Mario y Miguel — Capítulo VIII
(inc, gay, Hh).
Capítulo VIII: La invitación de Gonzalo
MARIO
_____________________________________________________________
No estaba equivocado. El alumno que había visto cuchicheando con el profe de Educación Física no era otro que Gonzalo, el mismo que restregó el pico con el mío aquel día que nos encontramos solos los dos en el baño. Lo recordaba claramente. Sabía que mi secreto no era secreto con él.
Cuando salí del gimnasio, me fui corriendo a las duchas, me iba a meter al agua sólo para que no me retara la profe, porque no quería perder más tiempo, cuando entré a la ducha ya mis compañeros se habían ido y allí estaba él. Vestido. Sonriente.
—¿Te gustó estar con el profe? –me espetó.
Yo sólo sonreí algo cohibido porque me daba cuenta que él sabía. Siempre había sabido.
—Mira, me dijo, tengo que irme a clases. Chúpamela un ratito. Y dicho esto, se la sacó del pantalón y con una mano en mi hombro, me la dirigió a la boca haciendo que me agachara. Yo, ya más desinhibido, me agaché y me la metí a la boca. La tenía más delgada, pero muy durita. Era una verga blanca y recta, con una vena que la recorría entera en la parte superior. Recordé esa primera vez, en los urinales, cuando la había visto por primera vez. Se la chupé un poquito a la rápida, percibí el típico olor a verga que ya se me estaba haciendo familiar y recorrí con mi mirada su vello púbico oscuro y brillante dentro del pantalón. Quise meter mi mano, pero no me dejó. Me sorprendió su voz:
—Después, ¿ya?. Me voy ahora, pero acuérdate, me debes una, y mientras se la metía rápidamente en el pantalón, se fue dejándome sólo en la ducha.
Cuando estaba bajo la regadera, llegó el profe y mientras me miraba desnudito como estaba me dejó un papelito para que le mostrara a mi profesora en el que explicaba mi atraso. Antes de irse, se acercó y me agarró el potito bajo el agua.
—¡Riiico!, me susurró entre dientes, y se fue.
Al terminar la jornada me fui con Miguel. Cuando llevábamos un par de cuadras alejados del colegio, nos alcanzó Gonzalo.
—¡Mario!, me gritaba. –¡Espérame!
Me dio vergüenza. No sabía que me diría.
—Hola, Miguel, saludó a mi amigo.
—Hola, contestó Miguel.
Yo no sabía cómo era que se conocían, si Miguel y yo íbamos en la básica y él era de los grandes. Se me cruzó por la mente que a lo mejor Miguel lo conocía por lo mismo que yo.
—Miren, los invito al cine, nos dijo. ¿Qué les parece si nos juntamos a las 4?, ¿pueden pedir permiso?.
Miguel y yo nos miramos, sin saber qué decir. ¿Nos estaba invitando al cine a nosotros? ¿a dos cabros chicos?.
—No sé, contesté primero, tendría que pedirle permiso a mi mamá.
—Yo no sé si me den permiso, agregó Miguel.
—Bueno, nos dijo Gonzalo, traten y nos encontramos en el parque cerca de la escuela, si no llegan a las 4 entonces sabré que no les dieron permiso. ¡Pero les conviene!, se rió mientras se daba la vuelta y se alejaba corriendo.
Miguel y yo nos miramos y ninguno dijo nada. Después nos miramos de nuevo y nos reímos. Después nos miramos de nuevo y nos reímos más aún.
—¿Vas a pedir permiso?, le dije. Y nos lanzamos a reír nuevamente, aunque no estaba seguro de qué nos reíamos. Creo que un poco era de nervios, otro poco de excitación y un poco también de saber algo el uno del otro que ninguno quería comentar a viva voz.
Así llegamos a la esquina donde nos separábamos. Miguel siguió de largo y yo di la vuelta a la esquina.
—¡A las 4 en el parque!, me gritó y riendo fuertemente nos dirigimos a nuestras casas.
Apenas llegué le dije a mi mamá que tenía que juntarme con Miguel a las 4 para hacer una tarea, no le dije dónde, pero igual me preguntó si me iba a juntar con él en su casa, Le contesté que sí, que iría a su casa.
Rápidamente me cambié de ropa y me metí al computador mientras hacía hora hasta que llegara mi papá. Al parecer sí fue a trabajar después de todo, Nunca lograba entender completamente a los adultos. Mi papá dijo que se quedaría en casa, pero ahora resultaba que estaba trabajando y con mi mamá nunca almorzábamos hasta que llegaba él. En cuanto sentí el auto, bajé la escalera y corrí a abrazarlo. Él al verme alargó los brazos y me alzó dándome un piquito en los labios como acostumbraba.
—¿Cómo está mi putito?, me susurró en la orejita mientras lanzaba una mirada furtiva por si mi mamá se encontraba cerca. Y yo sólo atinaba a sonreír mientras aspiraba su aroma que tanto me gustaba.
—Vaya a la pieza, me dijo muy bajito. Y yo le obedecí.
Mi papá se dirigió entonces a la cocina a saludar a mi mamá y yo me fui a su pieza. Al ratito llegó él.
—La mamá dice que tiene una tarea donde su amigo. Afirmó mientras se sacaba la corbata.
—Sí, tengo que hacer una tarea con el Miguel. Contesté. Comenzó a desabrochar su camisa.
—¿Y hasta qué hora va a estar en eso?. Desabrochó sus pantalones.
—No sé, como hasta las siete, creo. Se sentó a mi lado en la cama.
—¿Y de qué es la tarea?. Se sacó los zapatos.
— ———
—La tarea… , me miró… ¿qué tarea es?, —se sacó las calcetas y comenzó a sacarse el pantalón.
—eehh, de Historia, contesté. Me miró con los pantalones a medio sacar.
—De Historia ¿eh?. Terminó de sacarse los pantalones y se paró. Se dirigió luego a la cómoda y sacó un short de aquellos que acostumbraba usar. Yo no perdía detalle. Su trasero fuerte, grande, masculino, sus piernas peludas y gruesas. ¡Cómo me gustaba mi papá!, de sólo mirarlo se me paraba mi pequeño pico y él lo sabía.
Se volvió hacia mí con los shorts en la mano y luego se volvió a la puerta. Miró por el pasillo justo en el momento en que mi mamá gritaba que nos apuráramos, que estaba por servir el almuerzo.
—¡Ya!, ¡ya vamos!, gritó él hacia la cocina.
—Ok, me dijo, mientras sacaba la verga que había permanecido enfundada en sus interiores, —ya escuchó a su mamá, hágalo rápido.
Cerré los ojos y me metí la verga en la boca. Allí, con los ojos cerrados, comparé las vergas que había tenido en la boca en las últimas horas. La del profe en la mañana, la de Gonzalo más tarde, y la misma que ahora tenía en la boca la había disfrutado temprano en la mañana por ambos lados. Al recordar el momento en que me la había metido por mi potito, sentí que éste se cerraba como en un acto reflejo e involuntariamente volví a sentir el gustito tan rico de sentirla clavadita en mí. Una especie de cosquillita que me subía por el potito hacia mi barriga y que me provocaba un leve temblor.
Mi mamá volvió a llamarnos, lo que nos sobresaltó a ambos. Sin decir nada, se puso el short, unas zapatillas a pie desnudo y mientras salíamos a almorzar, se ponía la polera en el pasillo.
Pensé en Miguel. ¿Habrá conseguido permiso?
MIGUEL
_____________________________________________________________
Llegué a la casa jadeando de tan rápido que corrí. Mi mamá estaba en el patio tendiendo ropa y mi papá en el living.
—Miguelito, ¿qué le pasa?, preguntó.
—Nada papá, es que me vine corriendo.
—¿Y por qué tan apurado?, ¿lo andan persiguiendo?, agregó mi papá riendo. Extendiendo sus brazos para rodearme con ellos y darme un piquito en los labios.
—Papá, es que tengo que salir de nuevo, aproveché de contarle.
—¿Ah, sí?, ¿Y para dónde si se puede saber?
—Voy a la casa de Mario, vamos que hacer una tarea juntos.
—¿Mario?, ¿El hijo de don Fernando?
—Sí, contesté mientras los colores se me subían a la cara.
—¿Va a ver a don Fernando?, me susurró mirando fijamente a los ojos.
—No sé, respondí.
—Bueno, pero——— después me va a contar todo, ¿no?
—Sí papá, asentí, ¿me vas a dar permiso entonces?
.¡Claro, por qué no! Pero después me cuenta todo eso sí.
—Yo asentí un poco avergonzado, porque le estaba mintiendo a mi papá; a lo mejor si le decía la verdad igual me daría permiso para ir, pero no me atreví. Después pensé en qué le diría al volver. ¡Nuevamente le tendría que mentir!.
Pensar en esa salida al cine me gusta y me da como nervios porque sé que vamos a estar solitos con Gonzalo y él me gusta——— aunque creo que a Mario también. Varias veces nos ha mirado en el patio de la escuela y hasta nos ha guiñado un ojo. Yo me río no más, pero Mario se pone nervioso. Yo no le digo nada porque a mí también me pasa eso.
Mi mamá me pregunta a qué hora voy a volver o si quiero que me vaya a buscar, le contesto que voy a volver a las siete y si no yo llamo a mi papi y eso la deja conforme porque no me pregunta nada más.
Almorcé con la mente puesta en el encuentro con Gonzalo y Mario. Ojalá que mi amigo pueda ir también, pero si no va, igual quiero ir con Gonzalo.
Mi abuelo a ratos me mira raro, como si quisiera adivinar algo, parece que mi papá le contó que voy donde don Fernando. ¿Será que piensa que voy a encontrarme con el papá de Mario?.
Después de almuerzo me voy a cambiar ropa y mi abuelo me alcanza en la pieza.
—¿Así que va donde don Fernando?
—Sí abuelito
—Y——— ¿a qué?
—Tengo que hacer una tarea con Mario.
—con Mario——— mmm. ¿Y don Fernando va a estar ahí?
—No sé abuelito.
—¿Y ud. quiere que él esté?
—No sé.
—Cómo que no sabe——— quiere o no quiere.
—Es que voy a hacer una tarea no más.
—Mmm, ¿y no le gustaría hacer lo mismo que hizo con don Fernando la otra vez?
— ———
—¿Sí o no?, insistía sobándose el miembro por el costado del pantalón.
—Sí abuelito, le contesto, aunque sé que no voy a su casa, pero me acuerdo de esa vez y me gustaría que me hiciera lo mismo otra vez. Igual que mi abuelito y mi papá.
Mi abuelito me dice que me porte bien y que haga lo que me diga don Fernando, que le haga caso en todo. Su bulto se nota ahora más que antes. Me dan ganas de ir donde Mario, a lo mejor puedo ver a su papá después de todo.
A las tres y media tomo una mochila con un cuaderno y con un estuche de lápices en la mano voy a la pieza de mi mamá que se recostó en la cama a ver las novelas de la tarde. Mi papá no está con ella.
Al salir, veo a mi papá y mi abuelito en el living. Mi papá me abraza y me da un beso de esos que nos damos en secreto y mi abuelo también. Ambos me dicen que me porte bien con don Fernando. Uno de los dos me agarra el potito y mi papá me dice al oído que me quiere mucho, pero me lo dice de esa forma que yo sé que es un secreto entre nosotros tres.
Me voy al parque rápidamente. Al llegar a la esquina veo a lo lejos a Mario acercándose rápidamente. Me da risa y también me da una cosquillita en la barriga de saber que vamos a una aventura secreta. Mientras hablamos de juegos y otras cosas, me parece que Mario quiere preguntarme algo, no sé si se dará cuenta que yo también quiero preguntarle, pero no sé cómo hacerlo.
—No sabía que eras amigo de Gonzalo, le digo de repente sin pensar.
Mario se queda callado un rato, pero después me contesta:
—Yo tampoco sabía que era amigo tuyo. ¿Y cómo se hicieron amigos?
Los dos nos quedamos mirando y sin decirnos nada nos dio una tentación de risa. Ambos nos pusimos a reir, pero ninguno mencionó cómo se hizo amigo de Gonzalo. En eso estábamos cuando llegó él. Se veía contento de vernos y nos preguntó de qué nos reíamos. No le dijimos porque nosotros tampoco sabíamos.
Nos fuimos al cine que queda en el mall. Y allí nos llevamos una gran sorpresa. Mario no fue inmediatamente a comprar las entradas, en vez de eso, se puso a mirar para un lado y otro, como buscando a alguien. Y entonces lo vimos.
Venía con unos pantalones de tela ajustados, el paquete se le notaba mucho. La camisa abierta le dejaba ver los pelos del pecho. Una gran sonrisa en su cara. El profesor de Educación Física. Mario y yo nos miramos sorprendidos. Más todavía cuando el profe le pasó plata a Gonzalo para que comprara las entradas.
Mientras Mario se dirigía a la boletería el profe nos invitó a comprar palomitas y bebidas. Nos contó que lo íbamos a pasar bien, pero no nos dijo cómo es que él estaba allí. A mi me dio no sé qué preguntarle.
Miré a la boletería y Gonzalo ya estaba por llegar a la ventanilla. Detrás de él me llamó la atención un hombre al que no le podía ver la cara, con la capucha del polerón cubriéndola, pero parecía como si nos estuviera mirando. Unos minutos después me entretuve mirándole el paquete al profe mientras pagaba.
Había probado la verga del papá de Mario, de mi papá y de mi abuelito y la más grande era lejos la de don Fernando. ¿Cómo sería la del profe?, pensé, mientras miraba su bulto en el pantalón casi tocando el mesón de atención. Justo entonces noté que Mario me estaba mirando sonriente. Yo también sonreí y entonces él le miró el paquete al profe y luego me miró a mí y ambos volvimos a sonreir.
Torux
Dejar un comentario
¿Quieres unirte a la conversación?Siéntete libre de contribuir!