METAMORFOSIS 104
De entre las cenizas.
Los despojos de madera quemada caían lentamente al contacto del agua, el voraz incendio había convocado a los vecinos y curiosos transeúntes, los escasos bomberos y gente con baldes trataban de apagar el dantesco incendio de aquella casa de madera, las lágrimas y desesperación se apoderaron de los humildes posantes y residentes, agarrado al vestido raído estaban las manitos de un niño de dos años, el desconsuelo visto en la cara de las gentes le estimuló a llorar, la mano de su madre descendió acariciándole el pelo castaño de aquel hermoso niño de piel blanca, la mujer hace un trimestre había perdido a su esposo de una enfermedad grave, ahora la desgracia se apoderaba quitándole sus objetos producto de años de trabajo, sin tener a su familia de respaldo la mujer estaba desesperada en su interior, pero ante la gente ella no perdía su compostura, un brazo rodeó sus hombros, sus vecinas la consolaban, a ellas se unían el resto de sus vecinos damnificados, habían visto la columna de humo y estaban con ella presenciando la caída de paredes, era la mayor de sus hermanos, tenía veintiún años actualmente, Ana, se había hecho cabeza de familia trabajando desde sus diez años a la muerte de sus padres en un accidente de tránsito, sus otros tres hermanitos fueron repartidos entre tíos y padrinos, su madrina la llevó a vivir a la capital al año de fallecidos sus padres, poco supo hasta el momento presente de la vida de sus hermanos allá en el campo donde residen, a los quince años logró trabajar por recomendaciones como auxiliar de enfermera, siendo muy joven conoció el amor y de ese recuerdo lo tuvo a su hijo Daniel Eduardo; de entre los curiosos un hombre se abría paso, tenía veintisiete años, Sebastián, a la muerte de su mujer e hijos su vida se hizo caótica, recibió un fuerte golpe emocional, difícil de olvidar a esa rubia hermosa: Leonor Pozzo Buonanote, estaría grabada en la mente de Sebastián hasta el último día de su existencia, pero pese a ello, al quedar viudo muy joven tuvo muchas mujeres que pasaron por su vida, pero no formalizaba compromiso, hasta que conoció a Ana, quiso tener una seria relación con ella pero alguien de mayor renombre la conquistó deslumbrándola en su juventud, ilusionándola, su discreción en no declarársele a tiempo ocasionó esa pérdida y no poder tenerla entre sus brazos, pero al saber que Ana quedaba viuda vino para Sebastián la oportunidad de cortejarla, ella se portaba respetuosa ante Sebastián, ahora el hombre trataba de consolarla pero ella apartaba su cuerpo de las intenciones de abrazos, su deseo era el de abrazar a su hijito, todos miraban desfilar los despojos de pertenencias saliendo de la casa quemada, poco a poco las ruinas quemadas caían, el niño seguía abrazado y muy sujeto a la falda de su madre, no entendía lo sucedido, fue todo tan rápido, es todo lo que tenían puesto, la ropa, y el deseo de supervivencia, la vecina samaritana los condijo al interior de su casa alejándola a Ana de los curiosos tras verle el raído vestido que llevaba puesto ante la angustia de salvar algo de sus propiedades pero too fue en vano, los otros damnificados hicieron lo mismo, las mujeres y los hombres se pusieron a hurgar entre los deshechos a ver que se podía recuperar, el niño con timidez miraba la casa en su alrededor que era todo despojos, la vecina vivía con su hijo que trabajaba de mensajero y era el sustento de su casa, su hijo aún no sabía lo ocurrido, la vecina llevó a la damnificada para que se bañe, le dio un vestido e hizo que se recueste en el sillón para que sintiera calma, su hijo estaba sentado comiendo una sopa caliente y a distancia desde el comedor miraba a su madre dormida, vio abrirse la puerta entrando Wilson sorprendido por lo que acababa de observar aquel hecho dantesco en la calle de la vecindad, su madre preguntó si podían quedarse por unos días, la respuesta la dio Wilson con movimiento de cabeza afirmativo mirando al niño, como de costumbre, Wilson comía, se daba una siesta y se duchaba junto a la letrina antes de irse a la calle a conversar con los amigos, la vecina salió con Ana a visitar a los vecinos con la idea de que le donen ropa, quiso llevar al pequeño Daniel Eduardo pero al verlo dormido desistieron llevarlo, la vecina recomendó a su hijo Wilson por el cuidado del niño antes de que saliera de casa y dejase la llave escondida en el lugar de siempre, Wilson asentía, le dijo mejor que las esperaba antes de él salir a la calle, las dos mujeres sonríen con complacencia agradeiendole Ana por el cuidado que le daría a su tierno hijo, a fin de cuentas Ana y Wilson desde que se conocieron tenien una adecuada amistad, la puerta suena fuertemente al cerrarse, vio que pese al ruido el nene seguía dormido, Wilson con paciencia miraba hasta el mínimo detalle del cuerpo del niño dormido, estaba puesto solo una trusa, sus piecitos descalzos, sus piernas alargadas a lo largo del sillón de madera quedaron abiertas, una de sus manitos posada en el pecho y la otra sobre la entrepierna como inocentemente cubriéndose le pene vestido, tenía los labios entreabiertos, estaban brillosos, tenía rastros de sopa en la comisuras, sus cejas bien definidas y sus pestañas unidas ante el profundo sueño, Wilson aprovechó de la soledad para bajar su cara oliendo la entrepierna, haciendo con cuidado a un lado la manito del niño, hurgando lentamente con los dedos hasta topar el penecito, deslizó la tela para verle mejor por un costado de la manga d ela trusa, Wilson pasó su nariz por aquel lugar, el pequeño Daniel Eduardo tenía el olor característico de niño sudado, los dedos recorrieron la piel suave del niño, acercó sus labios acariciando y besando la cara del niño pasándole la nariz por las mejillas dejando su respiración en e pelo del pequeño que lo besaba intensamente, esa acción hizo que Daniel Eduardo se despierte, Wilson se apartó rápidamente, Daniel Eduardo se sentó lentamente en el sillón con los ojos entreabiertos, desperezándose, tenía unos labios rojos carnudos bien delineados, unas cejas finas y pese a tener su pelo lacio despeinado se podía ver que la cara del niño no perdía su belleza, Wilson sintió aquella atracción hacia el niño, desde antes ya lo había visto siempre llevado en mano de su madre y fue en aquella vez en que estando en un rincón del patio Wilson se arrimó a miccionar y de súbito Daniel Eduardo también estaba allí a su lado sacándose presuroso el penecito para también miccionar, fue en donde le conoció el pene por vez primera, quedaron atentos a ese movimiento de sus penes, se miraron en aquella ocasión emitiendo una sonrisa, le acarició el pelo y mejillas, quiso tocarle el penecito pero optó por no hacerlo debido al lugar donde estaban, pero desde eso le quedó esa fijación por ese penecito, Wilson recordaba todo estando ahora sentado desde su mesa haciendo cuentas y que no perdía ningún detalle del cuerpo infantil, el pequeño se levantó del sillón caminando hacia la letrina que quedaba fuera de la casa, el niño apegó la puerta deslizándose la trusa hasta los tobillos tocando el suelo, bajó la cara viéndose el penecito lampiño que estaba sujetándolo con los dedos de su mano izquierda y con la otra estaba arrimado a la pared, de inmediato su bostezo se interrumpe y se escucha un sonido de la puerta de la letrina, el niño voltea a ver a Wilson que se ubica a su lado y se saca el grueso y peludo pene, el niño miraba con atención y algo de sorpresa ese pene botando orina, luego el pene se agita deslindándose de la última gota y se lo mete subiéndose la cremallera, el niño recibe caricias en su pelo de la mano de Wilson, de igual forma los dedos de Wilson recorre las mejillas del niño, Wilson quedó detrás del niño viendo el traserito descubierto, el niño se sube la trusa y sale, Wilson lo hace después, sabía a lo que se exponía previniendo el comentario mordaz de los vecinos, una de las sandalias del niño tenía un hueco, fue a ponerse su camisa remendada que en algo se había secado, fue a sentarse al sillón, Wilson le hacía señas al niño desde la puerta de su habitación con la intención de de que se acerque, el niño entró viendo muchos objetos en la habitación despintada, Wilson se acuesta en la cama y le dice al niño que haga lo mismo, por su timidez Daniel Eduardo estaba quieto sin acción a obedecer, sentía que esa no era su cama y no podía acostarse ello le manifestaba su pensamiento infantil, Wilson se acerca al niño abrazándolo y llevándolo con cuidado a la cama, el niño tomó algo de confianza, acostado de perfil Wilson contemplaba al niño, lo abrazó al niño poniéndolo en delante de perfil, el pene vestido rozaba el traserito vestido del niño, lo acaricia lamiéndole las orejas, la lengua pasaba por el cuello del niño que estaba sintiendo algo nuevo para su sorpresa, las manos de Wilson deslizaban por la trusa del niño hasta manosear el pene por dentro, ya lo tenía, desde hace mucho tiempo lo deseaba tocar y acariciar y ahora era el momento, despacio iba deslizándole la trusa pasando por los muslos, rodillas y llegando a los tobillos, con la otra mano no dejaba de acariciarle el pene, el niño miraba esos movimientos de manos en su pene, arqueó su cuerpo en señal de gusto indescriptible, luego doblaba y ampliaba las piernitas, Wilson se arrodilló delante del niño oliéndole el pene y lamiéndolo con dificultad ante los movimientos bruscos del niño, Wilson le pedía que se estuviera quieto para poder chupar de buena forma el penecito lampiño, Wilson se levantó de la cama luego de lamerle el pene, Daniel Eduardo seguía acostado viéndose el penecito ensalivado, sus dos manitos tocaban el penecito, en su delante miraba a Wilson riendo, se fue bajando la cremallera sacándose el pene, el niño miraba el movimiento de ese genital que rozaba la sábana recorriendo el filo del colchón, Wilson se sacó el pantalón y el calzoncillo, del ombligo a los pies estaba desnudo, se acostó boca arriba junto al niño para que lo viera masturbándose, esos movimientos de manos eran seguidos por la mirada atenta de Daniel Eduardo, sujetándolo de las caderas lo alzó y lo acostó encima de su cuerpo, los dos penes estaban unidos, la carita del niño sobre el pecho de Wilson, vinieron las cosquillas y el consecuente tipo de risa del pequeño, con ello Wilson lograba la confianza en el pequeño Daniel Eduardo, el traserito infantil era manoseado por las manos de Wilson, pasó un dedo entre los glúteos llevándoselo a la nariz, por primera vez olía el traserito del niño que seguía inmóvil sobre el cuerpo de Wilson, los piecitos rozaban las piernas de Wilson, agarrado de la cintura al niño lo hizo moverse adelante y atrás, arriba y abajo, la barriga del niño sentía la dureza del pene erecto peludo, puso al niño acostado boca arriba, el pequeño manoseaba su pene, vio restos de un liquido pre seminal en su barriga, le llamó la atención el cuerpo semidesnudo de Wilson acercarse, vio que el pene grueso grande peludo se deslizaba por su barriga, ombligo y el tronco del pene, los dedos de Wilson deslizaban el prepucio del penecito saliéndole parte del glande, la punta de la lengua de Wilson hacia cosquilleos ensalivando el glande del niño que se contorsionaba al sentir esa rara sensación por primera vez a sus dos años de vida, de seguro el niño no lo recordaría pero si lo estaba haciendo Wilson animado en seguir, vio el penecito bien erecto como mástil, lo manoseó por instantes, lo deslizó por las sábanas hasta ponerlo boca abajo, los pies del niño tocaban piso, la cadera a filo de cama y el pechito con la carita descansando sobre la sábana, el pelo cubría a medias esa hermosa cara con ojos color miel, Daniel Eduardo sintió el golpe de respiración en su pelo lacio castaño claro volviendo las caricias y lamidas en su cara, sintió en su trasero que algo duro se deslizaba en su piel, sintió molestia en su trasero, hizo un gesto de dolor en su cara, pujaba y gemía el pequeño, quiso levantarse estirando sus bracitos con las manos apretando la sábana, pero se sometió al peso del cuerpo de Wilson que lentamente lo retornaba a su postura anterior, los movimientos en la piel de su trasero se hicieron más rápidos, su piel sintió un liquido se deslizaba, se sintió ligero cuando al mismo momento el cuerpo de Wilson se apartaba del pequeño Daniel Eduardo, presuroso Wilson fue por papel limpiándole el área de la espalda donde había dejado el semen, el niño estaba sentado en el filo de la cama viéndose su pene algo erecto descansando sobre la sábana, sus pies apenas tocando el suelo, vio vestirse a Wilson como a un rayo, le dijo al niño que se acerque, alzó un pie para introducirle la trusa, luego el otro pie, las manos del niño estaban sujetas a los hombros de Wilson mientras alzaba sus pies y al deslizarle la trusa, el penecito se amoldaba a la tela, Wilson detenidamente lo vio de pies a cabeza, el niño era muy lindo en realidad, su piel y su cara junto con su pelo lo hacían un niño atractivo, lo alzó de las caderas acostándolo en la cama haciéndole cosquillas, el niño aceptaba esos juegos, de pronto se detuvieron aquellos movimientos dando espacio a una pausa, Wilson acostado encima de Daniel Eduardo miraba más de cerca la cara hermosa del niño, aquel niño que desde hace tiempo le llamaba la atención y que ahora se había cumplido sus deseos, lo había visto cuando jugaba en la arena con otros niños, cuando su madre lo bañaba desnudo en el fregadero comunitario, todo eso se le vino a la mente a Wilson, lentamente bajó su cara viendo más de cerca lo precioso del rostro infantil, el acercamiento de sus rostros y labios fue mayor, ya tan cerca Wilson cerró los ojos besándolo apasionadamente los labios carnudos bien formados de aquel precioso niño, Daniel Eduardo en cambio tenía los ojos bien abiertos, experimentaba algo nuevo haciendo movimiento de cara a los costados pero ante tanta insistencia quedó rendido ante los apasionados besos de Wilson, fueron a la cocina, hicieron un sándwich y en ese momento entran las dos mujeres cargadas con ropas usadas donadas por los vecinos junto a ellas otras vecinas con sus hijos, Daniel Eduardo recibió de uno de los niños un auto de metal y salieron a jugar mientras las mujeres tendían los vestidos, Wilson salió de la casa, hizo una pausa en su caminar para encender un cigarrillo, en la cortina de humo que hizo vio la imagen de Daniel Eduardo que estaba acuclillado con su traserito amoldado por la trusa, Wilson sonrió con sarcasmo estirándose el pene vestido en actitud de complacencia en aquel primer día de octubre de 1948.
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El hacha partía el madero sobre el tronco haciéndose leña, Clodoveo observaba sentado sobre un tronco viendo atentamente los movimientos de su padre manejando el hacha, el hombre hizo pausa, estiró el hacha dándosela a su hijo, Clodoveo con algo de pericia ya podía hacer leña, el hombre se pasó un trapo húmedo por la frente y rostro, alcanzó a divisar a lo lejos a un jinete montado en caballo de paso, la sonrisa fue amplia al ver al jinete, era Luis, el instinto paternal de aquel campesino hizo que levantase la mano en señal de saludo, Luis correspondió a medias retirándose, el hombre sintió nostalgia, Clodoveo no se dio por enterado de aquel saludo de su padre a Luis pues estaba atento de espaldas haciendo leña, posteriormente escuchan el sonido de la moto de Dagoberto seguido de la carreta jalada por dos caballos en la que iba Lucrecia, ya el ocaso se hacía presente, desde hace mucho tiempo Lucrecia le había pedido a su esposo en cambiarse de casa para vivir mejor en el pueblo, las inquinas hacia ella habían bajado de tono pero aquel hombre no aceptaba, eso era motivo de inicio de polémica discusión entre ambos, así que simplemente Clodoveo y Dagoberto se limitaban a escuchar en silencio, usaban la prudencia de dejarlos solos en su controversia y ellos iban a algún sitio, esta vez el tío llevó al sobrino a dar un paseo por los alrededores, cuál fue su sorpresa al ver a un jinete caído en una hondonada junto a la carretera, bajaron a ver si estaba vivo, lo estaba, no esperaron más tiempo y como rayo fueron a casa de Lucrecia y su esposo, le dijeron lo acontecido, allí terminó la discusión, salieron con la carreta, la sorpresa del campesino fue mayor cuando vio que el jinete era Luis Izaguirre, presuroso y con angustia subió el cuerpo a la carreta, le escuchó balbucear al joven, con prisa lo llevaron a la casa, tenía una herida en la cabeza y moretones en un brazo y pierna, seguramente había perdido el conocimiento, Lucrecia admirada miraba la excesiva preocupación de su esposo hacia ese joven, reaccionó en su apreciación cuando su hermano Dagoberto dijo que era Luis Izaguirre el hijo de Andreina Buonanote y Guillermo Izaguirre, nieto de Rodolfo Buonanote uno de los más altos terratenientes del sector, escuchar aquello para el campesino fue como un balde de agua fría, esos apellidos tan conocidos por él retumban sus sentidos, fue autoritaria su decisión de ordenarle a su cuñado que fuera por Rodolfo Buonanote y que lo más pronto posible traiga un médico, Dagoberto asintió obediente, Lucrecia fue al trastero a lavar y a cocinar, la discusión pasó a segundo orden pero seguirá cuando todo esto pase, se había fijado la idea de salir de esta casa, en lo que estaba fregando los platos junto con su hijo sintió decaer, le vino la acidez, se repuso para que su hijo de once años no se diera cuenta, ya había sentido eso antes, seguramente esperaba un hijo, de eso estaba pensando tratando de acertar que fuese posible, pero consideraba que no era todavía tiempo de decírselo a su esposo ni a ninguno de sus seres conocidos, Luis abrió los ojos lentamente vio el rostro del campesino, vio también esas manos encallecidas bronceadas por el intenso sol que se deslizaban por sus manos blanquecinas, volvió a cerrarlos, el hombre no se despegaba del joven, sin que los moradores de su casa lo supieran, el joven acostado en esa cama era su hijo, Luis, el campesino no quiso comer, estaba inquieto con angustia, viendo el rostro de Luis se acordaba de Andreina la madre de su hijo, la mujer que más había amado en su vida, Luis era el fruto de aquel amor clandestino, los candiles definían el rostro de Luis, el campesino no se dio por enterado el momento en que Lucrecia y su hijo Clodoveo fueron a dormir, el campesino velaba por Luis, le vino el amor de padre, tenía tan cerca a su hijo, le dio un beso en la frente luego de acariciarle la sudorosa frente y mejillas rozagantes, instantes después Luis abre los ojos, observa en una mesita la fotografía de un niño vestido de marinerito, era Luis de niño al lado de aquella fotografía junto con otra montado sobre un caballo andador, mira el rostro del campesino, sonríe sorprendido como preguntándose qué estaba haciendo allí, sin decir palabra aprieta con fuerza las manos del campesino en señal de dolor al querer incorporarse de la cama, pero lentamente desfallece cerrando los ojos nuevamente, el campesino se angustiaba, las horas pasaban y ni respuesta del anciano, hasta que escucha el ruido de la moto de su cuñado, posteriormente el sonido de un auto del que salen el anciano, el médico y dos peones, entran presurosos a la casa, el anciano junto con el campesino parados ante la cama donde estaba Luis, el médico auscultó diciendo que era necesario llevarlo al pueblo, no se adelantaba a dar diagnostico final, ventajosamente Luis articulaba palabras conscientes, el campesino no se despegaba de Luis, todo el tiempo estuvo a la expectativa, Rodolfo Buonanote insistía en su retirada pero el terco campesino se negaba a la voluntad del prestante anciano, sólo se retiró cuando pudo estar seguro de que Luis estaba fuera de peligro siendo llevado con cuidado al pueblo; a las pocas semanas Luis se acerca al negocio de Lucrecia y agradece a todos por las atenciones recibidas, el campesino recibió un fino sombrero hecho en la capital, en su habitación Luis meditaba de lo que había visto en la habitación del campesino, le vino alegría al sentir que aquel campesino guardaba fotografías de su niñez, se dio cuenta del cariño paternal que desde niño ese campesino le tenía, Luis pensó que ese campesino sabía de su nacimiento desde el día en que lo parió su madre, se sintió querido de aquel campesino, las lágrimas brotaron de sus ojos, se preguntaba por qué el destino no hubiese sido otro, reaccionó y pensó en un acercamiento hacia aquel hombre que en silencio desde niño lo había venerado sabiéndose su verdadero padre por fuerza de corazón e instinto paternal de sentir su perpetuidad de sangre y no de apellido.
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Aquella anciana de color bordaba pausadamente un chal, vio un par de botas bien lustradas, alzó la mirada y vio a un joven de diecinueve años vestido de militar con una cara de angustia y preocupación, sin articular palabra, el joven se arrodilló en su delante y puso su cara sobre su regazo como cuando era niño, lloró prolongadamente con constipaciones, sus manos se agarraron la cintura morocha, por su pelo lacio pasaban las manos morochas, el joven alzó la mirada con sus ojos llenos de lágrimas igual los tenía la anciana, se incorporó buscando el abrazo de la anciana, se escuchaba la palabra perdóname, quién sino ella para que Gustavito la considerase digna de credibilidad, aquella anciana fue su nana, ella le enseñó a no mentir, pese a las circunstancias, Gustavo la quería mucho y bien merecido se lo tenía aquellas bofetadas que por vez primera en su vida recibía de la anciana, de quien menos se lo esperaba, delante de sus familiares, Sara Guillermina presenciaba la escena con lágrimas en sus ojos, esa escena llena de ternura le hacía más atrayente la actitud que Gustavito demostraba, ella se estaba enamorando de él, y de la misma forma Gustavo Adolfo de Sara Guillermina, la anciana unió a su cara el rostro de Gustavo con mucha ternura, el joven lentamente se sentó junto a la anciana de color arrimando su cara en el hombro, la mujer le acariciaba el pelo, lentamente le fue contando la primera vez que Noelia y Carlos se vieron siendo niños, de su romance a escondidas, de la imposición de boda, del nacimiento de sus hermanas, de cierta infelicidad de su madre al no poder tener un anhelado hijo varón, de los encuentros clandestinos en el bosque, de su nacimiento, de la angustia de su madre en no poder decirle la verdad; Gustavito pensativo recordaba aquellos momentos de su infancia cuando recibía mimos de Carlos Felipe, si, sentía un apego indescriptible de ternura, mucho más que del creía era su padre, de aquella vez que se cortó la mano y las atenciones que tuvo, de las primeras caricias recibidas, ahora se despejaba la entonces indescriptible sensación de apego, el llamado de la sangre, ahora tenía razón en describir aquella incomodidad de sentimientos encontrados cuando trataba de odiarlo a Carlos pero una voz o sensación interior le minaba el alma y el pensamiento, abrazó con fuerza a la anciana, se congratuló de saber que estaba mejor de salud, al levantarse vio sorpresiva presencia de Carlos, también había sido llamado por la anciana, los dos al verse bajaron sus miradas, la anciana estiró sus manos agarrando cada mano de padre e hijo, las unió, los dos se miraron por un instante, el llanto le vino al joven de diecinueve años, a esa edad se enteraba de su verdadera identidad, el joven apartó lentamente su mano, dio un beso en la frente de la anciana y a paso lento cabizbajo se retiró, afuera lo esperaba Sara Guillermina, su mirada severa lo decía todo, quiso agarrarla de la mano pero se rehusó, no pudiendo articular palabra se retiró, desde la ventana Carlos Felipe con sus ojos llenos de lágrimas, veía retirarse a su hijo, las manos de la anciana consolaban los hombros de aquel hombre prestante, los comentarios de Rodolfo Buonanote pesaban más en la credibilidad de su nieto Gustavito, le vino el dolor con histeria, le dijo que lo había perdido, Sara le brindó café, la charla con la anciana se prolongó hasta la noche, recibiendo consejos y pidiéndole paciencia al tiempo que todo lo cura, para Carlos Felipe, el sólo pensar en el desprecio de su hijo lo ponía mal, a unas cuadras de ahí, una mujer esbelta de edad madura intercepta el paso de Gustavito haciéndole preguntas de forastera, el joven militar responde con educación entablándose una charla amena con bastante jocosidad, el chófer reía viendo a la pareja conversar en la acera, se despiden, al entrar en el auto ella emite un fuerte sonido de exhalación en señal de complacencia, el auto parte a lenta velocidad, a través del vidrio la mujer sonreía mirando la mansión de Carlos Felipe del Olmo, a su lado un hombre deslizaba una de sus manos por las piernas de la mujer llegando a su interior, sus miradas combinadas de sonrisas cómplices, Sandra y Squeo fundieron su pasión con un grandioso ardiente beso.
FIN DEL CENTÉSIMO TERCER EPISODIO
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