MATEO IV
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
Dibujé en mi mente incontable de veces el rostro y el cuerpo de Mateo, distintas situaciones en las que nos encontrábamos y nos besábamos apasionadamente, antes de entregarnos por completo al placer del sexo.
No hubo noche en que no me tocara bajo las sabanas a solas en mi cuarto y culminara en uno o dos orgasmos, siempre pensando en la misma persona.
Cuando cumplí diecisiete años de edad, esperé ansioso una llamada o algún mensaje de Mateo, pues estaba seguro que él cumpliría su promesa y así sucedió.
No pasó ni una semana y había recibido un e-mail de un usuario desconocido.
Era él, no cabía duda.
En breves líneas decía: Pronto nos veremos, Luca te hará llegar la noticia y las indicaciones a seguir.
Me es casi imposible de explicar cómo me sentí tras leer ese mensaje.
Tras seis largos años me reencontraría con Mateo, el único hombre en mi corazón.
Me preguntaba cómo se vería después de todo este tiempo, cuánto habían cambiado sus rasgos, no podían ser tan drásticos.
A Luca, mi mejor amigo, continuaba viéndolo.
Además de asistir al mismo colegio, también solía venir a casa con bastante frecuencia.
Estaba de novio con una linda chica que había conocido en el Club al que iba.
Aún no habían logrado intimar, ella quería que fuese perfecto.
Luca me contaba todo acerca de su hermano.
Fue siempre él quien me mantuvo al tanto cuando Mateo pasó un largo período en una clínica psiquiátrica, tras intentar suicidarse.
Sucedió no mucho después de nuestros encuentros sexuales.
Más pronto de lo esperado consideraron que estaba bien y le permitieron regresar a casa, con la condición de no abandonar la terapia ni mucho menos sus píldoras.
A días de haber recibido el e-mail de Mateo, Luca apareció en mi casa, con nuevas noticias.
Iríamos de viaje hacía el sur, más precisamente a San Martín de los Andes, un precioso lugar, donde vivían sus abuelos.
La verdadera buena noticia era que Mateo nos llevaría en auto, sería increíble.
Contaba con una semana para armarme con todo lo necesario para que no surgieran imprevistos.
Luca se quedó a dormir en casa ese día, compartiríamos la cama, hacía mucho que no lo hacía y estábamos muy contentos por las próximas aventuras.
Una vez en la tranquilidad de mi cuarto, ya de noche, nos pusimos al corriente de nuestras vidas.
Luca sabía que yo era gay y nunca tuvo problema con eso.
Todavía recuerdo cuando me decidí a contárselo a mis catorce años.
Primero se rio, luego se puso serio y exclamó:
—Lo sabía, ¡siempre me miras el bulto!
Luca me comprendió desde el principio y estoy seguro que me quiso más.
De pronto se volvió muy sobreprotector, se enfurecía cada vez que alguien me ofendía directa o indirectamente con respecto a mi manera de ser, defendiéndome si era necesario.
Él era el chico más guapo de la clase; tenía el pelo castaño claro, espalda ancha, brazos fuertes, piernas largas y bien torneadas, un trasero firme y redondo como una manzana.
Tenía ojos verdes intensos, una dentadura envidiable que al sonreír se le iluminaba el rostro de una manera especial.
La mandíbula cuadrada le daba un aire de modelo publicitario, aunque con rasgos más fuertes y masculinos.
En numerosas veces lo había visto desnudo, no tenía drama en cambiarse delante de mí.
Tenía un pene ideal, bien proporcionado.
Incluso una tarde, se lo midió en mi presencia, pasaba fácil los dieciocho centímetros, y se doblaba ligeramente hacía su derecha.
Lamentablemente se rasuraba seguido debido a que practicaba natación y competía en torneos.
Un hombre sin vello púbico no tiene gracia para mí.
Esa noche, no podíamos dormir y a eso de las dos de la madrugada, con el televisor encendido sin ver nada en especial, Luca se volteó a mirarme de manera picara con una sonrisa de oreja a oreja, haciendo gestos de que se la chupe.
No era la primera vez, con Luca teníamos esa intimidad.
Su novia no lo complacía y yo era su salvación, en cierta medida.
Él nunca se cansaba de decir que no era gay y que no me acercara a su culo.
Solo quería que se la mame y que nadie se enterase jamás.
—No quiero —dije muy serio—.
Es aburrido siempre lo mismo, quiero algo distinto.
No sé, inventemos una historia o algo.
Luca me miro raro y pensativo.
Sabía que no le estaba pidiendo que cambiemos los roles ni nada parecido.
—¿Te gusta la crema batida? —preguntó y entendí enseguida.
—Interesante, eso sí que es algo nuevo —comenté entusiasmado—.
En la heladera hay en lata.
Pero, vas a tener que ir a buscarla… completamente desnudo.
—¡Ni loco, tus padres se pueden despertar y verme en pelotas en la cocina como un pervertido!
—Es la idea, pero están dormidos —continué—.
Es solo parte del juego, no seas maricón.
Se levantó de la cama enseguida y se sacó los calzoncillos.
Miré asombrado, no se había depilado.
Tenía las pelotas bien peludas.
—¿Ves, lo que hago por vos? —Exclamó mientras se tironeaba del vello rubio sobre la base del pene—.
No me rasuro hace semanas, sé que te gustan los tipos peludos.
—No lo puedo creer, ahora sí que pareces un hombre —dije riéndome a carcajadas.
Contemplé a Luca cuando salía desnudo de la habitación en busca de la crema batida.
Sus nalgas, bien apretadas y redondas, rebotaban entre sí a cada paso que daba.
Sentía que me corría de solo verlo.
Minutos después abrió la puerta, casi corriendo con lata en mano, apagó el televisor y se metió en la cama.
Me dijo que me hiciera el dormido, cuando entró mi padre y sin encender la luz dijo en voz baja:
—Se puede saber qué haces desnudo en la cocina.
—Disculpe señor, tenía sed —respondió algo asustado—.
Y me olvidé que no tenía nada puesto.
—No quiero que duermas sin calzoncillos ni menos que te pasees por la casa en pelotas.
Busca en los cajones de Exequiel si no trajiste los tuyos.
Cerró la puerta y comenzamos a reírnos sin parar.
Tuvimos que esperar alrededor de media hora, hasta que mi padre se durmiera y así prender el televisor y continuar con lo nuestro.
Luca y yo ya no éramos unos niños, nuestros cuerpos habían cambiado de manera notoria.
Él era más alto y varonil, mientras que yo, delgado y de rostro casi femenino, traía loco a los activos en los boliches a los que frecuentaba de vez en cuando.
Ambos nos complementábamos muy bien.
—Toma asiento —dije acercándole una silla—.
Abrí más las piernas y deja que yo me encargue de todo.
—Me encanta, me encanta —susurró al momento que le vendaba los ojos con una camisa de él.
Comencé a ponerle la crema en el pecho, cubriendo sus tetillas y dibujando un camino hasta el ombligo y desde allí continué bajando a la base de la verga, cubrí los pelos y en círculos fui rodeando todo el tronco, hasta el glande hinchado y cada vez más húmedo.
Le gustaba tanta que no podía disimular su cara y se relamía los labios.
El camino dulce llegó hasta los pies, pensaba volverlo loco.
—No te olvides de las axilas.
—Genial —dije—.
Espero que te hayas dado una buena ducha.
Coloqué crema en los labios de Luca, pase mi lengua sobre ellos y le di un beso suave y rápido.
No dijo nada, el silencio lo cubrió todo.
Lamí sus axilas peludas, arrancándole algún que otro pelito a propósito.
Mi lengua recorría su torso duro como una roca, mientras él sonreía y se acomodaba a la silla esperando por más.
Besé su abdomen, saboreando la dulce crema y limpié los vellos de la zona púbica.
Eran largos y rizados, como a mí me gustaban.
Devoré su verga de forma violenta, con cuidado de no rosarle los dientes.
Él apretaba sus pies contra el suelo, excitado a más no poder.
El pene se sacudía de adelante a atrás, cuando mi mano lo soltaba unos segundos.
Se extendía hasta el ombligo, grueso y venoso y los huevos le colgaban como dos pelotas de golf, repletos de leche a punto de entrar en ebullición.
Seguí besándole las piernas, los dedos de los pies y otra vez los huevos.
Tome el pene con la mano y lo golpeé contra su vientre, reiteradas veces, mientras me atragantaba con sus sudorosos testículos.
De pronto se vino en mi frente, y en tres poderosos disparos me había embarrado la cara y el pelo.
Sujete sus gambas con fuerza y limpie el pene desde los huevos al glande.
El tronco fibroso fue perdiendo dureza hasta caer rendido.
Le desanude las vendas y esperé su veredicto.
—Creo que estoy enamorado —se atrevió a decir—.
En serio, fue increíble, perdí movilidad en las piernas y no pude ni avisarte que me iba a correr.
Nunca largué tanto semen en mi vida.
—Nada mejor que la previa al sexo para el mejor de los orgasmos.
—¿Te gusta mi hermano, no? —preguntó inesperadamente.
No supe qué decir ni entendí a qué venia todo esto.
¬—Por eso el viaje, yo sería una especie de pantalla —continuó con una expresión entre rabia y tristeza—.
Un viaje solo entre ustedes dos sería sospechoso, por no decir evidente, entonces pensaron en mí.
Y yo que creí que mi hermano quería pasar más tiempo conmigo.
—Estás equivocado, entre tu hermano y yo no paso nunca nada.
—No importa, no es que te reproche nada, pero no deberías ilusionarte con él —siguió diciendo—.
Él no es gay, estuvo de novio con Érica… una chica a la que amo demasiado, pelearon y por eso es que está deprimido e intentó suicidarse.
—No quiero seguir hablando de esto —dije completamente enojado—.
Ya es tarde.
No pude conciliar el sueño, y estoy seguro que Luca tampoco.
Pero no emitimos sonido alguno.
El día del viaje llegó en un abrir de ojos, Mateo y Luca llegaron en auto hasta mi casa.
Cuando vi a Mateo, me imaginé de nuevo con doce años de edad y él con veintiuno.
No había cambiado absolutamente nada, de hecho lo veía más joven aún de cuando tuvimos sexo esa primera vez.
Me miró y sonrió.
Era la primera vez que lo veía sonreír y era hermoso.
Luca me saludó y me ayudó con las valijas, no estaba enojado.
El viaje en auto duraría unas veinte horas como mucho y haríamos una parada en algún hotel, a medio camino para descansar.
Me senté al lado del conductor.
Luca, atrás no parecía estar disconforme.
Sentí morbo al estar ahí entre dos hermanos con los cuales había tenido sexo.
Pensé que sería el viaje de mi vida, sin duda.
—Es bueno verte, Exequiel —dijo Mateo, cuando entré al auto—.
Se siente la vibra adolescente.
A medio camino y antes de parar en algún hotel para descansar, observe que Luca dormía en el asiento trasero.
Extendí mi mano hacia el paquete de Mateo y apreté con fuerza.
Él sonrió y dijo:
—Todavía sigue ahí, no se fue a ningún lado.
Le baje el cierre del pantalón y saqué el pene al instante que se le ponía duro.
Lo lubriqué con mi saliva y empecé a chuparle la verga.
Él detuvo el auto fuera del camino, entre los árboles y la abundante maleza.
Me bajé los pantalones y me subí encima de él, mirándole de frente.
Lo besaba mientras el intentaba meter la verga en mi ano.
Y aunque era incomodo el lugar y la posición, nos pudimos acomodar bien.
El juego comenzó; yo me montaba sobre él apretando mis nalgas, acariciándole el cabello y la nuca, y enterrando mi lengua en su boca.
No paré ni siquiera cuando noté que Luca nos observaba desde su asiento, con evidente desaprobación, pero sin decir nada.
Sentí la explosión dentro de mí, y el líquido caliente y espeso sacudirme entero.
Al volver a mi lugar, aproveché para limpiarle el pene con la lengua, tratando de hacerlo lo más lento posible.
No quería dejar de llevar a mi boca su verga gruesa y peluda.
Tragué los restos de semen y cuando terminé se lo acomodé bien en los pantalones.
Lo miré, le sonreí y con el corazón en la garganta dije:
—Si pudiera darte mis ganas de vivir, para que seas feliz cada día, te juro que lo haría sin pensarlo.
En el hotel, compartí cama con Luca.
Mateo durmió en un sillón.
Todos estábamos exhaustos por el viaje y en el momento que apoyamos la cabeza en la almohada, dormimos como bebés.
No hubo lugar a nada, ni para los reproches de Luca.
En la mañana surgió lo inesperado.
Mateo se había marchado, dejando una nota en la mesa.
Escribía que por el momento siguiéramos el viaje sin él, nos alcanzaría luego.
No explicó por qué.
Luca sabía conducir, tenía permiso, pero no había ningún mayor con nosotros.
Eso podría traernos problemas, aunque no nos importaba realmente.
Seguiríamos el viaje solo nosotros.
Estaba seguro que Luca aprovecharía para reprocharme todo lo que había hecho.
Mateo, como en los viejos tiempos, volvía a jugar con mis emociones.
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