MATEO II
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
Luca me despertó para el desayuno aquél sábado, su madre iba a llevarlo al club a practicar natación luego del almuerzo, era su deporte favorito y entrenaba todos los fines de semana, yo me quedaría toda la tarde a solas con Mateo, puesto que el padre trabajaba.
Mateo no me dirigió la palabra ni yo a él, no quería molestarlo.
Al cabo de hora y media, se sentó junto a mí en el sillón de la sala de estar, cuando realizaba mis tareas del colegio, y comenzó a hablarme de lo sucedido anoche, mientras me sonrojaba notablemente.
Sé que te gusto, no sé por qué, pero es evidente y la verdad no me interesa, nada personal, simplemente no soy de esas personas que se sienten atraídas de ninguna forma hacia otras y se comprometen por miedo a terminar solas o vaya uno a saber el o los motivos.
No me enamoro y el sexo carece de importancia, el asunto es que llevaba mucho tiempo sin masturbarme, fue más una necesidad que el simple deseo de liberarme, lo vas a entender a medida que vayas creciendo, el cuerpo te lo pide.
No esperes que vuelva a suceder, sin embargo entiendo que te encuentres en la edad de querer experimentarlo todo y como me da lo mismo, te doy cierta libertad.
Imagino que sabes acerca de mis píldoras, son antidepresivos, estos además de mejorar mi estado de ánimo, también me producen somnolencia, lo cual me facilita conciliar el sueño y así dormir como un bebé, anoche no los tomé y fue entonces que te descubrí husmeando dentro de mis calzoncillos… Esta noche voy a tomarlos, lo que hagas conmigo durante mi descanso, da lo mismo, no me molesta, pero si te descubren es tu problema, yo estaré profundamente dormido y nadie podrá culparme.
En su momento, no comprendí ni la mitad de todo lo que me dijo, solo asentí y no quise hacerle ni una sola pregunta por miedo a que se irritase y me mandase a la mierda.
Hoy, mucho tiempo después, pienso que Mateo fue tan bueno conmigo que aun no teniendo deseos de vivir, y con todo lo que eso implica, me dejo experimentar con su cuerpo, sin pedir nada a cambio.
Todo se estaba dando como quería, mi madre al teléfono me comentó que al menos me tendría que quedar en casa de Luca, un par de semanas más, a mi tía le habían realizado una operación de urgencia, no era grave, pero la situación ameritaba ciertos cuidados.
Por lo menos Luca y su padre estarían terriblemente cansados cuando llegaran esa tarde, así que seguramente dormirían sin interrupciones y su madre no era un verdadero problema, la noche sería propicia para lo que pensaba hacer.
Luca llegó entusiasmado y me contó todo lo que había hecho durante el día, mientras su madre preparaba la cena y Mateo leía en su habitación.
En un momento entramos al cuarto a ordenar un poco.
El hermano mayor seguía en su mundo y yo lo miraba de reojo.
Lo contemplaba segundo a segundo, no podía decidirme qué me gustaba más; su cabello ondulado y algo desordenado le daba un aire rebelde que contrastaba con su rostro blanco y sonrosado casi infantil, su mirada seria y tranquila lejos estaba de mostrarlo como a alguien serio, nada como sus manos, aquellos dedos largos y delicados, sosteniendo con firmeza el libro, los mismos que me habían tocado con violencia inusitada.
Era un rey al que nadie se atrevía a importunar.
¡Por favor que nadie lo moleste!
Después de cenar, con Lucas nos fuimos a poner nuestros respectivos pijamas, éramos tan infantiles y yo creyendo que podía satisfacer a su hermano.
Mateo, que no había cenado ya estaba dormido en su cama, supuse que había tomado su medicación y esta le hizo rápido efecto.
Mi compañero de cama me dijo que no se despertaba por nada y que a veces lo asustaba.
En fin, Luca se durmió enseguida, y yo miraba televisión contando los minutos previos a la medianoche.
Me levanté y fui al baño, de paso confirmaría que todos estuviesen perfectamente dormidos.
Al regresar, fui de inmediato a la cama de Mateo, me acosté a su lado, sin cuidado alguno de despertarlo, estaba completamente dormido.
Pensé entonces; por dónde empiezo… Me acomodé a su lado, muy cerca de su rostro y quise besarle por primera vez, decidí que dejaría lo mejor para el final.
Estaba tan quieto y sereno, lo deseaba tanto.
Corrí las sabanas, e inspeccioné qué llevaba puesto; calcetines blancos, unos calzoncillos similares a los de la noche anterior, una remera blanca, y para mi asombro, algo escrito en su brazo izquierdo que decía: Anímate a más.
Sonreí y no se me ocurrió con qué me podría arriesgar, pero me puse feliz porque Mateo me esperaba esa noche y me desafiaba a más.
Me dispuse a quitarle los calcetines, sus pies estaban fríos y los calenté con los míos, acercando y acariciándolos suavemente.
Mi mano recorría sus fuertes y pesadas piernas, tironeando con delicadeza del vello que apenas tenía.
Y cada tanto miraba sus calzoncillos, como esperando algún movimiento involuntario.
A continuación le saque la remera, me gusto la forma en que su cintura se arqueaba prolijamente, su plano abdomen siempre perfecto y sus tetillas sobresaliendo solo unos milímetros de la areola, frunciéndose cada vez que mis dedos las rozaba.
El vello limpio en sus axilas me recordaba a su pubis, y lograba excitarme todavía más.
Mi mano bajó hasta sus calzoncillos y saqué su pene fuera, estaba flácido pero aún se veía tan grande a mis ojos y tacto, descubría su glande bajando el prepucio y volviéndolo a subir, lo comparé con el mío, también blanco aunque pequeño y deseé que creciera tanto como el suyo y que tuviera tanto pelo también, así me vería más adulto y varonil.
Sus poderosos testículos en mi mano pesaban como rocas, y mi lengua comenzó a lamerlos con cuidado y prisa, los quería en mi boca, quería que explotaran y se fundieran dentro mío, los besaba mientras miraba su pene, sus risos negros que se extendían con delicia, mi otra mano acariciaba su pecho y mis dedos se perdían en su boca, ojalá despertará, ojalá pudiera retener una fotografía de su cuerpo en sumisión a mis caprichos.
Mi lengua bajaba de los testículos y se hundía entre sus nalgas, lo di vuelta, y en esa cola redonda quise meter mi pene, no pude debido al dolor, se hubiese reído de mí.
Solo unos años más y podría romperle en mil pedazos como lo hizo con el mío.
Me quedé ahí encima de él, frotándome hasta venirme ridículamente, limpie su trasero y continué con su pene, menos flácido, luego bajé a los pies porque recordé cómo le gustaba, su pene endureció como una roca, lo devoré con ansias y en su glande el sabor se hizo fuerte y delicioso, lo besé tanto mientras se tambaleaba violentamente.
Se erguía con fuerza, y me di cuenta que probablemente estaba despierto y fingía estar dormido.
Entonces dejé de lamerle la cabeza del pene, le di un beso y me levanté en dirección a donde dormía Luca, no tenía miedo, dormía como un tonto.
Le saque con cuidado el short y luego los calzoncillos, su pene era un poco más grande que el mío, se me hizo aburrido en comparación con el de su hermano.
Volví con Mateo y les puse los calzoncillos de su querido hermanito, estaban súper apretados, las bolas se le escapaban por los costados, y en la parte superior el pene quedaba al descubierto, los pelos desordenados se veían muy graciosos, qué más podía hacer, qué significaba que me animara a más… Salí de la habitación, recorrí el pasillo, acercándome de vez en cuando a la puerta que daba al cuarto de los padres, dormían, entré luego de mucho vacilar.
En absoluto silencio, siempre fui bueno en eso, de puntitas de pies, me acerque al padre, dormía.
Metí con cuidado las manos por debajo de las sabanas, solo tenía puestos sus calzoncillos, y aunque jamás en mi vida me arriesgué tanto, se los fui quitando, como si el miedo a ser descubierto en semejante situación, no existiera.
El pene de este señor era tan grande como el de Mateo, aunque más grueso, no perdí el tiempo en él, solo quería sus calzoncillos.
Regresé a nuestra habitación, y una vez encima de Mateo, también lo vestí con estos, encima de los de Luca, ahora todo estaba cubierto.
El pene seguía erecto, lo masturbe por encima del algodón hasta que eyaculó con fuerza, metí la mano y tome un poco del esperma, que bebí con placer.
Lo volví a vestir, como al principio, dejando ambos calzoncillos, el de Luca y el de su padre.
No tuve miedo, nadie diría nada en voz alta, nadie vendría a reclamarme nada, porque cómo creer que yo pudiese hacer todo eso, ni aun cuando tomé los calzoncillos de Mateo y se los puse a Luca.
Jugué con fuego esa noche, jugué con los tres hombres de la casa, no solo me anime a más, sentí que me había extralimitado.
Mañana temprano, Luca se diría a sí mismo: estos no son los míos, su padre creerá como última instancia que no se había puesto nada, o que su mujer se hacía la tonta, y finalmente, Mateo no dudaría y lo comprendería de inmediato.
Quizás, solo quizás, despierte en él un interés mayor hacía mí.
Dejar un comentario
¿Quieres unirte a la conversación?Siéntete libre de contribuir!