METAMORFOSIS 116
Tiempo para recordar.
El anciano terrateniente contemplaba las pertenecías antiguas en el ático, las manos recorrían el polvo sobre la solapa de un grueso libro, a su lado estaba su fiel compañera Amacilia dando a la limpieza del lugar con dos peones acomodando las cosas, lentamente el anciano de ochenta años bajaba las escaleras llevando bajo el brazo aquel libro grueso, se sentó a hojear cada página significativa, después de terminar con la última ya tenía los ojos humedecidos, lo cerró y lo puso en su regazo mientas la mecedora daba sus pausados movimientos, vio la mañana soleada desarrollarse a través de la ventana, estaba un poco inquieto con sus pensamientos, le vino al rostro una mueca en forma de sonrisa que parecía llena de ironía y no era para menos, pensaba en aquel momento del nacimiento de su tercer nieto varón, Gustavo Adolfo, la sensación instintiva de alegría fue mayor con respecto a lo que fueron los nacimientos de sus dos nietos varones Luis y Maximiliano, con la venida de Gustavo Adolfo era más profunda la atracción hacia aquel niño, diferente a sus hermanas, diferente en su porte, diferente en su carácter, y ahora… diferente en su padres, el anciano ahora comprendía que esa atracción hacia su nieto puesta en cariño desbordante se debía efectivamente a no ser hijo su yerno Gustavo Pozzo sino de Carlos Felipe del Olmo, entonces ahí el detalle, entonces a eso se debe que cuando vio a su nieto Carlos Augusto Rodolfo del Olmo Buonanote el anciano sintió lo mismo que al nacer su hermano Gustavo Adolfo, ambos, nietos de la mujer que había amado a su momento, la que pudo haberle dado un hijo que el destino se lo arrebató, Elsa, la madre de su actual yerno Carlos Felipe del Olmo, el anciano caminó lentamente hasta una gaveta y girándola llave la abrió sacando el camafeo poniéndolo junto al libro en su pecho, volvió a mecerse pausadamente, salían lágrimas de desconsuelo, Amacilia lo miraba desde lejos en tal movimiento pausado de meceora, entendió que en sus meditaciones nadie lo importunaba, prefirió no articular palabra y decidió alejarse cerrando la puerta cuidadosamente, eso se lo hizo saber a su nieto Gustavo Adolfo cuya intención era de conversar con su abuelo pues había recién llegado de la capital, de la mano lo llevaba a su hermanito de cuatro años y de la otra a su sobrino Emilio José de cinco años que tenía el ademán de estirarse el penecito, su otro sobrino, el inquieto Gustavo Andrés Teodomiro de nueve años había tomado camino en dirección a las caballerizas a montar, lejos de ahí, en el interior de la gran estancia victoriana, el anciano seguía sumido en sus pensamientos, recordaba el nombre de las diferentes mujeres que habían pasado por su vida, de sus hijas e hijos, recordó a René, Andreina, Pasha, Noelia, Nicanor así como aquel recién nacido muerto al nacer y fruto del amor de él con la madre de Carlos Felipe, su yerno, vio a su alrededor, se levantó asomándose en la ventana, vio a sus nietos y bisnietos en la planta baja de esa casona de principios de siglo XX con modelo de época victoriana, se dijo para sí que ellos eran el recuerdo de las mujeres a las que había amado, alzó la mano para saludarlos y ellos respondieron con algarabía, la ternura era doble, Amacilia con su nieto Leandro desde la entrada a la gran casona veían la escena saludando también, el anciano sintió desfallecer, la emoción había abordado su corazón, lentamente se sentó abriendo la boca para que entrase más aire y poder oxigenar su cerebro meciéndose pausadamente, luego se paró disponiéndose a guardar las reliquias, acción que fue interrumpida por la presencia y voz altiva de sus nietos hijos de Noelia, el anciano como pudo se puso en cuclillas para recibir el correteo y el abrazo de su nieto Carlos Augusto Rodolfo, el militar de veintiún años levantó al anciano, luego vino para el abrazo su bisnieto Emilio José, ambos niños sentados en cada uno de los muslos del anciano que lo tenían abrazado del cuello, haciéndole caricias con las manitos por todo el pelo mientras su nieto militar conversaba con seriedad lleno de dudas, el anciano comprendió aquellas inquietudes de su nieto y llamó a Amacilia para que llevase a los niños a beber frutas con pan, queso y jaleas que tanto a ellos le gustaban, al quedarse a solas, Gustavo le manifestó a su abuelo las inquietudes de su nacimiento, le había comentado de los intentos cariñosos de su verdadero padre hacia él por acercarse pero que en definitiva tenía ese recelo, su abuelo fue directo preguntándole si lo sentía como su padre, el militar se levantó airoso sin poder contestar lleno de contradicciones haciendo puños en las manos con un rictus en el rostro, aún primaba la idea de ser hijo de Gustavo Pozzo, el anciano caviló un poco respirando hondo con ojos cerrados, estiró su mano haciéndole llegar el camafeo diciéndole que le pertenecía a su abuela, a la madre de Carlos Felipe del Olmo, a la mujer que había amado en su momento, Gustavo Adolfo ya lo sabía, lo había escuchado a escondidas, dejó que el anciano prosiguiera haciéndose el desentendido, la verdadera inquina de su yerno a él es porque piensa que el anciano había sido el causante del suicidio de su padre, pero en realidad lo que aquella noche fue a increpar que aquel borracho no festine las herencias suyas y la de su esposa, aquella fatídica noche hubieron palabrotas de grueso calibre entre ambos, pero ahí quedó todo nomás, Gustavito escuchaba con atención el relato de su abuelo, de ahí el anciano salió de la discusión y al hacerlo se topó con el niño Carlos Felipe del Olmo, su mirada inquisidora llena de odio lo impactó pero no se inmutó y salió de aquella desmejorada casa, fue a su casa a beber el ron fuerte para apaciguar la ira, posteriormente se entera de la noticia del suicidio del padre de Carlos Felipe del Olmo, descendiente de Hidalgos españoles de aquel lugar, que habían pernoctado haciendo riqueza acaparando tierras pero que a buenas cuentas habían sido mal administradas por el difunto, el anciano hizo comprender a su nieto la inquina entre suegro y yerno, lejos estaría el anciano de pensar que su hija tendría amoríos con aquel hombre y de su relación prohibida nacería Gustavo Adolfo teniendo un padre al que al nacer el niño pensaba que sería su varón primogénito, lejos de la verdad aquello, el anciano confirmó a su nieto que era verdaderamente hijo de Carlos Felipe del Olmo y en un arrebato de ansiedad lo hizo tanto así que el militar quedó inquieto y sorprendido, al escuchar luego que lo sentía el nieto favorito y querido pues lleva en parte la sangre de la madre de Carlos Felipe del Olmo, aquella mujer, Elsa, con la que había engendrado un hijo muerto al nacer y al que Carlos Felipe del Olmo le atribuía al anciano su muerte, Gustavo Adolfo se incorporó del sillón haciéndole preguntas al anciano, todas respondidas a su tiempo, el militar tenía un mejor panorama de la verdad, comprendía ahora los motivos por los que su abuelo tiempo atrás hablaba mal de su yerno, su verdadero padre desconocía al respecto, el anciano pidió que se guardase en secreto y si se lo había dicho al militar era para que se sintiera seguro de su origen, quedaba en su criterio que con esta verdad aceptara o no con cariño a su verdadero padre, pidió discúlpas a su nieto en aquella vez en que habló mal de Carlos Felipe llenándole el alma de rencon inmerecido, las manos del militar cubrieron el rostro, se acercó al anciano acariciándole el pelo diciéndole que todo estaba bien, que todo estaba superado, lamentó la situación irreconciliable entre yerno y suegro, le dijo lo orgulloso que estaba de él pese a todo, si, Gustavo Adolfo comprendía el amor de abuelo, ese cariño paterno que Gustavo Pozzo iba diluyendo mientras crecía y pese a todo se había formado una imagen integra de quien todos estos años creía que había sido su padre, fueron interrumpidos por el inquieto Gustavo Andrés Teodomiro que corriendo fue a abrazar a su bisabuelo, venía del pueblo, abrazó a su tío querido al que admiraba puesto ese uniforme militar, después se despidió de su abuelo y de su tío el militar al llamado de Amacilia para que comiese fruta, Gustavo Adolfo se sorprendió al ver llorar a su abuelo, el motivo que le manifestó el anciano fue al ver a ese niño huérfano de padre, aunque su padrastro era su tío Emilio, el hombre de negro, algún día deberá saber que fue su propio abuelo Gustavo Pozzo quien ordenó disparar de muerte al padre del niño, esta confesión se la hizo Gustavo Pozzo a Rodolfo Buonanote semanas antes de morir ahorcado, el anciano le dijo a su nieto que la muerte de su yerno aún es un misterio, no está de acuerdo que su yerno haya tomado esa decisión de quitarse la vida por cuenta propia, por el contario, él amaba la vida pese a los inconvenientes, pero al pasar a otro plano, el anciano le dijo a su nieto que él fue el causante de la separación de su madre con su verdadero padre, días antes de casarse su madre, Carlos Felipe trató de llevársela pero fue interceptado y golpeado, ellos se amaban y se aman aún, han sufrido mucho, tanto así que hasta ahora no se sabe el paradero de su hijo desaparecido por un rapto, Gustavo Adolfo volvió a acariciar a su abuelo, lo sintió agotado, prefirió que descanse, el anciano antes de despedirse agregó algo más, algo acerca de los orígenes familiares aparte de los que siendo niño Gustavo Adolfo ya conocía y por lo que se enorgullecía de ser descendiente de caucásicos, y era precisamente que se enteró de labios de su abuelo que tenía otros tíos aparte de los residentes en el país de la canela, aquellos hijos en otras mujeres, si, su abuelo había tenido fama de enamorar mujeres, por su innata atracción varonil, lo que el anciano no se atrevió a decir que con Amacilia tenía un hijo llamado Nicanor padre de Leandro, esto, por no crear inconvenientes, el anciano caminó orgulloso con su nieto militar hasta la cocina donde los niños seguían disfrutando de la fruta, solo faltaba Luis en el convite, el anciano le preguntó por él y Gustavo argumentó que estaba ocupado con los preparativos del negocio en el pueblo, Luis aparecería entrada la noche, el anciano vio las alegrías y jocosidades de sus descendientes y participó de ellos, aún tenía sus signos vitales fuertes y así también sus facultades físicas y mentales, Gustavito había aprendido algo de la vida por versión de abuelo al que tanto quería.
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El machete cortaba el monte que había crecido aledaño a la cabaña, el hombre hizo un alto en la faena al ver llegar a su amigo de aventuras y compadre, traía consigo un periódico con fecha de semanas antes, vieron con atención la noticia, se alegraron, las tierras pasaban a ser reforma agraria, iban a ser suyas por mandato constitucional, la algarabía hizo que las mujeres salieran detrás el niño, ellas leyeron la noticia y se contagiaron, el niño lejos de comprender solo se limitaba a seguirles el gusto brincando inocentemente, pasaron a festejar con aguardiente, los dos amigos estaban debajo de una ramada libando copiosamente, de la alegría pasaron a la nostalgia, conversaban sobres sus hazañas hechas de jóvenes, de la vida pobre y miserable que les había tocado vivir, de las angustias de haber estado tan cerca de la muerte, vinieron las lagrimas y también las iras de las oportunidades desaprovechadas, de sus amoríos y desamores con mujeres del ambiente y de hogar, de sus anhelos a futuro, ambos coincidieron en que su esperanza de vida era la continuidad de sus hijos, lejos estaban ellos de sospechar quienes en realidad eran sus padres, ahora, solo dos atentos campesinos que habían llegado del lugar portando dinero pero también con manos ensangrentadas de muerte a sus espaldas, convinieron en decir un nombre, Fulgencio, aquel ahora anciano, donde esté tendría ya setenta y un años, ambos se preguntaban si todavía esa alimaña estaría viva, las carcajadas vinieron luego, uno de ellos dijo, ladrón que roba a ladrón… no terminaron la frase y rompieron en risas.
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Ya la noche estaba cayendo, el cielo estrellado, en aquella remodelada casa de campo el fogón lanzaba humo de la encendida leña, se dibuja la cara del hombre que crispaba ante las palabras gruesas de su mujer, que ahora la sentía tan distante en su tiempo de atención absorbido actualmente por el negocio de la primera fábrica del pueblo, los viajes de Lucrecia con Emilio se hacían frecuentes, el celoso hombre se apaciguaba en la seguridad de que su cuñado Dagoberto los acompañaba, lejos estaba de suponer que su cuñado era cómplice del idilio de su mujer con Emilio el hombre de negro, aún así, las peleas eran continuas, aquel hombre miraba con recelo la presencia de aquel niño de dos años, Eleuterio, el nombre lo había elegido Lucrecia a petición del difunto Ricardo capataz de la estancia Pérez, si, aquel capataz encontrado muerto con la mujer del doctor Luis Daniel Pérez, el niño tenía una peculiar forma de ser, muy distinta a los rasgos físicos de aquel hombre que discutía con su madre, Lucrecia en verdad sabía que ese niño no era hijo de su esposo el campesino sino de aquel fornido capataz que tantas veces le había entregado su cuerpo en sus citas en el campo, Eleuterio era el fruto de aquel idilio que aquel hombre que era su esposo sospechaba y que en reiteradas ocasiones ella tuvo que desmentir aduciendo que era envidia de la gente por lo bien que le iba en el negocio, cierta frente aún la tachaban como la hija del asesino, su hermano Dagoberto pasaba al principio por algo igual, pero los negocios prosperaron y ahora con bastante dinero se alzaban ante la sociedad hipócrita del pueblo como prestantes administradores de un negocio que con socios de la capital se consolidaba, aquel hombre pasó a segundo plano con respecto a la via marital de Lucrecia, aquella Lucrecia diferente a la que había conocido en el campo mientras lavaba la ropa a orillas del río, aquella Lucrecia a la que había desvirgado, aquella Lucrecia que fruto de su amor le había dado un hijo, Clodoveo Aristófulo, de ahora trece años, aquella Lucrecia que llegó a su cabaña un día lleno de lluvia en brazos de su pequeño hijo, aquella Lucrecia a la que humildemente fue escalando posiciones y en esa escalada lo iba marginando como ahora, lejos quedaba esa Lucrecia que desde años no sabía la existencia de su madre, sólo Dagoberto esporádicamente la visitaba pues la madre sabía la debilidad sexual de su hijo al mismo sexo pero lo recibía con vergüenza, las veces que se entrevistaban era para saber sobre su buen comportamiento, a fin de cuentas la anciana era la conciencia de sus hijos, por varias ocasiones Lucrecia quiso traer a su madre a vivir con ella pero la anciana se negaba, conocía a sus nietos tras la visita que Dagoberto hacía con sus sobrinos, Lucrecia seguía con ánimo de discusión, el humilde campesino terminaba dándole la espalda caminado erguido hacia su caballo yendo a beber al pueblo, ahí se pegaba sus trasnochadoras horas de bohemia descargando su impetuosidad sexual en el burdel del pueblo con prostitutas de poca monta, ahí conoció a una meretriz que empezó a sangrar su dinero a cambio de hipócritas caricias y no sentidas palabras de ánimo, era solo por el momento, el campesino quedaba recostado sobre la mesa de la cantina, mano estirada sujetando la última copa de ron regada por la mesa, en varias ocasiones algunos de los conocidos le ayudaban, el campesino recordaba a su hijo, su orgullo, como se decía asimismo, Luis, solo de pronunciar su nombre era motivo de alegría y llanto, conocía de su suerte, orgulloso estaba de saber que era su padre pero la distancia de apariencias sociales los separaban, deseaba abrazarlo y gritarle al mundo que era su padre pero Luis denotaba arrogancia, esa brecha los separaba, se limitaba a verlo en las directrices del negocio, era un as, lo aprendió de su abuelo Rodolfo Buonanote, en verdad para el campesino que Luis era su adoración de hijo, no tanto como los que tuvo con de Lucrecia según él pensaba, entre sus cavilaciones vio a una esbelta mujer se imaginó a la difunta Andreina, la siguió unas cuadras pero al verla más de cerca se derrumbó en las polvorosas calles del pueblo, la vida turbadora del campesino era impactante, del brazo fue sujeto por un hombre que se bajaba del auto, lo introdujo, cuando el campesino reacciona grato para él fue ver a su lado la presencia de Luis, el chófer obedeció indicaciones de Luis llegando a la casa de pueblo, detrás un peón llevaba el caballo del campesino, el auto y el chofer esperando a la retirada de Luis quien entró con el campesino, los reproches de Luis al campesino no se hicieron esperar, se había enterado de su actual condición de hogar, más que recibirlos con tristeza y vergüenza los recibía con inusual alegría pues el campesino notaba la preocupación de Luis, en un arranque de impulso lo abrazó fuertemente sintiéndolo su hijo se lo dijo varias veces llorando, afortunadamente nadie escuchó esa declaración, Luis le pidió que se calmase, rato después se despedía, el campesino tomó un prolongado baño que más era de alegría notando la preocupación de su hijo por él.
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Wilson se encontraba caminando por el lugar cerca de la casa de la pareja de empleados gubernamentales, desde un buen tiempo a esta parte su status había incrementado debido a su adecuada labor de oficina, los pasos eran pausados debido a lo fuerte del calor, hizo un alto con su bolso ejecutivo de donde entregaba documentos, se agitaba el viento con su gorra, unos niños estaban jugando en los alrededores, de ellos se acercó una niña con la idea de que le amarre bien los cordones de sus zapatos, la niña alzó la pierna y Wilson pudo ver la faldita alzada mostrándose un interior blanco donde se amoldaban los labios vaginales de la niña de contextura gruesa, las manos libidinosas pasaron por la piel de aquella niña de pelo castaño claro, ella inocentemente lo tomó como manera de ajustar sus medias largas, el roce de los dedos de Wilson por la vaginita fue de súbito movimiento, luego vio que se alejaba con una sonrisa, siguió viendo a los niños entre ellos uno que se le acercó con mucha cordialidad, era Marcelito, de siete años, hijo de Luisiana y Amadeo, los dueños de la casa de enfrente que recientemente la habían comprado, de la ventana vio aparecerse el rostro de Armina la empleada que tenía veintinueve años y estaba al cuidado del niño, saludó sonriente a Wilson y a la vez le hizo gestos al niño para que ingrese, de igual modo le hizo a Wilson, ambos entraron en la casa, les sirvió una limonada fresca, el niño estaba vestido con short deportivo y playerita de tela fina, tenía el pelo sudoroso, sus dos manitos blancas sostenían el vaso haciendo sonidos con los labios al beber el liquido, sus ojos miraban a Wilson dándose mutuas sonrisas, la empleada ordenó al niño a darse un baño, a sus siete años Marcelo era un niño sencillo y muy obediente, tenía un carácter pasivo y a veces era algo tímido, de esos niños eran los que a Wilson le gustaban para el buen trato, quedó solo con la empleada, ella con mirada erótica ardiente manoseaba a Wilson hasta llegar a su pene vestido, la lengua femenina hacía furor en las orejas de Wilson, era un bisexual, así que ella aunque desconocía la inclinación de Wilson vio con placer el pene erecto amoldado en la tela del pantalón, abrió el pantalón deslizando la cremallera, por entre la tela sacó el pene, al verlo por vez primera la mujer lo tomó con caricias sutiles, sin esperar a más ya estaba lamiendo el glande grueso de Wilson muy sobresaliente del pantalón y del interior, de pronto se escuchó la voz infantil de Marcelo preguntando a Armina el lugar donde estaba el jabón, los dos amantes sorprendidos por la mirada fija del niño en ellos se apartaron, Wilson como pudo se arregló el pantalón, Armina muy sonrojada sonrió llevándoselo al niño al baño, el visitante se despidió saliendo tímidamente del lugar, había quedado con deseo sexual, al poco rato pasó por enfrente del lugar, desde lejos pudo notar que dentro de la casa el pequeño Marcelo caminaba desnudo llevando algo entre sus manos, la curiosidad se prendió en Wilson que trató de ver por las ventanas sin ser visto, pudo ver al niño recostado sobre la cama frotándose una crema en su lampiño penecito blanco descubierto, tenía sus piernas doblasdas y sus pies descalzos apoyados en el colchón mostrándose el traserito abierto por los glúteos rozagantes de su hermosa piel de siete años, el cuerpo desnudo de Amira que se le acerca, los ojos de Wilson se ampliaron al verla completamente desnuda, las manos femeninas frotaban ese penecito lamiéndolo y chupándolo luego yendo a besarlo, el niño se dejaba nomás, las manos recorrían el pechito del niño, las mejillas y sobre todo los muslos de las piernitas, los dedos de los pies infantiles se estiraban al sentir esas lamidas y chupadas de pene, el niño cerraba sus ojos mordiendo los labios, sintiendo el placer de aquel sexo oral, Amira desde hace mucho tiempo le hacía eso al niño pensó Wilson, ella continuó besándolo diciéndole que era un niño precioso, el más precioso de la ciudad, que lo quería mucho pero que no contase de aquello a sus familiares mayores, el niño asentía, ella se acostó y lo puso encima de su cuerpo, lo acomodó delicadamente poniendo su pene a la altura de su vagina, lo sujetó de glúteos y caderas haciendo que el penecito entrase lentamente, el niño gemía, Wilson pudo ver ese penecito algo desflorado de tanta acción sexual anterior, el cuerpo del niño era de movimiento lento, su carita recostada sobre el pecho de ella que le besaba el pelo y le seguía diciendo frases dulces, luego acostó al niño agitándole el penecito con más crema hasta vérselo brilloso, ella pone sus pies al lado de las caderas del niño se va acuclillando de a poco bajando sus caderas, agitaba el penecito mientras se lo iba introduciendo, ella bajaba lentamente su vagina mientras el penecito lampiño se iba introduciendo, el niño gemía fuerte apunto de chillar, eso le daba la señal a ella de detenerse, se separó del niño y le vio algo más corrido el prepucio infantil, Wilson notaba que de a poco lo iba desvirgando al niño con esa crema para evitar sospechas, buena táctica se dijo, después los dos sentados sobre la cama con las piernas cruzadas por sus caderas se abrazaban uniendo sus barrigas y pechos besándolo desaforadamente por toda la cara y pelo, estaba ardiente, se acostó y lo puso encima suyo, el penecito rozaba la vagina y ella con su dedo aumentaba su orgasmo besándolo, le dijo que le pase el dedo por sus cosita, el niño entendió que su dedito tenía que frotar eso salidito de la vagina que no era otra cosa que el clítoris, la mujer aumentaba sus gemidos, Wilson tenía mojado su pene con liquido pre seminal de tanto manoseárselo, los glúteos del niño se movían con intensidad, el penecito estaba rozando por una de las caderas de ella, de pronto se detuvo dándole un pegajoso beso prolongado a ese niño de siete años, lentamente se levantó el niño sentándose sobre el extremo de la cama abriéndose de piernas y mirándose su pene rojizo de tanto frote, inspeccionaba su glande a medio salir, regresó a ver a Amira gustosa y satisfecha de lo que había hecho, el niño se acercó ante el gesto de orden de ella, se abrazaron dando vueltas por la cama, así estuvieron unos instantes, Wilson disfrutaba escondido observando aquello, ella se retiró en dirección al baño, Marcelo quedó acostado en la cama mirando al techo, estaba abierto de brazos y piernas con su flácido penecito que tenía muestras de la crema puesta, de pronto ve por la ventana la cara de Wilson que a propósito se deja ver del niño, le hace gestos de desaprobación amenazándole con decirle a sus padres, el niño se puso cabizbajo ante la sorpresa suplicándole a Wilson para que no dijese nada, Wilson aceptó diciéndole que se apartase de la ventana pues podría venir Amira, la inocencia del niño hizo para que tímidamente se fuese a acostar a la cama poniendo su cara entre las almohadas al regresar a ver hacia la ventana, la figura de Wilson había desaparecido, Amira estiró el brazo en señal que Marcelo lo acompañase al baño, se guardó en secreto lo que habló hace poco, tenía algo de recelo, las manos de la mujer pasaban por el penecito y testículos del niño, con el jabón le acariciaba la piel lentamente, ella miraba los rasgos faciales hermosos de ese niño de siete años, sus labios, sus cejas, sus pestañas, lo rozagantes de sus bien formados pómulos, parecía un niño salido de cuentos mitológicos en donde el protagonista era el príncipe, y es que repetidamente Amira para ganarse la confianza del niño le decía que era su príncipe, cuando llegaban los padres del niño lejos estaban de saber a cuidado de quien lo dejaban, Marcelito pese a todo no perdía su hermosa forma de ser, pensaba que eso que hacía con Amira era por cariño, un juego secreto con tintes de dulzura porque pese a todo, Amira lo trataba muy bien en todo aspecto consintiendo y tapándole travesuras, eso lo hacía a Marcelito más dependiente al cuidado y seguridad de Amira, mientras tanto Wilson llegaba caliente a su casa luego del trabajo, no se pudo sacar de la mente todo lo que había visto, desde la ventana de los cuartos de arriendo donde vivía se dio cuenta que un niño presuroso entraba a la letrina apartada del lugar, la noche estaba en su apogeo, entre lo claro oscuro esa figura infantil estaba en la letrina, era Daniel Eduardo de cuatro años, hijo de Ana, aquella mujer que en el incendio lo había perdido todo y vivía con Wilson y su madre, caminó cerciorándose de no ser visto por los vecinos, entró a empujones en la letrina, deseaba poseerlo, sabía que el tiempo era corto, ya para entonces el niño se disponía a levantarse el short, pero las manos de Wilson hicieron que se deslice la tela llegando a los tobillos igual que su short, lo encorvó hasta ponerlo en posición perrito, abrió sus gluteos pasándole los dedos y frotándole el glande entre ellos hasta sentir la salida del semen recorriendo los muslos del niño, lentamente lo limpió con agua, el niño quedó dentro y él salió presuroso satisfecho de lo que había hecho.
FIN DEL CENTÉSIMO DÉCIMO SEXTO EPISODIO
Estupendo , lo mejor es q hay tela para cortar