Me violaron en la secundaria por estar nalgón – 1
Lucas es un joven de 12 años conocido por llevar los pantalones siempre ajustados a causa del gran tamaño de sus nalgas. Su vida cambia después de que Rafael, un amigo suyo de 18 años, lo reta a ir solo a los vestidores abandonados del gimnasio. .
A los 12 años, cuando recién entré a la secundaria aquí en México, yo media alrededor de 1.60 metros, era delgado, blanco, y estaba en buena forma física debido a que mi mamá siempre había insistido en que practicara deporte.
Era físicamente guapo, aunque seguía pareciendo un niño debido a que no tenía vello en ningún lugar del cuerpo y mi cara seguía siendo algo infantil. Lo que más destacaba de mi cuerpo, sin embargo, eran mis nalgas y mis piernas. Pero sobre todo mis nalgas, grandes, suaves y redondas, pero para mi solo eran eso, mis nalgas, no sabía que podrían despertar los intereses más oscuros de algunos de mis compañeros más grandes.
Debí suponerlo, pues el ajustado pantalón gris que usaba como uniforme hacía que mis compañeros dijeran cosas de todo tipo, pero que yo dejaba pasar por alto.
El colegio en el que yo estudiaba era grande, era secundaria y preparatoria al mismo tiempo y estaba muy bien equipado, y las zonas de secu y prepa no estaban revueltas, las únicas partes que compartíamos todos era el patio y el gimnasio, y fue precisamente en este último donde sucedió esta historia.
Días antes de eso, hablando con unos amigos, me retaron a hacer algo que cambiaría mi vida.
—¿Alguna vez han entrado a los vestidores del gimnasio? —nos preguntó Rafael, un joven de último de prepa con unos 18 años con el que a veces nos juntábamos, era alto, moreno y tenía los brazos llenos de cicatrices.
—No. ¿Qué tiene de especial? —preguntó un amigo mío.
—Tienen mucho tiempo abandonados, y dicen que ahí se aparece una niña. Definitivamente yo digo que espantan. Estoy seguro de que ninguno de ustedes se atrevería a entrar ahí.
«Yo sí» empezaron a defenderse mis amigos, cuando yo lo hice, Rafael me preguntó con algo de interés.
—Mucho menos tú Ricardo, eres el más miedoso de todos.
—¡No es cierto cabrón!
—Demuéstralo pues, metete con tu celular y grábate tocando la pared del fondo de las regaderas de los hombres. A ver si es cierto.
—Hecho.
—Pero tú solo —insistió en eso—. Ninguno de ustedes puede estar cerca de la zona. Y hazlo mañana a la hora de la salida.
—¿Por qué? —pregunté con ingenuidad.
—Es obvio, a esa hora hay menos gente, de hecho, espérate una media hora después de la salida, así no te toparas con ningún conserje o algo.
—Hecho —acepté.
Al día siguiente, como habíamos quedado, me despedí de mis amigos y esperé a que el último personal de la tarde se fuera para acercarme al gimnasio y preparar mi celular, el colegio no lo cerraban hasta las 10 de la noche, pues también tenía una especie de escuela nocturna para adultos o algo así, así que la escuela se quedaba totalmente vacía durante unas tres horas, solo la rodeaban unos guardias.
Entonces entré a la duela del gimnasio, me acerqué a la puerta de los famosos vestidores que estaban debajo de las gradas y la abrí. Visualicé el fondo de las regaderas para hombres. Los vestidores eran más largos de lo que pensaba, la luz que entraba por las ventanas era muy tenue, así que no había una muy una buena iluminación.
Puse mi celular a grabar y comencé a correr en dirección al fondo. Llegué a donde quería y me regresé, estaba tan ocupado viendo lo que se grababa en mi celular que no me di cuenta de que alguien salió de uno de los cubículos de los vestidores para ponerme el pie. Me caí fuerte y mi celular fue a caer unos metros lejos de mí. Voltee hacia atras y vi a Rafael, había sido él quien me puso el pie.
—¿Qué haces aquí? —le pregunté.
—Vine a ver si te atrevías, y no te preocupes, ya vi que sí —me dijo, después fue a recoger mi celular mientras yo seguía tirado boca abajo en el suelo—. Déjame ver el video.
No vi nada malo así que dejé que lo recogiera y lo hiciera mientras yo me ponía de pie y me sacudía el polvo de aquel viejo lugar de las piernas.
—¿Qué estas escribiendo? —le pregunté al verlo teclear.
—Escribiendo qué, me lo estoy mandando wey.
Cuando terminó se guardó el celular en el bolsillo y me miró con unos ojos extraños, miró detrás suyo antes de hablarme.
—Sígueme —dijo, y se encaminó de vuelta al fondo de los vestidores, donde estaba el área de regaderas que recién había conocido—. En estas regaderas me vengo a bañar cada que lo necesito, solo sale agua fría, pero con el calor que hace no viene nada mal.
Seguí tras de él mientras me daba lo que parecía ser un recorrido por el lugar, de pronto me jalo del brazo y me metió a un cubículo de baño que estaba ahí.
—Aquí, en donde estamos ahora los dos, me he cogido a varios weyes de la secundaria desde que pase a la prepa, igualitos a ti todos los pendejos, aunque debo decir que ninguno de ellos tenía las nalgotas que tu tienes.
Yo lo miré extrañado, el ambiente comenzaba a tornarse incómodo.
—Yo no soy gay.
—No te pregunté —me respondió con una pequeña sonrisa—. Tampoco es como que importe. ¿Sabes para que te puse el pie? Para ver tu hermoso culito de morra rebotar en el suelo, ojalá hubieras grabado eso.
—Déjame salir ya wey —lo empujé—. Estás bien raro.
—¿A dónde tan rápido?
Me tomó del cuello con una fuerza que yo no me imaginé que el tuviera y me aventó hacia la pared, me di la vuelta para detenerme y él rápido me tomó las dos manos con una de las suyas mientras con la otra comenzó a desabrocharme el pantalón.
—¿¡Qué haces wey!? No mames, déjame ya, no es divertido.
Me bajó los pantalones lo más que pudo para ver mis calzones blancos.
—¡Suéltame! —le grito con más miedo cada segundo.
—Que grandotas las tienes puto.
Él comenzó a acariciarme las nalgas, a apretarlas y amasarlas a su gusto. Intenté darle una patada pero él la detuvo y en cambio me la dio a mí.
—Defiéndete todo lo que puedas, según tú —se burló—. Pero donde grites te meto la verga de golpe.
Rafael era corpulento y muy fuerte, yo en cambio no tenía tanta fuerza, hubiera gritado de no ser porque ya sabía perfectamente que no había nadie que me escuchara.
Después de unos segundos tocándome decidió que ya era hora de bajarme por fin los calzones, yo comencé a agitarme con más fuerza mientras sentía como mis nalgas comenzaban a ser visibles para él. Para esto yo ya tenía las rodillas en la taza del baño y mi posición hacia imposible que no le mostrará mi ano una vez que me bajara los calzones.
—No mames —dijo—. Lo tienes bien rosa y sin ningún pelito. Que rico, de haber sabido te hubiera cogido mucho antes pendejo.
—¡Ya déjame a la verga! ¡Muévete!
Me ignoró, solo se limitó a acariciarme la piel desnuda con sus manos grandes, a apretujarme con fuerza y a hacer sonidos raros con la boca.
De pronto veo que baja la cabeza para verme más de cerca mi ano.
—Pensé que estarías más sucio como todos los pendejos de tu edad —dijo mientras se acercaba para olerme—. Uy no mames, que rico, apenas y hueles a sudor.
Al escuchar eso volteé de golpe para repetirle que se dejara de tonterías y me dejara ir, intenté subirme los calzones, pero el me agarró de las manos otra vez y estampó mi cabeza contra la pared, aturdiéndome.
—¿A dónde vas perra? Ya te dije que de aquí no vas a salir, al menos no caminando derecho —rió—. Te voy a coger hoy, ese culito va a ser todo mío, ya le mandé mensaje a tu madre desde tu celular así que ella piensa que vas a pasar la noche en casa de Diego, así que tenemos mucho tiempo putito.
Después de decir eso apretó el agarre de mis manos para sacar su celular de su bolsillo trasero.
—La perra culona acaba de llegar. Lleguen en… unos 20, primero la voy a usar yo.
Continuará…
como sigue
Me imagino como tenías ese ano de rosita y bien apretadito… como sigue tu historia.