METAMORFOSIS 162
Pasos en la noche.
El labio rozagante rozaba la piel de esa pierna velluda de treinta y dos años, eran las piernas de Luis que a su vez acariciaba el pelo lacio de Leandro que tenía diecisiete años y era quien lo besaba en sus extremidades, la amplia cama era lugar de arrumacos y caricias del movimiento de ambos cuerpos, el encuentro fogoso consistía en manoseos y caricias acompañados de prolongados besos en aquella habitación de la casa victoriana, propiedad de Rodolfo Buonanote, un emigrante caucásico abuelo de Luis nacido en el siglo XIX, con los ojos cerrados sentían la ternura hecha besos y jadeos con golpes de respiración, se amaban, desde que Leandro tenía seis años allá por ese tiempo en que lo desvirgó en aquel lugar entre las piedras del río, ahora en tiempo presente era de noche, de clima cambiante producto del temporal, Luis encima de su amante no paraba de besarle repetidamente los hombros y espalda, le decía palabras sentidas en los oídos que a Leandro le hacían sonreír, vio el trasero en todo su esplendor, lo lamía y besaba repetidamente haciendo sonreír, fue ensalivando el ano hurgándolo con el dedo, se deseaban, desde hace mucho tiempo no hacían el amor así a plenitud, ambos quedaron jadeantes de varios minutos de sexo, conversaron sobre sus intereses, el gringo vivía con sus padres en la capital, estaba de visita a pedido de Rodolfo Buonanote, nadie en la familia sabía de su relación desde hace muchos años, siempre existía la discreción aunque a hubieron momentos de estar a punto de ser descubiertos, Rodolfo veía bien la amistad de ambos tomándola con el sentido de hermandad pues a fin de cuentas eran hijos únicos que habían quedado de las relaciones de sus respectivos padres, esa noche era especial después de tanto tiempo, Luis le pidió un favor especial a su amante que se limitaba a escuchar y a asentir aunque a ratos ponía una cara de sorpresa, en esa noche en dicho acuerdo y petición se formaría una serie de hechos que marcarían consiente e inconscientemente la vida de muchos.
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Era un soleado día en aquellos campos verdes en los que se perdía la vista en tan hermoso panorama, desde las lomas y altas casonas de estancias allí ubicadas se podía apreciar la tupida vegetación, el aire fresco en todo su esplendor juntamente con la humedad campante, el día se prestaba para el evento, el clima completaba con temperatura adecuada, aquel último viernes de abril de 1956, la mirada del observador citadino ahora se concentraba en el ganado y plantaciones a su vista lejana que se podía ver con mucha emoción, Fulgencio Arichabala anduvo por esas tierras siendo niño y parte de su juventud, el destino quiso que unos asesinos le hicieran perder las tierras, nunca se repuso de tal canallada, ahora esas tierras pertenecían a su consuegro, el senador Dr. Luis Daniel Pérez, pero se complacía al saber que su nieto Daniel Nicolás Fulgencio Arichabala Pérez heredaría aquellas tierras antes perdidas, por derecho y sangre, esa era su fija, ese era su empeño de que Justin Pérez la hija del senador a futuro heredaría esas tierras con añadidura a su hijo, Fulgencio sintió una mano suave y firme a la vez que rozaba su hombro, era la mano de su madre, la anciana arrimó su cara al hombro de su hijo dando un largo suspiro, Fulgencio entendió el gesto de su madre que se apoya con el bastón, estaban apartados del lugar de reunión, se sentían seguros de conversar, la anciana con mirada firme contemplaba el lugar, alzó el bastón recordando como si fuera ayer aquellos lugares que iba indicando, su hijo simplemente asentía, aprobaba todo, acercó su cara al oído diciéndole algo, se hizo evidente un rictus de preocupación negando lo escuchado, continuaron con su vista hacia el horizonte, la brisa del campo les atraía, estaban allí de invitados en la fastuosa estancia Pérez, recién llegados minutos antes, pero ya se sentían dueños de nuevo, el senador Pérez había invitado a sus amistades de la capital y del pueblo para rendirle tributo homenaje a Fulgencio Arichabala por su onomástico, desde hace mucho tiempo regresaba a esos parajes ancestrales que alguna vez pertenecieron a su familia, caminó junto a su madre por aquellos lugares, desde lo alto de una ventana Agripina miraba a los visitantes con caminar aristocrático, giró su cara viendo al senador correctamente vestido con traje de casimir inglés con pipa en boca y corbata de seda, aristócrata se decía, frunció el ceño para luego hacer una mueca y apretar las manos haciendo fuertes puños, iba a desatar su ira contra la mesita contigua de un solo golpe pero se contuvo al escuchar el chirriar de la puerta, su expresión cambió al ver entrar a su medio hermano Luis Alfonso, pedía ayuda con el arreglo de su corbatín, cariñosamente le hizo los movimientos respectivos a la prenda de vestir, juntos abrazados se asomaron al balcón, vieron al senador conversando con los campesinos y peones del lugar, anunciaba la fiesta para la noche, estaban invitados, los humildes peones aceptaban sonrientes, en eso que se estaciona un auto lujoso del año, de él sale un chófer que había manejado por horas desde la capital hasta la estancia, los hermanos desde el balcón miran al chófer que abre la puerta del auto y ven salir a Justin llevando de la mano a su precioso hijo, Agripina hizo mueca denotando cierto coraje de incomodidad por aquella presencia, el senador muy entusiasmado abre los brazos en señal de beneplácito acuclillándose frente a su nieto luego alzándolo y marcándolo mostrándoles con orgullo a su nieto, los bracitos del niño vestido de marinerito se abrazaba a los hombros del afortunado abuelo, los presentes elogiaban la hermosura del rostro del niño parecido mayormente a su madre, ese comentario hizo salir súbitamente por la otra puerta a Nicolás, el padre del niño, el senador estiró uno de sus brazos para saludar a su yerno que ya tenía mirada fija en aquellos a los que se habían referido de su hijo en esa forma, Luis Alfonso contuvo la respiración, Nicolás instintivamente alzó su mirada viendo los alrededores y su mirada choca con la de los hermanos, alza sus manos agitadas en señal de saludo cordial, Justin se une al saludo, los hermanos corresponden de igual forma, entran en la sala, conversan de muchos temas, Nicolás pregunta por su padre y abuela, uno de los sirvientes le informa que decidieron caminar por el lugar, Nicolás decide ir a su encuentro, se retira del lugar ceremonialmente, decide ir a caballo, se dirige a las caballerizas, un peón prepara el caballo, lo monta y va a rienda lenta, respira el aire puro, aquellos lugares le recuerdan a su infancia, sonríe como acordándose de algo, a lo lejos ve a la parentela, puya y acelera hasta llegar a su encuentro sentados debajo de un árbol, sorprendió ver los ojos llorosos de sus parientes al recibirlo, estaban pensativos, venían del panteón, habían hecho un descanso, Nicolás los saluda con cariño, entendió que debía dejarlos en su cometido de caminar juntos, se retiró dándoles la buena noticia de la presencia del niño, eso alentó sobremanera a Fulgencio y a la matrona, Nicolás continuó con su paseo a caballo, lo que Nicolás no sabía es que minutos antes Fulgencio y su madre estando en el panteón se les heló la sangre al ver a distancia prudente la presencia de Serafín del Olmo, junto a él estaba Gumersindo, el fiel amigo de sus padres, Eudomilia y Carlos Felipe, por un rato estuvieron viendo una tumba, la de su madre, en ese lugar se había enterrado a Eudomilia, el tembloroso Fulgencio no atinaba a reacción al ser sorprendido por la vista de Serafín quien cordialmente los saludaba no así el receloso Gumersindo que estaba muy asombrado por la presencia de aquellos personajes, Serafín pasó muy cerca de ellos, Fulgencio vio las heridas aún elocuentes en el rostro del joven profesional del derecho y la economía, al verlos pasar por detrás Fulgencio quiso estirar su brazo como haciendo un ademán para detenerlo, no fue así pues el sorprendido Gumersindo le hizo caminar a distancia prudente, Fulgencio simplemente se arrodilló en el suelo, la iracunda madre le exigió que se levante argumentando que así es la vida y hay que seguir adelante, esas rígidas palabras con gélido trato le hicieron reaccionar levantándose y abrazando a su madre continuaron con su camino ubicándose delante de la tumba de Eudomilia, allí estaban enterrados los restos de la madre de Serafín, los restos de la hija que Fulgencio tuvo con aquella sirvienta, su hija, murió para que Serafín viviese, ese acto de amor golpeaba las fibras de sus entrañas, Fulgencio no pudo más y se recostó en el suelo dando repetidos golpes, no hizo caso a los insistentes llamados de su madre a la compostura, Fulgencio simplemente decía que allí estaba su hija, aquella hija fruto del verdadero amor, la matrona pese a su rigidez no pudo disimular su congoja y venció la postración de su hijo para también enrojecer sus ojos claros, la matrona Matilde había estado cerca de su bisnieto, Serafín, sin que él lo supiese; lejos de allí Serafín contaba a su amigo fraterno Gumersindo la decisión de haber venido a este lugar, le atraía los recuerdos allí vividos en su infancia con su difunto hermano Hermógenes mientras era un recogido de Gustavo Pozzo el supuesto padre de Gustavo Adolfo Pozzo Buonanote, a la postre su hermano, caminaron en dirección a aquella cabaña bien conservada, en aquel lugar donde nació Serafín, entró con caminar pausado, se sentó sobre aquel humilde banquito, Serafín agradeció a su amigo Gumersindo por tener limpio el lugar, su mirada se centró en aquella vela apagada, era el símbolo de vida para Serafín, se sentó a ver a su alrededor, allí estaban todavía las ollas y tazas que su madre usaba, la mesa donde hacía los alimentos y planchaba, aquel fogón que fue en parte la luz que vez primera vio Serafín en esa lluviosa noche en que nació aquel 9 de septiembre de 1929, respiró profundo recordando lo de aquel atentado, de la paliza sufrida, no entendía el motivo, recordaba esas palabras que retumbaban en su subconsciente, aquellas palabras: “mi nieto” proferidas por un hombre al que no pudo reconocer por tener su cara vendada, trataba de asociar aquella voz, se angustiaba saber de donde provenían, todo eso lo confesó a su amigo Gumersindo quien al escucharlas bajó la mirada, “si en verdad es tu abuelo” “¿por qué el trato?” luego Gumersindo se limitó a barrer el lugar sin articular palabra, mientras tanto Serafín miraba con detenimiento aquella vela simbólica en su vida; en ese mismo instante a kilómetros del lugar un jinete galopaba por las riveras del rio, amarró su caballo bajo un frondoso árbol, bajó al niño que había llevado en su regazo, se sentaron en la orilla a lanzar piedrecillas, el niño alegremente imitaba lo que el jinete hacía, se acercaron a una saliente en el río viendo a través de las aguas aquellos peces, bajaron a lanzarles migajas de arroz y pan, el niño se maravillaba viendo el movimiento del cardumen, cuidaba de que no se ensucie, es que entre Luis Alfonso y su sobrinito Daniel Nicolás había un apego, lo cuidaba con cariño a ese precioso niño de apenas dos años de vida hijo de Justin Daniela, su media hermana de padre, era el momento de regresar a la estancia Pérez, de súbito vio a su sobrinito correr hacia aquel jinete recién llegado montado sonriente, el niño abría los brazos con deseos de estar con él, Luis Alfonso con tímida sonrisa ayudó a subir al niño que alegremente se sentó delante en la montura de su padre Nicolás, le hizo gestos a su cuñado para que lo acompañase, así fue que siguieron camino por aquellos senderos de tupida maleza, al poco rato Nicolás sintió que su pequeño hijo iba dormido, de aquello también dio cuenta su cuñado Luis Alfonso, para ambos llegar a ese lugar era muy significativo, la cabaña abandonada de la montaña, allí hicieron por primera vez el amor, cuando Nicolás sorprendió a Luis Alfonso con Dagoberto haciendo sexo en aquel lugar, ahora Luis Alfonso era el primero en bajarse del caballo, corrió a tomar las riendas del otro caballo de su cuñado, tomó en brazos al niño que seguía profundamente dormido, con unas mantas lo puso a sombra, ya bien acostadito los amantes decidieron abrazarse dándose sentidas caricias manifestándose lo que tanto se extrañaban, así su ropa iba cayendo al suelo prenda por prenda, hasta quedar desnudos ante lo claro del día, se vieron y se manosearon los penes peludos, lentamente se acostaron sobre las mantas tendidas para la ocasión de amarse, allí el pene de Luis Alfonso era ensalivado de labios de su cuñado a la vez que el pene de Nicolás lo lamía Luis Alfonso haciendo un provocador y estupendo “69”, fue Nicolás quien primero se dejó penetrar con ese glande ensalivado de Luis Alfonso, ambos gemían a placer con mucho brío en el sonido emitido, jadeaban y se decían palabras tiernas que llamaban a las caricias y esos desenfrenados actos, así, el mete y saca se hacía delicioso y con cierta ternura, ahora era el turno de Luis Alfonso al ser penetrado por Nicolás, las blancas delineadas curvas del trasero demostraban el roce del glande entre los glúteos, luego fue entrando de a poco en ese muchacho, Nicolás se aferraba con sus manos en las caderas de su cuñado, irónico, le hacía el amor a ambos hermanos, a su esposa Justin y a su cuñado Luis Alfonso, sonreía de solo pensarlo, todo el pene estaba dentro de ese delicioso ano que estaba en la edad biológica de transformarse de niño en hombre como era el caso de Luis Alfonso, lo tenía así, de posición perrito, le entraba y salía el pene, para ese momento los gemidos eran fuertes e hicieron que el niño despertase con cierto llanto que no tuvo eco de preocupación ni de atención por parte de los amantes que continuaron con su acto sexual, el inocente niño de dos años vio a su padre abrirle de piernas a su tío allí nomás sobre la manta tendida, aquellos pies de Luis Alfonso descansaban sobre los hombros de Nicolás, ahora era más delicioso penetrarlo así en esa postura, luego lo tomó acostado de perfil viéndose el pene entrar y salir del ano, los gemidos continuaban al tiempo que el pequeño estaba sentado aún lloroso limpiándose las lágrimas con sus manitos, aun bostezaba, decidió instintivamente caminar donde se encontraba su padre y tío, cerca vio lo que hacían desconociendo aquel propósito, el pequeño vio a su tío en cuclillas con la boca bien abierta mientras su padre parado se masturbaba el pene agitándolo repetidamente su glande a la altura de la boca de Luis Alfonso, al poco rato salió semen cayendo dentro de la boca y otra parte en las comisuras, ya para ese entonces el niño se había sentado a ver eso, tomaron la ropa y se vistieron continuando su dirección a la estancia Pérez que para ese entonces ya había llegado en otro lujoso auto la elegante Fernanda con sus dos hijas Victoria y Catalina, así, entrado el ocaso la vista del lugar fascinaba para los visitantes invitados de la capital, alguien así maravillado era el hijo de militar que contaba con veinticinco años, a unos kilómetros de allí una presurosa Lucrecia apuraba a su hermano Dagoberto para que la llevase a la fiesta en la estancia Pérez, su marido de sesenta y un años la vio muy alegre, no la había visto así desde la muerte de sus hijos en aquel accidente de tránsito, discretamente no quiso acompañarla seguramente por su complejo aduciendo a su esposa de la tos que tenía, Lucrecia de treinta y cinco años desde hace mucho le era indiferente en cuanto a sus decisiones y comentarios, se consideraba independiente, ahora tan solo les unía una hija, se marcaba mucho las edades en sus rostros, ella más joven llena de vida fomentaba su potencial de vida en los negocios, era atrayente y aspiraba en esa noche a ser el centro de atención, sobre todo de alguien especial allí presente, Dagoberto a regañadientes llevó a su hermana al lugar de la fiesta, pocas veces salió de la carreta, decidió esperarla allí, Lucrecia no dio crédito a la decisión de su hermano, lejos estaba de pensar que semanas atrás su hermano fue sorprendido haciéndole el amor al Luis Alfonso, hijo del senador Pérez, anfitrión de la fiesta en homenaje al cumpleaños de su consuegro Fulgencio Arichabala, es más, decidió hacerla siempre allí todos los siguientes años lo cual el homenajeado aceptó de buen gusto, con su escote arrebatador y su silueta bien cuidada Lucrecia hacía de atención, su pareja especial de baile la colmaba de atenciones, aquel hijo de militar era su acompañante haciéndolo de manera discreta, como discreta fue su salida subiéndose al auto tomando rumbo a un camino apartado, Dagoberto se limitó a ver salir a ese auto que llevaba en su interior a su hermana, movió negativamente la cabeza con sonrisa irónica aferrado al arreo pensando en su cuñado aquel campesino ahora seguramente acostado en su cama padeciendo de tos, tiempo después estaba llegando allí el auto ante la soledad del lugar y la penumbra, al rato Lucrecia se entregaba a Marcelo Heriberto Alpizar, amigo íntimo de Fulgencio Arichabala quien siendo su padre el amanuense militar ayudó a Fulgencio en algunos negocios de contacto con el cuerpo militar de ese entonces, el auto se movía ante los intensos movimientos de posturas sexuales, decidieron salir a amarse sobre la grama silvestre, Lucrecia le decía que no importa lo que sea, lo amaba, lo deseaba, quería sentir más y más ese pene dentro de sus entrañas, deseaba algo más, estaba enamorada, el destino le asignaría una labor de vida, esa noche como la anterior última que tuvieron en ese hotel capitalino consolidaría su arrebato de amor, le pidió a Lucrecia que bajo cualquier pretexto de negocios viajase más seguido a la capital, ya había conseguido una habitación donde verse, sacó la llave brillosa a la luz de luna, Lucrecia con amplia sonrisa la sostuvo guindándola y viéndola con emoción complementaria del beso con lengua que luego se dieron, continuaron haciéndose un 69 y Heriberto la penetró vaginal y analmente, Lucrecia estaba enamorada, con él se comportaba como una infante, a Heriberto le gustaba esa actitud, estaba enamorado de esa lozana belleza y ese cuerpo bien cuidado pese a haber tenido tres partos, decidieron retornar para evitar suspicacias, al retorno ella pidió marcha lenta para abrazarlo del cuello y colmarlo de besos diciéndole cuánto lo amaba, Heriberto con mueca forzada de satisfacción prometió estar con ella cuanto antes en su nuevo nido de amor, al llegar salieron del auto dándose en un beso en la penumbra, al separarse Heriberto disimuladamente le dio un leve manoseo a los glúteos, acción que vio Dagoberto con profunda resignación, a fin de cuentas era el cómplice en los romances de su hermana, lo hacía con interés de superación.
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Rodolfo Buonanote mascaba rabia a través de apretar dientes y puños, cerca de allí en la estancia contigua celebraron el cumpleaños de Fulgencio Arichabala cuya madre era su íntima amiga, el porqué de su actitud lo fue su ausencia a la fiesta por problemas de robo en su ganado, se estaba fomentando el cuatrerismo, cansado llegó cuando la noche se asomaba, vio a su nieto Carlitos a quien pidió que se quedase a hacerle compañía, aunque Mirko también fomentaba la tertulia pero optó en ir a la fiesta del prestante hombre, era sentido común en aquella acción diplomática, lo acompañaron Luis y Leandro, cansado decidió jugar con su nieto, Amacilia complacida viendo jugar plácidamente a abuelo y nieto, ya la noche avanzaba, Noelia dejó a su hijo en sana compañía, se despidió de su padre, para Noelia era obvio que su presencia en aquella fiesta fuese de mal gusto pues los Arichabala eran enemigos declarados de su esposo Carlos Felipe del Olmo, el niño se asomó a la ventana a despedir a su madre agitando las manos bajo la luz prodigada por los candiles, el anciano decidió sentarse a ver jugar a su nieto con su bebida favorita copa en mano ante la reprochable mirada de Amacilia su compañera sentimental, los dos ancianos miraban al niño jugar plácidamente en la alfombra, de vez en cuando el anciano hacía ademanes abriendo los brazos buscando la respuesta de cariño de su nieto en fuertes abrazos y mimos, Rodolfo quería mucho a su nietecito, Amacilia pensaba que mucho más que a Gustavo Adolfo, es que el niño se parecía mucho a Elsa Peñalba, la abuela paterna del niño, mujer de gran significación en la vida de Rodolfo Buonanote, de pronto una de las luces de los candiles del gran salón se apagan, Rodolfo le dice a Amacilia que él solucionaría el problema, fue el desván por gasóleo y una nueva mecha, de pronto al encender con cerillo se hizo de nuevo la luz, de súbito su mirada fue a la gaveta con múltiples cerraduras, sacó unas fotografías tomadas de su viaje a su tierra natal gracias a gestiones de su nieto Gustavo Adolfo, observó con detenimiento las fotografías, se centró en la mirada de un caballero bien vestido de época parado junto a su caballo en tono desafiante y con orgullo, el anciano emitió una mueca con risa irónica, deslizó otra foto ante su mirada, se trataba ahora de una mujer imponente rodeada de niños junto a un hombre arrimado a un capitel de fino acabado, la sonrisa de la mujer era cautivadora, vio el rostro de cada uno de los niños, sonrió al ver el de uno que tenía una boina que estaba junto a una niña rubia muy hermosa, esos niños fueron descendientes de una rama de la familia imperial, con los años lo perdieron casi todo desde aquella revolución, no se tiene registros de sobrevivientes perteneciente a esa rama de la extinta nobleza de la familia imperial, actualmente se considera una especie de aberración al hablar de esa familia que gorbenó por trescientos años, aquellos personajes pertenecieron a una familia imperial poderosa, la más representativa de la ciudad, según relatos y crónicas del pueblo se manifiesta que murieron llevándose el secreto del tesoro familiar, algunos piensan que fue sacado de territorio otros en cambio argumentan que está enterrrado en la frontera muy cerca de una construcción simbólica, Rodolfo Buonanote sonreía irónicamente, abrió una caja aún más grande que la pequeña donde estaban aquellas fotos, como si fuese una mini arca que tenía cuádruple cerradura con seguridad especial para su contenido, se abrió y sobre el terciopelo la luz de los candiles estimulaba su esplendoroso brillo, muchos kilogramos de riqueza se mostraban ante sus ojos, sintió los pasitos de su nieto acercarse y de inmediato la cerró pero no pudo evitar que su nieto vea la existencia de esa mini arca, con aspecto serio diferente al carácter de momentos antes el niño dio cuenta de que debería salir del lugar sin articular palabra, el anciano se sentó poniendo una de sus manos en la frente, no pudo evitar el llanto, golpeaba la silla con sus puños, no le quedó otra que ir por otro trago, en ese momento Amacilia ingresa a la habitación iba detrás del niño y al ver al anciano en esas condiciones quiso decir algo pero se contuvo al ver el rictus del anciano, Rodolfo se acercó a su nieto dándole caricias en su pelo rubio con corte de hongo, le dio un par de besos en las mejillas y dio ordenes a Amacilia para que se retire con su nieto, Rodolfo retornó al lugar, allí se sentó teniendo a su lado la botella y copa en mano, cavilaba, miraba la noche estrellada a través de los amplios ventanales, se dijo para así, que esta noche hubiese sido similar a aquella del 27 de junio de 1870 donde unos pasos rápidos se daban por motivo de angustia en una mujer con avanzado estado de gestación, las contracciones le habían dado en la montaña cuando estaba en búsqueda de frutas salvajes, se sentó sobre una gran roca, arrimada a punto de desfallecer, sudaba frío tomándose las manos a su vientre, su hijo estaba a punto de nacer tras romperse la fuente, alcanzó a dar algunos gritos de desesperación, afortunadamente un niño hijo de campesinos caminaba por el lugar, iba con su perro cuyo ladrido lo puso alerta, llevaba colgada en un palo un ave del lugar, cazaba aves para venderlas en el mercado del sector, al escuchar los gritos aceleró su paso en dirección a donde provenían los alaridos desesperantes, se encontró a una mujer casi al desfallecer con los ojos entrecortados que estiraba los brazos en señal de socorro, pedía ayuda en tono lastimero suplicante, el muchacho de apenas doce años temblaba viendo salir sangre de la vagina dilatada de la mujer que empezaba a pujar, el muchacho no daba crédito a lo que veía, tomó aire y voluntad limitándose a arrodillarse tomar a la mujer recostada abriéndole las piernas, sus manos tomaban la cabeza del ser por nacer, el cuerpo del neonato iba dando forma ante el desliz por esa vagina aún más dilatada, la mujer consciente de la premura pujaba fuerte, dio un grito descomunal ante la salida total de aquel bebé, era un varoncito, de piel blanca como los niños de la región, era un niño especial, su nacimiento traería una estela histórica en muchas familias, había nacido en época imperial, aquellos territorios anexados hace muchos siglos a la madre Rusia, el pequeño nacería siendo un súbdito más de Alejandro II, zar de todas las rusias, aquel bosque pertenecía a Vladimir, hermano del zar reinante que moriría el año siguiente ascendiendo su hijo Alejandro III, aquellos bosques servían de caza a su alteza serenísima Vladimir Romanov, como era de esperarse las casas eran las más sobresalientes por la región, una en especial sobresalía en el poblado de Maikop, contrastaba con las humildes viviendas del lugar, en ella habitaba los primos de Vladimir con sus hijos, familia dominante del sector, Vladimir la visitaba en época de cacería, era su bosque favorito, los pobladores recelosos del poder zarista se limitaban a ser meros espectadores de tanta opulencia, el muchacho escuchaba los estridentes disparos de carabinas, iban tras los ciervos la escolta imperial de Vladimir, pasaron a gran distancia, el muchacho seguía inquieto viendo en sus brazos a aquel hermoso bebé recién nacido que aún tenía atado el cordón umbilical, se preocupó al ver desmayada a la mujer, recordaba lo escuchado por las mujeres parturientas del lugar, con firmeza tomó un trapo limpiándole la placenta salida y con recelo lo pasó por la dilatada vagina, con otro trapo limpió la daga sacada el cinto, la pasó en varias ocasiones, cortaba el cordón umbilical limpiando el resto, el niño chillaba, el muchacho lo acostó sobre el regazo de su madre, el pequeñito aun con ojos cerrados bajo instinto que la sabia madre naturaleza les da hizo que busque los pezones y amamante, feliz el muchacho salió corriendo a pedir ayuda junto a su perro, uno de los miembros de la escolta imperial fue a su auxilio sumándose otro compañero, así en la humilde cabaña llegó la mujer atendida por el doctor de la escolta imperial, el humilde campesino agradeció a sus excelencias Vladimir y a su esposa por la cortesía de haber atendido a su mujer, de súbito bajó del caballo el sobrino favorito de Vladimir, también llevaba su nombre, lo había marcado en pila bautismal, llegó a ver lo ocurrido mostrándose con aplomo disimulado, algo tenso pidió agua, cariñosamente entró a vista recelosa del campesino quien se puso cabizbajo por unos instantes, mordió los labios y se contuvo de hacer puños, la noble familia estaba junto a la cama de la parturienta, el niño estaba vestido en suaves encajes regalo de la esposa de Vladimir, había hecho un acto de caridad que se propagaría tal acción por todo el pueblo, así los meses y años pasaron viviendo aquel niño robusto en compañía de sus numerosos hermanos, pasaban hambre y necesidad bajo la humilde vivienda, cada mes iban muriendo sus hermanos ante la impotencia de sus padres, sólo quedaba él y su hermano mayor, a la muerte de su madre, su padre decidió dar a su hermano mayor a una de las familias de la ciudad aledaña, se criaría entre herreros y carniceros, lo mejor de su vida era esa libertad a campo traviesa arreando cabras, pescando y en los días de sol bañarse desnudo en las cristalinas aguas, a la edad de ocho años llegó la desgracia al enterarse que su padre había sufrido una seria cortadura con la hoz segando el trigo, duró su agonía un par de días, el pequeño por un tiempo quedó a custodia de los vecinos del lugar, ya podía en algo valerse, no iba a la escuela a cambio de arrear cabras o limpiar porquerizas, sus pies descalzos llenos de bacterias, niguas, garrapatas, su pelo deslucido lleno de piojos, en algunas ocasiones era maltratado física y verbalmente pero pese a todo ese niño no perdería su fina estampa que le hacía sobresalir a la casta de hijos de campesinos y pastores del lugar, su forma de vida llegó a oídos de un prestante hombre que cumplidos sus nueve años se bajó de la carreta acercándose a ver su estado, un par de sirvientes lo aseó y le puso ropas adecuadas, lo llevó a vivir a aquella casa lujosa del lugar, sorprendido se dejó llevar a la entrada de esa casa a la que solo se limitaba a observar la fachada desde la calle cuando en pocas ocasiones a tierna edad vendía trigo, cereal o leche con sus padres y hermanos, entonces allí era el moento se acercaba el prestante hombre bien vestido, sus padres lo miraban con recelo, miraba al niño acariciándole dejando un par de billetes de alta nominación y se retiraba sonriente, en otras ocasiones cuando pasaba por ese lugar lujoso el niño se arrimaba a los barrotes viendo jugar en el interior del gran jardín de la casa imperial a un par de niños bien arreglados con finas telas, el niño arrimaba su carita en los barrotes sin dejar de ver aquellas acciones de juegos, paradójicamente, ahora viviría también en el interior, el primero en recibirlo fue un mayordomo de avanzada edad con una amplia sonrisa que contrastaba con los gestos de la mujer prestante que lo recibía sentada en amplio salón agitándose un abanico con prestancia aristocrática, le hizo unas preguntas las cuales fueron contestadas, sin más, el mayordomo lo llevó a sus habitaciones, Rudolph quedó admirado de su nuevo lugar de vida, el mayordomo había servido a cuatro generaciones en aquella bicentenaria casona estaba feliz con el nombre que llevaba el niño, a espaldas del hombre que lo llevó el niño pasaba por maltratos tanto de los niños como de la esposa de su benefactor, sólo tenía consuelo del mayordomo que en una ocasión estuvo airado discutiendo con la patrona, exigía mejor trato para con el pequeño, con esa actitud solo así un buen tiempo no tuvo maltratos el pequeño Rudolph, solo hasta la muerte del mayordomo que fue en aquella tarde en que lo fue a ver a su cuarto extrañado de no verlo durante la mañana no haciendo las acostumbradas actividades, lo encontró aún balbuceante, como que lo estaba esperando, era así, hizo un gesto con la mano temblorosa casi desfalleciente en dirección a la gaveta, sacó una biblia, dentro una llave que portaba otras tres más pequeñas, algo balbuceante aun así el pequeño escuchaba de boca del anciano que le decía: allí está su posteridad su altísima serenísima, el muchacho se extrañaba por el trato recibido, como si fuese él un miembro de la familia imperial, creyó seguramente que la alta fiebre lo hacía delirar y esas llaves representaban a algo simbólico de su vida de caballero al servicio de los miembros de la familia imperial, las tibias manos anunciaban su partida al más allá, pidió prudencia, el anciano le dijo al niño que esas llaves guardaban parte de la historia de vida del pequeño, el contenido estaba en aquel dintel todopoderoso por el que se asoma la luz de los hombres justos, no dijo más, su último aliento fue una sonrisa y el pensamiento del deber cumplido, el niño se recostó sobre el pecho del ahora fallecido anciano, fue a pedir ayuda, la airada mujer le hizo sentir culpable aduciendo injustamente que la muerte del anciano se debía a su intransigencia de niño malcriado, Rudolph movía negativamente la cabeza, a cambio recibió bofetadas, su benefactor la detuvo pidiéndole que se retirase, los maltratos continuaron ahora más férreamente, a tal punto que a sus doce años decidió escaparse, en su mente y pensamiento sentía extrañado el trato del anciano mientras vivió en aquella gran casona imperial, el tiempo transcurrió normalmente en su vida, se hizo un hombre recio, los comentarios del pueblo es que los revolucionarios se alzaron en armas, las propiedades imperiales habían sido semi destruidas, los documentos fueron destruidos los escritos comprometedores para los ahora revolucionarios antes colaboradores zaristas, Rudolph que ya tenía familia fue a los despojos de aquella casa imperial, armándose de la oscuridad de la noche con presencia de su esposa golpeó el dintel insinuado años atrás por el anciano, su sorpresa fue grande al sentir que en dintel guardaba una mini arca, sin más, se alejaron del lugar por miedo a los camaradas guardianes del sector, ya en el interior de su hogar los esposos saltaban de felicidad, aquel tesoro cambiaría su vida, su posteridad, el anciano no se había equivocado, de entre el tesoro sobresalía una águila imperial bicéfala campea, símbolo de la familia imperial, en la parte inferior debajo de las garras un nombre escrito: Владимир, отец, Рудольф, сын (Vladimir, padre, Rudolph hijo) Rudolph entendía ya apara ese momento que Vladimir era su padre y había confiado en su fiel mayordomo en guardar parte del tesoro familiar imperial para su hijo bastardo engendrado en esa humilde campesina con quien tuvo amoríos cuando iba de visita en faenas de cacerìa, su mujer sabía la existencia de aquellos amoríos y de la existencia de aquel bastardo de nombre Roudolf, se enfureció ante la decisión de su esposo de llevar a su hijo ilegitimo a vivir allí bajo un discreto derecho, ella maniobraba de mala manera la voluntad de sus hijos para que maltratasen al recién llegado considerándolo como de mal gusto, lejos estaban de sospechar que era su medio hermano de padre, la familia Romanov era perseguida, Rudolph decidió irse lejos más ante el estallido de la primer a gran guerra por donde caminaban, escucharon de aquel continente pacifico, así, cubriendo bien su tesoro junto con su esposa e hijos con su sobrino llegó al país de la canela, dentro del cofre había una carta dirigida a él por parte de su padre Vladimir, esa noche, como tantas noches anteriores, Rodolfo Buonanote la volvía a leer y también… volvía a llorar.
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La noche de abril, en la que el calor imperante rodeaba la gran casona, unos pies con sandalias caminaba, llevaba en mano un mechero que mostraba pegada a la pared aquella silueta de niño cauto ante la oscuridad, tenía necesidad biológica y daba pasos lentos, se mortificaba por no tener la bacinilla debajo de la cama, pese a todo, sonaba el entablado ante los pasos, en mente estaba que a la mañana el naciente día se iría con su madre a capital, había sido tanto el deseo de su abuelo que se quedase con él en la estancia, que así fue, a fin de cuentas era uno de los dos nietos favoritos junto con su hermano Gustavo Adolfo, irónico, ambos hijos de Carlos Felipe del Olmo, rival de su abuelo Rodolfo Buonanote, los pasos continuaban, lentos pero seguros por aquel corredor, sus manos con dedos alargados llevaban el candil con mechero corto, luego de un instante se detuvo a acomodarse el pijama ajustado que se metía entre las nalgas y deslizaba sus pies con respecto a las sandalias, la luz del candil mostraba los pies bien cuidados del niño rubito con descendencia europea ibérica – caucásica de la que son originarios sus padres, vio las escaleras y bajó lentamente por ellas, su habitación preparada por Amacilia quedaba en lo más extremo del piso alto, caminó lentamente pasando por el gran salón, hizo una pausa girando el gran postigo antiguo, la luz hizo ver de mejor forma la carita de niño rubio hermoso, el infante de nueve años iba con los ojos entrecerrados ya el agitado día sábado había quedado en la historia con tanto juego que lo mantenía algo despierto la necesidad de ir al baño, nacía ese sentido domingo final de abril de 1956, el pequeño Carlos Augusto Rodolfo caminaba lentamente saliendo a la intemperie, vio a lo lejos una luz parecida, de frente, lentamente se iba acercando, la silueta le es familiar, al verse sonríen estando muy cerca, el niño lo saluda haciendo un gesto de reverencia, el adulto un tanto cansado se limita a observar con quedo, arrimado a uno de los pilares lo mira desde los pies cuyos dedos alargados con empeine plano delimitaban lo sujeto de las sandalias, aquellos dedos alargados bien formados propios de descendientes de europeos, la vista continuó ascendiendo y mostrándose a la luz de los candiles la tela de aquel pijama infantil a rayas de moda en aquella época de mediados del siglo XX, el pijama cubría las piernas rellenitas bien formadas de Carlos, la mirada siguió a la entrepierna, fijamente posada en la moldura del penecito vestido, allí se quedó quieta la visión por unos instantes, el niño de nueve años dio cuenta de esos segundos bajando su mirada a su penecito vestido en la misma dirección de la mirada de aquel adulto presente que de él salió una sonrisa jocosa, la lengua rozaba los labios ensalivándolos y a la vez mostrándose el deseo de cual percibió el pequeño Carlos, la mirada continuó al pecho y rostro del pequeño, tenía el sedoso pelo rubio alborotado, despeinado, las manos del ilustre visitante amigo de su hermano pasaron por su pelo, los dedos gruesos del adulto lograron a medias peinar ese sedoso pelo rubio, las yemas de los dedos pasaron por las mejillas, paredón de las orejas y repetidamente pasaban por el cuello haciendo inclinar la cabeza infantil, Mirko sintió en su ser cómo cambiaba la temperatura de su cuerpo al momento sentir en sus manos la sedosa piel del niño precioso, tomó una de las manitos del niño llevándola a que roce el pene erecto de su pantalón de dormir, la insinuación se daba, Carlos tímidamente sonreía, los candiles mostraban al pene erecto amoldado de Mirko, el niño dejó llevar su mano rozando la tela del pentalón, Mirko le dijo a Carlos si le gustaba, la respuesta fue una tibia sonrisa vergonzosa, lentamente lo llevó a su cuerpo dándole un férreo abrazo besándole el pelo, le dijo que estaban solos, lejos de la gente, el sonido del lugar era de batracios que croaban, grillos cantando y cigarras defendiendo su sitio con sonidos característicos, de vez en cuando un sonido de ave nocturna conocida, luego vio salir aire de la boca de Mirko apagando los candiles, era lo mejor para sentirse bien seguros, Carlos a través de la luz de la noche vio a Mirko deslizarse la cremallera viendo salir el pene erecto, lo agitó en su delante, las manos de Mirko deslizaron la tela del pijama infantil, mostrándose un penecito lampiño de piel blanca rozagante en la punta, lo acarició y después acercando su cara para olerlo, levantó el rostro uniendo las frentes, Mirko un poco encorvado acercaba su pene peludo rubio a rozar el pene del niño, lo sujetó de la cintura e hicieron frotar los penes con algo de dificultad pese a que primaba el deseo sexual de Mirko, se arreglaron la ropa, el niño se dejó llevar tomado de la mano del adulto con quien tenía algo de confianza pero con algo de recelo pues recordaba lo sucedido en el árbol, estaban cerca de la caballeriza, detrás de la construcción Carlos fue a hacer sus necesidades biológicas, Mirko lo cuidaba y miraba la ropa ser deslizada por el cuerpo del niño mostrándose ese traserito de piel blanca, Mirko tragaba saliva como señal de angustia mezclada con deseo sexual, el niño pujaba y ese sonido lo excitaba, sin más, delante del niño sacó el pene acercándose con el pene agitado a la cara de niño que seguía acuclillado defecando y orinando, se había sacado las sandalias y el pijama puesto sobre ellas, vio el glande que rozaba sus labios, instintivamente quiso evitarlo pero su cabeza estaba sujeta sometida a las manos de Mirko, se lo hizo oler y pasar por la mejilla, lo apartó y lo metió dentro del pantalón con la cremallera subida, rato después el pequeño Carlos sacó papel del pijama, olió humo de cigarro salido de la boca de Mirko que al hacer boconadas asociaba a su mente ese cuerpito de niño muy parecido al difunto Reniek, conocido acá como René, ambos caminaron con los candiles apagados, las manos de Mirko abrieron una hoja de la puerta de madera de las caballerizas, los pasos en aquella noche eran lentos, pausados, Carlos iba delante de Mirko llevándolo abrazado por detrás algo encorvado para que el niño sintiese el roce de su pene vestido deseoso de placer, llegaron a un rincón, la penumbra era poca pese a lo distante donde se encontraban las bestias que al verlos pasar no relincharon, Mirko se arrodilló delante del niño, se encontraba sobre paja seca, su cara rozaba el abdomen infantil prodigándole repetidos besos, alzó la remerita del pijama y pasaba la lengua por la piel del precioso niño, Carlitos se limitaba a ver los movimientos de la cara de Mirko, por un instante tuvo vergüenza y algo de miedo, tanto así que le pidió a Mirko salir del lugar, con palabras cariñosas lo convenció para seguir allí, lo acostó sobre la paja, debajo de la alta carreta, el niño vio las manos de Mirko cómo deslizaban la tela de su pijama sacándolo por completo, de inmediato chupó y lamió repetidamente el penecito de Carlitos, en cada pausa que hacía de su sexo oral le preguntaba al niño si eso le gustaba, había sacado sonrisas del niño, aquel gesto del niño para Mirko constituía en algo provechoso en sus intenciones, se quitó el pantalón y el calzoncillo mostrándose el pene peludo en aquella penumbra con débil de luz de luna, lo pasó por el pene del niño rozándolo en varios movimientos, unieron sus frentes, carlitos recibió besos y caricias por parte de Mirko, lo tenía así con los ojos cerrados, al principio instintivamente quería rechazar el peso del cuerpo adulto sobre su cuerpo infantil, más cuando sintió las caderas de Mirko sobre las suyas que se alzaban y bajaban rozándose los penes, erectos ambos, Mirko cerraba los ojos sintiendo placer, parecía que estaba con René, amándolo cuando tenía esa misma edad en esa tormentosa época de la gran guerra en aquel dormitorio del campo de concentración, abrió los ojos con ese anhelo de siempre en sus amantes, los deseaba y los poseía, hizo que el niño se acostase con su cara y pecho sobre la paja seca, vio a plenitud esa espalada a la que alocadamente besaba pidiéndole al niño que se dejase llevar que no se moviese para que sienta amor, los labios de Mirko hacían estragos en los sentidos del niño que de alguna manera trataba de relajarse sobre todo cuando le besaba el cuello y la espina dorsal, los labios llegaron a los glúteos, allí fueron más repetidos los besos y mordisqueos suaves, Mirko complacido abría los glúteos y olía aquel trasero que instantes atrás había defecado, alzó los pies y los besó apasionadamente diciéndole que le gustaban las manos y los pies por tener dedos bien formados, carlitos sintió un líquido a la altura de la entrada de su anito, era saliva de Mirko, recordaba lo que sucedió en su último encuentro en una noche como ésta bajo aquel árbol frondoso, tímidamente le dijo que no lo hiciera porque le iba a doler, Mirko lo calmaba con suaves masajes diciéndole que no dolerá, así abrió los glúteos y entre ellos el glande rozaba repetidamente haciéndolo sentir, era la segunda vez que lo hacía, sorprendentemente lo aceptaba, no se preguntaba por qué, carlitos tenía sentimientos encontrados, sabía que eso era malo, lo había escuchado de los adultos en sus conversas estando él junto a ellos jugando con sus juguetes de época, ahora sentía algo fuerte que entraba en su traserito, pujaba frunciendo la cara pidiendo que ya, que ya, ya, ya, me duele, luego los prolongados y suaves ya, a lo que Mirko no hacía caso y lentamente sujetando con una mano su pene iba entrando milímetro a milímetro, el niño bufaba con tendencia a llorar, Mirko se detuvo diciéndole al niño que tuviera calma que pronto terminaría, que se dejase y después sentiría rico, vio ese traserito su mente y lo asoció con el de Reniek, lentamente el pene rozaba ese traserito, vio que el niño bajaba algo su inquietud, volvió a rozarlo entre los glúteos con una mano fijaba el pene en el ano lo iba metiendo un poquito más, volvieron los quejidos y lamentos, el niño volvía a pedir que ya no más, le dolía, Mirko seguía con sus movimientos fijos ese delicioso roce de penetración carnal, sin sacar el pene de la entrada del traserito logró besarle el pene y el cuello diciéndole con los ojos cerrados que ya casi, ya casi, amor, ya, ya, siente como eres mío, siente mi amor, siente cómo te lo hago, mi amor, eres lo más maravilloso que hay, siente mi pene, tu trasero me pertenece, soy tu primer amor, tu iniciador, aquellas palabras salidas de labios de Mirko sonaban a voz baja sutilmente a oídos de carlitos martillando su cerebro frases como: recuérdame, te amo, te deseo, siempre serás mío, mío, mío, y al decir eso dejó de moverse recostándose por completo sobre el cuerpo del niño de nueve años, el niño a más de sentir latidos, sintió un líquido humedecer algo la entrada de su ano y su trasero, su respiración aceleraba ante el peso, Mirko se apartó del cuerpo infantil sentándose delante de carlitos, a través de la luz de luna el niño quietecito recostado sobre la paja vio el pene de Mirko con restos de semen, el adulto agitando el pene le dijo al niño que eso era suyo y señalando con un dedo le decía al niño que eso le pertenecerá siempre por ser él el primero, carlitos no dejaba de ver ese pene que momentos antes lo había hecho sentir a plenitud, sintió el paso de las manos de Mirko sobre su trasero limpiando los restos de semen con el calzoncillo, lo mostró manchado de semen, el niño vio de repente que Mirko tomó una pala apartando la paja y escarbaba en el suelo haciendo un hueco, allí depositó el calzoncillo, no se deseaba ser delatado, le dijo al niño que cuando él no estuviese lo sacase de allí y lo quemase lejos, carlitos algo atendía pues su atención estaba en el latir de su ano, Mirko no lo penetró a plenitud con temor a no ser descubierto con algún sangrado pero fue suficiente para dilatar el ano de Carlitos y hacerle sentir estragos, el niño se levantó caminando lentamente viéndose el penecito con paja adherida a su piel, vio a Mirko hacer un número en un lugar discreto a Mirko le gustaba dejar señales de lo vivido, así, aquel número 29 significaría mucho para Carlos Augusto Rodolfo, siempre lo tendría presente y grabado en su mente.
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Los rayos de sol dominguero despuntaban sobre la montaña, un peón pasaba brioso con su corcel, sentía tristeza, hace un año su padre Anastasio falleció a los cuarenta y un años en una terrible caída de caballo desnucándose, su padre era toda su familia, su madre de nombre Victoria murió al parirlo, la mujer tenía veintiún años, luego al ser muy pequeño salió de la gran ciudad de manos de su padre, nunca supo su origen de labios de su padre quien sólo le hablaba de su madre, la muerte instantánea de su padre no dio para confesiones pese a que en vida siempre le preguntaba sobre su familia recibiendo evasivas de su progenitor, así se crió en la estancia Pérez, de sus padres solo tenía sus fotos y de recuerdo aquella ramada hecha por padre e hijo, pronto cumpliría los veinte años, era uno de los pocos peones que gozaba de favores y confianza de Agripina, será porque se crió en el lugar o por su carácter de líder de uso lingüístico elocuente, precisamente Teófilo iba a realizar un mandado al pueblo, la noche anterior de la fiesta había pasado sobrio tiempo antes había recibido esa tarea que ahora debe cumplirla, llevaba un morral, con encomienda al proveedor del pueblo, al retornar a la estancia hizo un alto a orillas del rio haciendo que el caballo bebiese y comiese, decidió lanzarse al agua, así desnudo, la soledad del lugar le daba esa seguridad, se recostó en la orilla sobre un saliente árbol, entrecerró los ojos, le vinieron los recuerdos, aquella pesadilla recurrente, aquel rostro borroso, solo recordaba aquel dolor, aquella habitación borrosa, solo estaba seguro del dolor, se sentó sobre la arena, sintió su ano bien abierto, se pasaba los dedos, sentía complejos al tocarle, el siendo niño instintivamente recordaba lo que le sucedió en aquella casa, en aquel sitio mientras jugaba, tendría unos cuatro años y meses cuando le sucedió eso, lo escuchó accidentalmente de su padre cuando se emborrachaba, lo acariciaba y le pedía perdón por no haber cuidado de sju integridad, su padre profería nombres que al decirlos con rabia los maldecía siendo los causantes de su suerte, los odiaba, eran nombres que pasaron a grabarse en la mente de Teófilo, el hombre de casi veinte años dio un suspiro, pretendía a alguien pero sabía que no le pertenecía, aquella empleada de la casona Buonanote estaba enamorada de Luis Izaguirre Buonanote, sonrió pensándola suya en su mente, le vino también aquel recuerdo cuando se vio el pene erecto, de un impulso pensó que estaba cerca de aquel lugar, estaba en lo cierto, caminó entre la tupida vegetación por la orilla del río y llegó a aquel lugar, respiró hondo, recordó que estando en ese hueco erosionado por el río cuando tenía doce años eyaculó por primera vez sobre el trasero Luis Alfonso cuando tenía ocho años, se masturbó entrando en ese lugar, se acostò viendo su cuerpo desnudo impregnado con arena, se imaginó cómo lo había tomado entre sus brazos haciéndole el amor en el trasero aquel mes de septiembre de 1948, se corrió rápido el pene saliéndole semen, mientras eso sucedía a su mente también llegó el recuerdo cuando en su ramada en la hamaca se desfloró el pene dentro del ano de Luis Alfonso en una tarde de octubre 1948, así, Luis Alfonso había significado mucho en su vida de púber, le había hecho el amor hasta hace cuatro años cuando Luis Alfonso fue llevado a estudiar al internado capitalino, ya no hacía con él, sus edades marcaban ahora la discreción, Teófilo fue quien diplomáticamente decidió apartarse y no seguir la relación de Luis Alfonso, el peón vio la puesta de sol, aún estaba la tarde un poco clara, decidió vestirse tomar el corcel e ir en ruta a la estancia donde Agripina esperaba noticias, luego de dárselas en la entrada de la casona Pérez iba a retirarse pero las manos de Agripina lo agarraron con sutileza haciéndolo pasar a la cocina para que bebiese y comiese lo que desee, vio restos de pastel y bebidas pidiendo una rebana de aquel potaje, por la ventana vio al patrón Luis Daniel montado a caballo con su hija y algunos invitados entre ellos el homenajeado la noche anterior Fulgencio Arichabala, escuchaba a lo lejos salir la tertulia de las damas proveniente del gran salón, dio cuenta la no participación de Agripina un tanto preocupada para ser vigilante del servicio a las damas, luego de comer Agripina le pidió que fuese a arreglar un desperfecto en la jamba de una puerta ubicada en el alero extremo de la gran casona, para llegar allí tenía que pasar por los dormitorios y luego por una amplia terraza donde había ropa tendida, al pasar por los dormitorios vio a una linda niña dormida profundamente mostrando su angelical forma, estaba abierta de piernitas con su calzoncito mostrado por la faldita subida al pecho en parte, también tenía abierto los brazos, estaba acostada boca arriba, siguió caminando, se sentía la soledad del lugar, pasó por la terraza con cubierta, habían unas mantas en un rincón, muchas sábanas tendidas que cubrían la vista del lugar, subió por una escalera angosta, vio la jamba, decidió trabajar desde adentro debido a la presencia del polvo imperante, puso las herramientas en el piso, sus manos pasaron por las imperfecciones de la puerta, hizo pausa, supo que la tarea era fácil de hacer en pocos minutos, le vino la pereza, bostezaba repetidamente, se rascaba la espalda, decidió sacar un cigarrillo de su bolsillo, fumaba viendo el panorama, hacía boconadas, desde ese lugar se dominaba la visual a la gran casona de una tarde que agonizaba, de pronto, lo que cambiaría su vida, vio a la preciosa niña de la noche anterior, aquella niña de once años, algo orgullosa por su posición social y belleza, llevaba de la mano a un precioso niño de dos años, ella vestía un vestidito floreado de vuelo amplio plisado, el niño vestía pantaloncito corto sostenido con tirantes y camisa, tenía puesto sandalias y medias a las rodillas, el corte hongo del pelo lacio del niño se alborotaba al roce del viento casi nocturno, se podía ver al niño con ganas de dormir, Teófilo sonrió viendo a esos niños ricos capitalinos bien vestidos, decidió asustarlos lanzándoles algún objeto para asustarlos pero se contuvo, como que algo le decía que no, así, Victoria recorrió el lugar con avidez como sintiéndose segura de estar a solas con su primito Daniel Nicolás Arichabala Pérez, nieto del senador Pérez, Victoria se asomaba por los lados de la terraza que daban vista, Teófilo se dio cuenta que Victoria se sintió segura, es que todos los adultos estaban en el gran salón y los otros decidieron hacer un paseo a caballo recorriendo la propiedad antes de partir a la capital, Victoria pensó que era un preciso momento para subir a la terraza un lugar apartado de la gran casona acompañada de su primito, ella no daba cuenta que era observada por Teófilo, el niño fue tomado de las manos, ella se acuclilló teniéndolo de las manos, Teófilo quedó sorprendido viendo a Victoria que acercaba a su primito para besarle, los ojos de Teófilo se abrieron más de asombro cuando vio que las manos de Victoria desabotonaban el pantaloncito corto del niño hasta sacarle el pene con chuparlo y lamerlo, el niño miraba y sonreía al sentir cosquillas, sus manitos posaban sobre los hombros de la acuclillada Victoria haciéndole sexo oral, mientras el viento agitaba las sábanas tendidas, caminó con su primito al rincón donde había algunas sábanas, las acomodó haciéndolas a manera de cama, lo acostó al primito que bostezaba, Teófilo mascaba tragando saliva viendo las manos de Victoria que deslizaba el pantaloncito corto del niño llegándole a las rodillas luego de haberle quitado los tirantes, Teófilo vio a la niña que se quitaba su calzoncito, alzó su vestidito dejándose ver ese hermoso traserito desvirgado por Agustín años antes en el día del cumpleaños del abuelo de Victoria, Fulgencio Arichabala, continuó lamiéndole el pene, ya una vez bien ensalivado el penecito decidió acostarse sobre las sábanas poniéndolo a su primito encima de su cuerpo y sosteniéndolo de sus caderas lo alzaba y lo bajaba haciendo que el penecito agarrado a una de sus manos lo hacía rozar y metiéndoselo algo en la vaginita, pero era más roce, Teófilo conoció la vagina de Victoria de esa manera, haciendo que su inocente primo le dé de roces, lo sostuvo de la espalda besándolo, Teófilo vio esas caderas unidas, ese penecito sobre esa vaginita, no aguantó más al ver eso, se bajó los pantalones y pensó bajar y hacerla suya, que sintiera su instinto animal de un verdadero macho adulto de veinte años, pero decidió calmarse, si lo hacía era el escándalo, se limitó a seguir viendo el movimiento de las caderas infantiles, notó que pese a la edad, la niña mostraba algo de pericia escasa de inocencia, lo apartó al niño y ella abriendo sus piernas se rozaba el dedo por el clítoris dándose placer, el niño sentado sobre la sabana tenía su pene descubierto rozando por la tela, Teófilo al ver esa postura de la niña que mordía sus labios y fruncía su seño no le quedó más que masturbarse viendo esa delicia de vagina, al poco rato vio vestirse a Victoria y a su primito arreglándole el peinado cuidando de no haber ensuciado la ropa fina de época, los vio perderse entre las sábanas tendidas, se limitó a sonreír manoseándose el pene latente viendo el semen en el piso.
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Unos pasos se daban por aquella empedrada calle capitalina de apartada cafetería, una mujer esperaba inquieta la presencia de un visitante convenido para el efecto, no era hábito el fumar más a su edad pero la ansiedad hacía presa de aquello, de pronto, la sonrisa, un hombre se sienta en su delante, tenía un sombrero amplio, llevaba bajo el brazo una caja, en la otra un cigarro encendido, se saludaron con beso en la mejilla, la mujer vio al hombre que no podía contener sus ojos brillosos como deseando llorar antes de hablar, la caja estaba casi deformada en sus aristas ante la presión de las manos, el hombre se limitó a decirle que esa era la llave que le conduciría a la verdad de sus planteadas inquietudes, le significaría mucho, la mujer inquieta de súbito alzó la caja, las manos del hombre sobre las de ella no le permitieron abrir a plenitud le pidió prudencia a la inquieta dama, con asombro vio el interior, aún tenía rasgos de sangre, si, dijo aquel hombre, con voz entrecortada y lastimera… es la sangre de él, la mujer no pudo contener el llanto mezclado con rabia, tal así que dieron cuenta de ello los comensales, el hombre decidió irse pero las manos de ella lo contuvo, le suplicó que lo acompañase pero él movía negativamente, era esa sus despedida, era el adiós, quiso levantarse e irse, pero de súbito unas manos férreas sobre sus hombros decidieron hacerle cambiar de opinión, les dijo que no entendían que esto le ocasionaría la muerte, ella le dijo que el cariño a Dios y a la justicia puede más que malosas intenciones y él ha hablado con verdad, lo convencieron para que los acompañase a hablar en lugar seguro, los tres subieron a un auto de época, perdiéndose por la alameda, un hombre arrimado al árbol daba el último golpe al tabaco botándolo al suelo y con el brilloso zapato hacía giros en el piso apagando el cigarro, se notaba su impotencia de haber llegado tarde, mientras tanto dentro del auto era todo sin palabras, sólo se escuchaba el rugir del motor, entraron a la casa de madre e hijo, ella le dijo al hombre porqué ahora y no cuando lo encontró, el hijo le dijo que esas preguntas están fuera de lugar, ahora deseaban saber con detalles como le llegó al hombre aquella prenda a sus manos, el hombre desencajado con moretones en el rostro empezó su relato diciendo que hace muchos años un niño que paseaba por el lugar encontró esa prenda, quiso seguir pero prefirió callar, la mujer insistía, quería saber más, insistía con vehemencia, se podía notar los ojos llorosos de aquel despojo de hombre, se contuvo un poco la constipación para tomar luego respiro, la mujer notó que la presencia de su hijo intimidaba al hombre, le hizo gestos a su hijo médico pediatra para que se retire, obediente lo hizo, así con más seguridad, el hombre continuó con su relato emitiendo palabras entrecortadas, pidió una copa de brandy, de sorbo en sorbo hablaba, decía que todo sucedió siendo un niño aquel fatídico mes de septiembre de 1912 en propiedades de su padre Leovigildo, iba remando en el lago, el adulto que lo acompañaba le hacía caricias por todo el cuerpo mientras bogaba, atracaron la canoa en la orilla del lago y allí entre matorrales ese adulto abusó de él llevándose su virginidad anal, la mujer se sorprendía al escuchar aquel relato, el hombre continuó diciendo que todo fue desgarrador sintiéndose sucio, su estilo de vida cambió conjuntamente con su ánimo y carácter, se había convertido en melancólico y poco optaba por alimentarse lo cual le hizo bajar el peso de ello dieron cuenta sus padres, el niño les confesó lo sucedido, su padre airoso fue a hacer justicia en mano pero a las dos semanas de haberse cometido la sodomía encontraron el cuerpo de Leovigildo Arciniegas con un tiro en la cabeza, al peculiar en el relato del hombre fue que al ser desvirgado, vio el calzoncillo de aquel adulto, era el mismo con bordados del que había desenterrado en las orillas del rio que desembocaba en el lago la noche en que mataron y violaron a Patricio Berlingieri, ahora la mente de la hermana del niño tenía más claro el elemento de juicio, tembloroso el hombre sacó un sobre de su chamarra algo raída, tembloroso se lo dio a su amiga de infancia, pedía repetidamente perdón por el silencio de tantos años, en la caja estaba la prueba del delito de aquel hombre, reiteraba perdón por no haberlo dicho antes cuando los padres de su amiga aún vivían, en ese sobre estaban sus razones, tembloso pasó de sus manos a los de su amiga, allí iba su secreto de vida, al principio pensó en guardarlo dentro de un libro en la biblioteca de su estudio para así luego de muerto años después alguien lo descubriese pero pensándolo mejor decidió entregarla a alguien que en su juventud significo mucho para él pero por cobardía no tuvo el atrevimiento de hacerlo o decirlo, en ese papel se plasma lo más sentido de su existencia una aterradora verdad, le invitó en su delante a leerla, le tomó a la mujer varios minutos, su rostro iba enrojeciendo cada vez más con un desacostumbrado asombro viéndolo a la cara en cada pausa de párrafo o en cada frase contundente, al terminar movía negativamente la cabeza no pudiendo creerlo, el hombre le dijo a ella que estaba en sus manos hacer justicia o no luego de haber leído esa carta con firma de responsabilidad del hombre, ella no sabía que decir, minutos antes estaba decidida a hacerlo ahora no sabía, el hombre sólo suplicó a su amiga que la entregase esa carta a la persona indicada ante cualquier alternativa que lesione los intereses de ser amado por ella, escribió unas líneas anexas debajo de su firma de responsabilidad dado constancia legal ratificando que su amiga es testigo de su contenido firmando a su lado de rúbrica, tiempo después el pediatra ofrecía café, pudo ver ambos rostros llenos de lágrimas, rato después el visitante se despedía con un abrazo al joven médico y con un prolongado beso en la frente de su amiga, pidió perdón a los dos y su silueta desapareció en la calle capitalina, a su encuentro estuvieron un par de hombres que lo tomaron de los brazos subiéndolo a un auto estacionado estratégicamente del lugar, resignado a su destino pese a todo el hombre sintió paz, su secreto quedaba en buenas manos.
FIN DEL CENTÉSIMO SEXAGÉSIMO SEGUNDO EPISODIO
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