Manuel V
Conozco al encargado de entrenar al pequeño Santiago.
Después de mi encuentro con Santiago en casa de Rogelio, me dediqué a revisar cada perfil de su primo en redes sociales. Su nombre es Manuel, era estudiante de arquitectura y pertenecía al equipo de basquetbol de su universidad. Destacaba de sus compañeros por su altura; era moreno, delgado y con cabello rizado. En lo particular, me gustaban sus ojos claros y sonrisa amigable. No había indicios de que tuviera novia, aunque varias mujeres halagaban sus fotos. Más adelante supe que prefería las relaciones casuales, pues disfrutaba vivir su sexualidad sin restricciones; siempre que le aguantaran el ritmo, no discriminaba el género ni la edad. Sobre todo, le encantaba estrenar y entrenar morritos como su primo.
Además de su contacto, Santiago me compartió algunos archivos privados de él y Manuel. El joven solo tenía vello de la cintura para abajo y pude apreciar que estaba bien dotado, pues el niño no podía cubrir su verga con ambas manos. Al ser testigo de su potencial y aguante, no me sorprendieron los vídeos donde aquella verga desparecía por completo en el culito del menor, ni sus gemidos pidiendo más. Mi fotografía favorita enfocaba a Santi sonriendo de oreja a oreja, con el rostro cubierto de semen. Aquella noche me masturbé pensando que pronto sentiría esa verga rompiéndome el orto.
Al día siguiente le envié el primer mensaje “Qué onda. Sé que no me conoces, pero un amigo me ha dicho que coges bien rico y quisiera comprobarlo de primera mano”, además de dos fotos: una en tanga y otra de mi culo abierto con ambas manos (a mi tío Víctor le gustaba fotografiarme que tenía de donde escoger). Recibí respuesta media hora después “Debes estar confundiéndome”. Por ello adjunté una de sus fotos con Santiago. “Estoy seguro de que eres tú el de esta foto. Tranquilo, no tengo intención de acusarte, al contrario, quisiera saber si existe la posibilidad de reunirnos con tu primo este fin de semana. Él me ha dicho que se quedan a solas los sábados y pensé que podría acompañarlos. ¿Acaso no te gustaría disfrutar de dos culos a la vez?”. Luego de leer el mensaje, me bloqueó. Quizá lo asusté siendo demasiado directo. Le escribí a Santi pidiéndole que hablara con él, asegurándole que todo quedaría entre nosotros.
Un poco resignado, contacté a Rogelio para acordar una cita y entonces recibo una llamada de Santiago «Qué pedo, soy Manuel. Espero que comprendas mi sorpresa, pero mi primo ya me aclaró las cosas y me ha platicado cómo se conocieron. Si aún te interesa, puedes venir a vernos el sábado al mediodía. Me gustaría coger tu culito». Lo desafié «¿Estás seguro de que podrás con ambos a la vez?». «No es mi primer trío, güey, prometo que saldrás satisfecho».
Llegué puntual aquel sábado, deseando saborear esa verga morena y con ganas de probar nuevamente el culito del niño. Santiago me recibió, aún vestía su pijama y tenía el cabello alborotado. Lo saludé de beso y pregunté por su primo «No tarda en llegar, salió a jugar con sus amigos, pero sabe que vendrás». «Perfecto, ¿qué te parece nos ponemos cómodos en lo que esperamos?». Nos acercamos al sofá y, sin dudarlo, comencé a besarlo. La suavidad de sus labios era adictiva; su lengua buscaba ansiosamente la mía mientras con una mano sobaba mi entrepierna por encima del pantalón. Poco a poco lo fui desvistiendo, dejándolo únicamente con su trusa de superhéroe. Recién empezaba a recorrer su cuello con la lengua, cuando me vi interrumpido por una voz ronca. «Veo que no pudieron esperarme, aunque no te culpo, mi primo es irresistible». Manuel se encontraba de pie junto a la puerta. Vestía su uniforme deportivo y aunque estaba sudoroso, no olía para nada mal. Un gran bulto se marcaba en su short, demostrando que llevaba rato observándonos. Continué besando a Santiago mientras Manuel se acercaba quitándose la ropa. Aquella enorme y venosa verga nos invitaba a probar del precum que goteaba. Al igual que con Rogelio, el niño y yo nos hincamos a cada lado para saborear semejante pedazo de carne. Su grosor era considerable; ninguno de los dos podría tragarse esa verga por sí solo, era necesario que uno presionara la cabeza del otro para que sus huevos tocaran nuestro mentón, no nos importaba que nos faltara el aire. Mientras más la ensalivaba, más ganas tenía de montar esa verga. Manuel disfrutaba de nuestras mamadas, tomando fotografías para atesorar el momento. «¿Cuál de ustedes será el afortunado que me cogeré primero hoy?» preguntó luego de unos minutos. Santiago y yo nos pusimos en cuatro sobre el sofá, ofreciéndole nuestros culos, quedando a su total disposición. «Creo que lo adecuado será atender primero a nuestro putito invitado, a leguas se nota que desea esta verga» dijo colocándose detrás de mí, rozando el pliegue de mis nalgas con su glande. El niño, molesto por la elección hecha, se puso de pie para irse a otro cuarto. Sin embargo, su primo lo alcanzó y, jalándolo del cabello, le ordenó que dejara el berrinche y esperara su turno como estaba. Para convencerlo, le ofrecí mamarle el culo entre tanto y le prometí que él sería el primero en estar con mi tío Víctor cuando lo viéramos. Una vez acordado, volvimos a acomodarnos. Manual estaba impaciente: sin más, me tomó fuertemente de la cintura y hundió su verga hasta el fondo. No pude evitar gritar, provocando que el vato se inclinara hacia mi oreja y susurrara «Aguántate, cabrón, que esto es lo que querías y apenas es el primer arrimón. ¿O acaso mi primito es mejor que tú?» Tenía razón, fui yo quien lo buscó y provocó en primer lugar, ahora debía tomar responsabilidad. Resignado, relajé el cuerpo e inhalé profundamente mientras Manuel iniciaba un mete y saca acelerado. Por su parte, Santiago se acercó de frente y comencé a mamar su delgado miembro. Poco a poco fui acostumbrándome a las embestidas de Manuel, sintiendo cómo expandía mi orto con cada embestida, lanzando gemidos que ahogaba en el pubis del niño. Aunque el hombre resoplaba a lo bajo, lo que más me excitaba era el sonido de sus huevos sudorosos rebotando en mis nalgas.
Minutos después nos dirigimos a un cuarto decorado con posters y juguetes de superhéroes. Me recosté en la cama, acomodé las piernas en los hombros de Manuel y seguimos cogiendo. Los estímulos en mi próstata eran mejores en esa posición. «Sabía que no ibas a fallarme, maricón. Aprietas bien chingón, aunque es obvio que te sobra experiencia», dijo con una sonrisa. Tenía la cara y el pecho empapados de sudor. El brillo en sus ojos fue lo último que vi antes de que Santiago se sentara en mi cara. Su aroma embriagante y sabor salado eran adictivos. Devoré con locura cada pliegue de su culo lampiño, dejando un abundante rastro de saliva. Una vez dilatado, avisé a Manuel que su primo estaba listo para recibirlo. Sacó su verga de mis entrañas y acerqué los dedos para apreciar su trabajo. Nunca había sentido mi orto tan abierto y húmedo. Con su verga aún firme, Manuel se acostó y ordenó al menor que lo montara. Santi se colocó de espaldas frente a él y fue bajando, abriendo su culo con ambas manos hasta encontrarse con la punta del mástil. Fue impresionante la forma en que aquella verga gorda se perdía dentro de su pequeño cuerpo, evidenciando la práctica que ambos tenían. Luego de abotonarse por completo, el niño comenzó a marcar el ritmo de su cogida y Manuel capturaba su logro con su celular. Yo aún tenía los huevos cargados de leche, así que acerqué mi pito a la boca del peque y comenzó a mamar. El ambiente se cubrió de nuestros gemidos y de un sonido similar a un perro tomando agua. De repente, el momento se vio interrumpido por una llamada. «Bueno» respondió Manuel tranquilamente. Santi redujo la velocidad de sus sentones, pero no se detuvo. «Sí, tía, ya estoy en la casa… en su cuarto, como siempre… no, todo se terminó ayer… está bien, nos vemos en un rato» y colgó. «Tu madre llegará pronto. Será mejor que continuemos en la noche. Vete a bañar» ordenó a su primo. El niño obedeció de mala gana. «No sé cuándo nos volveremos a ver, así que debes llevarte un buen recuerdo. Móntame» me indicó. Su verga parecía a punta de reventar. Acerqué el culo y fui tragando cada centímetro hasta el tope. Manuel me penetraba con fuerza, como si su vida dependiera de ello. Comencé a masturbarme con la intención de acabar al mismo tiempo, pero no aguanté mucho, manchándome el torso con mis mecos. No obstante, sirvió para estimular al vato y lograr que me preñara. Tan pronto sacó su verga, sentí su leche caliente escurrir por mis muslos. Santiago salió del baño y se acercó a limpiar el esperma de Manuel con su lengua. Acto seguido, le planté un beso y Manuel tomó una última foto.
Todo estaba en orden cuando llegaron los padres del niño. Manuel me presentó como uno de sus compañeros de la universidad y Santiago declaró que se divirtió jugando con nosotros. De camino a la parada del autobús, Manuel y yo compartimos nuestra historia con el pequeño. Entonces supe que en su pueblo acostumbraba a culearse a sus vecinos, la mayoría igual o más jóvenes que su primo. Inició con el hermano de un amigo y el niño se encargó de correr la voz. Luego de mudarse a la ciudad y verse un poco limitado por la falta de lugar, decidió probar suerte con Santiago, encontrando una mina de oro. Me comentó que además cogía con algunas de sus compañeras locales e incluso con un profesor. «La ventaja de ser foráneo es que pocos te conocen y puedes darte a quien quieras, siempre con discreción». Por mi parte, le hablé de nuestro primer encuentro con Rogelio. «Así que él también lo usa. No me sorprende, el niño es un putito nato, aguantador, capaz de todo con la única intención de satisfacernos», dijo. «Podrías acompañarnos en nuestro próximo encuentro», lo invité.
El siguiente fin de semana, Víctor y yo pasamos por Santiago. El niño estaba extasiado, aunque inquieto, y mi tío feliz de conocerlo. «Recuerda tu promesa de la última vez», me dijo. «Claro, ya verás cómo nos divertimos de nuevo».
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