Me mató la curiosidad
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
La verdad es que no sé donde clasificar esta experiencia porque no soy gay y ni siquiera bisexual, pero lo que me pasó fue absolutamente gay, sin duda. Por eso la pongo en esta categoría.
Yo tenía 18 años recién cumplidos, dedicado en pleno a terminar mi bachillerato; según me decían la chicas y los amigos, yo era un chico de buen ver, "bien parado" decía orgulloso mi papá, un "bizcocho", decían mis primas, y el "carilindo" me decía mi primo Gustavo, a quien se refiere expresamente este relato. Él tenía entonces unos 20 o 21 años y, en mi opinión, también era un tipo bien parecido, porque las vecinas del barrio le lanzaban piropos y lo buscaban en las fiestas para bailar con él. Claro que también conmigo.
Hasta ese momento, con la excepción de algunos besos con dos o tres chicas y algunas masturbaciones, yo era un muchacho bastante inexperto en cuestiones sexuales; un dedicado ratón de biblioteca, muy buen estudiante, enamorado del fútbol y buen nadador. Y creo honestamente que nunca me había metido ni en el pensamiento con otros hombres. Y tenía mucho respeto por las chicas, así que iba despacio en esas cosas, aunque sentía ya ganas de tener alguna experiencia.
Y la cosa resultó de la forma más extraña posible y de forma inesperada: Gustavo me invitó a una fiesta en su casa, junto a mi hermana y a varios amigos más, con prolongación al día siguiente para asar un poco de carne y tomar cerveza junto a la piscina. Pero esa noche comenzó el lío.
Sucede que Gustavo cada vez que bebía se ponía sentimental, abrazaba a todo el mundo y besaba aquien se le ponía por delante; aún hoy en día lo hace. Es un borracho aburridísimo, que de payaso pasa a pesado muy fácilmente. Y siempre sus paños de lágrimas alcohólicas éramos sus primos y primas. Así que todo el mundo lo evitaba.
Esa noche, tras varias horas de baile y bebida, empezamos a notarlo llorón y "mamón", como le deciamos. Así que, como todas las veces nos sorteábamos entre primos y primas a quien le tocaba el pelmazo esa noche para dejar tranquilos a los otros. Y, por supuesto, esa vez me tocó a mi. Con cara de pocos amigos lo lidié por un par de horas, hasta que comenzó a dormirse en mi hombro y su hermana, mi prima, me entregó la llave de su cuarto para llevarlo ya a dormir. Todos decían: "la misma historia con Gustavo en todas las fiestas; qué mal bebedor". Así que lo subí a su habitación en una tercera planta. Serían las tres de la mañana.
Le tiré en la cama y encendí una lámpara de luz tenue que tenía en su mesa de noche. Le quité los zapatos y le aflojé la correa del pantalón; le puse una manta encima y me dispuse a salir para continuar con la fiesta. Pero, ¡qué va!, la fiesta apenas iba a comenzar.
De pronto me dijo: "hey, Carilindo -siempre me decía así, a pesar de mis rabietas- acompáñame a mear que estoy muy tomado". Yo me sorprendí porque creía que el hombre estaba ya dormido. Ya estaba parándose y casi se fue al suelo; lo sostuve con un abrazo y lo ayudé a llegar a su baño. El hombre estaba tan borracho que no lograba bajar su cierre, por más intentos que hacía; así que dijo dos o tres palabrotas y añadió: "Carilindo, ábreme la bragueta, hermano, sé bueno"; yo protesté en serio con otra palabrota, pero le bajé la cremallera y lo sostuve por la espalda para que meara. Sus pantalones se fueron al suelo y el hombre comenzó a mear todo el baño sin control. Yo, instintivamente, para evitar la ducha de orina, le mandé la mano a su pene y le dirigí el chorro hacia el sanitario hasta que terminó; pero noté que su miembro -aun no se lo veía- se estaba poniendo duro en mi mano; me imaginé que era la reacción lógica de cualquier hombre si otra persona le coge el pene. Terminó de orinar y se dejó los pantaloncillos abajo y con la mayor naturalidad comenzó a menearse su dotación delante mío, ya bastante erecta. "Así que me la cogiste, ¿no, primo?", me dijo. "Hombre, fue instintivo, para que no mojaras todo y me mearas a mí", le dije seriamente, "acuéstate y duérmete, que estás borracho". "No primo, si tu me la cogiste, yo también te la debo coger. O te da miedo de que te guste. Porque a mi si me gustó cómo me la apretaste".
La verdad, me indigné y le respondí con un seco "no seas marica". Él soltó una carcajada y se sentó al borde de su cama, echando los brazos hacia atrás y dejando al descubierto todo su equipo, con pantalones y pantaloncillos en los tobillos. "Marica tu que me la cogiste", dijo y añadió: "A que no eres capaz de que dejar que yo te la coja sin que se te ponga dura; te apuesto el almuerzo de toda la semana" -no les había dicho que algunos días de la semana nos encontrábamos cerca de su trabajo, después de salir de mi colegio para mirar chicas y almorzar-. "No me gustan esos juegos, Gus. Mira que puede entrar alguien", fue mi respuesta, esperando convencerlo de que se durmiera. "Pues échale llave a la puerta y listo". Yo hice ademán de irme, pero él me repitió "eres un cobarde, porque se te va a parar si te la cojo".
Creo que él estaba borracho y no medía lo que me estaba pidiendo; pero lo cierto es que a mí me entró la curiosidad y de la confusión y embarazo que sentí en un primer momento pasé a la certeza de que le iba a demostrar quien era el hombre ahí y quien el marica. Abrí la puerta, saque la llave de la cerradura; cerré de nuevo y pulsé el seguro. Todo en no más de cinco segundos. Luego me acerqué con una sonrisa burlona y aurtosuficiente en mis labios y me paré delante suyo, convencido de darle una lección inolvidable al borrachín. "A ver joven, ¿qué vas a hacer" le anoté burlón y me bajé el cierre del pantalón. Él, sin darme tiempo a reaccionar y bastante lúcido, a pesar del tufo de alcohol que expelía, me tomó por la cintura y me aflojó muy fácilmente la correa; luego, casi de un tirón me bajo los pantalones y los interiores hasta la rodilla.
Sin pensarlo mucho tomó con sus dos manos mi pene flácido y se quedó mirándolo satisfecho: "yo sabía que un tipo tan buen mozo como tu, no podía tener una verga fea". Me eché a reir de inmediato y di un paso atrás, safándome de sus manos. "Ni lo sueñes", me dijo, "tu tuviste la mía en tus manos más de un minuto; así que cumple como hombre". Me acerqué de nuevo y le marqué con un dedo en su frente: "está bien, maricón, voy a almorzar gratis esta semana". Ciertamente para mi era un simple juego de borrachos.
Entonces me la cogió de nuevo con una suavidad inquietante; yo sentí un escalofrío por todo el cuerpo y un leve quejido, casi imperceptible, me salió desde el bajo vientre hasta la garganta; Gustavo se sonrió levemente -me parece verlo aún, después de veinte años- y levantó sus ojos hacia mi, con una mezcla de lascivia y burla que realmente me estremeció; otra vez volvió el embarazo y la sensación de ridículo; quise salir corriendo, pero ya era tarde. Mi pene comenzó a crecer a ritmo acelerado y sentí un calor por todo el cuerpo que nunca había sentido en esa medida. Gustavo lo comprendió, se puso de pie como un rayo, ya sin asomo de beodez, y me abrazó con una dulzura y afecto tal que parecía que hubiese estado esperándolo todo la vida. Me besó rozando apenas sus labios sobre los míos, mientras nuestros penes totalmente erectos se disputaban el lugar en nuestros pubis.
Lo que pasó después fue una locura, absolutamente nueva para mi y que me desbordó de sensaciones. Nos besamos apasionadamente, nos quitamos toda la ropa en un santiamén y nuestras lenguas recorrieron todos nuestros cuerpos en una carrera loca por sentir, disfrutar, conocer y adueñarse del cuerpo del otro. Creo que ese día me convertí en un adulto y ya la vida no sería lo mismo para mi.
Gustavo me llevó poco a poco, sin palabras, sólo con quejidos y sonrisas a poseerlo; lo penetré lentamente. Era la primera vez que estaba con alguien y lo estaba disfrutando como un loco; jamás me había imaginado que penetrar a alguien podía ser tan placentero; fue un despertar tardío pero gozoso al placer venéreo. En ese momento todas mis convicciones se fueron al suelo y me enamoré perdidamente de mi atractivo primo; y creo que él realizó un sueño que estuvo tramando durante meses. Estuvimos toda la noche revolcándonos insaciables. Al día siguiente participamos como si nada hubiese pasado del asado y de la piscina con el resto de la familia. Luego encontramos una disculpa para que me quedará esa otra noche y repetir la faena. Cuando ya no había más razones para dar, tras tres día de desvelos y penetraciones, nos seguimos encontrando cerca de su trabajo y nos metiamos en el primer hotelucho de mala muerte que encontrábamos, por tardes enteras.
Así estuvimos dos o tres meses, hasta que a mi se me acabó el amor. Ya no fui capaz de saciarlo, comencé a sentirme incómodo con la situación y Gustavo entendió que eso era todo. Poco después vino la chica que me enamoró definitivamente y que tras varios años de noviazgo hoy es mi esposa. Nunca más me relacioné sexualmente con ningún otro hombre y sólo me quedó el gustillo morboso de mi despertar sexual tan inesperado y brutal.
Gus sigue siendo mi primo favorito; y creo que yo el suyo. El tema nunca se volvió a tocar. A veces nos cruzamos las miradas y nos sonreimos, creo que sin malicia. De verdad nos queremos mucho y yo le agradezco a la vida la experiencia compartida. Él está felizmente casado, tiene tres hijos y me sigue llamando "mi primo, el carilindo". ¡Ah!, nunca nos pagamos la apuesta. No teniamos tiempo.
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