita» Le expliqué con dulzura.
Manuel me miro con ojos asombrados, la curiosidad pintada en su rostro. Fijó sus ojos en mi verga, mientras mi mano derecha frenéticamente se movía en mi miembro. «¿Y eso que pasa?» Preguntó, sin entender realmente el concepto. «Vas a ver, mi vida. Pon tu carita aquí» Le dije, acercando su rostro a mi entrepierna.
Sentí un escalofrío recorrer todo mi cuerpo y exploté lanzando mi semilla en la carita de mi dulce y delicado Manuel. Sus ojos se abrieron al ver la sustancia calentita que salia de mi miembro. «¿Es la leche que hablabas?» Preguntó con inocente curiosidad. «Sí, mi cielo, es la leche que los chicos buenos reciben de sus amores» Le sonreí.
Con cuidado, limpié la carita de Manuel con una toalla. Sus ojos me miraban, sin entender realmente lo que acaba de pasar. «¿Te gusto?» Le dije. «Sí, Javier, fue rico» Respondió con un tono de satisfacción en su dulce y suave vocecilla.
«Manuel Tu sabes qué es un novio ¿Cierto?
«Sí, Javier, es alguien que te quiere y que te da besos», respondió el niño con la ingenuidad propia de su edad.
«Eso es cierto, mi vida, un novio es alguien que te quiere y te da besos. Pero, hay muchas cosas más que un novio te da. Un novio es alguien que siempre juega contigo, que te toca para que se sienta rico, que te ayuda en tus problemas. Es como tu mejor amigo pero mucho mas lindo»
«¿Gonzalo (Su mejor amigo) no es lindo?» Preguntó Manuel, con la inocente confusión que solo un niño podía mostrar. «Sí, es lindo, mi vida, son tus amigos, son lindos. Pero un novio, es alguien que te quiere más que nadie y que te quiere en la noche y en la mañana.» Le explique con ternura. Manuel. «¿Quieres que seamos novios?» Pregunté nervioso.
El asintió con la mayor de las sonrisas. «¿Sí? Estás seguro, mi tesorito?» Inquirí. «Sí, Javier. Quiero que seas mi novio y que me des besos y que me toques». Su respuesta fue espontánea y sincera, y mi corazón se llenó de alegría.
Llevé a Manuel al baño para que se lavara los dientes y la cara antes de dormir. La noche se acercaba y la luz suave que entraba por la ventana le daba un toque angelical. Mientras se enjabonaba, mi celular empezó a sonar. Era la cara de Rodrigo, el papá de Manuel, que salía en la pantalla.
«¿Cómo estás, mi niño?» Preguntó Rodrigo con su tono sereno. «Muy bien, papá. Javier me trajo a dormir a su apartamento», respondió Manuel con una sonrisa que no cabía en la pantalla.
«¿Y qué hicisteis hoy?» Inquirí su papá, sonriendo. «Fuimos a ver una peli… y… Javier me dio un beso… un beso grande», dijo, sus mejillas enrojeciendose. «Ah, un beso grande, dices», repitió Rodrigo con una sonrisa pícara. «¿Y qué más?»
Manuel se detuvo, sus ojos brillando de emoción. «Y… jugamos con la mermelada». La cara de Rodrigo se puso de repente de un rojo vivo, su risa resonando en el teléfono. «¿Con la mermelada?» Repitió, ahora con los ojos llenos de diversión. «¿Y dónde jugasteis con la mermelada, mi chico?»
Manuel continuó. «En la cama, papá. Javier dijo que era un juego de chicos mayores. Y me gustó. El me dio un beso grande, y mi lechita en la carita!» Yo me quería morir de la vergüenza, pero mi suegro se rió de la indiscreción de su hijo.
«¿Le gustó la lechita, mi bebé?» Preguntó Rodrigo, su risa se escuchaba por la bocina del celular. «Sí, papá. Y me dijo que soy su novio», respondió Manuel, su tono lleno de emoción. La cara de Rodrigo se suavizó, y pude ver la preocupación en sus ojos. «¿Y tú quieres que Javier sea tu novio?» Me di la media vuelta, con la espalda contra la pared del baño, sonrijado.
Manuel asintió con entusiasmo. «Sí, papá. Me quiere y me da besos. Me siento feliz con Javier». La respiración se me cortó en el cuello. Nunca me hubiera imaginado que mi relación con Manuel podía ser tan pura y sencilla. «Eso me alegra, mi vida. disfruta fruta mucho ¿Me puedes pasar a Javier?»
Tomé el telefono con mi cara aun roja por la embarazosa confesión. «Hola don Rodrigo» Le saludé, temblando.
Don Rodrigo, un hombre muy ordenado y correcto, de unos 60 años se veía relajado y alegre. «Hola Javier, no te preocupes, ya sabíamos de tus sentimients por mi bebé. Eres un buen chico, y si a mi niño le haces feliz, yo estoy feliz.»
«Muchas gracias Don Rodrigo,» dije, aliviado. «Le prometo que haré todo lo que esté en mi mano para que Manuel sea feliz.»
«Y no te preocupes si Rodrigo dice esas cosas. Así son los niños. A Lucía, la mamá de Rodrigo, la iba a buscar al jardín de infantes cuando empezamos a salir, y una vez se puso a gritar que mi cosita se la echa a la boca. Imaginate mi cara.»
«Me imagino que debió ser incómodo, Don Rodrigo, lo siento muchísimo» Le dije, aun avergonzado. «No hay nada que lamentar, Javier. Eso son solo cosas de niños, no te tomes a mal lo que dice» Me respondió, suavizando la atmósfera. «Solo queremos que seas feliz, y si eres feliz con mi niño, que sea. Bienvenido a la familia».
Su tono me sorprendió. No me lo hubiera imaginado, la aceptación tan abierta. «Gracias, Don Rodrigo. Esto es un gran paso para nosotros y… prometo que cuidaré de Manuel con todo mi corazón».
Colgué el teléfono y me di la vuelta. La sonrisa de mi dulce novio me envolvía. Lo levanté en brazos y lo acerqué a mi pecho. «¿Vamos a dormir?» Le dije, con la mayor de las sonrisas. «Sí, Javier, quiero dormir contigo», respondió, anidando su carita contra mi cuello.
Nuestros corazones latían a un ritmo frenético, cada palpitar se sentía a la par. Nos metimos en la cama, desnudos y sin reparos. Sus brazos se enrollaron en torno a mi cuello, y yo rodeé su tierno y caluroso cuerpo con mis brazos. Sentirlo tan cerca me hacía sentir completo.
Cerré los ojos, y comencé a imaginar nuestro futuro. Lo imaginé con unos 8 años caminando conmigo al altar con un adorable trajecito a medida. O con unos 10, ya en la cama, acariciando a nuestro primer bebé. La idea me excitaba y a la vez me llenaba de ternura. «Bueno. Esto está recién empezando» Me dije a mi mismo. Poco a poco me fui quedando dormido, sin saber qué nos delaraba el futuro.
Si les gustó este relato, escribanme a tl: p0588s