Memorias de Gabriela – tramo dos
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Edelweis.
La cosa es que yo he querido mucho a los hombres con los que he estado. No soy una puta. Esto quiero dejarlo bien claro. Yo siempre que "me he entregado" ha sido por entero y por amor y sin cobrar nada, al contrario, aportando el fruto de mi trabajo a la economía de la pareja.
Pues bien, despues de aquello de Fuengirola intenté buscar otra persona que me diera lo que yo quería. Pero que fuera joven y no estuviera casado, para que no me pasaran estas cosas. Pero… ¿Creeis que era fácil? En aquellos tiempos no había internet ni existían sitios web como éste. Y no era cuestión de ir por ahí pregonandoselo siquiera a las amigas. Así que intenté sonsacar con mucho tacto a las amigas sobres los jovenes de alrededor que estuvieran disponibles. De uno me dijeron que era muy sádico, que "solo se le empinaba pegando" y yo me hice la incrédula para disimular, pero me aprendí bien el nombre y en cuanto tuve ocasión le miré descaradamente (Dios, que guapo era) me imaginé a aquel tio bueno dandome de sopapos y se me pusieron todos los vellos de punta, así que me acerqué y le susurré al oido lo que me habían dicho.
Él lo negó, naturalmente.
Y yo entonces me hice la interesante y agregué:
-Pues a mi me gustan los hombres que dan caña
Se lo dije con todo el descaro del mundo. Y así surgió aquello, ya que casi todas le rehuían debido a su mala fama optó por conformarse conmigo y despues de unas copas y unos bailes y unos paseos. Que en aquella época eran imprescindibles antes de pasar a mayores.
Él, que era un robusto mozo de buen ver, moreno, con musculitos y una sonrisa picarona que desarmaba a cualquiera (sobre todo a mi) se había comprado un piso en "La Chana" cerca de donde vivía su madre y lo primero que hizo cuando empezamos a ir juntos, fué ponerme a trabajar para que le ayudara a pagarlo. Poco después nos fuimos a vivir juntos, aunque como los dos estabamos trabajando, su madre estaba a todas horas metida en nuestro piso con la excusa de que iba a hacernos las cosas y a limpiarnos el piso. Una metomentodo.
Yo tomaba anticonceptivos, y él se aseguraba de que me había tomado la pildora todas las mañanas en su presencia.
El chico era sádico y celoso, no tenía aspiraciones de amo, sino de maltratador, y seguramente a estas alturas estará en la carcel porque ya se habrá cargado a alguna.
Empezó por darme de correazos cada noche, pero luego poco a poco cogió confianza en que yo no me iba a ir si me pegaba y sus diabluras pasaron a mucho mayores, al principio solo me pegaba con la correa, ya que lo que me habían contado era exasto al pié de la letra. Iba a esperarme al trabajo y me llevaba hasta el piso de su madre que era donde comíamos y cenabamos, dandome pellizcos para que no se me ocurriera mirar a nadie…
Cuando llegabamos al piso me decía invariablemente:
-¿Porque mirabas así a fulano?
Mientras hablaba se iba quitando la correa, y luego decía zarandeándome:
-Yo te enseñaré a no mirar a los tios. Puta, que eres una puta.
Cogiéndome fuertemente del brazo, me metía un trapo de cocina en la boca, por si a mi se me ocurría pegar algún grito.
Aquellos pisos eran de paredes de cartón y él sabía que por muy aficionada que yo fuera a los golpes… había cosas que eran imposibles de aguantar sin llorar. En aquellos tiempos la cosa de los malos tratos no estaba tan controlada como ahora, pero él se guardaba bien de que se enterara nadie, no fuera a llegar el cuento a los oidos de su madre, a la que le tenía un pánico muy especial. Luego, sin dejar de insultarme, me inclinaba sobre la mesa, me levantaba la falda, me bajaba las bragas y sujetándome fuertemente contra la mesa con una mano, me arreaba con la correa hasta que me ponía el culo como un tomate y no paraba hasta que me escuchaba llorar calladamente.
-Si se que te gusta… -decía mientras yo lloraba
Entonces me tiraba al sofa insultándome y allí mismo me poseía con violencia agarrándome de los pelos en la postura del perrito. Yo lloraba quedamente aun con el trapo en la boca, porque me cogía del cuello clavandome las uñas con una mano, mientras con la otra me sujetaba por los pelos. Como sus embates eran tan rápidos como bestiales, la cosa no llegaba a mayores, aunque mas de una vez me llegué a quedar sin respiración debido a la presión de su mano en mi cuello.
Cuando terminaba me cubría de besos arrepentido, diciendome que me quería mucho y que por eso "se le iban las manos", yo le asentía dandole la razón y diciendole que tambien lo quería mucho y que por eso no me importaban sus palos. Y que me perdonara si a veces miraba a otros hombres, porque "yo era una mala mujer que necesitaba aprender modales". De este modo yo me aseguraba otro combate para el dia siguiente, con solo mirar mas de la cuenta a alguien del sexo masculino ya tenía la sesión asegurada.
Yo intentaba que dejara de ser maltratador para pasar a amo, pero era una misión imposible. Él aunque fuera cogiendo costumbres de amo, (cuerdas, mordaza…) era un violento y de ahí no lo sacaba nadie.
Poco a poco le fuí logrando llevar a mi terreno, a base de simular que me defendía cuando me atacaba, logré que me atara antes y como en el sofa no podía atarme, me llevaba a la cama que tenía cuatro boliches en las esquinas. Allí me ataba boca abajo con cuerda de tender dominándome a base de bofetadas que a veces me llegaban a tirar al suelo, mientras me aseguraba:
-Si abres la boca te mato.
Ya que a esas alturas no me taponaba la boca con el trapo hasta que me tenía atada a la cama.
Después de cansarse a base de atizarme correazos, que era cuando al fin él estaba dispuesto para la faena, me desataba los pies y dándome golpes y tirones lograba que yo subiera las piernas, elevara el culo y me pusiera en postura, ya que la del perrito era su predilecta. Aunque parezca mentira estas palizas nunca me dejaban moratones, solo a veces sus uñas o dedos marcados en el cuello.
Luego un buén día descubrió los enemas… ay Dios… que malita me estoy poniendo…
Dejar un comentario
¿Quieres unirte a la conversación?Siéntete libre de contribuir!