METAMORFOSIS 108
El camafeo.
Esa tarde soleada capitalina daba para recoger mangos por el apartado sector de construcciones donde vivía Leandro, iba acompañado de muchos niños, los más altos y fuertes se suben a los árboles mientras los más pequeños se limitaban a recolectar, había uno que otro niño pequeño que se subía a los frondosos árboles, ya para ese entonces se había recolectado bastante fruta, Leandro recostado en el tronco del árbol disfrutaba comiendo fruta, de pronto sintió basura caída en sus hombros y pelo, miró hacia arriba y era que uno de sus amiguitos había subido rozando con sus pies descalzos la corteza del árbol, miró con calma pausada los movimientos de las extremidades de su amiguito que solamente tenía puesto el short y a través de aquellas mangas amplias se notaba el pene moviéndose en la pelvis dentro de la tela, el niño periódicamente se estiraba el pene vestido, desde abajo notaba claramente los testículos agitándose en cada movimiento que hacía el niño, sonreía estirándose el pene, estiró el short y la trusa puesta para verse el pene que ya para ese tiempo tenía once años, le gustaba manoseárselo estando a solas, se pasó el dedo por la punta del glande y se lo llevó a la nariz para olerlo, rato después el niño de seis años desciende lentamente, ya había lanzado a su primito de cuatro años gran cantidad de fruta, Leandro se acerca a ayudarles, ambos niños sentados arrimados sobre un árbol degustaban la fruta, miraba los penes por las mangas del short raído demostrando pobreza, ya los demás muchachos se iban con la carga, Leandro hizo que el tiempo pase con engaños para estar a solas, estando solo los tres caminaron por los alrededores, Leandro y el niño de seis años se subieron a ver más fruta mientras el más pequeño esperaba sentado atento a las frutas a lanzar, estando en lo alto de una rama tupida de hojas Leandro lo tomó de la cintura a su amiguito abrazándolo para que el niño sintiera el pene erecto rozarle el otro penecito vestido, Leandro vio como se le ponía tieso el penecito a su amiguito luego de tanto frote, se vieron el bulto estirado en ambos shorts que el primero en deslizarlo fue Leandro mostrándole su erecto pene, el niño lo miró por unos segundos, sonrió y sintió la manos de Leandro llegar a sus caderas haciendo que el pene descubierto roce el pene vestido, unieron sus pechos y estómagos reclinándose Leandro un poco con dificultad, asimismo unieron las frentes viéndose con miradas complices, el niño miraba con cierta timidez a la vez que observaba a todos lados con el temor a ser descubiertos, quería apartarse de Leandro considerando que ya lo habían hecho por buen rato, pero luego vio que las manos de Leandro deslizaban su short descubriéndose el penecito, el tímido niño miraba a todos lados, inclusive hacia abajo a donde estaba su primita de cuatro años al que cariñosamente llamaban en la colonia como el “niño” pero no estaba allí, así que viéndose a fuerza ambos unieron las caderas y los penes frotándose en sus estómagos así también rozándose los testículos, los labios de Leandro se acercaron a los oídos del niño diciéndole algo que el primito desde abajo no miraba ni escuchaba, el niño quedó cabizbajo viendo las manos de Leandro que rozaban los glúteos infantiles, se subieron la ropa y deslizaron lentamente por el tronco del árbol, Leandro le dijo algo de nuevo en el oído y el niño se puso cabizbajo con sonrisa tímida, le dijo al niño más pequeño que se quede cuidando la fruta porque ellos irían a ver más adentro del lugar, el pequeño “niño” asintió resignado quedando a recolectar la fruta mientras la mano de Leandro de once años rozaba en empuje el hombro del niño de seis años, el primito del “niño”, ambos iban caminando adentrándose entre los árboles frutales, Leandro vio en aquel apartado lugar una especie de hondonada rodeada de monte, allí se metió con su amiguito, de inmediato vinieron los abrazos sujetándose de las caderas, el desliz de sus ropas, Leandro acostó lentamente al niño que sintió su espalda ante el cálido suelo de aquella soleada tarde en el que ahora eran ocultos ambos cuerpos por el tupido monte que daba una leve sombra en contraste con los arboles de alrededor, vio acercarse el cuerpo de Leandro que se agitaba el erecto pene, sintió los labios de Leandro deslizándose por en medio de sus testículos haciéndole abrir las piernas para sentir el lamido en su tranco de penecito saliéndole un leve suspiro y una risa entrecortada, después que lo puso de boca al suelo, su pene se llenó de tierra, Leandro contempló por unos instantes ese traserito descubierto, el gringo con su piel blanca contrastaba con aquella piel morena clara y se acostó sobre el niño haciéndolo pujar por el peso pasándole el pene entre los glúteos, así lo tuvo por unos cuantos minutos alzando y bajando caderas diciéndole frases motivadoras en el oído para dejarse coger, luego el gringo como le decían de mote a Leandro se retiró de a poco de aquel cuerpecito, tomó su pene rozándole por la piel de los glúteos de su amiguito que tenía sus manitos sobre el suelo y su carita apoyada en sus manitos, escucharon un sonido de estornudo, ambos regresaron a ver y era que el “niño” de cuatro años había desobedecido porque se tardaban mucho en regresar y ahora era testigo de lo que estaban haciendo, Leandro y su amiguito se vistieron rápidamente, el “niño” se limitaba a ver los movimientos de manos arreglándose la ropa, estaba sentado algo sonriente estirándose el penecito, el gringo lo levantó abrazándolo por detrás, le hizo deslizar lentamente el short remendado que llevaba puesto mostrándose el penecito lampiño de cuatro años, el gringo se bajó el short, se acostó debajo de un frondoso árbol de mango, le hizo señas al niñito para que se acueste sobre él deslizándose su penecito entre los glúteos de piel blanca, luego el niño más grande de seis años hizo lo mismo en el trasero de Leandro, por unos instantes lo pasaron así, Luego Leandro se acostaría sobre ambos niños haciéndolos pujar y sentir su pene entre los glúteos, decidieron vestirse y caminar hacia donde estaba la fruta, lo que los niños no se dieron cuenta que habían sido visto por alguien que ahora se reía entre el tupido monte estirándose el pene con placer.
* * * * * * *
El ruido de un auto del año daba a entender que hacía su arribo, de su interior salió Noelia, algo apesadumbrada, deseaba estar con su padre lo más pronto posible, llevaba marcado en brazos a su hijo Carlos Augusto Rodolfo Del Olmo Buonanote, para ese entonces andaba por los tres años, detrás ambos salía Gustavo Adolfo portando un maletín, era otro que deseaba cuanto antes ver a su abuelo, venía vestido de militar con botas de gala, el anciano con frialdad recibió a su hija, no así a sus dos nietos, sus manos apoyadas en los hombros del militar de casi veinte años denotaban orgullo y sobriedad familiar, indiscretamente el anciano preguntó por las novias, su nieto cabizbajo se limitó a sonreír, el anciano entendió que ese porte casi principesco con aire militar hacía de un gran hombre a su nieto que de su maletín sacó una documentación acreditando su ascenso militar, ahora a su edad Gustavito era un sargento, muy inteligente, el anciano lo abrazó prolongadamente, sintió que su pantalón era estirado, eran las manos de Carlos Augusto que jalaban la tela fina puesta por el anciano para la ocasión, el militar alzó a su hermanito depositándolo en los brazos extendidos del anciano, nieto y abuelo se fundieron en un fuerte abrazo, Noelia abrazó de la cintura a su hijo militar contemplando la escena muy sonrientes, habían llegado justo para el almuerzo, luego una corta siesta, Noelia complacida de ver a su padre en buen estado de ánimo fue luego a visitar la estancia Pozzo propiedad de su asesinado ex esposo, quiso que sus hijos la acompañasen pero los vio profundamente dormidos por lo que decidió ir sola, regresaría para la cena, Amacilia tomó la carreta junto a dos peones por mandato del patrón para aprovisionarse de buena comida del pueblo, el anciano la despidió desde la gran ventana de alto de esa gran casona victoriana, se sentó en su mecedora, sacó un habano de su solapa y fumó con pasividad, estaba mortificado por haber cedido cantidad de tierras, esperaba que el trato con su yerno se consolide, habían hablado a solas, quien lo creyera, se dijo, el hijo de su rival ahora su aliado, el motivo, el amor que Carlos Felipe le tenía a su hija Noelia y el fruto de su amor sus hijos Gustavo Adolfo y Carlos Augusto sumado a ellos a un hijo desaparecido, el anciano describió una sonrisa irónica en su cara, luego una mueca de complacencia, esperaba resultados, escuchó unos pasitos, giró su mecedora, vio a su nieto de tres años que se acercaba, el anciano abrió los brazos con complacencia en señal de recibirlo y abrazarlo, así fue tras correr el niño a los brazos de su abuelo en un fuerte abrazo, lo sentó sobre sus piernas haciéndolo alzar, el infantil pelo rubio lacio se movía al movimiento por efecto del viento de esa fresca tarde en ese balcón donde años anteriores el anciano se mecía con sus nietos, el anciano repetidamente besaba las mejillas de ese preciso niño de tres años, ambos se mecían al movimiento de la mecedora, las manos entrelazadas del niño mostraban que recién se había levantado, estaba lloroso buscando a su madre, había caminado por el corredor, esos llantos habían despertado a su hermano militar que lo consolaba diciéndole que fuese a la habitación del abuelo, que ya lo alcanzaba subiéndole un jugo de frutas que tanto le gustaba; el anciano caminó con su nieto hacia un mueble gaveta donde sacó un cofrecillo que al abrirlo mostraba unas joyas muy valiosas de oro y diamantes, el brillo llamó la atención del niño, en su inocencia estiró la mano, le agradó aquel camafeo, el anciano intentaba que el niño prefiera otras joyas pero el niño instintivamente tenía para así aquel camafeo, el anciano sonrió, dijo para si mismo, es el llamado de la sangre, abrazó y besó con firmeza a su nieto llevándolo de nuevo a la mecedora con el camafeo en las manos, el anciano se sentía a solas con su nieto de tres años que no soltaba aquel camafeo, le dijo a su nieto de tres años que ese camafeo perteneció a su abuela, desde hace mucho tiempo, quizá el objeto fue hecho a principios del siglo XIX, le dijo que le iba a contar la historia de ese objeto, el niño se limitaba a mirar el objeto que tenía en sus manos, a su tierna edad no entendía lo que su abuelo decía, quizá el anciano tomó pretexto la presencia de su nieto para desfogar lo que sentía secretamente, sin embargo, continuó con el relato, era por allá a principios de 1920, recién llegado de Europa, había tenido siempre bajo el brazo un gran bolso pesado que asimismo le servía como cabecera, su esposa Micaela al igual que sus hijas Andreina y Noelia junto con su sobrino René sabían del valioso contenido; al llegar al país de la canela, del bolso salía una determinada cantidad de oro con lo que Rodolfo adquiría tierras, no en balde en su tierra de origen fue un gran comerciante, pocos colonos del sector inhóspito se negaban a sus jugosas propuestas de compras, así fue haciendo de a poco con grandes extensiones de terreno que se perdían de la vista del dueño, Rodolfo pedía más, fue así que entre sus contactos le insinuaron que compre unas tierras de un descendiente de nobles hidalgos que estaba en bancarrota y que había sido dueño desde la invasión colonial española, su apellido Del Olmo, no pasó mucho tiempo en contactarse, pero no hubo negocio posible, Rodolfo se había enamorado de aquellas tierras, eran las mejores, pensó que en ese lugar debería construir su gran casa que desde hace tiempo tenía planeado hacer, las insistencias fueron varias pero el hombre no aceptaba, desde la primera visita conoció a la esposa del descendiente de hidalgos, la atención era complaciente, hubo química entre ambos, en menos de un año pese a tanta insistencia hubo una especie de amistad y coexistencia, la mujer iba siempre acompañada de su único hijo y heredero, el pequeño Carlos Felipe, los saludos cordiales y las declaradas galanterías hacían suave el convivir, Micaela y los niños estaban ajenos a las actividades de compra y venta de terrenos y más negocios a veces muy astutos con los que Rodolfo sacaba ventaja, su mujer entonces estaba limitándose a los quehaceres domésticos y tareas de granja, Rodolfo pasaba seguidamente a caballo por las inmediaciones de la propiedad deseada, notaba el maltrato que le daba aquel descendiente de Hidalgos a la esposa, no pasaron muchas semanas cuando se entabló un dialogo entre Rodolfo y aquella hermosa mujer en aquellas visitas al pueblo, cada vez era mejor la compañía para ambos, ella estaba deslumbrada por la galantería innata de aquel europeo con acento extranjero que poco a poco afinaba al idioma español, todo se hacía ver como una amistad sentida basada en consejos, pero luego vendrían los tocamientos de manos; el anciano hizo una pausa con una fuerte risa que hizo girar el rostro de su nieto de tres años a su cara barbada, ambos al verse dieron su acostumbrada sonrisa; el anciano continuó con el relato en voz baja a su nieto de tres años diciéndole que casi al mes de conocerse hubo un fuerte temporal en el sector; aquel aguacero desmedido atrapó a Rodolfo en su caballo yendo a la hacienda, no estaba solo, a distancia considerable de allí entre la lluvia fuerte vio una luz intermitente de un candil, eran dos hombres tratando de sacar a fuerza la rueda de acero de la carreta, una persona estaba cubierta de mantas, estaba sentada sobre la carreta dando indicaciones, de pronto un fuerte trueno hace que los caballos enloquecieran, la carreta salió con acelerada velocidad, los hombres no pudieron hacer nada por detenerla a efecto de resbalarse en el fango, Rodolfo siguió a la carreta, los hombres hacían movimientos de manos avivando la escena, la carrera duró mucho tiempo, hasta que por fin Rodolfo logra sujetar los arreos, vio que el acompañante de la carreta era una mujer, aquella hermosa dama totalmente empapada, lentamente la bajó de la carreta, aún estaba con respiración acelerada debido al susto, el europeo recién llegado a esas tierras la condujo hacia aquella cabaña abandonada para guarecerse del temporal, lejos habían quedado aquellos hombres asustados que caminaban lentamente con dificultad, uno fue a avisarle al patrón de lo sucedido, el otro continuaba siguiendo las huellas de la carreta, mientras tanto, en aquella apartada cabaña con luz de vela sacada del morral del caballo de Rodolfo ambas figuras estaban sentadas escuchando el sonido de la lluvia sobre la teja, los relámpagos y truenos fuertes, la mujer se había despojado de parte de la ropa mojada igual lo había hecho Rodolfo, miraron lo alrededores de aquella cabaña entre las lomas, era esa misma cabaña donde años después moriría Arnulfo el hermano de Luis Alfonso Pérez; el anciano recordaba y le contaba a su nieto que esa luz de vela hacía brillar aquel metal en el cuello de la mujer, por curiosidad se acercó para ver aquel hermoso camafeo, ella se despojó para ponérselo en sus manos en señal como un recuerdo que plasme la buena voluntad y agradecimiento por haberle salvado la vida, Rodolfo no lo quiso aceptar e intentó ponérselo a la dama de nuevo en el cuello, pero ella insistía en dárselo, hubo una brisa que ingresó en el interior de aquella cabaña abandonada, se abrazaron instintivamente, como que la naturaleza los había puesto en ese preciso tiempo y espacio, así que, ese prolongado roce de sus mejillas, el abrazo firme del hombre hacia la mujer, hicieron que notasen la calentura de sus cuerpos, las miradas se entrecruzaron por el deseos, sus labios tan cerca uno del otro, el roce de la nariz de ella con la de aquel europeo, el cierre de los ojos, el roce de sus mejillas, el olor de sus cuerpos, los labios entreabiertos que se unían pasándose saliva y cayendo en el laberinto de la pasión sin límites, ella lo abrazaba apasionadamente y Rodolfo le correspondía, mutuamente se quitaron lo que les quedaba de ropa en el cuerpo, la luz de vela hizo descripción de aquel hermoso cuerpo de hembra y ella maravillada de ese cuerpo europeo colosal, ese miembro erecto agitado que pedía a gritos sexo, oh, todo era dicha desenfrenada en el roce de ambos cuerpos, ella entregada se dejó caer en el suelo sobre la ropa húmeda tendida, el hombre le abrió las piernas y ella vio la lengua agitada en su clítoris, apretó con sus manos el pelo de su amante, mordía los labios gimiendo de placer al sentir el roce de esa lengua en su clítoris, de pronto una pausa, así encorvada como estaba ella vio ese pene con grueso glande cabezón posarse sobre la entrada de su vagina de pelo castaño claro, Rodolfo le introdujo con suavidad el pene de tal manera que ella se sentía otra, no se explicaba lo que hacía debido a sus sentimientos encontrados, era una batalla moral en la que vencía el deseo por encima de la razón, el deseo carnal iba en aumento al sentir por vez primera un pene que no era el de su esposo, un pene prominente, velludo, latente, que la hacía sentir mujer, olvidándose del desamor de su esposo, se aferró a los hombros de su amante, era su primera vez con él, sintió el deseo y la angustia de sentir más y más y más en cada embestida de pene en su vagina, al mismo tiempo ambos gemían alocadamente en aquella lluviosa noche, había solo espacio para el sexo turbador de mentes coherentes, ambos sintieron el pene deslizarse por esa vagina saliendo y entrando al tiempo en que alocadamente se besaban, ella pedía más y más y él le correspondía, ella fue la primera en consumar su orgasmo, el pene del hombre sonaba con el clásico “choc” “choc” dentro de la vagina, los movimientos de alzar y bajar cadera fueron más rápidos, ese sonido lo estimulaba con frenético meter y sacar sumado a las gemidos de ella, la vio con los ojos cerrados sintiendo sus embestidas y la boca abierta a la que callaba sus gemidos con prolongados besos con lengua, la estaba poseyendo, la hacía suya, sí, suya en aquella tormentosa noche, después de un alto de movimientos de caderas d su amante ella sintió el semen dentro de sus entrañas, el latido del grueso pene consumó lo que por naturaleza hacen un hombre y una mujer deseosa de sexo, allí dejó dentro de la vagina todo su semen, inclusive aún estaba acostado sobre ella quedando su pene dentro de la vagina latente producto del deseo, sintieron la calma, la lluvia había cesado, ella desde hace mucho tiempo no había experimentado ese tipo de sexo total, se arroparon desnudos abrazados el uno al otro, ella había sido feliz aquel momento, sus manos pasaron por las piernas de Rodolfo despertándose al contacto, él correspondió con el mismo manoseo, besándole repetidamente los pezones, manoseando la entrada de la vagina, lamiéndole el clítoris y los pezones haciéndola gemir, ella estaba otra vez a plena dejadez, dejándose llevar por su amante, voluntariamente se acostó con sus senos rozando el suelo, sintió la lengua masculina recorrer la piel de su espalda, coxis, glúteos mordisqueados con sutileza, hacía que su nariz recorra la piel entre glúteos, y la lengua haciendo efecto con su punta en aquella entrada de ano bien abierto que lo olía repetidamente, ella gemía de placer deseando continuar, estaba entregada a los deseos de su amante nocturno, sintió el leve peso corporal de Rodolfo sobre su espalda y una humedad en su ano, es que un dedo ensalivado entraba por ese ano, le pidió a Rodolfo que tuviera cuidado, su amante entendió que era la primera vez, lentamente le fue metiendo el pene ensalivado por el ano humedecido de saliva, ella se retorcía, lentamente el glande rozaba la entrada del ano lubricado anteriormente, para estimularla le besaba el cuello diciendo frases elogiosas en el oído, con vehemencia se lo metió hasta el fondo haciéndola gritar fuertemente, allí dejó por unos segundos al latente pene introducido, él no paraba de besarle el cuello y la espalda, ella sintió un fuerte dolor que de a poco iba desapareciendo, el pene entraba y salía por ese ano desflorado, la sangre manchaba el tronco del pene, hizo un alto, lentamente Rodolfo le dio vuelta al cuerpo de su amante, ella lo vio acuclillado moviéndose el pene tratando de quitarse la sangre con saliva, a ella le habían brotado unas cuantas lágrimas, la calmó con besos y lamidas de orejas, sintió el cuerpo caliente femenino, pese a todo esa hembra deseaba ser amada todavía, no importaba que su trasero latiera, la besó tiernamente pasando al manoseo de aquel cuerpo femenino entregado a las pasiones sexuales, ensangrentado y todo ese pene entraba y salía por la vagina, el hombre besaba los pezones haciéndola excitar mayormente, todo hacía suponer la entrega total, y era tal en efecto que los manoseos y caricias eran mutuamente correspondidos, otra vez el semen el semen era dejado en la vagina, no tanto como al principio, ambos quedaron desfallecidos acostados viendo el techo de aquella cabaña abandonada, la luz de la vela se apagaba, quedaron en total penumbra, les vino el sueño, así abrazaditos los cuerpos los describió aquellos rayos de luz en aquella mañana, Rodolfo fue el primero en levantarse, estaba totalmente desnudo, ella de inmediato se despertó, se sentó cubriéndose totalmente su cuerpo desnudo, Rodolfo dio unos pasos alrededor de la cabaña desperezándose mirándole sonriente, ella no paraba de mirar aquel pene que la había hecho feliz horas antes, le hizo gestos al hombre para que se acerque, teniendo en su delante, ella arrodillada tomó el pene acariciándolo hasta quedar erecto, se pasó el glande por sus mejillas, labios y garganta, miraba a los ojos a su amante con esa determinación de mujer decidida a todo, es que se había enamorado de ese pene que horas antes la había hecho sentir más mujer, ella abrió su boca y se lo introdujo, Rodolfo parado movía las caderas y ella le estaba dando sexo oral, ya viéndolo bien salivado por el paso de su lengua con saliva se acostó abriendo las piernas como invitándole a seguir, para eso ella abrió las piernas pasándose los dedos por los labios vaginales mostrándose el clítoris, Rodolfo viendo esa insisnuación se reclinó y luego acercó su pene, ella lo tomó y se lo introdujo en la vagina, deseaba sentirlo, el hombre sonreía ante tal voluntad, las caderas se movían, los besos apasionados no se hicieron esperar, al mismo tiempo los dos correspondieron a consumar el orgasmo, el semen confundido con el liquido vaginal lubricaba el movimiento del pene erecto, él quedó quieto acostado sobre ella, se manosearon los cuerpos, lentamente se fue apartando de ella, sin decir nada se vistieron con aquella ropa húmeda, ella prefirió quedarse a ser acompañada por Rodolfo, con trabajo pudo conducir la carreta por aquel camino de herradura, un grupo de jinetes la interceptaron, era su esposo el descendiente de Hidalgos que venía en su auxilio, Rodolfo lejos en lo alto de una montaña entre los árboles y monte a plen luz intensa de sol miraba a su amante ser escoltada; esa maravillosa noche nunca será olvidada por Rodolfo que ahora se la contaba discretamente a su nieto de tres años; le decía a su nieto de tres años que el tiempo transcurrió, las siguientes semanas eran de necesidad de encontrarse y poseerse pero resultaba difícil, a los tres meses Rodolfo tomó la decisión de so pretexto de compra de tierras visitar constantemente a ella siempre siendo negado por su esposo, en una de sus visitas escuchó al médico decirle al esposo de ella que estaba esperando un hijo, la cara a Rodolfo se iluminó, sentía dentro de sí una inquietud a la vez angustia por lo que sucedería, pero no se inmutó, siguió visitando a la pareja como amigo, como prestamista, ya que el padre de Carlos Felipe bebía mucho y eso facilitaba el poder recibir ayuda de Rodolfo Buonanote, eso de beber por parte del marido afectaba la salud de ella por los maltratos constantes recibidos, hubo un momento de consejería y reproches de Rodolfo y aquel hombre, el pequeño Carlos Felipe desconocía el motivo, aquel hombre perdía sus propiedades en el juego y en la bebida, Rodolfo logró finalmente convencerlo para que le vendiese gran cantidad de su terreno, dentro de sí el europeo de cuarenta y tres años pensó que sería lo mejor, a fin de cuentas si compraba esas tierras estaba protegiendo el futuro de su hijo producto de aquel encuentro en la cabaña y que ya próximamente iba a nacer, y es que ante la mirada de ella Rodolfo discretamente lo sentía suyo, un mes antes del alumbramiento ante tanta insistencia y angustia de preguntas inquisidoras, se confirma de labios de la parturienta, que efectivamente el hijo que esperaba era suyo, sí, de Rodolfo Buonanote, no era de su esposo, el descendiente de Hidalgos españoles, es así que Rodolfo confirmaba sus instintos paternales, la abrazó cálidamente jurándole que no la desampararía con el niño, ofreció en ese momento un futuro prometedor que cuidaría de la herencia de sus hijos, al despedirse lo hizo con un sólido y sentido beso, sería el último que le daba estando viva, pues al mes, daba a luz a un precioso varón, lamentablemente nacería muerto aquel parto en el que ella también fallece, Rodolfo entristeció tanto que no podía disimular ante su familia, acompañó al velorio, fue esa una de las noches en las que más se había embriagado sin saber de su existencia por el dolor de la pérdida de su amante y de su hijo, los comentarios se dieron aquella noche de que la criatura murió al nacer debido a los fuertes golpes propinados de parte del marido a su esposa en el forcejeo de una botella de alcohol cansada de ver a su esposo borracho, él con improperios y forcejeo logró asestar de un golpe en el estómago a su esposa cayendo al suelo no así siguió dándole de golpes en la cara femenina quedando desfallecida sin conocimiento alguno, al ver eso se le quitó las iras y como pudo rápidamente la llevó al médico en donde al recuperar sentido quiso salvar a su hijo pero la gravedad de los golpes no hizo posible mirando ambos en el intento, el médico con mirada acusadora insinuaba la desgracia, el hombre cabizbajo se limitaba a ver al infinito, su hijo estaba a su lado, fue un trauma para el niño tal acontecimiento, ya a sus cortos seis años algo entendía de lo que era la muerte, posteriormente la decadencia de los bienes de su padre, el cargo de conciencia a su padre lo condujo al alcoholismo y al poco cuidado de sus bienes vendiendo sus tierras de a poco a precios de regalo, una noche Rodolfo se apareció en la casa de aquel hombre, le pidió explicación ante la desgracia ocurrida y que por los comentarios de la plebe se había enterado, el hombre solo lo miraba enojado, Rodolfo con ira enceguecida le dijo al hombre lo que aquella noche de lluvia había sucedido con su esposa en la cabaña abandonada, al conocer de aquello el iracundo se abalanzó sobre Rodolfo, éste respondió a golpes, rodaron por el piso, tras el arma del escritorio, Rodolfo la alcanzó y le apuntó amenazante, el ensangrentado hombre perdido por el alcohol, aquella piltrafa humana, arrodillado lloraba como un chiquillo, daba alaridos de insatisfacción y desconsuelo con mezcla de rabia e impotencia, Rodolfo prefirió irse, ya había cumplido con su cometido, dejó al hombre y se encontró al pequeño Carlos Felipe bajando las escaleras, la miradas fueron gélidas de inquisición, desde allí nacería la inquina entre ambos, Rodolfo nunca olvidará esa mirada infantil de niño acusador, lo vio entrar al cuarto donde estaba su padre, salió montando a caballo, iba tan pensativo que ni cuenta dio de un jinete escondido en una arboleda bajo la complicidad de la oscuridad, siguió su camino, su esposa Micaela y sus hijas esperaban, minutos antes había caído algo de lluvia y llegaba muy mojado, sus hijas lo recibieron con abrazos y mimos, René a prudente distancia le sonreía, vio hacia la ventana, los truenos y rayos describían la noche en su apogeo, comió pensativo, no se podía quitar la rabia y sobre todo aquella mirada infantil inquisidora, rato después se entera por vociferaciones de sus peones que Del Olmo había muerto, asesinado, le vino un sentimiento de amargura, al estar a solas esa mañana campestre caminó pensativo al escritorio abriendo tembloroso con una pequeña llave especial a su cuidado un cofre dorado, de entre varios objetos sacó el camafeo que le había sido obsequiado aquella noche como muestra de entrega y deseo sexual carnal de aquella hermosa mujer en ese momento, lo besó repetidamente mirando lo infinito que describía el escenario nocturno de aquella fatídica noche, otro hubiese sido el destino, se dijo; con una fuerte exhalación haciendo fuertes puños; Don Rodolfo Buonanote lloroso terminó de contarle el relato a su nieto de tres años que nada entendía de lo que estaba diciendo, pero se sorprendió al ver el rostro de lágrimas de su abuelo lelvando sus manitos a quitarle las lágrimas, el anciano llevó el objeto a su boca besándolo repetidamente viendo la escena su nieto, le decía el anciano: “Este es el camafeo de tu abuela, la madre de tu padre Carlos Felipe del Olmo, aquella mujer a la que amé con pasión, éste es el recuerdo de aquella noche lluviosa en que nos amamos por primera vez y en la que hicimos a nuestro hijo”, “Es también la abuela de tu hermano Gustavo Adolfo”; al niño le mostró el grabado sin éste comprender, el anciano lo miraba con detenimiento en todas sus partes, era uno de sus más hermosos tesoros, al anciano no le extrañaba que su nieto haya tomado instintivamente aquel camafeo, era el llamado de la sangre, el anciano comprendió que aquella hermosa mujer estaba en ese objeto, el niño imitó a su abuelo en besar repetidamente al objeto, las manos del anciano pasaban por el pelo rubio del niño, a fin de cuentas en su regazo tenía al hijo de Carlos Felipe del Olmo que era hijo de aquella hermosa mujer que se le entregó aquella noche y también en varias citas a solas, besó el pelo del niño, con sus manitos logró abrir el camafeo, el niño vio el cambio de expresión de su abuelo, le salieron más lágrimas en sus ojos, tembloroso lo llevó el camafeo a su boca besándolo repetidamente, dentro estaba un grabado reciente que decía: “Elsa”, debajo el año de su nacimiento: 1887, el anciano repetía con alegría el nombre de “Elsa”; no se dio por enterado que lejos a sus espaldas en el borde de la puerta su nieto Gustavo Adolfo en silencio había escuchado todo el relato del anciano, el militar tenía su cara llena de lágrimas, estaba tembloroso, discretamente salió de la habitación sin ser visto por su abuelo, tenía en sus manos el jugo que le llevaba a su hermanito, Gustavo Adolfo caminaba meditabundo… era su abuela, se decía internamente, retumbándose la idea en su cerebro, razonaba diciendo… ella, la madre de Carlos Felipe del Olmo, su abuela, tuvo un romance con su abuelo Rodolfo, su boca abierta no alcanzaba la tranquilidad de su acelerada respiración, tembloroso se sentó en el amplio sillón, pensativo, vio su rostro reflejado en aquel gran espejo, su mirada recorría el amplio salón, se pasó las manos por su cara, no podía creer lo que había escuchado; en eso se acerca su hermanito rubio y con sus manitos estiradas las lleva al jugo, el militar lo llevó a su regazo dándole repetidos besos en su pelo rubio, vio aquel rostro infantil de piel blanca reía en cada sorbo mostrando esos bien definidos dientes muy blancos, unieron las frentes dándose sonrisas de hermanos cómplices quedando el vaso con jugo de por medio, luego unieron las mejillas viéndose al espejo sin dejar de sonreír, se sentían plenamente identificados como hermanos de padre y madre pese a la gran diferencia de edades, la cara de ambos tenían un parecido en algo, si, ya está, dijo Gustavito, sus barbillas; eran iguales que la de Carlos Felipe del Olmo, se dijo internamente, el padre de ambos, seguramente eso ambos físicamente heredaron de su abuela, ahora el militar entendía por qué ambos eran los favoritos de Rodolfo Buonanote, Gustavito el militar de ahora veinte años sonrió, luego lanzando risas entrecortadas que contagió a su hermanito siguiéndole en la acción a causa de mimos y cosquilleos que le daba en el sofá, mientras, arrimado al margen de la gran puerta que daba a sala, el anciano miraba la espalda de sus nietos sentados en el gran sofá, hizo una bocanada de humo viendo a ambos, se sentía complacido con su presencia, sentía un gran alivio, eran sin lugar a dudas sus dos nietos favoritos, aquellos nietos que eran también de… “Elsa”.
FIN DEL CENTÉSIMO OCTAVO EPISODIO
amigo no manches cada relato tuyo se pone mas interesante feliz de leer tus relatos saludos amigo… >( ( ( <(