Me gusta más el sexo furtivo
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
Yo era un adolescente cuando descubria mis tendencias "perniciosas". No sé, supongo que la mayoría empezamos así, por aquello de los prejuicios y demás. y que cada uno tenemos nuestro propio relato que contar, por eso hoy yo me animo a contar el mío.
Mi amigo J.L. era tres años mayor que yo y me llevaba una considerable ventaja en todo lo relacionado con el sexo. Puedo asegurar que fue él el que me inició en esta ciencia y me dió alas para después volar libremente. Durante aquel verano del año 88, gustábamos de visitar a las fueras de nuestra pequeña ciudad una gran casa abandonada que años antes fue un colegio y que entonces estaba vallada para evitar intrusos. Sabíamos de un lugar por el que se entraba facilmente a un patio, sólo con escalar un par de metros de valla con fácil acceso de entrada por un árbol adjunto, pero para salir ya no lo era tanto y había que hacerlo por otro sitio. Nosotros entrábamos cada tarde y recorríamos las antiguas aulas, sótanos y dormitarios, buscando tesoros, jugando o haciendo cosas más íntimas, resguardados por la inocencia de ser niños, pero conscientes de que eran asuntos secretos y que no podían trascender más allá de nosotros. A veces nos topábamos con hombres que también entraban allí de forma furtiva buscando algo que nosotros les dábamos, y no era casualidad como yo me pensaba, pues J.L. ya sabía que allí se "cocian" ciertos asuntos y por eso le agradaba tanto ir. Sólo hacia falta una mirada y seguir al tipo en cuestión hasta algún rincón íntimo donde normalmente J.L. pajeaba un poco al tio, sólo con la bragueta bajada y la chorra fuera, incluso las eyaculaciones se producian casi en silencio, y a escondidas, de espaldas. Yo me limitaba a contemplar a una distancia prudente y jamás actuaba. Como mucho, después de la experiencia, ya J.L. y yo solos, se la meneaba un poco a él de forma silenciosa y distraida, sin comentar nada después.
Una tarde calurosa, quedamos allí como siempre. De lejos, me pareció ver a J.L. que saltaba desde el árbol al interior del patio y me fuí rápido para alcanzarlo. Pegué el salto y, cuando estaba al otro lado, pude cntemplar que no era él, sino un deportista haciendo yoging al que le había entrado ganas de mear y saltó para hacerlo tras la valla. Él se sorprendió más que yo y, de forma instintiva, se puso de espaldas a mí y me miró de reojo con dsconfianza. Yo no podía avanzar hacia atrás y delante estaba él, así que no me quedó otra que permanecer allí quieto muerto de vergüenza y sin saber que hacer. él se dió cuenta y se relajó. Entonces volvió a su posición inicial, de lado, y me tanteó mostrándome su encantadora verga que en ese momento acaba la meada. Llevaba camiseta ajustada, de tirantes, y pantalón de nilon de jogging, por lo que se le marcaban unos pectorales trabajados, unos hombros fuertes, un vientre plano, un culo perfectamente formado y un paquetón desmesurado. Mis nervios estaban a flor de piel. Se dirigió a mí para preguntarme si conocía aquél edificio, que le gustaría entrar pero no sabía si era seguro. Le dije que sí, que iba por allí a menudo y me propuso hacerle de guia. En aquel momento reconozco que me entró miedo por que conocía historias de desconocidos que cometen crímenes con menores y todo aquello, pero aquél no tenía mala pinta. Se le veía joven, quizás 25 años, y preocupado por el deporte más que por cometer delitos, así que me ofrecí a entrar con él y le fui enseñando lo que suponía que habían sido las diferentes estancias. "¿Qué hay abajo?", me dijo. "Sótanos", le consteté, y me propuso bajar. Allí era donde tenían lugar aquellos encuentros sexuales esporádicos con desconocidos de los que yo no era más que un espectador, algo así como un cuarto oscuro de los de hoy, pero con más luz y menos personal. "Hace más calor aquí", dijo quitándose la camiseta y atándosela a la cintura. Iba detrás de él y mis ojos no parpadeaban contemplando aquella espalda enorme que parecía la de una divinidad, por el color de su piel, la suavidad que se adivinada, los músculos marcados a cada movimiento y el suave aroma a hombre que emanaba por el sudor. Al final del sótano estaba lo que fuese el cuarto de calderas y había un banco grande de piedra. Me miró, se sonrió´, se quitó el pantalón y se tumbó como si estuviese un diván sin decir nada, sólo mirando al frente. Yo sentía que me temblaban las rodillas ante esa magnífica visión. Jamás había visto a un hombre desnudo delante de mí, sólo en las revistas pornos que miraba con J.L., pero aquél cuerpo superaba con creces incluso los de los actores pornos que salían en las fotos. Se empezó a manosear el rabo y se le puso morcillón rapidamente. Entonces me miró y me dijo que qué pasaba, que parecía que se me hubiese parado la sangre, que si me molestaba se vestía otra vez y se marchaba, pero acerté a decir que no, que me gustaba verlo y entonces me cogió de la mano y la puso sobre su verga. Yo noté por primera vez en mi vida esa magnífica sensación de una enorme polla creciendo en tu mano, ardiendo, palpitando y me moría por experimentar más y más y en ese momento quería probarlo todo, así que empecé a pajearlo, despacito primero y después con ritmo, como le había visto hacer tantas veces mi amigo J.L., lo único que ahora era yo el que estaba allí, solo ante mi primera y maravillosa experiencia. Podía contemplar ese cuerpo entero, milímetro a milímetro, y tocar por donde quisiera por que era todo para mí. Me invitó a lamérsela e hice lo que pude, por que aquella verga que apenas cabia en mi mano, menos aún en mi boca. Siempre pensé que aquello me daría asco, pero éste joven era tan perfecto a mis ojos y mi estado de excitación era tal, que me supo a pura gloria. Él retiró mi cabeza con cariño, se la agarró con la mano y se la sacudió con energía hasta que, entre espasmos y algún gemido incontrolado, empezó a echar chorros de semen delante de mí, con sus piernas sobre las mias y sus huevos en mi mano. Algo tan maravillosos que me hizo creer en los ángeles.
Justo en ese momento aparació J.L. y se quedó en un rincón timidamente. Me miró y con su mirada supe que me decía "Has invadido mi territorio". El joven deportista se cubrió azarado pero le dije que no había problema, que aquél era mi amigo y compartiamos experiencias. Aquello le hizo gracia e hizo acercarse a J.L. Volvió a mostrar su cuerpo e invitó a mi amigo a participar en nuestra pequeña orgía. J.L. no se cortó y se abalanzó como ave de presa a enganchar aquel rabo todavía goteante, a manosear los huevos, el culo, todo aquel cuerpo desnudo y fabuloso. El otro le vió tan excitado y decidido que le empezó a bajar los pantalones y J.L. se desnudó también, le empezó a chupar el rabo para dejárselo limpio y se lo puso otra vez tieso como antes, entonces el deportista le agarró por la cintura, se lo trajo hacia él y yo volví a mi lugar de espectador. Le escupió el ojete, le metió los dedos y después la polla y así, a horcajadas, se lo folló bestialmente delante de mí.
Cuando terminaron, se vistieron y nuestro atractivo deportista desapareció por donde había venido. Fuimos todas las tardes a buscarlo pero jamás volvió. J.L. y yo nos recreábamos entonces recordando aquel encuentro y nos pajeábamos como locos rememorando aquel encuentro con un auténtico ángel.
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