Masaje a la madrugada
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
Eran las tres de la tarde y el verano en Buenos Aires no podía ser más insoportable. Mi amigo Mariano me había invitado ir a pasar el día a su casa. Iba en bicicleta mirando para un lado y para otro pero la ciudad estaba desierta. El calor había encerrado a las personas que usualmente poblaban esquizofrénicamente las veredas, dentro de sus casas dejando una inusitadamente inhóspita Buenos Aires.
Luego de diez minutos de haber pedaleado por la desolada ciudad arribé completamente transpirado a la casa de Mariano. Toqué el timbre mientras llamaba a mi novia para avisarle que esta noche pasaría por su casa a cenar, pero posiblemente pasase más tarde porque iba a estar en la casa de mi amigo. Me hablaba jadeante y erótica. Me decía cuánto me chuparía la pija esta noche, que tenía preparada ropa interior especial. “¿Sabes que estoy haciendo exactamente ahora?” Me preguntó entre gemidos, “Estoy metiendo mi pequeña maño dentro de mi tanga y acercándola a mi vagina y…” Tomó aire bruscamente, como ahogando un grito. Sí que sabía cómo excitarme, realmente estaba teniendo una erección extremadamente fuerte. Respiraba alterado por la mezcla de cansancio y excitación. Tenía puestos unos shorts muy cortos y de no ser por mi bóxer ajustado, tranquilamente mi pene hubiera salido por debajo de los pantalones. Me estaba acariciando sobre el pantalón admirando atentamente la puerta hasta que oí el girar de las llaves. Saludé rápido a mi novia y trate de relajarme para que mi amigo no descubriese mi erección.
Mariano salió de la casa solo en shorts, lo cual no me asombraba en lo absoluto con el calor que hacía. Él también hablaba por teléfono y se reía. Por suerte estaba tan absorto en su conversación que distraídamente me abrió la puerta que daba a la calle y me invitó a pasar con señas.
Dejé la bicicleta en el patio delantero y mientras entraba oí algunas palabras que decía Mariano. Estaba seduciendo a una chica. Era evidente, por la manera de hablar, por las palabras que usaba, por la forma de pararse. Mi amigo vivía haciendo esto, era un seductor innato. Era alto y musculoso. Se pasaba muchas horas a la semana en el gimnasio. Ambos practicábamos fútbol juntos y teníamos buenos cuerpos, pero el suyo era por demás de un privilegiado. Cada parte de su cuerpo estaba marcada y tonificada, era intensamente escultural. Aunque nunca me había detenido a estudiarlo en detalle, sabía que era muy atractivo de cara, tenía ojos verdes – al igual que mi- y el pelo ligeramente corto, dando la impresión de que siempre estaba despeinado.
Cortó y se dio vuelta hacia mí justo cuando estaba sacándome la remera para estar más cómodo. Se me acercó mientras no podía verlo y me dio unas palmadas en el abdomen:
– ¡Qué macho que estás hecho! – bromeó mientras yo hacía fuerza para marcar aún más mis abdominales
– Estoy aprendiendo del mejor – continué yo mientras reíamos
– Mira, mira esto, chiquito – alardeó mientras posicionaba el brazo para mostrarme sus bíceps, que incluso sin hacer fuerza eran descomunalmente grandes. Los apretó y jugó un rato con sus bíceps
– No te van a servir mucho en la cancha, idiota – le dije mientras le daba una suave cachetada para que deje de exhibirse
– Sabes que si hay algún putito en el otro equipo, cuando vea todo esto, – decía mientras se acariciaba los abdominales profundos – se mea encima el maricón.
Nos reímos un rato más y nos fuimos directo a la pileta. Pasamos el día charlando sobre fútbol y mujeres. Caída la tarde, a eso de las seis tomamos cervezas y jugamos al PES por unas horas. Le pregunté si me podía recostar un rato que ya luego me tendría que ir para lo de mi novia.
– ¿Te vas a ir? ¿En serio? Qué dominado
– No sabes las ganas que tengo de coger, hace como un mes que no la pongo
– El problema tuyo, es que tu novia es una frígida de mierda, esta noche te venís conmigo a bailar y nos conseguimos unas putas que nos saquen la leche hasta pedir basta – gritó mientras nos reíamos
– Yo la quiero mucho a Leila, no me parece…
– ¿Cada cuánto cogen? Decime, ¿Cada cuánto te deja llenarle la concha esa puta?
– Ey – lo frené indignado – es mi novia Mariano
– ¿Pero no tenes ganas de coger?
– Si… – respondí resignado – de todas maneras voy a ir a su casa – dije algo molesto
Mariano tenía razón en algo: Leila siempre presumía y hablaba de cuánto íbamos a coger esa noche y luego aludía a que tenía dolor de cabeza o algún malestar para no tener sexo.
Fuimos a la habitación de Mariano que antes era de su hermano y de él, por lo que tenía dos camas individuales separadas por una mesa de luz común. Me recosté en la cama que solía ser del hermano y él en la suya. Tomó el celular y nos quedamos un rato en un silencio incómodo. Yo estaba boca abajo mirando la pared y no podía ver a Mariano.
– Eu, discúlpame – susurró arrepentido – es que te veo medio bajón. Sabes que es todo en broma.
Realmente no podía enojarme con Mariano. Me di vuelta me levanté y aceptando sus disculpas lo abracé. Nos recostamos de vuelta y en un segundo estábamos hablando como a la tarde. La habitación estaba a oscuras y la única fuente de luz eran unos hilos que entraban a través de la persiana desde el atardecer agónico. Yo estaba cansado, se me entrecerraban los ojos y me dormitaba algunos segundos. Mariano continuaba con el celular y desde el rabillo lo notaba un poco inquieto.
Se levantó y se acercó a mi cama. Se sentó al costado y con el luminoso celular me movió un poco.
– Fíjate lo que me mando la putita con la que estoy hablando
Me mostró el celular. En la pantalla se veía una joven morena que acomodaba una cámara delante de ella. La joven era hermosa y solo vestía su ropa interior, rosa con unos detalles negros. Le lanzaba algunos besos a la cámara y se reía nerviosamente. Sin mucho rodeo, la joven se quitó el corpiño y comenzó a jugar con sus tetas. Las tenía enormes. Eran grandes y a simple vista se podía percibir que eran duras y firmes. Las levantaba y llegaba a lamérselas. Luego simplemente se arrojó a la cama y se sacó la tanga. Dejó al descubierto una eximia vagina.
Estaba perfectamente depilada y cuidada. Era magistral. Se abrió de piernas y mostró su apertura total. Mariano y yo estábamos embelesados ante semejante actuación. Comenzó a masturbarse violentamente y gritaba enfurecida, fuera de sí. Yo estaba muy caliente y mi erección era indisimulable. Estaba muy ansioso de tener sexo con Leila, pero ante enorme mujer estaba ansioso de tener sexo, a secas. Mariano se estaba bajando el pantalón dejando descubierto su bóxer. Apenas percibí eso por el reojo, pero no fue lo que me llamó la atención. Si bien habíamos estado en incontables vestuarios juntos y nuestros compañeros hacían bromas sobre su miembro (y el mío también) por el tamaño nunca me había percatado en realidad. Mariano estaba excitado y tenía un monstruo entre las piernas. Ahora estaba un poco distraído, por el tamaño descomunal. Era inusitadamente grande y desde mi ángulo podía ver que le salía por debajo del bóxer, era incontenible semejante engendro. Volví al video y la chica, más enajenada que nunca, aullaba mientras acababa y los flujos se escurrían lentamente hacia afuera de ella.
– Tremenda puta, ¿eh? – me preguntó Mariano mientras se levantaba y se iba a la cama
Yo estaba estupefacto, no podía emitir palabra.
– Me vas a decir que todavía queres ir a cenar con Leila y que te deje caliente y con los huevos doliendo –
– Me convenciste Mariano – acepté – esta noche unas putas nos van a dejar secos
– ¡Ese es mi amigo! – celebró él
Llamé a Leila e inventé alguna excusa mala seguramente. Acto seguido me recosté y cerré los ojos y trataba de relajarme para bajar mi excitación y para descansar para la noche que se venía.
No mucho tiempo después me desperté y al girar mi cabeza lo vi a Mariano de espaldas a mí masturbándose. Solo podía verlo su titánica espalda, pero lo deduje por cómo se movía.
Me gire y simulé seguir durmiendo. Oí como acababa y gemía rudamente un suspiro rasposo, propio de un hombre masculino como él. Se levantó y se fue al baño. Oí la lluvia y tuve un pensamiento de irrumpir en el baño. Solo para entrar. Me contuve. Dormité un rato más y luego me despertó cuando salía de bañarse. Estaba con una toalla corta y estaba en todo su esplendor, tal como le gustaba a Mariano de mostrarse incluso entre amigos, sus piernas torneadas, sus abdominales duros como piedras y con unas profundas líneas en el medio.
– Hora de bañarse, hay que conseguirnos unas buenas trolas –
La noche no transcurrió muy bien. En la disco tomamos mucho alcohol y a pesar de usualmente tener éxito con las mujeres, nos rechazaban invariablemente. Llegada las tres de la mañana, hicimos lo que usualmente hacíamos si sucedía esto: nos desabrochamos las camisas, mostrábamos nuestros duros torsos ante las mujeres y eso cortaba la mala racha. No pasaron ni más de diez minutos que ya estábamos tomando algo con unas putas tremendas, no obstante un guardia de seguridad nos retiró de la discoteca por estar con las camisas desabrochadas. Pedimos un taxi y volvimos a la casa de Mariano.
Se fue a bañar y yo me senté en la cama que solía ser del hermano de él, algo decepcionado. Estaba un poco molesto con Mariano también porque por haberlo seguido me había quedado sin el pan y sin la torta. Me consolaba que él tampoco se había traído ninguna chica a su casa. Salió en bóxer y me hizo una seña de permiso que podía pasar al baño. Estaba tremendamente ebrio.
Me bañe y yo salí con un short y una remera. Me estaba por acostar cuando Mariano me detuvo.
– ¿Serías tan amable de hacerme unos masajes? La noche de hoy me mató, en el club siempre nos peleamos para que nos hagas masajes, sos el mejor en eso –
“¿En serio?” pensé, lo descarado en la petición de Mariano me volvió loco. Sin embargo, accedí, un poco por el halago.
– En el cajón de la mesita de luz hay un lubricante que uso para las putitas pero va a servir para los masajes –
Tomé el lubricante y me mojé las manos con aceite. Mariano estaba boca abajo y yo me senté en sus muslos, cerca de su prominente culo. Comencé por acariciarle la espalda. Se estremeció un poco cuando lo toqué, posiblemente por el aceite frío. Estaba impresionado de cómo se movían sus músculos de la espalda mientras trataba de acomodarse. Sentía los duros bultos moviéndose bajo mis manos mientras masajeaba su pronunciado lomo. Tenía los hombros ligeramente levantados y todo su cuerpo formaba una V increíble. Estaba anonadado por la forma de su cuerpo. Me acerqué más a su culo para llegar a los hombros. Yo también tengo una verga un poco más grande que el promedio así que inevitablemente se la estaba frotando contra sus nalgas. Me recosté ligeramente, sin hacer contacto con su espalda para alcanzar mejor los hombros y comenzar a masajearlo. Sin querer, se me resbalaron las manos por el aceite y me caí sobre él. Le pedí disculpas y le dije que se diera vuelta así lo masajeaba de la parte de adelante. Me bajé de la cama y se dio vuelta. Cada vez que había tenido que masajear a Mariano en los entretiempos en los partidos y me sentaba sobre él, inevitablemente había sentido la incomodidad de su miembro, pero nunca había una connotación sexual en todo eso.
Me senté, como siempre, sobre su entrepierna mientras él aún tenía puesto el bóxer. Tomé el aceite nuevamente y esta vez lo vertí directamente sobre su torso. Estaba con los ojos cerrados y aproveché esta oportunidad para admirar detenidamente el cuerpo de mi amigo que siempre me había dado curiosidad. Realmente era increíble. Los pectorales tensos, los brazos enormes, sus abdominales sobresalían de su cuerpo dejando una ruta interna por donde ahora se escurría el aceite. Comencé masajeando su abdomen, deteniéndome para tocar cada musculo correctamente, para embadurnarlos propiamente en el aceite. Deslicé mi dedo índice en la ruta entre sus abdominales, un poco perdido, hasta llegar a la división de sus pectorales. Me incliné, nuevamente sobre el un poco para alcanzar sus pectorales, rodeé sus pezones que incluso hasta ahí parecía ser musculoso. Continué acariciándolo hasta sus fornidos brazos y los masajeé fuertemente. Empecé a sentir que la pija de Mariano se estaba moviendo. Yo estaba un poco excitado también.
Mariano abrió los ojos súbitamente y me miraba serio. Se levantó. Yo estaba aún sentado sobre su entrepierna, sintiendo como crecía su miembro. Nos quedamos muy cerca el uno del otro. Sentía cuando tomaba aire su abdomen chocar con mi cuerpo.
– Masajea mi cara – me ordenó prácticamente
Retiré mis manos de sus brazos y se la acerqué a la nuca y fui subiendo, contorneando sus firmes rasgos de la cara. Sus enormes y rústicas manos se posicionaron en mis caderas. Habíamos estado tan calientes todo el día que lo sucedido después fue inevitable. Mariano sin previo aviso se acercó a mi cara y me comenzó a besar desenfrenadamente con una sexualidad tosca y agresiva. Correspondía el beso y pensaba en lo que estaba pasando. Sentía el monstruo que estaba creciendo en mi culo. Su lengua me recorría frenéticamente la boca.
En un momento se alejó un poco y me escupió fuertemente la cara. Respiraba honda y rasposamente, al igual que cuando se había masturbado a la tarde de hoy. Yo lo miraba a los ojos y sentía el escupitajo caer por mis labios. Rápidamente lo tomó con su boca y me siguió besando. Yo dudaba de lo moralmente correcto en esto y aún me resistía de sus intentos de sacarme la remera. Sin pensarlo dos veces me empujó dejándome acostado en la cama y el encima de mí. Sus manos agarraron mi remera y la rasgaron ferozmente dejando solo añicos de lo que solía ser. Ahí estaba yo, jadeando, sudando, con mi cuerpo convulsionando gentilmente para Mariano.
– Pero que preciosa putita – exclamó con los ojos desorbitados y con una voz más grave y sensual. Me tomó del cuello y reclamó – ¿Me vas a chupar toda la pija? ¿No puta?
No me quedaba más que asentir, Mariano estaba en éxtasis, irreconocible. Ya hacía rato tenía su verga latiendo y pidiendo por ser liberada.
Se paró en la cama al tiempo que yo me arrodillaba. Calculé mal la distancia porque era imposible calcular lo que tenía mi amigo entre las piernas. Se bajó el bóxer y una verga enorme de veintisiete centímetros cayó en mi cara golpeándome la nariz.
– Dale trola, tragá
Empecé a lamérsela, sentía el sudor y el olor a hombre que él despedía siempre. Estaba dura como una piedra y sin depilar. Seguí metiéndome esa enorme pija en mi boca aunque no me entraba toda. Mariano me tomó del pelo y agarrándolo violentamente me hizo tragarle ese monstruo hasta los huevos, y aunque escupía y tenía arcadas, él se mantenía firme sosteniéndome. Me liberó y lanzó un suspiro ronco al cielo mientras se apretaba los pezones. Continué chupándole la verga mientras con mis manos buscaba su culo. Ese enorme ojete compuesto por músculos duros, este chico era un adonis. Me lleve un dedo a mi boca y comencé a meterle mi dedo medio en su ano. Él gemía y gemía irremediable y febril.
En un momento que había empezado a agarrarle la onda, me tomó de las axilas y me levantó a su altura, solo para escupirme un par de veces en la cara y lamérmela. Me beso un segundo antes de proclamar.
– Basta de putadas
Me arrancó los pantalones y me quedé al descubierto con mi pija al aire. Hizo rozar nuestros miembros mientras yo lo tocaba y me deleitaba con su enorme torso. Lo manoseaba por todas partes y él se entretenía chocando los glandes de nuestras pijas.
Se sentó en un costado de la cama, con esa verga erguida hasta el cielo y ya sabía lo que significaba eso. Sin protestar y sin dilatación previa Mariano me obligó a sentarme en semejante monstruo. Traté de resistirme pero la fuerza de él era ampliamente mayor.
Me senté y al comienzo con algún vestigio de gentilidad dejó que la cabeza entrase despacio, no obstante, la caballerosidad desapareció al instante cuando me atravesó completamente de un golpe produciéndome un dolor enrome en todo el cuerpo.
– Uy como te gusta
Yo estaba a punto de llorar y quería levantarme. Pero Mariano había puesto sus enormes brazos sobre mis hombros y no había fuerza que me liberara ahora. Me levantó bastante con sus manos, alzándome en el aire y comenzó a cogerme. Las embestidas eran brutales y animales. Cogía como un toro enfurecido. Me estaba destruyendo el cuerpo, el dolor era inconsolable y aunque gritaba para que parara solo lo hacía cogerme más y más fuerte. Supongo que lo ponía caliente que estuviese gritando. Con cada embestida venía un gemido atroz y sucio que lo acompañaba. Me gritaba “Puta” “Dale, abrite” y un montón de cosas que cuando pude suscitar el placer para reemplazar el dolor, empezaron a calentarme.
Me lanzó a la cama del hermano, en frente y cuando giré tuve una imagen magistral de aquel macho.
Mariano estaba parado, con su enorme, titánica verga erguida a full. Estaba todo sudado, con los músculos tensos y con su cara enardecida, como enojado. Respiraba agitado y su musculatura se hinchaba y se deshinchaba con un erotismo incontenible.
– ¿Queres que te coja? – me preguntó mientras se relamía – ¿Eh puta? ¿Queres esto?
– Si, la quiero toda, Mariano, cógeme – las palabras salían de mi boca sin control
Se acercó a mí, pícaro. Cómo intentando darme un beso, pero al acercarse, otro escupitajo me bañó la cara.
Se recostó detrás de mí y arrancó de nuevo con el bombeo. Yo gemía y gritaba, ahora de placer aunque sabía que cuando esto terminara posiblemente me doliese hasta el alma. Mariano me tomaba del abdomen y me lo masajeaba, comenzó a masturbarme mientras me cogía salvajemente.
– Cómo me gustas pedazo de puta, que enorme cuerpazo
Estaba muy caliente yo, al punto de olvidar que tenía adentro de mis entrañas una pija de veintisiete centímetros, que ardiente me penetraba incesantemente. Sentía que estaba por explotar y le avisé a Mariano que me colocó boca arriba para que acabase sobre mi cuerpo. Coloqué mis piernas en los hombros de él y me masturbaba agresivamente y yo clamaba por más y más.
Acabé y mi pija lanzaba chorros y chorros de semen, sentí mi cuerpo hervir, ungido por mi leche caliente mientras la enorme verga de Mariano me atravesaba aún.
Mariano siguió cogiéndome por otros diez minutos antes de acabar.
– Quiero que te la tragues toda
Yo no podría estar más de acuerdo. La quitó y se sentó sobre mis pectorales mojados de leche. Acabó sobre mi cara un montón de leche caliente que me recorría la cara y la boca. Comencé a tragar y con mi lengua trataba de agarrar la que estaba cerca de mi boca. Sorprendentemente, Mariano comenzó a besarme el cuello y la cara donde tenía semen y a terminar besándonos, aquella madrugada, relajando nuestros cuerpos luego del tremendo calor de aquel verano de Buenos Aires.
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