Mario y Miguel — Capítulo X
(inc, gay, Hh).
Capítulo X: Los dos Papás
Roberto
Nos prometimos repetir la experiencia, pero queremos que la próxima vez sea con mayores comodidades, organizar una orgía entre todos y en ausencia total de las restricciones que origina la presencia de gente no entendida. Quedamos en intentar reunir allí a los que faltan y ¿quién sabe?, algún otro chiquito necesitado de un pico adulto que lo guíe en la senda del sexo ilegal. Intercambiamos nuestros teléfonos con el profesor y prometimos encontrarnos de nuevo muy pronto. Él se fue con Gonzalo y yo con los chicos. En el camino se me ocurrió que ir a dejar a Marito a su casa sería una buena oportunidad de hablar con su papá. Creo que ya es hora que aclaremos algunas cosas.
Fernando
A eso de las siete, cuando estaba a punto de llamar a Marito para averiguar si ya estaba por venirse a casa, me sorprendí de que llegara con Miguelito y su papá. Cuando Marito me dijo que lo habían venido a dejar y que el papá de Miguel quería hablar conmigo, una sensación de que algo no andaba bien me invadió. Traté de desechar la idea de que él supiera algo. Había pasado mucho tiempo desde que desvirgué a su hijo como para que ahora recién se enterara. A pesar de ese sentimiento, el ver a Miguel otra vez, me provocó una contracción involuntaria del pico. ¡Qué deseable estaba este chico!, ¡Qué ganas de culearme a los dos juntitos, a él y a mi hijo!.
Al papá de Miguel no lo conozco, pero a su abuelo sí. Nos hemos encontrado en la escuela en algunas ocasiones en reuniones de padres. Un hombre muy simpático y afable, de fácil conversación.
Los invité a pasar agradeciendo la gentileza de acompañar a mi hijo a casa. A mi esposa también le pareció un lindo gesto y nos invitó a un café mientras nos sentábamos en el living. Los niños se fueron al dormitorio de Mario y… bueno, al parecer el papá de Miguel sólo quería hacer una visita de cortesía. Conversamos unos minutos y sin darnos cuenta nos fuimos concentrando en los niños. Comentamos lo extraño que siendo los chicos tan amigos no nos hubiéramos encontrado antes. Miguel, según su padre, le había pedido que le consiguiera permiso a Mario para que durmiera en su casa el fin de semana y, con mi esposa, no vimos razón para impedirlo. Por el contrario, nos pareció un gesto de amistad que seguramente Mario querría retribuir más temprano que tarde.
Al pensar en que Miguel se podría quedar un fin de semana en casa, sin embargo, me sacó por un instante de la conversación y sólo me di cuenta cuando mi mujer me pegó un codazo:
—¿Qué te parece?, ¿estás escuchando?, me dijo sonriendo.
—¿Cómo?, la miré, —perdón, me distraje.
—Te decía que qué te parece que el niño se vaya ahora mismo con Miguel. Tendría que prepararle ropa y una mochila con sus cosas.
—Ah, claro, cómo no. No hay problema, respondí, un poco mosqueado de no tener al niño a mi disposición por todo el fin de semana.
Después de unos minutos, mi mujer se excusó para ir a preparar las cosas de Mario y nos quedamos solos con el papá de Miguel.
—No te importa que me lleve a Marito, ¿no?, me habló en un tono un poco más bajo y, por primera vez, tutéandome.
—No, por supuesto que no, respondí. Por mí está bien
—Tal vez —arrastró un poco las palabras— te gustaría tener a Miguelito aquí algún día.
Quise decirle que sí, que me fascinaría tenerlo conmigo nuevamente y meterle el pico hasta el fondo como ya lo hice una vez. Que sería el hombre más feliz si pudiera llevármelo a la cama y culearlo hasta el cansancio, pero sólo atiné a abrir la boca sin emitir palabra. Me quedé sin saber qué decir.
—Mira, yo me llevo a Mario este fin de semana, es de justicia que tú tengas a Miguel en una próxima ocasión. ¿Qué te parece?.
Su voz me enervaba, su susurro, ese hablar bajito, en secreto, esa mirada directa a los ojos, cómplice, me decía cosas que quería que fueran ciertas, pero a la vez me confundía.
—Miguelito me contó todo, –su voz retumbó en mi cabeza.
—Mi cara se puso roja— ¿Había escuchado bien?
—No te preocupes. Estás seguro conmigo. Yo también lo hago, murmuró.
—¿Qué dijo?, ¿Que él también lo hace?. ¿Hace qué? No estaba entendiendo y se lo hice saber—
—Mira, –me dijo— Miguelito y Mario son dos chicos adorables. Nadie se resistiría. Yo no me he resistido y sé que tú tampoco. Sé que te culeaste a mi hijo, —esto último me lo dijo inclinándose aún más hacia mí— y quiero que lo vuelvas a hacer cuando quieras. Y espero que tú también me permitas hacer lo mismo con Marito cada vez que sea posible.
Mi pichula pegó un salto. Mi respiración se agitó. Ahora todo estaba allí sobre la mesa. Entendí claramente y respondí: Sí, me los he culeado a los dos y tengo muchas ganas de hacerlo de nuevo. Y sí te permito que lo hagas con Mario cuando quieras, pero antes, me gustaría saberlo todo. Mira, le diré a mi mujer que los iré a dejar; de esa manera podremos pasar a algún lugar para conversar tranquilos.
Llevamos a los chicos a su casa. No quise entrar, pero tuve oportunidad de saludar a la señora de Roberto cuando éste salió para subir al auto conmigo. No sé qué explicación le dio el padre de Miguel y la verdad, tampoco me importó averiguarlo. Nos dirigimos al parque y allí me contó todo. Sobre la vez que Miguelito volvió de mi casa bien culeado. No me negó que había sentido que yo le había usurpado su derecho de padre, pero que luego asumió que tal vez había sido mejor. Menos sentimiento de culpabilidad. Me relató cómo él y su suegro habían planeado iniciarlo desde hacía años, que muchas veces le puso la verga en la boca a Miguelito cuando aún no tenía edad suficiente para recordarlo. Me contó que fue su suegro Miguel, el que lo había iniciado en el mundo de las perversiones. Que se había casado con su mujer para estar cerca del suegro, quien le había estado enseñando todo lo que ahora sabe desde que él mismo era un adolescente.
Todo ese cúmulo de información me tenía anonadado, pero a la vez mi pichula no podía más de erecta. Yo, que hasta antes de Miguelito, había reprimido completamente cualquier sentimiento de atracción hacia los niños, ni pensar en hombres adultos, que había creído siempre ser un macho de aquellos, que había gozado con mujeres toda la vida, hoy me encontraba sentado junto a un hombre que sabía de mis más oscuros secretos y que me contaba los suyos propios con un desparpajo impensable si no fuera porque él me conocía mejor de lo que yo a él.
Marito no había ido a hacer tareas a casa de Miguel. No, ahora sabía que ese día había sido de aventuras sexuales que ya quisiera un adulto. Me enteré que Marito ya llevaba cuatro vergas a su haber contando la mía, lo que llevó mi pene a un estado, si cabe, aún mayor de dureza y deseo de ser liberado. Sentí mi entrepierna mojada de tanto lubricar. Miré a Roberto y él también parecía estar en la misma situación.
—¿Has estado con un hombre alguna vez?, me soltó de pronto.
—No, le respondí sinceramente y lo miré en silencio.
—¿Sólo niños? ¿No sientes que…?
No lo dejé continuar –Vamos al auto—, lo interrumpí.
Conduje a un lugar alejado. A uno de los tantos moteles en que nadie se entera del sexo de quién entra ni ve la cara del que paga. Un lugar conocido por mí, donde estaba seguro que no habría testigos.
Allí, en esa habitación, me comencé a desvestir mirando a Roberto fijamente y sin decir nada. En todo el camino ninguno de los dos dijo nada. Y allí, en esa habitación, supe que sí, que no dejaría el sexo con una mujer por un hombre, pero que tampoco podría dejar el sexo con hombres por una mujer.
Cuando me pidió que me pusiera de guatita en la cama, quise dejarle en claro que yo soy penetrador y que nunca nadie entrará en ese lugar, pero antes de que hablara yo, él me dijo:
—No temas, no te voy a meter el pico. Sólo hazme caso.
Accedí alerta por si se le ocurría intentar hacer algo que yo no quería, pero antes de que me diera cuenta, sentí su lengua en mi hoyo. Quise decirle que no, pero la sensación fue tan exquisita que me dejé hacer. La punta de su lengua entraba suave, pero firmemente en mi culo causando involuntarios estremecimientos. Era una chupada ruidosa de su parte, con esa especie de salvajismo con que algunos hombres nos dedicamos a provocar placer y buscar el propio. Me gustó la diferencia del sexo con mi esposa en que normalmente yo era el de la fuerza. Y no es que mi mujer fuera muy reservada, es sólo que este hombre me mostraba otro tipo de fuerza, una que yo creía que sólo me correspondía a mí.
Su lengua recorrió mi perineo hasta alcanzar mis bolas. Cada milímetro de piel recibía estímulos jamás experimentados. El recorrido de Roberto hacia mis bolas me provocaba una especie de calambre en el estómago y creo que hasta deseé retribuirlo, pero claramente aún no estaba seguro de ser capaz de hacer eso.
Sus manos me iban indicando qué hacer. Hizo presión hacia arriba en mis caderas y yo levanté la grupa para que él alcanzara la verga por debajo. Su boca la engulló de golpe, con destreza, sin que sus dientes tocaran mi piel sensible. Succionó fuertemente y la yema de un dedo tocó mi ano. Me contraje con temor, cerrando el anillo en un acto reflejo, pero sin dejar de experimentar las maravillosas sensaciones que su lengua provocaba en mi verga, que ahora en forma increíble se encontraba casi completamente albergada en su boca. Se me ocurrió en ese instante que si su hijo había sido capaz de comerse esa verga casi sin chistar no era más que por la herencia de su padre.
Tomé la iniciativa llevado por un deseo embriagador. Soy un hombre de naturaleza dominante y sin proponérmelo, me di una vuelta y me ubiqué sobre su espalda, le hice sentir la verga en la raja mientras le dedicaba unos mordisquitos en el cuello. Su cuerpo, inusualmente caliente, se retorcía debajo de mí. Me dije a mí mismo que si ya estaba en eso, lo mejor sería salir de dudas de hasta dónde podría llegar. Me deslicé hacia abajo y ubicándome entre sus piernas abrí sus cachetes. Su anillo rugoso, se escondía allí entre dos grandes nalgas de vello suave. Su cueva era inusualmente apetitosa. El desagrado que pensé que sentiría no apareció, sino que por el contrario, me dieron ganas de morderlo, lo que hice suavemente y avancé con mi boca y nariz entre su canal hasta tocar el hoyo con la punta de la lengua. Quise hacerlo así, rápidamente, para no arrepentirme y, la verdad es que no fue en absoluto desagradable.
Un fuerte aroma a sudor me recibió de golpe, sin embargo, más me calentó y con la lengua en punta acaricié el anillito que parecía despedir calor. Me sorprendió lo rico que resultó tocarlo allí y, sin pensarlo mucho, lo volví a tocar con la lengua, esta vez tratando de traspasar su anillo lo que logré sin dificultad. No encontré el olor a caca que esperaba, en vez de eso un incontenible deseo de hacerlo mío se apoderó de mis sentidos. La necesidad de hacerle saber que entre nosotros el macho era yo se hizo tan fuerte que un poco torpemente o tal vez un poco intencionalmente, le metí un dedo en el hoyo sin poner cuidado de no lastimarlo. Quise que supiera que si le dolía debía aguantar.
Lo que en principio era una lamida tentativa se transformó en una comida de culo de padre y señor mío, yo mismo me sorprendía de lo apetitoso que puede ser un culo masculino, acostumbrado como estaba a chupar la concha de mi mujer, encontraba que este nuevo manjar era una auténtica delicia, lo que se dice un «bocatto di cardinale». Escupía en el agujero y luego pasaba mi lengua, jugaba con un dedo metiendo la punta para advertir el fuego de su gruta. ¿Cómo sería meter el miembro allí?
Subí por su espalda y escupiéndome el pico apunté con él a su hoyo que sería mío en unos segundos más, pero no contaba con la calidad de experto de Roberto que me recibió sin dolor abriéndose para mí. Recordé en ese instante la primera vez que culeé a Marito, mi niño. ¿Acaso no le había pedido yo que hiciera fuerzas como para cagar?. Bueno, esto es exactamente lo que Roberto hizo y así fue como mi verga ingresó abriéndose paso por sus pliegues internos hasta dejar sólo las bolas afuera. Roberto dio un suspiro y ladeó su cabeza debajo de la mía cerrando los ojos y apretándome la verga con su esfínter.
Mordí el lóbulo de su oreja mientras le susurraba lo rico que tenía el culo, y ante cada susurro lo clavaba con mi estoque en la cama. Aceleré los movimientos sujetándolo de los hombros. Mi verga completamente enterrada salía casi completamente para volver a meterse hasta el fondo.
Salí de él y volteándolo de espaldas lo enfrenté con sus piernas en mis hombros y la volví a meter, esta vez ambos mirándonos a la cara. El sudor bañaba su pecho y el mío. Comencé un lento mete y saca sin dejar de mirarlo para acelerar después, los cocos chocando con sus nalgas. Con movimientos en círculo mi pene lo fue abriendo más y más, para luego arremeter con furia otra vez. Su respiración entrecortada me hablaba del esfuerzo por aguantar mi cabalgada. Me recosté en su pecho sin dejar de culearlo y con mi cara muy cerca de la suya lo miré y él me besó. Suavemente al principio, para tomar mi cara con ambas manos después y meter su lengua en mi boca sin que el incesante martillear de mi verga en su culo cesara en ningún instante. Pensé en que si alguien nos viera así, tan desbocadamente calientes no podría sino querer participar de esta unión de dos machos sementales que, con la mirada perdida el uno en el otro, se amaban con lujuria y descontrol.
Eyaculé con tanta potencia que sentí que mi leche salía a borbotones del culo de Roberto y éste, no aguantando ya más y sin tocarse, escupió su simiente en su barriga con los ojos cerrados y a punto del desmayo. El sopor que me invadió hizo que cayera sobre el cuerpo del papá de Miguel y allí, mojados en nuestro sudor y fluidos corporales nos quedamos un ratito abrazados como dos hermanos y lo amé desde lo más profundo de mi corazón.
Nos bañamos juntos, cuidando de no mojarnos el pelo para no atraer sospechas en nuestros respectivos hogares y lo acerqué a su casa. En el camino conversamos de nuestros planes futuros, no quería perder esta nueva y fantástica amistad con Roberto, ni la oportunidad de disfrutar de Miguel tantas veces como quisiera. También me seducía la oportunidad que tenía de ver a un hombre culeando con Marito. Eso me parecía sumamente excitante. Roberto me contó de los planes con el profesor de juntarnos todos, pero ¿cómo lo lograríamos?. De pronto se me ocurrió una idea y se la planteé a Roberto. Al parecer a él le gustó también. Decidimos que nos juntaríamos con el profesor y si él estaba de acuerdo, afinaríamos detalles.
Torux
Alguien sabe si hay continuación de este relato
Termina en el capítulo XI, pero por la depuración de la página se perdió y ya no lo subí más.