Memorias sexuales 2: Con Henry, el mejor amigo de mi pareja Antonio
Segundo relato basado en hechos reales. Nombres cambiados. Hoy relato cómo conocí a Henry, el mejor amigo de mi pareja Antonio.
A mis 23 años, yo llevaba cuatro años felizmente emparejado con Antonio, un militar brasileño en retiro cuyo único defecto era que me dejaba solo en casa por algunas semanas cada cierto tiempo, porque tenía que regresar a su ciudad por negocios. Por lo demás, siempre me cumplía en la cama (y en la mesa y en el jardín y en la ducha y en la cocina y en el patio y también en lugares públicos… en fin, era una máquina sexual). Era 1,000% activo. Cuando se iba de viaje siempre me escribía por chat cosas calientes, como preparándome para su regreso. Era muy educado y complaciente conmigo, totalmente un caballero; nunca me trataba mal sino como a su hermano menor. Y eso me gustaba.
Un día yo llego a la casa y lo encuentro a él, mi pareja, tomando unas cervezas con un amigo suyo. Su amigo, a quien me presentó como Henry, era un cholo power de piel trigueña, espaldas anchas, como de 1.80 metros y, lo que me llamó mucho la atención, un cuello anchísimo y con venas pronunciadas. Tendría unos 30 o 32 años.
Yo saludé y me metí a mi cuarto. No andaba con ánimo de hacer vida social luego de un día de estudio y deporte arduos, así que me acosté. Como a las dos horas se fue su amigo y mi brasileño se metió a la cama; me dio duro por un par de horas, como todas las noches. Luego del sexo me contó que conocía a Henry de hace varios años, que solían salir a tomar y levantarse pasivos para agarrarlos entre los dos. Yo recién me enteraba de esas prácticas y escuché todas sus historias entre arrecho y sorprendido.
A las pocas semanas Antonio debía viajar nuevamente al Brasil y yo me quedé en casa solo. Luego del respectivo chat calentón (pasamos toda la madrugada del sábado en ello) yo estaba embalado. Ya era domingo por la mañana y tocaron el timbre del depa, y yo creí que se trataba de los Testigos de Jehová. Fui a abrir la puerta en pijama (polo y short bastante sueltos). Era Henry, quien buscaba a Antonio. Le dije que él estaba de viaje por algunos días; como hacía calor, lo invité a pasar y le ofrecí algo helado de beber. Él quiso cerveza y me pidió acompañarlo en el “brindis”. Yo le dije que no acostumbraba tomar pero como hacía calor, iba a acompañarlo.
Apuramos yo una lata de cerveza y él se terminó las otras cinco de un six pack. Me preguntó si tenía más y le dije que no, y se ofreció a ir a comprar. Así lo hizo, y regresó con dos six pack adicionales. Me ofreció una lata y él se tomó las otras cinco. Yo ya estaba mareado (porque me mareo con facilidad) y él evidentemente también, y me dijo que quería ir al baño. Yo le indiqué el camino. Me pidió acompañarlo para no perderse y así lo hice; lo dejé en la puerta del baño (el departamento era grande y sí, pudo haber confundido las puertas) y él entró a orinar sin cerrar la puerta… no sé qué me pasó pero algo me hizo quedarme cerca de la puerta entreabierta y por la rendija pude ver que Henry se manejaba una señora verga, gruesísima. Creo que exclamé “¡wow!” y Henry volteó a mirarme algo asustado. Yo me hice el loco y regresé a la sala.
Al poco rato salió Henry. Yo tenía la cabeza entre las manos (en parte por el licor y en parte por el roche) y me preguntó si me sentía bien y yo le dije que estaba un poco mareado. Él se acercó a mí, mientras yo seguía con la cabeza entre las manos, y me dijo que conocía un remedio para quitarme la borrachera de golpe. Yo, curioso e ingenuo, le pregunté cuál y al levantar la cabeza me encontré cara a cara con su verga… no era tan larga como la de Antonio pero sí muchísimo más gruesa. ¡Gruesísima!
“¡Chúpamela!”, me ordenó, a lo que yo obedecí sin dudar. El chat previo con Antonio y las cervezas me habían puesto a mil… y era la primera vez en varios años que chupaba una verga que no era la de mi marido. Cuando reaccioné le dije que no quería más, que yo le era fiel a Antonio y que él era su amigo. Me puse de pie y traté de irme pero Henry me cogió de un brazo y me jaló hacia él y me dio un beso con lengua que me asfixió porque casi me cubrió hasta la nariz, además de que su aliento olía a cerveza muy fuerte. Con un brazo me cogió de la cintura y con el otro me levantó el polo hasta descubrir mis tetillas, las cuales se puso a lamer con fruición. Yo no quería pero tampoco podía resistirme. Le decía “Henry, no, por favor, no me hagas esto, no quiero” y él me dijo que “todas las hembras y los cabros dicen que no cuando quieren decir sí”. Entonces me acostó con cuidado sobre el suelo y él se puso encima de mí, lamiéndome las tetillas como un salvaje mientras me decía “¡qué rica hembra me voy a comer hoy!”.
Yo estaba confundido… realmente Henry era muy guapo pero yo amaba a Antonio. Lo peor es que yo estaba entre borracho y arrecho, y cada vez más caliente por las cosas que hacía y decía Henry.
Traté de librarme de él pero fue para peor. Forcejeamos y terminé bocabajo y él se puso encima de mí, y yo, por tratar de zafarme, solo conseguí que se me bajara el short del pijama… ahí estaba yo, con las nalgas expuestas y con un cholón power vergón arrecho y borracho punteándome el orificio del ano.
Henry aprovechó la posición para lamerme una oreja y puntearme con suavidad… en ese momento sentí que me llevaba al cielo. Antonio me lo había hecho siempre de otra forma y el ritmo de Henry era diferente, más pausado. Me mordía la nuca y me decía cosas al oído mientras se desabrochaba el jean y se bajaba el calzoncillo, dejando expuesta su soberbia verga de 20 centímetros y casi del ancho de un brazo. Me la puso en la entrada del culo y empezó a presionar con delicadeza. Seguía repitiendo que yo era “una hembra muy rica”, “qué rica hembra me voy a comer”.
Yo no podía resistir más. Lo dejé hacer. Relajé mi esfínter y sentí cómo entraba poco a poco esa pinga gigante en mi culito. Por más que Antonio me diera de alma a diario, yo era estrecho. Y la pinga de Henry tenía la particularidad de botar mucho líquido preseminal y eso hacía que esté muy lubricada. Al poco rato y con el gruñido de placer de Henry sentí que ese animal de carne se alojó en mi trasero.
Yo insistía en que no quería pero ya había empezado a moverme y a gemir. Henry no decía nada, solo siguió moviéndose despacio casi durante una hora. En una de esas, yo sentí que el placer era demasiado intenso y que estaba a punto de venirme. ¡Eso no podía suceder! ¡Nunca me había pasado con Antonio y no iba a ser con Henry que me pasara! ¡Si eso sucedía iba a terminar siendo la mujer de Henry!
“¡Me vengo!”, grité. “¡Salte, por favor!”, supliqué, y obtuve por respuesta un cocacho muy duro en la cabeza. “¡Cállate, cabro de mierda, bien que te gusta!”, dijo Henry y siguió penetrándome al mismo ritmo, como si nada. Yo no pude más y estallé como nunca lo había hecho: grité, convulsioné, apreté el culo y boté un montón de leche en un orgasmo muy largo e intenso.
Cuando terminó mi orgasmo recuperé la conciencia y volteé a mirar a Henry. Vi su gesto de placer… me asusté en ese momento porque me di cuenta de que estábamos haciéndolo sin condón. “¡No te vacíes dentro de mí!”, le supliqué. Su sonrisa me hizo entender lo evidente: ya era demasiado tarde. “Ya la di como tres veces”. Yo grité: “¡NOOO!”. Henry me hizo sentir todo el peso de su cuerpo, me tapó la boca y me dijo: “¡Cállate, mierda! ¡Ya me viste orinar, ahora vas a sentir cómo meo en tu culo!”.
Dicho esto, me aplicó una llave de lucha libre o algo parecido para inmovilizarme y estuvo encima de mí como diez minutos, orinando mi esfínter. Después me la sacó, se sacudió la verga, se subió el pantalón y me pisó las nalgas con su bota. “Antonio tenía razón, tienes un culito apretado y calientito”. Me escupió en las nalgas y se fue de la casa, dejándome tirado en el suelo, casi llorando y sin saber qué hacer.
Segunda vez con Henry, el mejor amigo de mi marido
Antonio se comunicó conmigo por la noche y se dio cuenta de que algo andaba mal conmigo. Le dije que no era nada, que solo lo extrañaba mucho, que la conversación de la madrugada previa me había dejado caliente y así volvimos a tener sexo virtual. Yo me calenté, y mucho, pero en realidad no por lo que conversaba con él sino por el recuerdo de lo que había sucedido con su amigo Henry.
Estaba realmente confundido. No sabía qué hacer… Henry era un patán pero me había obsequiado un orgasmo formidable, tal vez el mejor de mi vida, y no podía dejar de pensar en él. Pasaron los días y yo estaba desesperado por tener sexo nuevamente con Henry. Así que una noche no pude más y luego de despedirme por teléfono de Antonio decidí buscar en su libreta el número de Henry. Lo encontré y lo llamé.
Henry respondió asustado. “¿Antonio? ¿Todo bien?”, dijo. Yo respondí diciéndole que no era Antonio, que era Santiago, su pareja, que Antonio aún no regresaba de Brasil. Henry sonrió y me dijo “habla, uón”. Sin pensarlo, le pregunté si no quería darse una vuelta por el depa, que era de noche y tenía un poco de miedo, y que necesitaba un hombre bien macho a mi lado para que me cuide. La respuesta de Henry me dejó de una sola pieza: “no, hoy no pasa nada, maricón”.
Solo atiné a cortar la llamada y a ponerme a llorar, no sé si por el rechazo o la arrechura frustrada. Estuve llorando un buen rato hasta que decidí meterme a la ducha; la situación me había quitado todo deseo sexual. Cuando terminé de bañarme escuché el timbre y acudí a abrir la puerta en toalla; total, ya iba a acostarme. Grande fue mi sorpresa cuando abrí la puerta y vi a Henry.
Él entró como Pedro por su casa y me preguntó si estaba “sola”. Le dije que sí, que estaba “solo”. Apenas cerré la puerta Henry me quitó la toalla con violencia y me agarró de un brazo. “Y estás calatita para mí”, dijo, y me metió un chape con la boca tan abierta que apenas podía yo respirar. Estuvo así un buen rato pero ya me estaba asfixiando, así que lo empujé un poco para que me dejara respirar. Henry me tiró una cachetada bastante sonora y me advirtió: “aquí el hombre soy yo”. Y me metió otro chape; esta vez yo abrí la boca por completo para que su lengua pueda entrar hasta mi garganta mientras su mano derecha apretaba mis nalgas y la izquierda pellizcaba mis tetillas. Dejaba de besarme y yo aprovechaba para respirar mientras él me lamía las tetillas, lo cual me llevaba al cielo. “¡Me estás haciendo sentir muy rico!”, le decía yo. La excitación me hacía decirle cosas como “qué rica lengüita tienes, papi”, “hazme tuya”, “llévame al cielo”… y entonces Henry me dio otra cachetada. “¡Cállate, puta! ¡Tú hablas cuando yo te ordene!”. Eso me afectó y me puso triste. “¿Por qué me tratas así?”, le pregunté. “Porque me provoca”, me dijo. Y me abrazó tiernamente, lo cual me confundió e hizo estallar en llanto. “Ya, cálmate; disculpa si te hice sentir mal. No es nada contigo, eres la pareja de mi mejor amigo y me gustas mucho. Solo que haces que salga mi instinto animal. Me haces sentir macho y quiero imponerme”, me decía mientras secaba mis lágrimas con sus dedazos.
Yo empecé a temblar de frío. Estaba desnudo y sentí que me había bajado la presión. Henry me abrazó y me decía cosas para tranquilizarme. “Ya, tranquilo, ya pasó todo”.
Nos sentamos en uno de los muebles de la sala; él me abrazó y acarició la cabeza. Yo seguía desnudo y puse mi cabeza sobre su pecho, más calmado. Él acariciaba mi espalda desde la nuca hasta la ranura de mi trasero, muy despacio. Al comienzo sentía cosquillas muy ricas pero luego sus caricias me arrancaron un gemido de arrechura.
Me miró a los ojos por unos segundos y me dio otro besos de aquellos… yo no podía más de la calentura y me colgué de su grueso cuello. Uno de sus dedos hurgaba en la entrada de mi culito. “Estás calientita”, dijo él. “Así me tienes”, dije yo. Y volvió a besarme mientras sacaba su pene del pantalón.
Me cogió con fuerza la cara y me dijo “ahora vas a obedecer a tu marido sino quieres que te caiga otra vez”. Yo le dije “mi marido es Antonio”, y Henry me abofeteó nuevamente. “¿Qué dijiste?”, preguntó furioso. “¡Antonio!”, dije yo. Me escupió en la cara y me embadurnó su saliva con la mano. “Ahora te voy a enseñar quién es tu macho de verdad”. Dicho esto, me obligó a chupársela.
Al comienzo me dejó hacer: se la mamé como había aprendido durante todos estos años y le arranqué gemidos de placer, pero al transcurrir los minutos me obligó a meterme todo su pájaro hasta la garganta, lo cual me hacía toser. Me cogía del pelo y me empujaba la cabeza hasta asfixiarme, “¡trágala y no soples, conchatumadre!”. Yo hacía mi mejor esfuerzo por alojar tremendo miembro en mi boca.
Estuvo violando mi tráquea como media hora hasta que decidió que era momento de penetrarme. Me tiró al suelo bocabajo y se puso encima de mí. Apuntó con su pene completamente duro y húmedo hacia mi huequito aún sin dilatar y me dijo “cómo quieres que te la meta, así o al hombro”. Yo traté de explicarle que mejor primero así y luego al hombro, porque al hombro me iba a doler cuando de repente el salvaje me clavó por completo la verga en el culo, arrancándome un grito desgarrador. “¡Idiota, me dueleeeee! ¡Salte, huevonazo!”. Pero Henry no se salió. El dolor era insoportable, pero me tenía bien cogido con sus brazos y piernas. “¡Cálmate, mi amor!”, me dijo, y me empezó a besar la nuca con ternura. El dolor seguía, pero lo cierto es que al cabo de cinco minutos ya no me dolía nada. Y empezó el mete y saca despacito, como solo sabía hacerlo él. Ahora, mientras lo hacía, sus manos acariciaban mis tetillas, su lengua lamía mi oreja, sus dientes mordían mi nuca, todo lo cual me hacía sentir en la gloria.
Henry sabía lo que hacía. Y debo decir que me daba más placer que Antonio, tal vez porque mezclaba delicadeza con brutalidad, mientras que Antonio me cachaba siempre con firmeza pero demostrando mucho respeto hacia mí (¡demasiado!). Henry no; él era un macho prepotente abusivo, sádico, vulgar, violento y dominante. Y me estaba volviendo loco. Se tomaba su tiempo: me lo hizo por hora y media.
De pronto, se anunció un orgasmo en mí y se lo hice saber. “Me estás haciendo tu mujer de nuevo”, dije y ya no pude más. Gritando, estallé y eyaculé con furia. Henry se quedó quieto encima de mí y luego reaccionó: “para variar, ya te llené como dos veces, pero me falta una tercera”. Y empezó a embestirme con demencia mientras me gritaba “¿te gusta así? ¿Así te lo hace Antonio?”. Y yo le dije la verdad: “¡no, Antonio no es tan macho como tú! ¡Tú eres más hombre! ¡Me haces sentir mujer!”.
Su mete y saca se volvía cada vez más y más brutal mientras me preguntaba “¿quién te lo hace mejor?”. Yo le decía que él. “¿Yo? ¿Y quién soy yo?”, preguntó. “¡Henry, mi semental, mi hombre, mi macho, mi marido, el padre de mis hijos…!”
“¡Aprieta el culo! ¡Sácame los hijos, rosquete conchatumadre!”, gritó Henry y me la empujó. Yo sentía las convulsiones de su gorda verga. “¡Eso, hazme tener hijos tuyos para que los críe Antonio pensando que son de él!”, grité mientras Henry vaciaba lo que le quedaba de leche dentro de mi culo.
Él soltó una carcajada ante la ocurrencia y, de los cabellos, me hizo voltear el cuello para darme otro beso con lengua. “Le estoy fabricando cuernos a Toñito”, dijo y se dejó caer sobre mí. “Voy a jatear con la cabeza dentro de tu culo, así si tengo ganas de mear, meo nomás”. Y se quedó dormido sobre mí, con su pene medio erecto dentro de mi culo.
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