MAURICIO, EL CHICO DE MIS SUEÑOS
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
Esta breve experiencia de vida, se remonta a la tierna época en la que yo tenía 14.
Vivía con mi madre y mi padrastro, en una cómoda casa en Buenos Aires.
La vida era tranquila y nada perturbaba la paz del hogar.
Todo iba bien, hasta que un día sin que nadie lo esperase llegó a casa un chico llamado Mauricio, era hijo de mi padrastro, por lo tanto, mi hermanastro.
Él tenía 19 y era un chico conflictivo, se había ido de su casa cuando solo tenía 15 y nadie había sabido de él hasta entonces.
Decía que había estado viajando de ciudad en ciudad y ya conocía gran parte de Perú, Brasil, Colombia, México y Estados Unidos.
Conoció mucha gente agradable que lo ayudaron y siempre le ofrecieron hospedaje.
¡Vaya suerte la suya!
Era solo un mocoso cuando se fue y se las arregló para conocer gran parte de América.
Si bien no mencionó documentación falsa, era lo más evidente.
Mi padrastro estaba enojado y feliz al mismo tiempo.
Mi madre quien ya sabía la historia me dijo que por el momento se quedaría en nuestra casa y que tuviera paciencia, ya que compartiríamos mi cuarto.
Mauricio era la persona más amable que conocí en mi vida y era de lo más raro debido a sus inquietantes antecedentes.
Era un chico con experiencia, practicaba boxeo con frecuencia y mientras pudiera solventar los gastos de un gimnasio.
Su cuerpo era un monumento al sexo y a la belleza masculina, era alto, blanco, de ojos color café y cabellos dorados.
Cuando durmió por primera vez en mi cuarto tuve miedo.
Improvisaron una cama en el suelo a un extremo de mi cama.
Después de darse una ducha se recostó en su cama, sin remera y en calzoncillos.
Yo solo trataba de disimular mi vergüenza por verlo y sentirme atraído.
Antes de apagar las luces él ya estaba dormido y me resulto inquietante y curiosa la escena que se me presentaba.
Estaba dormido y con una de sus manos dentro del calzoncillo, agarrando su paquete.
Mi pene estaba duro y yo caliente, apunto de explotar de la excitación y la culpa por verlo atractivo.
No dejaba de ser mi hermano.
Nada paso, no podía ni siquiera tocarme en su presencia.
Era inadmisible.
Los días pasaron, todo parecía tranquilizarse.
Mauricio me trataba bien y me decía hermanito, lo cual me gustaba mucho.
Pasaba mucho tiempo escuchando con entusiasmo sus historias y vivencias a lo largo del continente.
Era increíble ser él y sobrevivir a todo eso.
Una vez me animé a decirle que era curioso que durmiera siempre con una mano dentro del calzoncillo y jamás despertaba sin esa mano en el mismo lugar.
Y él me dijo, que no había parte más caliente en su cuerpo que su pene y que le gustaba el olor que dejaba en su mano al día siguiente.
Le gustaba olerse los dedos y sentirse vivo un día más.
Porque el olor de un hombre es vida.
Me pidió disculpas y me dijo que no podía evitarlo.
Que pronto se iría a Europa y ya no regresaría.
Tenía un amigo en la ciudad que le daría una mano para llegar y una vez allá quedaba a su suerte.
Eso era peligroso y lo entusiasmaba.
Me puse muy triste porque no quería que se fuera, no quería perderlo, estaba profundamente enamorado.
Y no podía decírselo.
—Me gustaría olerte algún día —le dije.
—No sé, no me gustaría abusar de mi hermanito.
—Solo olerte.
Sonreí.
—Cuando quieras.
A la mañana siguiente el me despertó y me acerco sus dedos a la nariz.
Era un olor fuerte, rápidamente mi pene se alzó escapándose a través de la abertura de mi calzoncillo.
Me puse rojo y salí corriendo al pasillo encerrándome en el baño hasta que se me pasara la vergüenza y pudiera volver a verle a la cara.
Esa noche…
—Cuando era chico alguien abuso de mí, un vecino.
Nunca dije nada, solo me fui de casa y ya no regresé.
No quiero convertirme en tu abusador, no me lo perdonaría.
—Te amo, Mauricio.
Ojalá nunca te fueras.
Él se subió a mi cama, me abrazó y lloramos porque por la mañana se iría, estaba decidido.
Lo abrace con todas mi fuerzas y le dije que por favor me besara y me amara.
Él me acercó y me besó, su lengua, tibia y húmeda se abrió paso entre mis labios y danzó en mi boca.
—Te amo, hermanito.
Sí, te amo, desde que te vi, con esa carita de sorprendido y confundido.
Te amo, aunque seas un niño y compartamos la sangre.
Te amo.
Me besó los labios y su lengua comenzó a bajar por mi cuello.
Sus manos me acariciaban mi torso, mi abdomen y mi pene.
Me quitó los calzoncillos con cuidado, elevó mis piernas a sus hombros, y comenzó a besarme la entrada a mi ano.
Gemí como si doliera, pero no dolía, eso no podía doler, era hermoso.
Mi pene sentía cosquillas y calambres obscenos.
Su lengua era una maquina pero no podía compararse con su verga.
Cuando la vi, vi por primera vez el pene de un adulto.
Era mi primera vez en todo, el amor, el beso y el sexo.
Su pene blanco se erguía duro y tremendo, su glande despedía un olor fuerte que me llegaba aun a esa distancia.
Una mata de vello envolvía ese pedazo.
Sus testículos enormes me parecían lo más masculino del mundo.
Lo metió en mi culito despacito y poquito a poquito me sentí morir.
El sonido de sus bolas chocando mi culito y el grosor de su pene penetrándome, aumentaba en velocidad y placer.
Quería gritar y gemir como loco.
Sus manos me acariciaban los pezones dándome suaves pellizcos hasta bajar a mi pene y masturbarme con amor.
—¿Dónde te gustaría que me corriese?
—¡No pares!
La velocidad aumentó y mi cama se movía.
Su verga explotó dentro de mí.
Su semen recorrió violentamente mis conductos.
Era caliente.
Sacó su pene y comencé a limpiarlo con mi lengüita.
Era sabroso.
Luego me la mamó a mí.
En mi glande su lengua giraba mientras con sus manos apretaba ligeramente mis diminutos testículos.
El esperma salto y él se lo bebió todo con gusto.
Me besó los pies, mis piernas, mi pene, mi abdomen, mi cuello y mis labios.
—Adiós hermanito.
—Adiós, Mauricio.
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