Mario y Miguel — Capítulos III y IV
Capítulos previamente publicados en SST (inc, gay, Hh).
Capítulo III: Miguelito y don Fernando
Fui a buscar a Mario a su casa, pero no lo encontré; al parecer mi amigo había salido con su madre y no regresaría hasta la tarde. Su papá me preguntó para qué lo quería y yo respondí que iba a buscar mis cuadernos, lo que era cierto, por lo que me hizo pasar y me llevó al cuarto de su hijo para que yo viera si los había dejado por allí. No busqué mucho en realidad, decidí que sería mejor preguntarle a mi amigo una vez que estuviera en casa.
Don Fernando me ofreció un vaso de bebida y me instó a que me sentara un rato a ver televisión con él y eso hice. Yo siempre le había tenido un poco de fastidio a este hombre, supongo que lo veía un poco rudo, su voz tan grave me intimidaba y su estampa de macho peludo y de cuerpo macizo me ponían muy nervioso. Creo que veía en él a la antítesis de lo que era yo, un muchacho flaco, sin mucha gracia y además bastante tímido.
La televisión exhibía un programa de concursos muy popular en aquella época, en realidad lo estaba disfrutando cuando don Fernando me dijo que lo acompañara a su pieza porque iba a ver la televisión en su cuarto. Yo lo acompañé y mientras él se tiraba cuan largo y pesado era, yo me senté a un lado.
–Tírate en la cama también, me dijo, y eso hice yo, cuidando que mis zapatillas quedaran al aire para no ensuciar el acolchado.
–Si quieres sácate las zapatillas, volví a sentir su voz profunda.
Me saqué las zapatillas y él se paró de la cama, cerró las persianas y apagó la luz quedando así la pieza en una semioscuridad sólo interrumpida por los pantallazos del viejo televisor. Luego volvió a su costado de la cama y se sacó los zapatos; subió a la cama por su costado y se estiró nuevamente. Miré sus pies, grandes y cubiertos por un par de calcetas que se veían muy limpias. Bruscamente con su brazo derecho me atrajo más hacia él diciendo que si no me iba a caer de la cama y riendo de su comentario, yo sólo sonreí tímidamente y me dejé llevar hacia el centro de la cama. Su brazo derecho, no obstante, no volvió a su lugar, quedó allí medio abrazándome y haciéndome sentir algo muy extraño, me gustaba la sensación de sentir mi cabeza apoyada en su brazo y percibir de reojo, su pecho levantarse con su respiración.
Cada tanto él hacía un comentario sobre lo que veíamos en la T.V. y yo contestaba con monosílabos, con timidez, pero también disfrutando el programa que, de hecho, era bastante divertido. Sin embargo, aun con la vista fija en el televisor podía sentir de tanto en tanto su dedo pulgar que se movía apenas unos milímetros en mi brazo, en una suerte de caricia casi imperceptible, pero que tenía el poder de desviar mi atención hacia este gesto suyo, tan sutil como placentero para mí. En su otra mano tenía una cerveza a la que a cada cierto tiempo daba un sorbo largo y luego la dejaba apoyada en su barriga… a veces un poco más abajo. Me intrigaba eso, ver la botella de cerveza apoyada en su entrepierna, trataba de mirar sólo el televisor, pero sus continuas caricias en mi brazo y su botella en ese lugar de su pantalón distraían constantemente mi atención.
Me sentía extraño de estar ahí con don Fernando. ¿Y si llegaba Mario y su madre?, pero no, él dijo que llegarían tarde. Absorto en estos pensamientos, me sobresalté cuando él sacó su brazo y dijo que se pondría algo más cómodo. Fue a la cómoda y sacó un short. Estaba de espaldas a mi cuando se bajó los pantalones y se quedó en slips. La cómoda estaba a un costado de la cama y el televisor frente a ella, pero como él estaba de espaldas, no sabría que yo estaba mirándolo. Me puse rojo al ver sus piernas tremendamente peludas y gruesas y más aún al ver cuán ceñidos le quedaban los slips. Dejaban incluso vislumbrar la gruta que separaba sus nalgas. ¿Qué estaba haciendo ahora?, al parecer esos shorts no eran los apropiados, porque volvió a ponerlos en la cómoda y hurgueteó un poco más sacando, al parecer, otro par. Luego y para mi más absoluta sorpresa, se bajó los slips quedando a mi vista unas nalgas peludas como jamás había visto yo en mis diez años de vida que inmediatamente fueron cubiertas por el short. De inmediato di vuelta mi vista y seguí mirando el televisor.
Sentí cuando se recostó a mi lado nuevamente encontrándome otra vez muy a la orilla de la cama. Sin más, pasó su brazo otra vez por debajo de mi cabeza atrayéndome hacia él. ¿En qué momento había desabrochado completamente su camisa?, no lo sé, pero ver su pecho desnudo, tapizado de vellos oscuros, largos y brillantes, me hizo temblar. Debe haberse dado cuenta de mi nerviosismo porque me preguntó si me pasaba algo.
–No —respondí.
No sé cuánto rato pasó, pero al rato me encontraba ya con mi cabeza casi en su pecho. No sabía cómo había llegado hasta allí, supongo que la presión de su brazo sería la causa y en esa posición no podía evitar mrar su mano izquierda que descansaba con los dedos metidos bajo el elástico del short. Cada vez que pasaba algo cómico en el programa de televisión, él reía fuertemente y su mano parecía entrar un poco más y salir hasta la mitad nuevamente. Mi vista trataba de mirar a la pantalla, pero duraba muy poco para volver nuevamente a mirar su barriga llena de pelos.
¿Era parecer mío o cada vez que yo lo miraba su mano parecía levantar un poquito el elástico del short?. No, tiene que haber sido mi imaginación, pensaba yo. Pero en un instante hasta pude ver una gran cantidad de pelos que cubría su bajo vientre.
Al rato su mano izquierda tomó la mía y continuó mirando la tele como si nada. Sobaba la palma de mi mano distraídamente mientras seguía disfrutando del show. A ratos la ponía sobre su estómago y la acariciaba sobre él logrando que mis nervios aumentaran al tocar sus pelos con el dorso de mi mano. Esto continuó por un rato hasta que de pronto, en un momento muy jocoso de los concursantes de la tele, rió fuertemente y llevó su mano unos centímetros más abajo, mi mano entre la suya quedó entonces sobre el elástico de su short y así, mientras estiraba mis deditos y los acariciaba tan naturalmente me encontré por fin con la sorpresa de mi vida.
Al principio, no sabía qué era, o no quería creerlo, tan fuerte era la impresión. Por entre el elástico de su short sobresalía una cabeza colorada y brillante que tocaba el dorso de mi mano haciéndome sentir su calor y su humedad. Yo temblaba de emoción.
–Está bueno el programa, ¿no?, me decía entre miradas sonrientes hacia mi carita, en ese momento ya roja de placer y nervios.
–¿Te gusta?, me decía, mientras apretaba más y más su mano hacia abajo logrando que cada vez la mía entrara más y más en contacto con esa cosa dura y caliente.
Se inclinó hacia mí y me besó suavemente en la frente y me susurró:
–cierra los ojitos
–Eso, así, manténgalos cerraditos –sentía su susurro grave cerca de mi orejita y con mi carita ardiendo, asentí
Abrió mi mano y la cerró en esa cosa gruesa, aferrándola con la mía. Poco a poco sentí como su mano comenzaba un movimiento de sube y baja llevándose la mía con sus movimientos.
–¿Asíii, ves que te gusta? —me hablaba bajito y yo sentía que se me cortaba la respiración.
–No abras los ojitos —me susurró nuevamente
Se incorporó un poco y con mi manita en su pene me pareció sentir que sus shorts se deslizaban hacia abajo. Retiré mi mano y unos pocos movimientos después me arrastró con su brazo derecho más hacia el centro de la cama. No me atreví a abrir los ojos, pero no pude evitar abrirlos cuando me pareció sentir que ponía sus piernas a ambos costados de mi cuerpo.
Una gran mata de pelos negros estaban frente a mi cara y casi tocando mi boquita una verga enorme, con venas muy gruesas se acercaba mientras escuchaba a lo lejos sus susurros:
–Abra la boquita, me decía
–Abra la boquita, eso, así, qué rico mi chiquiiito, el susurro volviéndose exclamación de placer
–Chúpela mi amorcito, chúpesela a su macho.
Hice lo que me pedía, estremeciéndome con sus palabras y aunque me incomodaba el grosor de su verga en mi boca sólo alcanzaba a meter una parte de ella, pero parecía que la tenía toda en la boca. Chupé y chupé lo mejor que pude mientras él desabrochaba mi camisa. Luego mis pantalones y enseguida me la sacó. Se incorporó un poco y me desnudó completamente. En este punto me sorprendí de no sentir vergüenza alguna, sólo una gran necesidad de seguir chupando y de que continuara con aquello tan maravilloso que me estaba haciendo. ¿Le haría lo mismo a Mario?.
Una vez desnudos los dos, me abrazó fuertemente de costado y me besó. Fue raro sentir su lengua metiéndose en mi boca, buscando mi lengua. Nunca me hubiera imaginado que eso se podía hacer, pero me gustaba tanto que cooperaba con él. Levantó una de mis piernecitas flacas y puso allí su pichula quemando el interior de mis piernas que la apretaban como para que no escapara. Comenzó un vaivén de mete y saca mientras me besaba en el cuello y con sus manazas abría mi culito dejando el hoyito expuesto. Tocándolo con uno de sus dedos y tratando de meterlo allí.
–¿Quieres que te lo meta?, me decía al oído.
–Sí, contestaba yo, sin saber realmente a qué se refería.
–Te voy a culear, perrito mío; vas a probar mi pichula enteriiiita.
–Siii, gemía yo, inocentemente, sin adivinar lo que significaba culear.
–Date vuelta, me dijo en un susurro y antes que yo lo hiciera él mismo me volteó con uno de sus brazos.
Me hizo ponerme como un perrito, con las piernas flexionadas y mi culito levantado. Sentí como me escupió el ano y a pesar que me pareció repugnante lo que hizo, inmediatamente me vi envuelto en un nuevo placer. Su lengua me perforaba el anito. Me escupía y me trataba de meter un dedo. A ratos su lengua, a ratos su dedo hasta que de pronto sentí mi hoyito traspasado por su dedo grueso, pero no sentí mucho dolor, más bien una cierta incomodidad pronto superada.
Poco a poco me fue metiendo el dedo más y más adentro, iniciando un placentero ir y venir de mis entrañas. No sé en qué momento fue, pero de pronto me susurró:
–ya tiene tres dedos adentro mi niño, pronto va a tener mi pichula todita para usted … para usted solito mi amorciiiito.
Yo estaba un poco cansado de estar en esa posición, pero no tuve que esperar mucho más, Pronto sentí su miembro caliente resbalar por mi rajita en lo que yo sentí como una caricia, un beso de su pichula en mi hoyito y luego un dolor insoportable me hizo enterrar la cabeza en la almohada, mientras don Fernando firmemente me tomaba de las caderas no dejándome escapar.
–Aguante m’ijito, aguante, que el dolor pasa enseguida —me consolaba.
–Ya está, ya la tiene adentro mi amor, aguante un poquito más
Yo no hubiera podido responder aunque hubiese querido porque sentía que me faltaba el aire. Así estuvimos un rato, él no parecía hacer nada más que mantener su pichula dentro mío, pero claro, estaba esperando a que mi culo se acostumbrara a su grosor. Poco a poco el dolor fue desapareciendo, ayudado por lo que me decía don Fernando en la orejita.
–¿Se siente tan rico mi amorcito!, ¡está tan apretadito!
–¿Le gusta como me lo culeo? —me decía mientras comenzaba entrar y salir de mi hoyito para ese entonces ardiendo de ganas de sentirlo todo dentro.
–Siiiii, le contesté susurrando, ¡se siente muy riiiiicoo!.
–Siiii, mi amooooor, goce mi pichula m’ijiito, es suya y de nadie más, gócelaaaaa, me susurraba mientras su verga se adentraba más y más.
Las sensaciones eran indescriptibles, me parecía imposible retener una sensación porque luego era reemplazada por otra más placentera. Sentía unas cosquillitas en el interior de mi barriguita cada vez que esa estaca de carne se introducía en mi interior. Era una sensación inenarrable. A ratos parecía chocar con algo dentro de mi hoyito que me causaba un temblor por todo el cuerpo y en ese momento él me apretaba más contra su cuerpo sudado y ardiente. Sus pelos se pegaban contra mi espalda.
En ese momento me dio vuelta, dejándome de espaldas en la cama sin sacar su verga de mi culo. Qué fascinación sentí entonces de ver a ese hombre tremendo, su pecho peludo surcado de sudor y su cara en una mueca demudada de placer. Abrí mis piernas sin que me lo pidiera extendiéndolas lo más que me era posible y sin que me lo pidiera también las crucé por su espalda mientras él se apoyaba con sus antebrazos en la cama para no lastimarme con su peso, me miraba a los ojos mientras su cogida no descansaba. Su mirada era caliente, una mirada animal, pero también llena de ternura. Me besaba los labios y levantaba su cabeza volviendo a mirar mi rostro como preguntándome en silencio si me gustaba o no.
—Ya mi amor, ahora soy todo suyo mi putito rico, me dijo de pronto y dicho esto, se clavó muy dentro de mí y se quedó quieto. Con mi esfínter sentí los ríos de leche que me inundaban no acertando a adivinar qué era eso que me quemaba en mi interior.
Su pene lo sentía latir a cada trallazo de semen mientras él, quieto y abrazado a mí, respiraba entrecortadamente con los ojos cerrados. Besé su cara en un acto puramente instintivo y él me devolvió el beso. Su cara sabía salada. Y allí me quedé muy quietecito debajo de él mientras mi potito pugnaba por cerrarse, impedido por su cilindro de carne que respondía con un latido que me llegaba al alma.
Su pichula dentro mío me producía un cosquilleo en la guatita. Ambos respirábamos agitados, luego él se fue retirando despacito, sacando el pico aún grueso y enorme. Lo miré mientras lo sacaba. Sentí un olorcillo desagradable y me dio harta vergüenza, pero él ni se inmutó. Me tomó de la mano y me llevó al baño. Allí, sin hablar, me tomó entre sus brazos y me sentó en el lavamanos y me lavó el potito con manotazos de agua tibia. Luego se lavó él, inclinándose puso el pico directo bajo el chorro de agua y se quitó los restos de caca que lo cubrían.
Salimos del baño aún sin hablar. Yo me sentía estremecido. Se sentó al borde de la cama y sin decir nada me acercó a él. Me abrazó fuerte y pasando sus brazos por mi espalda me acarició las nalgas.
–Eres muy rico, Miguelito –me dijo. No le tienes que contar a nadie ¿ya?.
–No –dije yo.
Se puso luego el short que seguía tirado a un lado de la cama y yo me vestí también. Quise irme de inmediato, estaba confundido y aún excitado por todo lo que había ocurrido minutos antes. Le dije que otro día iría a buscar mis cuadernos. –Bueno –me dijo. Me acompañó a la puerta y antes de abrirla se puso delante mío y bajando su short me hizo darle un besito a su pene. Se veía grueso y venoso. Le di un besito y se le comenzó a parar de nuevo.
–Mira lo que me haces, me dijo y dándome una palmada en el trasero abrió la puerta y me despidió.
Torux
Capítulo IV: Mi abuelito Miguel
Mi abuelo Miguel es un hombre muy grande. Tiene barba casi blanca y es muy risueño. Cuando llegué a la casa estaba conversando con un vecino en la puerta de la casa. Me saludaron y mi abuelo me acercó a él con una mano revolviendo mi pelo. Siempre hacía eso. Yo lo quiero mucho, tanto como a mi papá y mi mamá. Él vive con nosotros desde que mi abuela murió hace como dos años. Nunca he tenido un sólo pensamiento sexual hacia él, pero hoy por vez primera sentí que no era mi abuelo, era un hombre que me tenía cogido del cuello y apretaba mi cabeza en su pecho. Por vez primera también me di cuenta que él siempre tenía ese bulto colgando por un lado del pantalón. Por primera vez sentí una cosquillita en mi estómago mientras me acariciaba la cabeza y me dieron ganas de abrazarlo con otras intenciones. En vez de eso, me deshice de su abrazo y corrí adentro y me fui a mi pieza.
No mucho rato después llegó mi mamá del trabajo y mi papá una media hora más tarde. Me gustaba esa hora. Era el momento en que tomábamos onces todos juntos. Mi papá se sienta en la cabecera, mi mamá y mi abuelo a los costados cerca de él y yo en cualquier lado. Esta vez me senté al lado del abuelo. Mis padres me preguntaron por mi día en la escuela y esas cosas. El abuelo me preguntó cómo estaba mi amigo Mario y yo le dije que no lo había encontrado así que otro día iría a buscar mi cuaderno.
–¿No estaba? –me replicó extrañado, pero ya mi papá estaba hablando de otra cosa y se les olvidó.
Esa noche me acosté temprano. Me puse a ver tele en mi pieza y ya tarde mi abuelo me fue a ver.
–Oye miguelito, me dijo –¿Así que no encontraste a tu amiguito?
–No, había salido —respondí.
–¿Y por qué se demoró tanto entonces?
–¿Ah?… no, si me vine al tiro, —mentí, un poco nervioso.
–A ver, cómo que se vino al tiro si se demoró harto, ¿dónde se fue?
–A ninguna parte –le dije, pero mis palabras no sonaron muy convincentes.
–Mhh, parece que no me quiere decir qué hizo.
–No abuelito, si no me fui a ningún lado.
–¿Y entonces?, ¿por qué se demoró tanto?
–…
–¿Hay algo que no me quiere contar?. Mire que yo lo quiero mucho, usted sabe mijo, que me puede decir todo sin que me enoje.
–Si sé abuelito, pero es que… me quedé viendo tele con el papá de Mario.
–Ahh… ¿y eso no me lo podía contar?.
–Sí, pero es que… no hicimos nada más, poh.
En ese momento el abuelo se quedó callado y me miró fijamente. Sentí que mi carita se puso roja y el abuelo me seguía mirando.
Al rato, sin dejar de mirarme a los ojos, tomó mi mano y más que hablarme, me susurró:
—¿Y don Fernando estaba solo?
—Sí –respondí, nervioso esta vez, porque su mano había llevado a la mía sobre su pierna y me acordé que allí, muy cerca de donde estaba mi mano siempre se le notaba el bulto que le colgaba, aunque ahora, con mis nervios y de miedo, no me atrevía a mirarlo en ese lugar. Presentía, sin embargo, que mi mano debía estar muy cerca de tocarlo allí.
De pronto soltando mi mano se acercó como hacía siempre para besarme en la frente, pero en el movimiento repentino, mi mano quedó libre y completamente sobre su bulto enorme y carnoso. Más rojo me puse, y de tantos nervios, ni siquiera la retiré de allí. Lo sentí grande, abultado. Me besó y con sus labios pegaditos a mi oreja, me susurró:
–Cuénteme que más hizo con don Fernando.
Besó mi cara. Yo incliné mi cara hacia él y él no retiró la suya; quedamos muy pegaditos. La comisura de mis labios rozaban los suyos. Mi cara ardía. Me besó otra vez, esta vez muy juntito a mis labios. Rozó mis labios con su lengua. Mi mano seguía en su bulto cada vez más grande.
–Apriételo, me susurró.
Lo hice, apreté su verga a través del pantalón y esto lo hizo exhalar un suspiro de placer.
En eso sentimos ruidos. Se separó bruscamente de mí y nos quedamos callados. Luego, lentamente se paró.
–Duérmase, —me dijo—, me dio un beso y se fue.
A pesar de los eventos del día, no me costó nada dormirme. Soñé esa noche con sensaciones extrañas, cuál de todas más placentera. En sueños sentía las caricias de don Fernando por todo mi cuerpo, en mi potito, en mis bolitas, también sentía cómo mi pene era abrazado por algo caliente y húmedo que rozaba mi cabecita y me la exprimía. En la mañana me desperté un poco cansado, pero a la vez contento.
Mi abuelo ya se había levantado y tomó desayuno conmigo y mis papás que se van juntos al trabajo y me pasan a dejar a la escuela. ¿Mi abuelo me miraba diferente o yo lo miraba diferente a él?. Es curioso, pero no recordaba en ese momento nada de lo que había pasado con mi abuelo, pero en la escuela me acordé. Todo era distinto. Mario estaba distinto, se olvidó de llevar mi cuaderno y creo que me alegré que no lo hiciera; los profesores estaban distintos, todo parecía haber cambiado. ¿O había cambiado yo?.
Esa tarde, mi abuelo me esperaba para almorzar vestido sólo con su bata de levantarse. Es curioso, pero en la mañana lo había encontrado vestido y ahora estaba con bata. Faltaban varias horas para que llegaran mis padres. Mi abuelo me hizo muchos cariños y luego yo me fui a jugar en mi computador.
No sé cuánto rato pasó, pero en un momento mi abuelo llegó a mi pieza y me dijo que quería ver a qué estaba jugando. Se paró al lado mío y parecía muy interesado en aprender. Yo le expliqué el juego y luego se me ocurrió que si había aprendido podría yo jugar con él.
–¿Quieres jugar conmigo abuelo? –pregunté.
–Bueno, dijo, pero me tienes que tener paciencia. Estoy recién aprendiendo.
–Trae una silla
–Mejor me siento yo allí y tú te sientas en mis piernas –me dijo.
Jugamos un buen rato, aunque mi abuelo era un poco torpe para manejar los controles, pero algo aprendió. No hice mucho caso a eso que sentía bajo mis pantalones, pero en algunos momentos sentía a mi abuelo moverse como acomodándose y ahí lo sentía más. A ratos me daba besitos en el pelo y con una mano en la barriguita me apretaba más a él. Me dio sed y me paré para ir a buscar una bebida. Al bajarme intempestivamente, pillé de sorpresa al abuelo y su bata se abrió dejando al descubierto su cosa enorme, gruesa y palpitante entre sus piernas. Me quedé parado allí mirando sin atinar a hacer nada más. Luego mi abuelo, sin decir nada puso una mano en mi cabeza y me fue bajando hacia su verga. Yo la miraba como hipnotizado. Una mata de pelos ensortijados y entrecanos rodeaban su verga. Sus bolas eran enormes y colgantes. Pronto las tuve frente a mí y sin más metí la cabeza de su verga en mi boca. Mi abuelo echó la cabeza hacia atrás y pegó un resoplido. Su verga estaba caliente y los jugos corrían en hilitos de su pichula hacia sus cocos. Le chupé la cabecita primero, luego intenté meterla toda en mi boca, pero era muy grande.
–Ahh! Qué rico chupa mijito –susurraba, mientras con una mano me sostenía de la nuca y con la otra tomaba su verga desde la base.
Sin que me diera cuenta, mi abuelito se sacó la bata y quedó desnudo completamente. Me sacó la verga de la boca y me llevó hacia mi cama. Me desnudó rápidamente mientras me decía cosas que no recuerdo. Se sentó con su espalda en el respaldo de la cama y me atrajo hacia él. Me hizo chuparle el pico y los cocos y yo me sentía morir de gusto.
No sé cuánto rato estuve haciéndole eso a mi abuelito, pero en un momento se paró y salió de la pieza rápidamente. Me quedé allí sorprendido, pero volvió casi enseguida con una botella de algo y se volvió a sentar. Abrió la botella y esparció un líquido en su mano y luego se embadurnó el pene. Supe allí lo que quería hacer y me estremecí de ganas de que lo hiciera ya. Luego me hizo sentarme despacito en su pico. Costó harto, pero logré meter la cabeza recordando lo que había hecho con el papá de Mario. Mi abuelito me tenía tomado de las caderas y me las movía como rotando hasta que de pronto me sentí completamente empalado. Me la había metido hasta los pelos. Qué sensación tan exquisita. Sentía que me tenía lleno el ano con su carne. Me empezó a culear allí sentado sobre él. Luego me puso como perrito en la alfombra y comenzó con un fuerte mete y saca que en vez de provocarme dolor me hacía tiritar con las sensaciones tan ricas que me daba el hecho de tener esa cosa dura dentro de mí y que fuera mi abuelo quien me lo hacía.
–Miguelito, mijiiito! –salían las palabras roncas de excitación.
–Qué potito más riico!! –exclamaba.
Sentía como sus bolas chocaban en mis nalguitas y un chapoteo que más me calentaba.
Supongo que mi abuelito se debe haber cansado, porque un rato después, me la sacó y se tiró en la cama jadeando. Yo me tiré a su lado y lo abracé.
–Te quiero mucho, Miguelito, —me susurró.
–Yo también te quiero, abuelito –dije yo.
Torux
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