Memorias de Gabriela Tramo tres
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Edelweis.
Yo aguantaba bien los correazos, las bofetadas y las embestidas brutales de aquel mocetón veinticincoañero…
Pero para lo que no estaba preparada es para lo que se le ocurrió poco después…
Poco a poco conforme él iba cogiendo confianza de que yo no le dejaría, las sesiones de palos iban alargándose mas y también la faena posterior de mi buen mozo que un buen dia, mientras me calentaba el culo con la mano desnuda, descubrió por fin que yo tenía dos agujeros, aunque al principio de descubrirlo no acababa de decidirse a meterme por detras otra cosa que los dedos, que salían pringados con el consiguiente apaleamiento para que se los limpiara a lametones "porque yo era una guarra que no se lavaba bien".
Un buen día mientras me daba con la correa, atada a la cama, se acordó de los enemas que le ponía su madre cuando era niño "que ella si que era una mujer limpia" y decidió arreglar la cosa llevandome a empellones a la bañera a tomar una buena ducha. Le desenrroscó la alcachofa a la manguera, y abriendo el grifo (gracias a Dios no del todo) me inclinó hacia adelante tirandome de los pelos hasta que apoyé la cabeza contra el borde de la bañera y me embutió la manguera por el culo. Yo sentí como aquello arañaba mi esfinter e intenté abrirlo todo lo que pude para que no me doliera tanto, luego noté, con un escalofrío, el agua fría invadiendo mis intimidades mientras él iba empujandome mas adentro la manguera.
-¿Ves tu, más que guarra? -me decía- ahora si que vas a quedar bien limpia.
Mientras lloraba, yo intentaba tranquilizarme pensando que aquello solo era agua, era la primera vez que alguien me sometía a ese tormento pero yo estaba segura de que aquello no debía de ser muy bueno para la salud. Sentía perfectamente los surcos de aquel tubo penetrando por mi esfinter y gemía fuertemente cada vez mas asustada en la creencia de que aquel sádico no iba a parar hasta que lograra meterme por completo la manguera, pero llegó un momento en que encontró resistencia y sentí el tubo apretar contra el fondo de mis intestinos, podía ver horrorizada mi vientre hinchandose así que temía que la explosión no iba tardar mucho.
Así fué. Aquel agua tenía que salir por algún lado y salió por donde mismo estaba entrando, pero naturalmente salió con otro color y con otros elementos. Él, retiró su mano de golpe al ver que se manchaba y salió a presión todo lo que había allí dentro (agua, heces y manguera).
Mi chico no se dió por conforme y volvió a introducirme la manguera que, esta vez, mojada como estaba entró con muchas menos dificultades, él ahora tenía la precaución de sacarla de vez en cuando para que la cosa no explotase de nuevo. Yo sentía la manguera entrar y lloraba amargamente muy asustada, sentía como él la empujaba dentro de mi, hasta que encontraba resistencia y entonces me quejaba mas fuerte para que parara.
Cuando vió que el agua ya salía limpia, se dió por satisfecho, pero para entonces yo tenía unos retortijones tan terribles, que me caí redonda dentro de la bañera, agarrándome el vientre con las manos gimiendo amargamente de dolor, mientras apretaba para evacuar de mi toda aquella presión interior que sentía.
El puso cara de susto y de arrepentimiento y retirándose me ordenó jadeando que me lavara, ya que al caerme dentro me había llenado toda de mierda:
-Lavate puta, que pareces un registro del darro… !Lavate!.. Que luego te voy a llenar de otra cosa ese culo!!
Se quedó allí de pié al lado de la bañera.
Yo me incorporé un poco a duras penas y cogiendo el bote del gel y la esponja comencé temblando a lavarme despacio aguantándome los retortijones, mientras hipaba y lloraba aun muy asustada.
Cuando terminé de lavarme, "el nene" me agarró de la mano, ya algo mas calmado, me llevó a la cama me dió una nueva tanda de correazos, me taponó la boca con el trapo y empujándome contra el borde se bajó los pantalones y me sodomizó sin compasión sujetándome por los pelos con una mano:
-Puta… si yo se que te gusta… se que te gusta.
Decía mientras me embestía dándome a la par fuertes palmadas en el lado del culo.
Mis alaridos eran apagados por el trapo.
-Ahora si que está limpio ese culo.
Yo sentía como se me desgarraba la piel con cada embestida, el agua fría no es uno de los mejores lubricantes para estas cosas.
-Mañana te daré más, puta. Préparate porque éste descubrimiento me la ha puesto mas dura que nunca.
Y así era. Porque aquella noche, para suplicio mio, la faena le duró mucho mas que ninguna otra, y yo ni siquiera pude notar cuando mi chico eyaculaba, acabé con el esfinter insensible de tanto frío y tanto dolor como había soportado.
-Me has llenado de sangre, mas que guarra…
Le escuché luego decir desde el baño mientras se lavaba.
La cosa es que luego, cuando volvía del baño despues de haberse lavado, se acostaba como si nada hubieses pasado y se abrazaba a mi dandome tiernos besos llamándome "mi niña" y así amanecíamos por la mañana.
Aquel tratamiento de limpiezas se repitió invariablemente todas las noches durante mucho tiempo. A pesar de que desde la segunda noche ya tenía yo una grieta sangrante muy dolorosa que me hacía comenzar a temblar nada más que él se quitaba la correa. Pero él no atendía a mis llantos ni a mis razones. Le había gustado aquello de la puerta trasera y no había nada que hacer al respecto.
Despues de la primera semana yo tenía todo el día el vientre hinchado y su madre que se percató de ello, se empeñó en llevarme al médico pensando que estaba embarazada.
Aquella fué la primera de las ocho veces que las atenciones de mi chico me condujeron a urgencias. El buen doctor le dijo que tenía un resfriado intestinal y que me aplicara mantas calientes en el vientre y tomara mucha manzanilla. Cuando ella, que no se imaginaba nada de aquello y que pensaba que "su nene" era un santo varón, le dijo a su hijo lo que había dicho el médico, el buen mozo modificó los tratamientos lavativos y comenzó a cambiar la apertura del grifo de agua fría por la del agua caliente y espació algo sus orgías traseras mientras buscaba otras maneras de satisfacer su sadismo.
Tampoco le interesaba mucho enfermarme…
Había descubierto que podía descubrir cosas…
Así, que se puso a investigar que otras sustancias líquidas podía introducirme por aquel lado que le daba tanto morbo. Ésto ya era mucho mas complicado, ya que al estar su madre todo el dia sola metida en nuestro piso, manipulaba todas nuestras cosas y curioseaba todos los rincones. No era nada fácil comprar algo que no fuera usual tener en todas las casas y un equipo de enemas era algo muy poco corriente en aquellos tiempos en los que solo se usaba una sencilla pera y eso si es que en la casa había niños con lombrices.
Probó a utilizar una botella de plástico que tenía un chato pitorro y así hizo pinitos con la leche. Primero la calentaba un poco en un cazo, no fuera a ser que me volviera a poner mala y su madre comenzara a olerse algo raro.
Los preparativos de calentar la leche, ponerla en la botella del pitorro, etc, le ponían tan cachondo o mas, si cabe, que sus palizas, así que en esos días ya no me daba tantas bofetadas. Y yo, como aquello era un poco mas tolerable que lo de la manguera de la ducha, colaboraba un poco mas.
"El nene", despues de darme la somanta de palos, algo mas liviana que antes, me ponía en postura sobre la bañera y me hacía tragar por allí una botella de leche, la mayor parte iba a parar al sumidero, pero aquello de meterme leche antes de darme por culo le daba un morbo que le ponía mas cachondo que la mayor de sus palizas. Además como no era mucha cantidad, me obligaba a retenerla mientras él satisfacía sus apetitos poseyéndome luego por aquel misterioso agujero.
A mí seguía doliendome muchisimo cuando él me la metía por detras, al tener que apretar el esfinter para que no se saliera la leche, la penetración era mucho más dolorosa, así que seguía gimiendo fuertemente y mis gemidos eran amortiguados por el trapo que invariablemente él seguía colocandome, metiéndomelo profundamente en la boca. Al dolor de la penetración se agregaba el de los retortijones, ya que con aquella botella me metía mas aire que leche, la sensación de ahogo que me producía su mano en el cuello y la molestía de tener que impedir que se saliera la leche, cosa que yo intentaba con todo mi empeño, para no darle motivos para que me propinara otra paliza.
Mi intestino se fué acostumbrando a aquello poco a poco y yo ya no estaba todo el dia con la tripa inchada. Aunque algunas de las cosas que se le ocurrieron despues a mi chico fueron de lo mas desafortunado.
Un sábado llegó con un paquete de la tienda de repuestos del coche y sacó ufanamente una gran pera de goma con la punta metálica y plateada muy larga, por lo visto servía para engrasar algunas partes poco accesibles de los motores. Me lo enseñó atemorizadoramente haciendo significativas presiones en el instrumente y luego lo metió en la caja de cachibaches del coche que tenía en una estantería alta en el lavadero.
Yo entraba en el lavadero y me echaba a temblar pensando en aquella horrible cosa. Pero como los fines de semana su madre se quedaba a cenar en nuestro piso y luego veíamos la tele hasta bien tarde, yo me pude escaquear dos noches yéndome a dormir antes de que ella se fuera, con la escusa de que me dolía la cabeza.
Pero llegó el temido lunes y la consiguiente azotaina celosa de todas las noches. Después de darme de correazos en el culo, me aseguró que era hora de probar su nuevo instrumento:
-Puta, ya verás lo que me he inventado, esta noche vamos a probar algo nuevo para lavarte… so guarra.
Yo me dejé caer al suelo abatida por el llanto y por el miedo mientras él me ataba las manos con la cuerda de tender y entonces él, ante el temor de que yo me negara en redondo y le fuera a ser mas dificil conseguir su objetivo, comenzó a acariciarme la cabeza y se puso muy cariñoso:
-Si es un juego, no te va a pasar nada… si se que te gusta… Anda… déjame que te lave.
Yo lloraba asustada mientras él me daba besos en la cara y me enjugaba el llanto con el dorso de la mano. Sus caricias lograron el objetivo que perseguian y yo me sentí absolutamente ablandada y desarmada. Era joven, fuerte y guapo. Yo era una sumisa consumada, le temía al dolor, pero en el fondo un poquito de dolor si me gustaba. Así que me dejé hacer a pesar del llanto y del miedo.
Me llevó a la cama.
Él estaba seguro de que con aquel cacharro no se derramaría ni una gota, colocándome hecha un ovillo boca abajo con la frente apoyada en la almohada, me desató las manos y me las volvió a atar esta vez a los boliches de la cama, fué a la cocina y regresó con un cartón de vino tinto, lo miró dudando un momento, se acordó de mi resfriado intestinal y decidió regresar a la cocina, tardó un rato en volver con un cazo algo humeante. Metió un dedo dentro para que yo viera que ya no quemaba y quitándole a la pera de engrasar la boquilla, vació el vino caliente dentro y se lo volvió a poner. Luego se subió a la cama, se puso arrodillado detrás de mi separándome las piernas con las suyas se fué metiendo un poco mas debajo alzándome el culo con sus rodillas mientras yo gimoteaba:
-No me hagas mucho daño… por favor… por favor… nene…
Él se recreó un rato con mi miedo, y despues de esperar un poco dudando, creyendo tal vez que yo fuera a gritar, se volvió a bajar y fue a por el paño de cocina con el que me taponó la boca, sujetandolo luego bien con un lazo a modo de mordaza. Volvió a subirse a la cama en la misma postura que antes y comenzó a abrirme con una mano el ojete mientras con la otra apretaba con la boquilla. Yo gemía y temblaba sin querer resistirme demasiado para que no se pusiera violento.
La boquilla de aquello estaba fría y yo la noté entrar poco a poco hasta que note contra mi piel la rugosa textura de la pera. Cuando él apretó, el vino demasiado caliente me produjo una sensación de escozor muy extraña. Él sacó aquello, lo escuché llenarse de aire con un ruidito de siseo y sentí que me lo metía de nuevo, esta vez noté mucho mas como entraba porque él me apretaba a la vez los cachetes para que lo que habia ya dentro no se escapara. Se había convertido ya en un experto a base de experimentar con la botella de la leche.
Despues de cuatro o cinco inserciones, cuando vió que lo que entraba ya era aire solo. Se incorporó un poco y apretando su falo contra mi culo comenzó a meterlo despacio en pequeñas embestidas. Yo gemía detrás del trapo desesperadamente. Al princìpio no pasó nada, pero cuando su falo superó lo que era el conducto de carne y llegó al colon lleno de vino. Pegó un grito y lo sacó de un tirón alarmado corriendo hacia el baño resoplando:
-Ay… escuece, escuece mucho, puta… me has jodido bien… maldita guarra.
Sentí correr el agua en el baño mientras apretaba los cachetes intentando que aquello no se saliera para que no pusiera la cama perdida. Tenía una sensación muy extraña… él seguía murmurando desde el baño, yo estaba cada vez mas mareada. Después de un rato ya no me importó que las sábanas se mancharan y lo eché todo sobre la cama entre un asqueroso ruido de pedos, ya que con aquella cosa me había metido quizas mas aire que vino. Yo estaba completamente borracha. Al sentir el olor del vino empapando la cama y subiendo hasta mi nariz, me dio una terrible arcada y al tener la boca tapada, vomité por la nariz. Sentí que me asfixiaba. La comida tapaba mis conductos nasales impidiendome respirar y yo hacía esfuerzos para expulsarla, pero su fuerte olor y la sensación de suciedad debajo de mi cara no hacían sino acentuar las arcadas.
No se como acabaría aquello, porque la asfixia y la borrachera no me dejaron que me enterara.
Mi chico no volvió a intentar poseerme por allí despues de haberme puesto vino, así que la mayoría de las veces usaba leche que si que le gustaba, pero siguió usando el vino muchas veces, solo para darse el placer de verme borracha, pero tenía cuidado de poner menos cantidad para que yo no vomitara, tambien a veces me insuflaba aire solo, para reirse despues escuchando mis pedos, esas veces me metía otras cosas para divertirse luego viendo como salían disparadas impulsadas por el aire a presión, cuando yo ya no podía aguantar mas el sufrimiento de los retortijones, un pepino, una zanahoria, el gollete de una botella, el tubo de la crema de manos, la mano del mortero, la escobilla del water, todas las cosas parecían servir a sus propósitos de humillarme y alargar mas su juego y sus risas.
Cuando me ponía vino y al fin me veía borracha, sus risotadas seguramente se escucharían en todo el bloque de pisos, pero esto a ál no le importaba, él seguía riyendo viendo mis apuros para contener el liquido dentro hasta que por fin me soltaba y me dejaba vaciarme en el suelo en donde me hacia luego sorber el vino para que no se desperdiciara.
Yo aguantaba todo lo que podía y más porque no quería que la cama se manchara, ya que luego tenía que madrugar para lavarlo todo antes de ir al trabajo y que mi suegra no se enterara. A pesar de todo, las manchas aquellas no salían y yo tenía que andar mintiendole diciendole que eran manchas de sangre de la regla y ella corroboraba las palabras de su hijo diciendome que yo era muy guarra.
La cosa es que luego "el nene" era incapaz siquiera de meterse un supositorio por el propio culo y cuando se ponía malo y se los recetaban, tenía que ir su madre a ponerselos y los gritos que pegaba se escuchaban en todo el bloque.
Una vez se me ocurrió reirme de él por eso y entonces agarró toda la caja y me los metió a mi uno por uno. Luego me colocó el tapón de una botella y me tuvo allí sentada en una silla delante de él por lo menos una hora. Aquello no me dolía, pero después de expulsarlo cuando al fin me dio permiso, me puse tan mala que llamó aterrado a su madre y tuvieron que llevarme al médico porque el medicamento aquel se había absorvido y yo estaba medio drogada. Esta vez, su madre si que se enteró luego de "la travesura" porque cuando fue a ponerselo a su hijo ya no quedaban y entre tiras y aflojas al final (ya os he dicho que le tenía muho pánico) le dijo que era lo que había hecho con ellos, aunque el médico desde luego que no se enteró de nada… el buen hombre estuvo un buen rato intentado descubrir que era lo que me pasaba. Me recetó unas pastillas y ahí quedó la cosa.
Luego, por la noche, cuando su madre se enteró, le pegó al nene (que ya tenía veinticinco años) una hostia delante mío, que me dolió a mi mucho mas que a él, tanto porque yo en el fondo lo quería mucho, como por el hecho de que yo sospechaba que aquella hostia me iba a ser a mi devuelta con creces por parte de su receptor.
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