Marito 2
A ver que tal les parece este segundo intento. .
Marito 2
Los padres de Marito habían recibido al grupo de su tarde hípica con una cena ligera y deseando que la tía Ady marchara pronto con sus hijos. Ady repetía sin cesar lo mucho que a Marito le gustaron los caballos y que debían repetir la experiencia pronto. Ella presentía la disciplina y presión académica que Elsa y Leo, padres de Marito, ejercían sobre su único hijo y le causaba lástima que un niño tan tierno casi no tuviese tiempo para distraerse. Buscaba la manera que los padres autorizaran las salidas de Marito en nombre la de la convivencia y unión familiar. Además le gustaba mimarlo con regalos y caprichos que sabía sus padres ignoraban.
-A que a este chiquito bello le gustaron los caballos, a que sí?,–preguntaba la tía Ady.
– Sí, tía me gustaron mucho. Y el paseíllo de los jinetes también.
-Dicho, pronto repetimos.
Elsa terminaba de servir el postre a sus sobrinos mientras Leo sonreía sin prestar atención a su cuñada. Los padres de Marito eran personas dedicadas a sus profesiones tecnológicas, vivían metidos en sus ordenadores y casi siempre se comunicaban por mensajes de texto. Cuidaban bien del niño pero exageraban en su empeño de que fuese muy estudioso, no guardaban un balance. Acabada la cena, compartieron una sobremesa breve y minutos más tarde todos se despedían. Marito abrazó a su tía y sus primos sin saber cuándo los volvería a ver. Se hacía tarde de acuerdo a los horarios de la casa y Marito fue enviado a su habitación para repasar la tarea y dormir temprano. Un rato después sus padres se aseguraron que la tarea estaba completa y también ellos se fueron a dormir, al día siguiente tenían trabajo.
Cerrados los cuadernos y con un poco de ansiedad, Marito descansaba en su habitación mirando las estrellas fluorescentes del techo que se iluminaban con la lamparita de colores que mantenía encendida. Ordenaba sus figuritas de astronautas, y repasaba los planteas redondos colgados de hilos invisibles. Era la habitación ideal para un niño de ocho años que sueña con viajar a la luna. Sobre su escritorio de estudio: cuadernos temáticos, lápices de colores, un avión de metal y un gatito de peluche-regalo de su tía Ady. En el armario, su ropita y uniformes ordenados. Un par de calcetines tirados en el suelo de un lado de la cama. Fotos de vacaciones en el campo y un pequeño ordenador para niños con las tapas rojas.
Marito vestía una pijamita clásica, de algodón blanco con rayas azules, con tres botoncitos sobre su pancita plana. Los pantaloncitos cortos a juego, ajustaditos a la cintura y los muslos, dejando ver el resto de sus piernas y piecitos desnudos. Era una imagen para adorar, admirar y desear…y para dejarse llevar, si hubiese oportunidad. Las sabanas de su camita olían a talco de bebé y al sudorcito dulce de su piel en la noche. Marito entró en su cama y colocó las manos detrás de su cabeza. Friccionaba los deditos de sus pies para calmar su ansiedad. Cerró los ojos y se sintió flotar en aquella habitación que imitaba la bóveda celeste. Sentía muchas cosas a la vez y trataba de entender lo que le había ocurrido en la tarde. Todo había sido muy rápido, muy intenso y muy deseable. Una voz interior, un deseo muy fuerte le había empujado a seguir a aquel hombre. Era pequeño y débil pero tuvo valor, como los jinetes de las carreras, para domar su animal. El pequeño Marito solía refugiarse en esos mundos de fantasía donde poder jugar con amigos imaginarios. Amiguitos que surgen de vez en cuando y le pueden visitar si él les abre la puerta de sus pensamientos. Marito miraba al techo estrellado de su habitación como hipnotizado, flotaba en su mundo de fantasia y colores… y entonces… llegó al lugar deseado a encontrarse con su nuevo amigo, pero este no era imaginario.
Y el niño volvió a escuchar aquel susurro de despedida que Daniel dejo en su oido mientras le besaba su carita asustada:
-“Te gustó? Dime que te gusto mi verga, bebecito.”
Palabras que a Marito le hacían sentir angustia y bochorno. Palabras que los niños buenos como Marito no debían decir. Palabras que le asustaban y le encendían a la vez; como una corriente que se desplazaba de su corazoncito alborotado a su penecito excitado. El pequeño sentía temor a ser descubierto, a ser castigado por sus padres. Y aunque aquel hombre no se lo pidió, sabía que debía guardar el secreto. Y sentía que le gustaba ser parte del secreto.
De repente aquella palabra en su boquita, en sus labios entreabiertos, como si pidiera tres deseos:
-Verga! Verga! Verga!- repetía Marito.
La palabra ‘Verga” quedó grabada en la mente infantil de Marito, y en su carita asustada y en sus labios húmedos; en sus nalguitas tibias, y en cada rinconcito de su penecito duro y sus bolitas tiernas. Cerraba los ojos y casi podía volver a sentir las caricias de aquella verga, de aquel glande caliente y mojado que le acariciaba sus partecitas; Verga! Verga! Verga!…se decía Marito, mientras acariciaba su penecito duro apretado en su calzoncito blanco con rayas azules. Repetía la palabra “Verga” como una lección aprendida, mojándose los labios, buscando ese olor ahora conocido. Olor a verga en su naricita, sabor a verga en sus labios, calorcito de la verga de Daniel; verga carnosa que dejaba sentir el peso de su carne hinchada y cubría completamente el triangulito de las partecitas suaves del niño. Qué delicia ese contraste entre lo grande y fuerte, y lo pequeño y suave; como jinete y caballo. Que imagen para recordar: su penecito delizandose a lo largo de aquel palo de carne morena y escondiendose entre las pelotas grandes de Daniel que le arropaban su cosita le daban calorcito.
El pecho de Marito se agitaba recordando su primera verga, la verga de Daniel, una verga madura de cuarenta años, la verga que aprendio a conocer esa misma tarde con lamidas, con chuponcitos, con besitos de su boquita que se abría para recibirla. La verga que ahora le hacia soñar despierto. Una verga grande y morena, pesada…dura!, mas que dura!, muy dura!…lista para ser mamada por un bebecito como Marito. Bebecito que ahora se mecía en los brazos morenos y fuertes de Daniel. Bebecito que por fin recibía el cariño paternal de un padre vergón como Daniel. Marito quería seguir siendo el bebecito de Daniel. Sentir el abrazo fuerte de Daniel y su mano grande separando sus nalguitas hasta llegar a la entrada de su hoyito. Sentir las cosquillas en su culito virgen, el dedo de Daniel en su culito apretado, el dedo de Daniel en su culito insistiendo y su glande cabezón castigando sus bolitas con calor y babita rica. Sentir el dedo de Daniel en su culito apretándolo un poquito más, y sentir más cosquillas en lo profundo de su hoyito, el glande potente y caliente de Daniel sobre sus huevitos…los chorros de lechita en su pancita, y el susurro de Daniel en su oído:
-Te quisiera clavar aquí mismo!
Marito sollozaba de placer mientras apretaba sus manitas sobre su penecito duro que luchaba por expulsar algo que aun no podía producir. Llegaron las contracciones de un orgasmo limpio y seco, que se repitieron una, dos, tres veces más…
– Veeergaaa!!! verga!, verg…! -musitaba el niño.
El pecho de Marito subía y bajaba hasta que encontró el ritmo cíclico del sueño.
Estos fueron los pensamientos de Marito la primera noche del primer día que probó la verga de Daniel, la verga de un señor de cuarenta años que no pudo resistir la mirada insistente de un niñito de ocho. Una buena verga para Marito. Marito se quedo dormido sintiendo una sensación de apego, un querer abrazarse a aquel hombre que le había hecho su bebecito.
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Hola a todos, espero les guste este segundo intento. Próximo, los pensamientos de Daniel. Sus comentarios y sugerencias son bienvenidos.
Muy bien relatado
Gracias Ferk, proxima entrega muy pronto.
Guau amigo! Muy bue relato, espero el siguiente
Buen relato. Felicitaciones.
Este segundo intento es sin duda alguna fenomenal.
De una extraña manera me sentí identificado con Marito en la forma en que desea y como se sintió de feliz al ser deseado por aquel Hombre. Espero la tercera parte para saber que ahonda dentro de la mente del otro participante de esa historia de deseo que hace sentir tan bien a nuestro otro protagonista.