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Gays

Mario y Miguel — Capítulos V y VI

Capítulos previamente publicados en SST (inc, gay, Hh).

Capítulo V: Mi abuelito y mi papá

A mí no se me había bajado nada, lo tenía bien paradito y pegadito a las caderas de mi abuelito. Él me abrazó y se quedó quietito con los ojos cerrados. Luego me miró y me dio un besito en los labios. Mi abuelito no es tan viejito como son los abuelitos, él tiene muchos pelos blancos en el pecho y en la cara, pero se ve muy fuerte y sus piernas son gruesas. Sus manos son grandotas, con una sola mano abarcaba todo mi potito mientras me lo acariciaba y me miraba sin decir nada. Yo jugaba a enredar mis deditos en los pelos de su pecho.

–¿Qué hizo con el papá de Marito? –me soltó de pronto.

– …

–¿Todavía no me quiere contar?

–Abuelito, es que… hicimos cosas.

–¿Qué cosas?

–Me metió su cosa en el potito, susurré.

–Mmhh, me parecía que ya alguien había entrado ahí, sólo que no estaba seguro si había sido él o…

–¿O quién? –pensé, un poco confundido.

–¿Y le gustó lo que le hizo?, cuénteme.

–Sí, abuelito, me gustó mucho. ¿No te enojas, verdad?

–No, mi amor, pero me habría gustado que otra persona te lo pusiera primero.

–¿Tú, abuelito?

–Yo, o tu… bueno, ya está hecho.

Me hizo contarle todo lo que pasó con don Fernando y mientras yo le contaba me presionaba por detalles. Su verga nuevamente estaba erguida y se le veía roja. Ya más decidido y viendo que mi relato de los sucesos del día anterior lo excitaba sobremanera me dí a la tarea de contarle todo. No me dejó terminar. Se deslizó más arriba en la cama y me puso el pene para que se lo chupara lo que hice sin ningún esfuerzo. Él me decía que hacer. Que le chupara los huevos, que pasara la lengua por la cabeza, que sorbiera las gotitas que le salían del pico y luego hizo algo asqueroso. Tomó sus piernas con las manos y las llevó hacia arriba y mostrándome el hoyo del culo me pidió que lo chupara ahí. Yo no quise en un principio, pero lo pedía con tanta calentura en su voz que decidí probar. Tenía muchos pelos ahí, le dí un besito que primero no me supo a nada, pero luego al pasar la lengua lo sentí caliente y con un sabor entre amargo y extraño. Me calentó mucho hacerle eso al abuelito; era como el acto más prohibido, más que chuparle la pichula. No sabía por qué le gustaba tanto, pero así era. Gemía y me miraba con ojos extraviados.

Me acostó luego en la cama y se puso de rodillas frente a mí. Alcanzó la botellita de líquido y abriendo mis piernitas me puso nuevamente su verga en el hoyito. Poco a poco me la fue metiendo. Esta vez me gustó más porque lo podía ver de frente, como cuando don Fernando me la puso así, pero mi abuelito lo hacía despacito. La sacaba a la mitad y luego la metía hasta chocar con algo adentro. Pronto se echó encima mío cuidando de no aplastarme y comenzó a meter y sacar muy rápidamente. Me decía cochinadas como que yo era su putito, que era un mariconcito muy rico.

–¿Te gusta que te la meta, verdad?, ¿te gusta sentir mi pico adentro?

–Sí, —gemía yo, pero no creo que él me escuchara.

–Así, mi putito, apriete el potito, me decía.

–¡¡¡Qué potito más apretadito!!!! ¡¡¡Ahhhh!, rugió mientras yo sentía su pene palpitar dentro mío; el cerró los ojos y se quedó así, descargando su leche en mi barriguita.

Un ratito no más duró así, de pronto me lo sacó y deslizándose hacia atrás levantó mis piernitas y metió su cabeza entre ellas y sentí su lengua metiéndose en mi hoyito todavía abierto. Me pareció algo muy cochino, pero en cuanto sentí su lengua entendí por qué él pareció disfrutar tanto cuando yo inexpertamente le hice lo mismo. Sólo que él no sólo me besó el hoyito sino que literalmente metió su lengua en él. A ratos pasaba la lengua por sobre el ano y a ratos me lo chupaba. Creo que así sacó sus propios mocos porque sentía como me devoraba con su boca. Pero eso no fue nada comparado con lo que me hizo después. Bajando mis piernas metió mi pichulita en su boca y chupó causándome la sensación más maravillosa que jamás hubiera yo sentido. Un temblor recorrió mi cuerpo de niño y casi me ahogo. Sentía que no podía haber nada más rico que lo que mi abuelito me estaba haciendo. Al ratito sentí que me moría y mi vista se nubló y me tiré hacia atrás con los ojitos cerrados. Cuando los abrí mi abuelito estaba a mi lado sonriendo. Me dio un besito en la frente y me dijo que me quería más que a nada en la vida. Yo también sentí que en ese momento lo quería más que a nada en la vida. Claro que a mis papás también los quiero, eso sí.

Esa tarde, cuando estábamos sentados a la mesa, mi abuelito estuvo muy locuaz, pero yo no tanto. Tenía tanto en qué pensar. Claro que más que nada lo que quería era estar con mi abuelito otra vez… y con don Fernando también. Pensé en mi amigo Mario. ¿Sabría él de esas cosas?.

Mi amigo Mario vivía cerca de mi casa, pero desde hacía poco tiempo, porque antes sus papás estaban separados y se habían vuelto a juntar. Desde que llegó a vivir al barrio nos hicimos amigos y además asistíamos a la misma clase. Su papá no se veía mucho porque al parecer trabajaba mucho y como ya dije antes, me inspiraba un poco de temor. Claro que eso era antes de lo que pasó. Ahora quería verlo de nuevo.

La mano de mi abuelito en mi pierna me sacó de mis pensamientos. Mi mamá se había levantado de la mesa y mi abuelito movió la silla un poco hacia atrás mientras conversaba con mi papá. La movió lo suficiente como para que yo me diera cuenta de cómo tenía su verga gruesa y obscena a un costado del pantalón. ¡Qué ganas de tocársela!. De pronto se paró y creí notar que mi papá también le miró ahí. Se acercó a un mueble y tomó algo que le mostró a mi papá, parándose a su lado rodeando los hombros de mi padre con su brazo. Papá leyó algo y yo como si nada, entonces hizo algo que me dejó con la boca abierta. Mientras leía la revista tocó con el codo la entrepierna del abuelo. Éste me miró sonriendo y me guiñó un ojo. Papá seguramente pensó que yo no me dí cuenta porque siguió conversando naturalmente y luego el abuelo se sentó nuevamente y entonces llegó mi mamá. ¿Habrá sido casualidad lo de mi papá?.

Mamá retiró lo que quedaba en la mesa y nos paramos todos. Mi papá se paró también y pude notar que su bulto entre las piernas se notaba bastante. No sé si me sorprendió mirándolo, pero el abuelo continuaba dándome discretas miradas y guiñándome un ojo.

–Miguelito, me dijo mi abuelo —¿Va a jugar en el computador?

–Sí abuelito, le dije yo.

–Ya, vaya no más y apróntese que más tarde iré yo ganarle en el juego, dijo sonriendo.

Subí a mi pieza y estuve allí jugando un buen rato, pero el abuelo no apareció así que bajé a la sala a ver televisión y allí los encontré a los dos. A mi papá y a mi abuelo. Mi mamá no estaba. Me senté en mi sillón preferido frente a mi papá, pero mi abuelo me tomó del brazo y me sentó en sus piernas mientras me hacía cosquillas. Me sentía raro estar ahí sentado en las piernas de mi abuelo frente a mi papá y más cuando el abuelito me puso la mano justo ahí sobre mi entrepierna. A ratos me apretaba contra él, a ratos acariciaba mi barriguita. Yo trataba de no moverme, pero más que nada era para que mi papá no mirara. De pronto el abuelo me preguntó si estaba incómodo.

–No, le dije.
–Si quiere, siéntese con su papá.

–… No respondí, miré a mi papá y éste me miró extendiendo sus brazos.

–Venga, dijo mi papi.

Yo me bajé de las piernas de mi abuelo y me fui a sentar con mi papi. Éste me subió como una pluma y me puso entre sus piernas. Inmediatamente sentí su bulto en mi potito. Se notaba duro, pero yo no me atrevía a moverme ni a decir nada.

–¿Está bien así?, me preguntó mi papá.

–Si –respondí quedito.

Miraba a mi abuelo y éste sonreía y se agarraba el paquete con su manaza haciéndolo sobresalir más aún.

Poco a poco fui sintiendo como mi padre me apretaba contra él.

–¿Y mi mami? –pregunté de pronto.

–Salió, dijo mi abuelo. Estamos solitos los tres, agregó.

Me eché para atrás y apoyé la cabeza en el pecho de mi papá quien me abrazó más fuerte aún me subió un poquito más arriba. Sentí que mi potito estaba directamente sobre su cosa. Se sentía más duro cada vez.

El abuelo se levantó y apagó la luz quedando la sala sólo con la luz del televisor. Poco a poco fui sintiendo como mi papá comenzó a bajar el cierre de mi pantalón. Lentamente, en completo silencio fue metiendo su mano dentro de mi slip y tocó mi cosita. Yo miraba al abuelo en la semipenumbra y veía que éste había sacado su pene del pantalón y se lo movía despacito mirándonos a mi padre y a mí. Papá no decía nada. Sólo jugaba con mi pichulita que se erguía paradita fuera de mi pantalón. Me dieron ganas de tocársela a mi padre. Pasé mi mano por detrás y traté de tocársela, pero no podía por la posición en que estaba.

Mi abuelo se paró con su cosa tremenda colgando fuera del pantalón y se acercó a nosotros. Me dio mucha vergüenza que fuera tan descarado delante de mi papá, pero claro, yo no entendía esas cosas de los adultos. Se paró a mi lado y cuando pensé que me la metería en la boca, mi padre se agachó por un costado de mi hombro y se la chupó mientras me apretaba mi verguita con sus dedos. Yo miraba azorado como mi padre tenía toda la verga de mi abuelo en su boca y con la otra mano le acariciaba los huevos. Luego la tomó por la base y acercándola a mis labios me hizo chuparla.

–Chúpesela al abuelito, me dijo en un susurro.

Yo la chupé con deleite, mientras mi padre me paraba sin sacarme la verga del abuelo de entre mis labios. En eso estaba cuando mi papá, parado al lado mío quitó la verga del abuelo de mi boca y la reemplazó por la suya. ¡Era enorme!. Verla y metérmela en la boca fue todo uno. Mi padre tomó mi carita con una mano y me la acariciaba mientras yo lo mamaba.

–¡Al fin, hijo mío! –¡Cuánto he esperado por este momento!

No sé si esto último me lo decía a mí o a mi abuelo. Pronto estaban ambos turnándose para meterme sus vergas en la boca. Creo que en algún momento incluso chupé ambas al mismo tiempo. Mientras chupaba sentí un ruido que me llamó la atención y desviando la vista hacia arriba vi a mi abue y a mi papi besándose como yo nunca había visto a nadie besarse. Era como si quisieran comerse el uno al otro. Me quedé absorto por un momento viendo lo que hacían. Al sentir que había dejado de succionarles las vergas ambos me miraron y mi papá me levantó en brazos y me dio un beso también. Igual como se estaba besando con el abuelo. Metía su lengua en mi boca y chupaba la mía para luego mirar como mi abuelo hacía lo mismo. Luego me bajó y comenzó a sacarse los pantalones.

–No, dijo mi abuelo. –Mi hija ya va a llegar.

–Avísame, dijo mi padre y tomándome en brazos me llevó a mi pieza.

Mi papá cerró la puerta con el pie y me cargó hasta la cama. Allí con la luz encendida, pude ver su verga en toda su dimensión; era un cilindro de carne muy blanca con la punta muy roja. Tenía muchos pelos ahí. Se bajó los pantalones un poco mirándome con cara muy seria y la boca entreabierta.

–Chúpela –me dijo.

Me senté en la cama y se la chupé con más ganas que antes. Mi papá sólo me miraba y a ratos hacía sonar el aire entre los dientes de puro gusto. Me fascinaba mirar su vientre peludo mientras chupaba el pico extremadamente duro de mi padre.

–Se la voy a meter mi amorcito –me dijo.

Yo mismo me saqué los pantalones junto con los slips, pero en eso escuchamos la voz de mi abuelo que hablaba con alguien en voz más alta que lo habitual. Mi padre rápidamente se subió los pantalones y guardó la pichula toda parada hacia arriba.

–Súbase los pantalones, me susurró, pero yo ya lo había hecho.

Se dirigió a la puerta y antes de salir me hizo un gesto con un dedo en los labios para que me quedara calladito. ¡Cómo si yo fuera a decirle algo a mi mamá!.

Torux

Capítulo VI: Mi Papá Fernando — 2da vez

Así como lo que pasó con mi papá esa noche no fue planeado, tampoco lo fue lo que ocurrió tiempo después con mi profesor de Educación Física. Creo que el muchacho aquél, al que me encontré un día en el baño y que me mostró su pichula, algo tuvo que ver, porque siempre los veía a ambos diciéndose cosas y mirándome de reojo y creo que hablaban de mí.

Nunca antes me había fijado en mi profe, en realidad, él era un hombre atractivo, ahora lo sabía, pero hasta antes de probar el pico de mi padre, los hombres no eran lo más importante en mi vida; ahora los veía a todos de manera distinta, a todos les imaginaba el paquete, soñaba con verlos desnudos y tocarles la verga, sentirlas crecer en mis manos como había sentido el palo paterno días antes. Supongo que lo que yo pensaba eran discretas miradas, no eran tan discretas; más de una vez me encontré con que un hombre al verse observado en su entrepierna se miró como esperando encontrarse con el cierre abierto.

El profesor tomó por costumbre acercarse más a mí, darme mayor atención, acariciarme levemente la nuca al pasar mientras en su mirada advertía guiños de complicidad que me confundían. No sabía a qué se debían, pero me gustaba esa suerte de rito secreto que practicaba conmigo.

Comencé a observarlo con mayor interés. Usaba siempre pantalones de buzo, polera blanca y chaqueta. Ocasionalmente aparecía sin el pantalón del buzo sino que con un short que dejaba a la vista lo peludo y fuerte de sus piernas. Estas eran gruesas y se notaban acostumbradas al ejercicio. El short a veces era muy corto y otras muy holgado. Esto último lo sé, porque una vez en que yo hacía ejercicios de espaldas en una colchoneta, se acercó a mí y se paró de piernas abiertas a un costado y pude ver su protector o lo que fuera que enfundaba su verga; se notaba un bulto rotundo y contundente. Creo que eran más las bolas que el pene lo que abultaba, pero como fuera bastó para que me pusiera rojo de vergüenza, aún así deseé que nunca se fuera de ahí. Estuvo apenas un minuto, pero después de un largo rato volvió a pararse a mi costado. Esa vez casi me atraganto con mi propia saliva de la impresión; llevaba su verga suelta dentro del short y la veía toda, completa a un costado: gruesa, con la cabeza a medias descubierta, morena, levantándose sobre un par de cocos sumamente peludos y redondos como naranjas. Cuando pude mirarlo a la cara se sonreía como con sorna, pero… ¡Por dios, qué atractivo se me hacía!, parecía una estatua, un animal, no sé, el sudor me corría por la frente y la cara.

Mientras tanto, mi padre no perdía oportunidad de darme agarroncitos en la cola y cada vez que estábamos solitos, ya fuera viendo tele o en algún momento en la cocina, me susurraba al oído que me quería meter el pico, me daba besitos en la carita y llevaba mi manito hacia su verga a media asta dentro de su pantalón, –Siéntala –me decía, pronto será suya otra vez, y cada vez que me hacía eso, un estremecimiento me recorría completito desde el potito hacia arriba atravesándome entero.

Tanto las caricias y susurros de mi padre, como el exhibicionismo y actitudes del profesor me tenían la mente ocupada día y noche pensando en cochinadas; hasta ahora sólo se la había chupado a mi padre y sólo él me había culeado, ¡pero cuán rico había sido! Deseaba con todo mi ser que ese gustito se repitiera, con mi papá o con cualquier hombre que quisiera hacerlo. A veces soñaba que ambos me hacían tiritar de gusto a la vez, los imaginaba entrando a mi cama en la noche juntos y desnudos, uno me besaba en los labios con su lengua explorando en mi boca, mientras el otro se acercaba por detrás convirtiéndome en la mortadela del sandwich. No dejaba de tocarme la verguita aunque aún no salía nada de allí y, a decir verdad, tampoco sabía yo que tuviera que salir algo, me tocaba porque era placentero no más. Además, era una manera de aliviar el dolor que sentía de tan dura que se me ponía la verguita.

No sé si ocurrió de tanto desearlo, pero ocurrió casi al mismo tiempo: los tuve a ambos el mismo día, aunque no juntos. Fue así: Una mañana mi mamá salió a su trabajo sola porque mi papá por alguna razón se quedaría en casa. Supuestamente él me llevaría a la escuela, pero en vez de eso, inmediatamente después de que mi madre se marchara, se levantó de la mesa, aseguró la puerta de la reja y la de calle, tomó mi mano y me llevó a su dormitorio; No se preocupó de cerrar la puerta, se sentó en la cama y me abrazó y comenzó a darme besos en la boca, en el cuello, en la frente, mientras me sacaba rápidamente el uniforme; Pronto quedamos ambos desnudos. Él, completamente, yo con calcetines. Tenía su verga muy parada y mojadita en la punta. Se abrió lentamente de piernas y sin esperar a que me lo pidiera, yo me agaché entre ellas y tomé la pichula entre mis manos y me la llevé a la boca, ¡Qué delicia!, llevaba tantos días deseándola, ya temía haber olvidado su sabor, su dureza y su calor, pero no, allí estaba tal cual la conservaba en mi mente desde aquel maravilloso primer y único día hasta ahora.

Mi papá se quejaba por lo bajo con los ojos cerrados, yo desesperado se la chupaba emitiendo ruidos con mis sorbetones; Quemaba en mis manos, palpitaba al ritmo de su corazón——— o del mío, no sé. El sabor saladito de sus líquidos se esparcían por mi boca y por mi mente como el más sabroso de los bocados. Quería más, no sabía qué, pero quería todo sin saber bien qué era ese “todo”.

–Lo hace tan bien, m’ijito, me susurraba papá, y yo, orgulloso, le daba un sorbetón más a la cabecita grande y esponjosa de su fierro de carne.

A ratos me olvidaba que no me cabía toda en la boca y trataba de ir más allá de lo que podía provocándome arcadas. En esos momentos mi papá me acariciaba la nuca y gemía:

– Tranquilo, perrito, si es toda suya, nunca le va a faltar, y yo moría de placer sólo con imaginar que la tendría por años y años por venir.

Repentinamente papá la retiró de mi boca con un ruido como de un corcho que sale de una botella, me dio risa eso, pero después me preocupé de haber hecho algo malo, sin embargo, cuando mi padre me tomó en sus brazos y me depositó suavemente en su cama, supe lo que haría y por un rato me tranquilicé, pero después sentí temor. La primera vez aunque la había aguantado bien y la había disfrutado mucho, me había dolido al principio y no quería sentir dolor, pero al parecer mi padre llevaba días preparado para esta ocasión, porque abriendo su velador sacó de allí un tubito de algo que esparció por mi culito. Era como una cremita helada, pero muy suavecita. Con un dedo primero y dos después, me la fue metiendo toda por el culo. Me incomodaba algo al comienzo, pero la forma cariñosa en que lo hacía mi papi, me confortaba, me daba seguridad. A ratos metía y sacaba rápidamente un dedo por el culito, para luego iniciar un mete y saca suave y lento, muy rico. Así estuvimos un ratito, hasta que me puso una almohada bajo el vientre y apuntó con su arma a mi hoyito.

La sentí suave, pero firmemente empujando hacia mi interior. Recordé lo que me había dicho mi papá la primera vez: “haga fuerzas como para hacer caquita”, y quise empujar hacia fuera, pero me arrepentí casi en seguida; —“¿y si me hago caca?”, —pensé. Mi padre, como leyendo mis pensamientos, me dijo:

–No se preocupe, empuje no más, si se hace caca no importa.

Y así, un poco avergonzado, hice fuerzas logrando sin más dilación que la cabeza de la verga entrara sin problemas. Papá se quedó quieto un rato, como para permitir que me acostumbrara a su grosor. Después, casi imperceptiblemente comenzó a penetrarme; poco a poco sentía como su pichula invadía mis entrañas. Era como si la habitación diera vueltas. Sentía como en algún lugar dentro de mí, esa cosa me punzaba enviando algo parecido a descargas eléctricas por todo mi cuerpo. Cada vez que la cabeza de la verga chocaba con algo dentro de mi potito, me estremecía como alcanzado por la corriente. Ni siquiera podía hablar, sólo unos tartamudeos indescifrables salían de mi boca. Mientras, el contínuo bombeo de mi papi se hacía más y más frenético, era un incesante entrar y salir de su verga, cada vez más rápido. Sus manos me rodeaban completamente y sentía su pecho peludo a mis espaldas, mi cabeza a la altura de sus hombros. Sus jadeos taladrando mis oídos. Y así descargó, con furia animal, como queriendo meter los cocos también en mi potito violado y abierto, dispuesto a muchas batallas más.

Después del maravilloso momento junto a mi papá, rápidamente me llevó al baño, me lavó bien el potito y me vistió nuevamente; Parece que no estaba en sus planes que faltara a la escuela, pero eso sí, antes de salir de la casa, me hizo chuparlo nuevamente, arrodilladito junto a la puerta. No me dio leche esa vez, pero sí me quedé con el gustito salado de su pichula que tanto me gustaba.

Cuando me bajé de la camioneta, me dio un beso y me agarró una nalguita a escondidas; Entonces ví al profesor que llegaba en su auto y se estacionaba al lado de mi papá.

Torux

4430 Lecturas/30 diciembre, 2018/0 Comentarios/por privado
Etiquetas: incesto, maduros, minor
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