METAMORFOSIS 120
Viendo amantes.
Los estragos del conflicto civil se acentuaba ahora por el sector marítimo del país, tanto así que en los diarios era noticia de primera plana, un hombre caminaba lentamente por el amplio corredor de aquella amplia casa capitalina, abrió la puerta con una de las gruesas manos, en su interior un hombre mayor estaba recostado en su cama, al ver a su visitante frunció el ceño, agitó el periódico que le había extendido aquel fornido hombre moviendo su cabeza afirmativamente, se detuvo a observar con detenimiento los otros encabezados moviendo ahora la cabeza negativamente, sin decir palabra, aquel hombre hizo una solemne venia a su patrón y salió de la habitación si articular palabra, el anciano estiró su brazo marcando un número en el teléfono, al otro lado de la línea Squeo recibía instrucciones del anciano, fue corto el diálogo sostenido, colgó el teléfono, de inmediato escucha el toque de puerta, dice que pase, era la empleada llevándole en charola el desayuno, junto a la empleada estaba su nieta Victoria Micaela Arichabala de seis años, ya a dos días cumpliría los siete, a su nuera le había costado tener a esa preciosa niña tras varios abortos, aquella niña era la única expresión infantil de aquella gran casa capitalina, el anciano empezó a toser y decidió que su nieta saliera con la empleada, las dos salieron de la habitación pero con sentidos diferentes, mientras la empleada bajaba las escaleras en dirección a la sala, la niña subía las escaleras en dirección a le terraza, le gustaba ver las calles y el pasar de los transeúntes desde lo alto de la gran casa, saludaba desde allí a mucha gente agitándolas manos, los que la conocían la saludaban repetidamente con afecto a aquella precios niña, entre ellos se decían que era la nieta del prestante Fulgencio Arichabala, aquel hombre que había amasado su fortuna a base de engañar con las tierras de incautos comprándoles a aprecios módicos y se lo consideraba en los bajos negocios negros como uno de los influyentes contrabandistas, la mirada de la niña se concentró hacia abajo en un muchacho de trece años que estaba lavando uno de los lujosos autos de su abuelo, aquel muchacho de nombre Agustín hijo del chófer de su abuelo agitaba la esponja en mano en saludo a la niña, pasó un momento en que se detuvo en su tarea que ya estaba próxima a terminar, la niña seguía mirándolo, vio que el muchacho de trece años se estiraba el pene vestido erecto con sutileza, de modo que la niña interpretó esas intenciones de mensaje puestos en el movimiento de las manos del muchacho, Victoria sonreía, al sentirse oculto entre los autos el muchacho disimuladamente se deslizó la cremallera sacándose el pene, ella miraba a los costados haciéndose la indiferente pero al mirarlo sonreía, se arrimaba al pasamano y entre los balaustres le respondía al disimulo correspondiéndole con movimientos de sus manos deslizándolos por su vestidito de falda y en la acción de sus dedos en sobarse la vagina vestida, el muchacho desde abajo correspondía riéndose, la carita de ella apoyada en sus brazos descansando sobre el pasamano mirando fijamente hacia abajo a aquel muchacho que seguía frotando el auto a jabón y esponja sin dejar de mirarla por unos instantes, trataba de verle el interior ante el movimiento de la faldita al viento, el muchacho recordaba vagamente aquella vez hace un par de años, en aquel año nuevo, en que por casualidad salieron a jugar con otros niños a las escondidas, a lo lejos vieron a una pareja de invitados salir furtivamente de la casa hacia el cerco extremo de la propiedad donde había escasa luz pública, vieron a la pareja desvestirse parados de la cintura para abajo, las manos gruesas del fornido hombre pasaban por los muslos, glúteos y senos de la mujer mientras ella respondía con caricias y manoseando su pelo, Agustín y Victoria conocían a aquella pareja, sorprendidos se ocultaron más cuando observaron que aquel hombre le introducía el pene por la vagina ya que así parados arrimados a la pared la pierna de la mujer rodeaba la cadera de su amante y el impulso de las caderas era constante igual que aquellos apasionados besos, duró un poco esa postura cambiando por otra en la que luego el hombre algo mareado se arrimaba en la pared trayendo a la mujer tomándola de los glúteos llevándosela para su cuerpo moviéndose constantemente las caderas, los besos apasionados se repetían, así como el gemido de ambos los que escuchaban los niños por estar un tanto cerca del lugar, luego se separaron, el hombre agitaba su pene orinando con cabeza apoyada en el cerco mientras ella acuclillada orinaba, Victoria y Agustín los vieron vestirse y besarse como dos locos de amor, luego los vieron salir furtivamente, ella detrás de su amante mirando a los lados para no ser vistos, ambos tomaron caminos diferentes, los dos niños quedaron a solas, el muchacho de once años miró con fijación a la niña de cinco años, se tomó el pene vestido con la mano e inició el manoseo delante de la niña, tomó la mano de ella y se la hizo pasar por la entrepierna, la niña dejaba llevarse por los movimientos del niño, se sacó el pene mostrándoselo a la niña, estaba erecto, ella lo frotaba mirándolo con sonrisa, ambos la compartían, el niño la abrazó de la cintura uniéndose los cuerpos, se inclinó un poco para que su pene estuviera a la altura de aquella deliciosa vaginita de piel blanca, ella solo sentía ese roce, era la primera vez que un niño le hacía eso, recordó lo que minutos antes vio en esa pareja y este niño quería hacer lo mismo, de nuevo se dejó llevar por el niño, quizá por la curiosidad de experimentar el momento vivido, pensó lo mismo que aquel hombre hizo en esa fogosa mujer, pero era incómodo por sus edades que daba aquellas estaturas estar de esa forma, así que se acostaron, ella se dejó deslizar su interior, el niño se acostó encima, el pene de Agustín rozaba por vez primera la vagina de Victoria, para aquella niña de cinco años era su primer encuentro con el sexo, luego de que terminaron de hacer esas posturas se arreglaron la ropa y siguieron con los juegos, fueron de ahí en adelante varios encuentros entre ambos, aún ahora que Victoria miraba a Agustín limpiando vehículos sin dejarse de manosear la vaginita, él no quiso quedarse exponiéndose al ambiente, tomó rumbo a la otra cochera donde estaban los autos más antiguos, la niña lo siguió viéndole hacer su tarea de la mañana, él hizo un gesto para que ella mirase la entrepierna, el pantalón estaba abultado con su pene erecto, ella pasó la mano por la tela del pantalón de forma voluntaria, el muchacho trigueño le tomaba de aquellas manos blancas para que las pase mejor, como siempre al inicio de sus encuentros, después de insinuarse con la mirada la llevaba al cuartucho de herramientas, acomodaron unos cartones donde ella se acostaba voluntariamente deslizándose su interior femenino mientras Agustín deslizaba su pantalón mostrándole el pene que ya se estaba haciendo peludo, el glande recubierto aún con el prepucio rozaba los labios vaginales de ella, tomó el pene y empezó a puntearle, ella hacía expresiones de abrir y cerrar su boca mientras tenía cerrado sus ojos sintiendo algo de placer, era notorio el contraste de pieles, por ratos el muchacho se contenía de no seguir penetrando la entrada de la vagina ante los gemidos fuertes de la niña, agarraba su pene y el roce de la punta del glande era constante en la frotada por los labios vaginales, Agustín miraba su glande moviéndose por la barriga de la niña deslizándose hasta su vaginita, estaba contento de hacerle esto a la niña tan linda, aquella niña que era muy considerada en el medio social, aquella niña que era suya en ese momento sexual y como lo fue desde el primer momento de iniciación, el muchacho se contraía, ya la niña sabía lo que se vendría luego, ella miraba el semen del muchacho saliendo de su pene goteando y cayendo al piso, ella muy quieta abría sus piernas tratando de que abran sus labios vaginales que se los limpiaba con el dedo oliendo el fruto del sexo de aquella ocasión, mientras se tocaba la vagina no dejaba de mirar el cuerpo semidesnudo de Agustín que se iba vistiendo, la arregló diciéndole luego que se fuera por miedo a ser descubiertos en el acto, al verla irse se arrimaba en una pared manoseándose el pene a la vez viendo que ese cuerpito era suyo, sonreía y deslizaba el gran portón satisfecho de lo que había hecho.
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Marcelo de siete años estaba jugando con Reinaldo de cinco años hijo del entonces Ministro en el patio posterior de esa gran urbanización, Armina los observaba de la ventana, en el interior de la casa estaba reunido el Ministro con sus colaboradores, los padres de Marcelo, eran mucha documentación procesada que se necesitaba tiempo y concentración y con necesidad el Ministro dispuso encerrarse a trabajar por unas horas más en aquella mañana, era sábado, la pareja de asalariados miraba el reloj y se resignaba a la orden de su jefe que les había prometido invitarlos a comer tan pronto terminasen, resignados pidieron a la empleada Armina que continuase con el cuidado de los niños sin ser interrumpidos, la empleada asintió yendo a los quehaceres, ella miraba lo lindo que era el niño visitante, tan bien vestidito y perfumado, igual que su padre, por la ventana los miraba jugar, de vez en cuando entraban a casa pero la empleada hacía lo posible para que estuvieran en silencio, aquel niño de cinco años conocía lo tosco del trato de su padre el Ministro, además se podía notar que era un chico retraído, los niños siguieron jugando en la puerta de entrada de la casa, Marcelito vestía un pantalón corto con tirantes y camisa playera de tela fina, el otro niño en similar ropa, solo los diferenciaba el color, de pronto aparece Wilson con Ana de veintitrés años y su hijo Daniel Eduardo de cuatro años, el niño ve a los otros dos niños jugando, estaba sujeta su manito a la mano de su madre, ella había venido por lo del trabajo vacante de cocinera, Wilson intervino agregando que le diera una mano a su amiga, es madre soltera y perdió sus cosas en el incendio del sector, la empleada de la casa lo miró a Wilson en forma intrigante, Wilson la llevó a un rincón, reiterando su ayuda para ella y complementando que no tenía nada con ella, solo que es una pobre mujer que necesita empleo y pidió de su ayuda, la empleada les dijo que ahora los patrones estaban en reunión, difícilmente podrían atenderla, la empleada terminó la frase cuando la puerta se abre, Luisiana sale contenta, emotiva, la toma de un hombro a la empleada diciéndole que fuese a comprar bebidas refrescantes, Wilson se ofreció para hacerlo saliendo presuroso, no sin antes presentar a Ana por el puesto vacante de cocinera, la dueña de casa la miró de pies a cabeza y de súbito aceptó a Ana pidiéndole que viniese a trabajar el lunes a primera hora, la empleada miró a su patrona con súbita admiración, la patrona vio al niño que aún estaba agarrado a las manos de su madre, le acarició el pelo y apretó su mejilla con delicadeza a manera de mimo, Ana agradeció por la deferencia, al poco rato Wilson se aparece con las bebidas, la patrona agradece y va en dirección del gran salón donde estaban trabajando, Wilson y Ana se despiden, los dos niños miran a Daniel Eduardo yéndose con su madre, la empleada movió la cabeza negativamente, resignada continuó sus labores.
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Melquiades cumplía sus dieciséis años, su madre festejaba airosa el momento no así su gélido padre sentado en un rincón viendo a su otro hijo Heriberto de seis años jugando con los globos junto a otros amigos del vecindario, el militar por su trabajo de apagar la insurrección había ascendido a teniente, le molestaba mucho ciertas cosas de su esposa como la facilidad de entablar relaciones amistosas, miraba a sus hijos con algo de incomodidad, el amaneramiento de Melquiades le sacaba de sus casillas haciendo que mirase para otros lados, no aceptaba la idea de que su hijo se portase como un afeminado, él un militar de carrera y su hijo así, Heriberto, su otro hijo, era diferente, de cara parecido más a su madre y rasgos físicos bien definidos, guapo, de piel blanca, le había puesto el nombre de su mejor amigo, Heriberto Alpízar, lamentablemente muerto en las primeras insurrecciones del país, murió asesinado, el militar de carrera miraba al niño como era el centro de atención después de su hermano, ya en algo entrada la noche el militar tomó su morral accionando su moto en dirección al cuartel, Elena la madre de sus hijos vio con tristeza la partida de su esposo, igual de triste estuvo Melquiades que su relación afectiva con su padre iba en desmejora, su estado de ánimo cambió viendo a sus amigos del colegio avivando la fiesta, uno que otro desadaptado daba frases insinuantes del amaneramiento del homenajeado, su madre agacha el rostro, los presentes de igual forma miraban a Melquiades, pese a todo, no inmutaba, seguía siendo el alegre muchacho, uno de sus amigos pasó por detrás manoseándole el trasero al disimulo, se dijeron donde encontrarse, Melquiades de deslizó la ropa a los tobillos poniéndose en posición perrito, el amigo con su pene ensalivado y manoseado le introdujo el pene por ese ano abierto haciéndolo gemir a Melquiades que recibía ese original regalo de cumpleaños, el lugar era apartado de su casa, una construcción a medias que había quedado abandonada, Melquiades seguía recibiendo tales embestidas, apenas se podía notar la iluminación venida de la calle, Melquiades sintió el liquido seminal dentro de su cuerpo, el pene de su amigo salió, vio que otro amigo le agarraba de la cintura, sorprendido se dejó penetrar, la poca luz le hizo ver el rostro de su otro amigo, le gustó, el primero que lo había penetrado se sentó, Melquiades abrió la boca y se lo lamía y chupaba al mismo tiempo que su ano sentía las embestidas del pene de su otro amigo, de nuevo sintió semen dentro de su cuerpo, los dos amigos se limpiaron los penes con papel vistiéndose y saliendo del lugar diciéndole que le habían dado un buen regalo de cumpleaños, Melquiades quedó pensativo, su ano latiendo, su boca con rastros de semen en la comisura de sus labios, pensó en Dagoberto, su iniciador, se preguntó dónde estaría ahora.
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Agripina que ya muy pronto cumpliría la mayoría de edad miraba con detenimiento a su medio hermano de madre Luis Alfonso de diez años, la mujer sonreía viendo al niño que acomodaba un juguete que su padre el senador le había regalado en navidades, pasadas, el fuerte viento campestre hacía mover ese pelo lacio de la mujer, estaba pensativa, regresaba su mirada en su medio hermano, aquel niño marginado por el poder de su padre en sus pocas visitas y escasos mimos a su hijo, Agripina, se contenía para no llorar, pensaba en aquel senador que había sido traicionado por su madre y el capataz encontrados desnudos y muertos en un escenario de peor ignominia, el senador para evitar malas interpretaciones que podría llegara a escándalos poco hablaba de su vida privada en la capital, en el campo donde tenía sus posesiones y era un gran terrateniente, político afamado y prestante hombre de negocios todo el pueblo callaba el hecho a cambio de mejoras, beneficiándose de aquello muchas familias campesinas, aquel doctor Pérez tenía fama de mujeriego, a oídos de Agripina conoció de la existencia de dos o tres hijos regados por ahí en diferentes campesinas, simplemente rumores se decía pero Agripina confirmaba ya que muchos de aquellos niños tenían un leve parecido al prestante ahora senador del país de la canela, cuando el doctor llegaba de visita a la estancia Pérez su hijastra Agripina lo evitaba, no aceptaba ni un roce de él siquiera por afecto, de eso se daba cuenta su hermano que resignado miraba el comportamiento de ambos, el recelo y el rencor primaban en aquella mujer que seguía viendo a su hermano, Agripina miró a lo lejos, tenía en su boca una paja seca típico de la idiosincrasia del lugar, ella vio llegar a Dagoberto portando una caja, bajó con alegría pues sabía de su contenido, era una máquina de coser de fácil armado a pedales, la anterior ya le habían dado de baja, a ella le distraía coser, eso aliviaba su pena y sus meditaciones, Luis Alfonso con su aire de afeminado se alegraba del hecho, al sentirse a solas Dagoberto de veinticinco años le insinuó algo en el oído, el muchacho de diez años quedaba pensativo y cabizbajo, tan pronto se despedía Dagoberto de sus clientes Luis Alfonso tomaba su bicicleta tomando camino en la pista asfáltica, entraba por un sendero angosto entre montañas hacia el arroyo tupidas sus orillas por montes altos, allí por ese lugar lo esperaba Dagoberto ya desnudo, el muchacho dejaba la bicicleta y se desvestía delante de Dagoberto, voluntariamente se arrodillaba delante de Dagoberto para mamarle el pene con lamidas, luego era penetrado por ese hombre de grueso pene que a Luis Alfonso le encantaba mucho, Dagoberto con aire de autoridad le decía que Luis Alfonso era suyo, que le pertenecía, respondía moviendo su cabeza afirmativamente el niño de diez años, el grueso pene entraba y salía con vehemencia haciendo que Luis Alfonso muerda sus labios pero no podía aguantar tanto embiste que terminaba gimiendo, el golpe de sus testículos en los glúteos con movimiento de cadera de Dagoberto sonaban fuerte, Dagoberto lo tenía sometido a Luis Alfonso quien se había convertido en adicto a su pene, luego de eyacular ponía al niño de espaldas a la arena, limpiaba el penecito y se lo lamía, eso le gustaba al niño que mordía sus labios ahora con satisfacción, Dagoberto estaba complacido con ese cuerpito hermoso, era suyo, lo más importante que ambos se deseaban, no importaría la edad, para ellos era un gusto bañarse juntos, limpiarse agarrándose sus penes, viéndoselos crecer de ereción, Luis Alfonso era feliz con esta situación de encuentros de amantes al sexo pleno.
FIN DEL CENTÉSIMO VIGÉSIMO EPISODIO
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