Me aproveché de un niño de 9 años mientras dormía
«Acariciaba su hermosa curvatura por sobre la tela de la pijama hasta que me pareció insuficiente y metí la mano por debajo de la tela. Su piel estaba caliente, se sentía como la de un bebé, suave y carnosa»..
A los 19 me encontraba en mi segundo año de Preparación Física. Quería dedicarme al fútbol de manera profesional y sentía que ese era un primer paso necesario para llegar a ser un gran entrenador algún día.
A mediados de aquel año comencé a trabajar en una escuela de fútbol que estaba apenas empezando. Había niños de todas las edades, colores, clases sociales, apariencias. Vamos, para todos los gustos.
Dentro de ellos había uno que llamó fuertemente mi atención desde el primer día: Gastón. Gastón era un chiquillo de 9 años, flaco, de ojos grandes y color verde pardo, sonrisa encantadora y labios finos y muy bien parecido. Era un muñequito de piel trigueña de metro cuarenta que podía ser fácilmente modelo de alguna revista infantil. Tan guapo era, que incluso algunas niñas de divisiones mayores ya le habían echado el ojo.
El tampoco se hacía de rogar; era el típico niño machito e hipersexualizado. En muchas ocasiones lo oí hablando de temas sexuales con algunos de sus compañeritos, cosas por la que debía llamarle la atención, aunque en el fondo me calentaba fuerte que un niño tan pequeño hablara de esa manera.
En otras ocasiones lo sorprendía con una pequeña carpa en su entrepierna que se hacía muy difícil ocultar en la delgada tela del short deportivo que utilizaba para las clases. Aquello le ocurría luego de coquetear o de estar mirando a alguna compañerita más grande que él. Así y todo el muy sinvergüenza no se molestaba en ocultarlo, llegando incluso a acomodarse la verguita por sobre la tela sin disimular.
Todas esas conductas me prendían mucho, pero también me daban a entender que intentar algo con Gasti haría que levantara una alerta de manera inmediata con su madre o con cualquier otra persona. Joto el chiquillo no era, eso estaba claro, así que desistí de alguna intentona para aprovecharme de él.
Pasaron un par de meses y nos hicimos cercanos. Él ni nadie jamás sospechó que yo tenía gustos un tanto… inapropiados, digamos, así que logramos estrechar una buena relación entrenador – alumno que pronto se tradujo en mayor cercanía con su familia, que estaba compuesta por él, su madre y una hermanita más pequeña todavía. Nos llevábamos muy bien con su mamá, tanto, que al saber que yo no tenía novia ni familia en la ciudad, me invitaban a pasar algunas festividades con ellos.
Así, finalizando aquel año, Gasti estaba por cumplir 10 y ya me trataba como a un hermano mayor. En más de una ocasión me llamó de esa manera. Larissa, su madre, nunca vio la relación como algo malo. Es más, la ausencia de una figura paterna en la vida de Gasti desde muy temprana edad probablemente hacía que ella viera en mí una forma de llenar ese vacío y se sentía feliz por el pequeño. A los ojos del mundo, nos veíamos como 2 hermanos. Y para mí, Gasti era todo. Había desarrollado una cosa más profunda que solo atracción por ese niño. Había un amor un poco extraño; pasional a veces, pero mayormente fraterno. Lo protegía, intentaba mimarlo o consentirlo cuando tenía la oportunidad y ese cariño era recíproco. Pese a que era muy arisco con su madre o el resto de su familia, a mí me daba abrazos, hasta algún beso en la mejilla en alguna ocasión. O me invitaba a sus cosas, me enseñaba los trucos de fútbol que aprendía… En fin, él buscaba mi atención y yo era muy feliz entregándosela. La confianza era plena, le tenía mucho cariño y él a mí, aunque en el fondo esa llama de atracción hacia el chiquillo no terminaba de apagarse, lo que dio paso a lo que vengo a relatarles.
Para su cumpleaños, Larissa organizó una pequeña fiesta a la que invitó a parte de la familia y algunos compañeritos del club de fútbol. Claramente yo era el primero en la lista de invitados de Gasti. Sostuve la torta cuando le cantamos el cumpleaños feliz y hasta me abrazó antes que a su madre. Los familiares e invitados comenzaron a retirarse de apoco y al final quedamos los 4. Luego a la pequeña le dió sueño y Larissa la llevó a dormir. Cuando regresó, Gasti también estaba luchando por seguir despierto, así que le sugirió hacer lo mismo. El pequeño replicó que quería quedarse un rato más conmigo, pero el sueño le estaba ganando la batalla. Entonces Larissa hizo un ofrecimiento inesperado: que si me quería quedar a dormir. Por mi mente pasaron 500 escenarios. La oferta era muy tentadora, demasiado como para dejarla pasar. Sabía que no tenían cuarto de invitados, que la pequeña dormía con su madre y que inminentemente yo tendría que compartir habitación con Gasti. Haciéndome el que pensaba un rato, acepté. El niño fue el más feliz. Comenzó a hacer planes sobre que veríamos videos de fútbol o que íbamos a jugar en la consola y todo eso. Larissa sólo se limitó a reír.
«Bien, vete a bañar mientras yo le preparo un colchón a Samu». El colchón en cuestión fue instalado a un costado de la cama de Gasti, con poca ropa de cama pese al frió que hacía, pero no tenían más en casa me explicó apenada Larissa. «Bueno, si tienes frío y Gasti se apiada de ti, te dejará entrar en su cama jajaja». Yo reí en respuesta, aunque la idea me encantó. En poco rato entró Gastón a su cuarto con una toalla rodeando su cintura mientras con otra más pequeña secaba su pelo. Sentí el calor recorrer mi cuerpo viendo su cuerpo de niño, impoluto, sin un vello. Su madre se retiró y nos dijo buenas noches a ambos. Cuando salió, como si nada Gastón me pidió que encendiera la Play para que nos jugáramos unas partidas de FIFA, mientras a un costado y sin ninguna vergüenza, se quitaba la toalla para seguir secando su cuerpo. Miré discretamente intentando actuar normal, de espaldas pude ver sus posaderas y sentí que iba a explotar: tenía un culito perfecto. Sus nalgas eran pequeñitas pero muy paradas y redondas, de un color ligeramente más claro que el trigueño del resto de su cuerpo, lo que generaba un contraste infantil exquisito. Sin que me viera, me acomodé la verga hacia un costado para que no se notara la erección que me cargaba. Terminé de encender la consola y le pregunté que donde estaba el segundo mando. Gasti, en vez de decirme o indicarme, se acercó al mueble donde guardaba su ropa, abrió el primer cajón y lo sacó de dentro. Luego me lo entregó en las manos. Tenía la toalla en una mano y el mando en otra, mientras permanecía parado a escasos centímetros de mi, con su verguita de unos 8 o 9 cm, delgada y larga para mi sorpresa, del mismo trigueño de su piel. El cuerito le sobraba en la punta y sus testículos tenían un tamaño considerable. Me quedé medio hipnotizado por unos segundos y si es que lo notó, no dijo nada. Sólo se sentó a mí lado para seguir secando esta vez sus pies. Yo estaba que me corría sin tocarme siquiera. Sentía que me explotaría la entrepierna en cualquier momento, así que me obligué a no mirarlo más hasta que estuviera vestido por completo. Cuando se puso la pijama, noté que no se puso ropa interior, solo el pantalón. Era una pijama gris de dinosaurios. Se veía tan tierno…
Estuvimos al menos hora y media jugando partido tras partido hasta que el sueño volvió a invadir al niño. Tanto fue que tomó la iniciativa de dormir sin que se lo dijera. Prendió una lámpara de mesa que daba una luz tenue y se acomodó a un costado de la cama. «Hace frío para que duermas abajo» me dijo con una sonrisa inocente. No había ninguna intención extraña en su actuar, no que yo haya notado. Nada que me hiciera dudar o pensar que el quisiera alguna cosa extraña conmigo. Sólo era yo y mis fantasías.
Me recosté a su lado con el corazón a mil pero intentando actuar con normalidad. Me dijo buenas noches y me dió un beso en la mejilla. «Buenas noches, Gasti» respondí.
Pasó al menos media hora, casi una entera, realmente, y yo seguía sin poder dormir. Gastón dormía plácidamente de costado, girado hacia donde estaba yo. Se le escapaba un leve ronquido de vez en cuando ya que dormía con la boca semi abierta. La luz tenue que daba su lamparita de noche me daba un panorama bellísimo. Su rostro angelical y relajado, su tibio aliento de niño, sus labios finos…
Me acerqué unos centímetros y luego más, hasta que pude sentir su aliento en mi nariz y el calor de su cuerpo a centímetros. Me parecía sumamente excitante, aunque no podía evitar un pequeño sentimiento de culpa por tener las intenciones que había logrado contener a hasta ese momento. Susurré su nombre y luego le di un pequeño golpe en el brazo. Lo moví suavemente y luego un poco más fuerte. Su respiración no se alteró en lo más mínimo. En otras ocasiones, su madre había mencionado que tenía el sueño muy pesado y que le costaba mucho despertar por las mañanas o que incluso, en alguna ocasión, en las noches se había orinado porque no despertaba para ir al baño. Mi pulso se aceleró todavía más cuando acerqué mis labios a los suyos hasta que un tímido roce me hizo entrar en éxtasis. De pronto olvidé dónde estaba y en el contexto que me encontraba y comencé a besarlo de manera más intensa. Podía sentir sus labios humedecidos por mi saliva. Buscaba meter mi lengua con descaro dentro de su boca mientras mi mano derecha se dirigió a su culito. Acariciaba su hermosa curvatura por sobre la tela de la pijama hasta que me pareció insuficiente y metí la mano por debajo de la tela. Su piel estaba caliente, se sentía como la de un bebé, suave y carnosa. Los masajes subieron de intensidad y el beso también. Gasti permanecía inmóvil, su respiración seguía siendo pausada y profunda mientras mi dedo medio encontraba la rajita de su culo. En ese momento, el niño dió un pequeño respingo pero no me importó; continúe manoseando su delicado cuerpo. Espalda y abdomen y luego descendí a su entrepierna. Ese pequeño trocito de carne estaba duro como una piedra y cuando moví el pellejito hacia abajo, un leve gemido se escapó de los labios de Gastón. Entonces sí reaccioné. Quité mi mano inmediatamente y tomé una distancia prudente de manera rápida mientras me hacía el dormido. Mi corazón latía a mil por hora. Me sentí descubierto pero intenté relajar mi pulso al máximo para que este no notara nada en caso de haber despertado. Pasados unos segundos, escuché cómo se estiraba y luego se levantó de la cama. «Mierda. Correrá a decírselo a su madre» pensé. Cuando salió del cuarto abrí los ojos y puse atención. Seguido escuché un chorro de orina en el baño y entonces me volvió el alma al cuerpo. Cuando jaló la cadena, volví a fingir que dormía. Regresó a la cama y escuché cómo sonaba el click de la lamparita. La había apagado. Entonces se incorporó al costado y se acercó poco a poco. Susurró mi nombre en dos ocasiones y al no obtener respuesta, se quedó quieto unos segundos. «Ya sé que estás despierto» fue lo siguiente que dijo. Carajo. Sentí como se acercó unos centímetros. En la oscuridad podía ver sus grandes ojos abiertos mirando ahora fijamente los míos, en silencio. Entonces los cerró y al segundo siguiente, posó suavemente sus labios sobre mi boca. Fue un beso corto, un segundo. Se apartó y volvió a mirarme fijamente. Su expresión era indescifrable, pero ese breve gesto era todo lo que necesitaba para dar rienda suelta a lo que ya no se podía contener más, y tomando esta vez yo la iniciativa, comencé a besarlo con pasión. Él intentaba seguirme el ritmo aunque de manera muy torpe. Esa mezcla de inexperiencia y pureza no hacían más que aumentar mi calentura. Su lengua torpemente se encontraba con mis dientes mientras la mía escarbaba en el cálido interior de su boca. Su saliva tenía un sabor infantil que me encantaba y me llenaba de lujuria, esa que solo te otorga el placer de acceder a lo prohibido.
Con una de mis manos busqué su culito, pero se apresuró en quitarla para ponerla sobre su regazo y luego, por debajo de la tela, en su entrepierna. Sentía palpitar su pequeña intimidad en mi mano. Su pubis se sentía húmedo y caliente, suave y totalmente lampiño como todo el resto de su cuerpo. Entonces besé su cuello y acaricié su rostro. Quería hacerle sentir lo mucho que me gustaba y deseaba aquello, pero también lo trataba con cariño y ternura porque esa emoción era aún más fuerte. Sentía que lo amaba de maneras diferentes y al mismo tiempo. Una cosa extraña pero que estaba disfrutando en plenitud por primera vez. Sus manos buscaron mi rostro cuando me incorporé sobre su vientre, besando su barriguita. Entonces besé sus manos, las puse sobre mi cara para sentir su aroma de niño. De manera instintiva metí varios de sus dedos en mi boca y el niño parecía disfrutar todo, aunque un tanto confundido. Eso me decía su rostro y sus pequeños resoplidos. Mis manos volvieron a sus redondas posaderas, y si bien hizo un movimiento para intentar zafarse, lo tomé con fuerza, de tal manera que le indiqué que se quedarían ahí. Así fue, y entonces, bajando su pantalón de pijama hasta las rodillas, engullí su pequeño falo por primera vez. De inmediato sentí el sabor salado de la orina de hace un rato, acompañado del aroma del jabón que había utilizado para bañarse. Mi nariz se encontró con su pubis y mi lengua jugaba con el pellejito que escondía su glande. Gasti mantenía los ojos cerrados y ponía un rostro de excitación que jamás pensé ver en una criaturita de su edad y tamaño. Para mí era lo máximo verlo así. Comencé a lamer sus testículos que tenían el tamaño de unas jugosas uvas grandes mientras sus piernas se movían inquietas. Mis manos seguían recorriendo su retaguardia, cautelosas para no incomodarlo. Desocupé una de ellas solo para poder retirar el pellejito que recubría su glande. Costó un poco, vi una pequeña expresión de dolor en su rostro cuando estuvo por completo abajo, y por fin pude revelar una cabecita pequeña, roja y brillante. Apenas mi lengua hizo contacto con la punta, su cuerpo se estremeció y sus caderas instintivamente se aplastaron contra el colchón, esquivando el contacto. Volví a hacerlo y me di cuenta que era muy sensible ahí, así que procuré volver a la carga con más delicadeza. Me introduje nuevamente su verguita en la boca y con mis labios succionaba su glande. Aquello pareció gustarle más, así que así lo hice durante algunos minutos. Podía sentir sus piernas moverse y sus pies se revolvían entre las mías, todo a causa del placer. Dejé su rico palito y de puro morbo segui bajando hasta llegar a sus pies. Quería probar cada centímetro de su cuerpo. Toda su extensión y cavidades. Pareció incomodarse al comienzo. Le generó algo de cosquillas pero a los segundos comenzó a disfrutar. Metía sus dedos uno por uno, pasaba la lengua por la extensión de su planta y luego metía sus pequeños piececitos en mi boca, uno a la vez. Con una de mis manos acariciaba su abdomen y su verguita. Seguí parada, palpitando, así que volví a la faena. Esta vez dejé el pellejito y comencé a chupársela nuevamente. Veía su cara cada ciertos minutos y un vaivén comenzó a acompañar la mamada. Sus caderas se movían arriba y abajo, buscando entrar cada vez más en mi boca. Mis dedos intentaban explorar su cavidad sin éxito ya que el chiquillo apretaba el culito y no lograba si quiera tocar su entrada. Desistí y segui mamando unos bueno minutos más, hasta que susurró «me voy a orinar» y entonces, siguiendo el más bajo instinto o el más alto valor de amor, pese a que con sus manos forcejeó, presioné mis labios contra su pubis y succionando comencé a sentir su chorro de orina directo en mi garganta. No me pregunten por qué, pero sentí el sabor más exquisito que haya sentido nunca. El morbo había cruzado todo límite. Ya nada me importaba más que sentir su esencia al máximo. Casi 20 segundos se demoró en descargar por completo mientras yo recibí hasta la última gota sin derramar nada del preciado líquido salado. Su olor no era fuerte, su sabor solo era salado y nada más. No sentí asco. Amaba y deseaba tanto a Gasti que nada de él me podía parecer asqueroso, así se tratase de su orina.
Luego de eso, la pesadez volvió a sus ojos y comenzó a quedarse dormido. Me incorporé a su lado mientras mi mano permanecía acariciando su miembro flácido y sus tiernas nalguitas. Él solo se dejaba hacer con una pequeña sonrisa de placer en su rostro. «Me encantas» susurré. No recibí respuesta y a los segundos, el primer ronquido. Mi pequeño amante había caído rendido a tanto placer. Como pude lo giré hacia el otro lado para poder abrazarlo por al espalda. Envolví su cuerpo con el mío. Quería que cada centímetro te su piel conectara con la mía. Su pantalón Seguía hasta la mitad y mi verga buscaba espacio entre sus posaderas, presionando cada vez más la tela de mi boxer.
Dudé unos segundos. Sabía que él no me iba a dejar. No despierto. Pero ahora dormía tan profundamente que la sola idea de poder acceder a su culito me hizo ir a las nubes y volver. No lo pensé más. Puse saliva en uno de mis dedos y raudo encontré su cavidad por primera vez. Cuando palpé aquel agujero húmedo y liso por primera vez, sentí el placer más llenador que hubiera sentido jamás.
Lo iba a hacer. Ese culito sería mío a como dé lugar, y todo iba a ocurrir aquella noche…
Continuará.
¡Amigos! Estoy terminando algunos capítulos finales de relatos anteriores 🙂
Este será corto, el próximo capítulo será el último probablemente ya que son experiencias de un lector que me pidió poder escribir por él.
Si tienen experiencias que quieran compartir, me las dejan 🙂