METAMORFOSIS 199
Efebo.
Las ambulancias recorrían los alrededores del hospital, el ruido de sirenas llegaban a la habitación donde Eleuterio se encontraba reposando, estaba feliz en compañía de la visita de su nietecito Carlos Gustavo, esos nombres para el abuelo eran incómodos, le recordaban a aquel militar que tanto daño hizo a su hija Amanda, pero en fin, el destino quiso que por intermedio de las influencias del militar se logre atender de sus padecimientos cardiacos a tiempo, sonreía pensando que tal padecimiento se debía al tanto alcohol tomado, a su lado estaba su fiel esposa marcando a su nieto quien estiraba los brazos para estar junto a él en la cama, Amanda vio a su tierno hijo bajarse de los brazos de su madre para caminar presuroso a la cama donde estaba postrado su abuelito, lo recibió como pudo besándole y acariciándole el pelo, la piel bien blanca del niño contrastaba con la piel bronceada de su abuelo, en realidad el niño tenía una postura principesca y no era para menos pues descendía de la nobleza europea, por el lado de su padre a la vez de nobles hidalgos y zares, en realidad era un niño muy precioso de finas facciones y caminar aligerado, los dos se fundieron en un fuerte abrazo, las mujeres sonrientes disfrutaban del momento, un doctor ingresa con tabla de historial médico, con aire marcial indicaba la salud del hombre de campo, le dijo que debería estar en reposo, llegaba junto con una enfermera para darle de alta, ese médico pronunció el nombre de su gran amigo al que manifestaba que fue de gran agrado poder ayudarle, se refería a Gustavo Adolfo Pozzo Buonanote quien con influencia había hecho posible la mejora del hombre de campo, las mujeres vieron partir al doctor, de inmediato Amanda empezó a arreglar la ropa para sacar a su padre del hospital, los esperaba un comité humilde de recepción en la casa de arriendo, allí se encontraba en la acera esperándola nana Dulce con su nieta, Eleuterio llevaba en brazos a su nieto y se saludó cordialmente, lo mismo hizo la mujer y el pequeño Eleuterio que los acompañaba, Amanda se quedó en su trabajo en el hospital, en los corredores todo era movimiento, circunstancialmente se encontraron, se miraron con intensidad, sonrieron forzadamente, desde hace mucho no se miraban con esa intensidad, de los labios de la mujer salió simplemente la palabra “gracias”, se disponía a retirar, el hombre la tomó del brazo, la hizo girar, “de nada”, se miraron por un instante, se pusieron cabizbajo, suavemente la soltó, sin decir más se retiró, ella caminó presurosa, entró a una sala deshabitada, no pudo contenerse y se puso a llorar, desconsoladamente, con angustia de sólo pensar que estuvo cerca del hombre al que aún amaba y que él sin saberlo era el padre de su hijo, tenía recelo, lloraba a mares, apretaba los puños, estaba agradecida por lo él había hecho pero sentía ese vacío de no poder abrazarlo, sí, se sinceraba ella mismo, sentía la angustia del no poder besarle y decirle lo mucho que lo amaba, que lo ansiaba, que deseaba ser suya, sus pensamientos se diluyeron al ver la entrada del mismo doctor que antes había atendido a su padre, entraba con un paciente y una enfermera, se miraron, ella cabizbaja salió de la sala, vio el reloj, en pocos minutos su trabajo terminaba, tiempo después se la vio salir del hospital, desde una apartada ventana los ojos del militar la veían tomar un taxi, tragaba saliva, volvió su mirada a la cama en donde tres de sus leales soldados habían sido heridas y él estaba allí dándoles ánimo, Amanda llegó a la casa, la recibía a brazos abiertos como siempre su hijo Carlos Gustavo Eleuterio, de su cartera fina sacó un dulce, el nene la abrazó más cariñosamente y se sentó a disfrutar sacando la envoltura, para su sorpresa allí se encontraba Serafín quien había llegado a visitar a su nana Dulce a quien por un tiempo ella lo crio junto con su difunto hermano cuando vivían de huérfanos en la estancia del difunto Gustavo Pozzo, el diálogo entre Amanda y Serafín se llevó dentro de la casa, ya había sido presentado a Eleuterio y su esposa, a lo lejos se notaba a Eleuterio y a su hijo dormidos, el niño estaba feliz de eso miraba Serafín, tenía un gran apego hacia la mujer, nana Dulce completó la charla hablando de la niñez de Serafín así Amanda lo conocía más, el apego se incrementaba entre ambos.
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Al día siguiente nana Dulce llevaba como siempre al pequeño Carlos Gustavo al parque, de pronto aparece Serafín quien juega con el niño, la anciana observa esa escena, se podía ver la situación paternal de Serafín, tan cariñoso con el nene, ella se preguntaba el por qué Serafín no era padre aún, se mostraba cariñoso con el pequeño, de pronto aparece Pedro Artemio, se sienta junto con la anciana a ver a Serafín jugando a roles en la grama con el pequeño Carlos Gustavo Eleuterio, todo era alegría, la mano de la anciana acariciaba el pelo de Pedro Artemio, los miraba con atención, pensaba que así hubiese sido su vida normal, pero agradecía a Dios el haber conocido a Guillermo Izaguirre quien a la ausencia de sus verdaderos padres le colmó de protección y cariño, no tanto como lo esperaba de sus padres pero si lo suficiente para ser lo que ahora es un próspero ciudadano, los presentes en el parque no dieron cuenta de un auto en marcha lenta cuyo copiloto los miraba con fijación, su mirada se desvía al ver su pierna cuya mano se deslizaba, miró al conductor con sonrisa cómplice como aceptando aquella acción, el auto continuó con su ruta, el paisaje se transformaba en rural, el viento agitaba el pelo lacio de aquel efebo, sin duda estaba feliz, la mano se deslizaba por la entrepierna, los rayos de sol mostraban las finas líneas faciales de ese hermoso joven, la mano apretaba le pene vestido, el efebo se inclinó hacia adelante sorprendido por la acción de la mano, ansiaban llegar a aquel lugar, el auto se detuvo, sorprendido aquel joven miró al conductor, aún no habían llegado al lugar, el efebo recibió un beso apasionado al que correspondió rodeando el cuello de su amante, ambos se manoseaban el pene vestido, el efebo se inclinó a olerle el pene del conductor, con la mirada le indico para salir, así lo hicieron por sus respectivas puertas, se abrazaron no notándose los penes erectos hecho bulto en la tela, los rozaron, el efebo se inclinó a bajar la cremallera y a sacar el pene, le miró al rostro sonriente y luego miró el pene erecto, abrió la boca y de a poco lo metía dentro de su cavidad bucal, con satisfacción el conductor sentía ese deslizamiento de labios en el tronco de su pene, suspiraba a ojos cerrados, acariciaba el pelo de aquel joven que le estimulaba placer con su lengua, se contuvo a eyacular, el pene salió lentamente de la boca, se lo vio ensalivado, le hizo gestos al muchacho que entendió en deslizarse la ropa dejándose el culito al descubierto, se podía ver algunos pelitos, ese voluminoso culito era abierto por ambas manos, estaba en posición perrito, el hombre se inclinó tomando el pene rozándole por el culito, en la piel de los glúteos se notaba los restos de ese líquido seminal humedeciendo esa piel suave, el glande pasaba por entre los glúteos punteaba hacia la entrada del ano, con placer se lo metía, le hacía suspirar y gemir, empujaba para meterlo más adentro, el efebo pujaba, el pene entraba en esa ano juvenil de muchacho precioso, empezaron los movimientos de mete y saca con fuerza, adelante y atrás, para adelante y para atrás, ya todo entraba en el hueco de ese culito, las manos del hombre se deslizaban por la espalda juvenil, se complacía la tenerlo sometido de esa forma, le daba pene por el culo hasta el cansancio conteniéndose para no poder eyacular, el pelo de la pelvis rozaba la piel del culo, lo sujetaba de las caderas para darle pene, los movimientos de ambos cuerpos eran seguidos, le gustaba tenerlo así, así, así, le sacó el pene, se quitaron la ropa, se abrazaron apasionadamente dándose besos prolongados, lo apartado del lugar les daba la seguridad de amarse a plenitud rodando por la grama silvestre, la humedad se pegaba a sus pieles, el efebo le hizo abrir las piernas y tomando el pene lo chupaba y lamía, luego se recostó en la grama abriendo sus piernas juveniles, le dijo que se lo meta y el conductor de inmediato puso las piernas en sus hombros y empezó a penetrarle por el culo, parecía que ya iba a eyacular pero se contenía, no deseaba dejarle semen dentro del culo, así que después de darle tanto pene por ese culo juvenil se quedaron acostados en el suelo viéndose los cuerpos desnudos, se estiraban los penes, el conductor se sentó sobre el cuerpo acostado del efebo, se inclinó para que el pene entre en su boca, entraba y salía, entraba y salía, se notaba el pene ensalivado, esos rápidos movimientos le daban placer, hasta que el erecto pene quedó posándose sobre el labio inferior, en segundos salió el semen que entró en parte por la cavidad nasal, el efebo instintivamente se apartó sonándose la nariz tratando de sacarse los restos de semen, el conductor pidió disculpas, se pusieron en pie, le abrazó en señal de pedir disculpas, el muchacho continuaba sonándose la nariz, le besaba el cuello y las mejillas, el muchacho continuaba sonándose la nariz, lo besó apasionadamente correspondiéndole, sonrieron ante lo que había pasado y de nuevo le pidió disculpas, el muchacho se acostó sobre el conductor besándole el pecho velludo, el pene ahora entraba en la boca del conductor e instantes después de un prolongado mete y saca el semen se depositaba en la boca de aquel hombre, botó el semen y de inmediato se dieron prolongados besos con semen en sus labios humedecidos, abrazados miraban el firmamento, ya el ocaso se presentaba, el muchacho le comentaba sobre las personas que había visto en el parque, el conductor escuchaba en silencio acariciándole el pelo, se acostó sobre la humanidad del efebo para darle besos apasionados con lengua, era el momento de partir, se vistieron viendo las figuras de animales que deambulaban por el lugar, durante el trayecto iban pensativos, el conductor le preguntó cuándo y dónde para volverse a encontrar, el muchacho le dijo en el parque de siempre a la hora de siempre, el conductor sonrió, ya para ese instante la noche aparecía, las luces del auto se intensificaron en la oscuridad, el muchacho vio que se desviaban del camino yendo hacia un camino pedregoso, pasaron un par de minutos y el auto se detuvo apagando las luces, se escuchaba el sonido de los animales nocturnos, el conductor le dijo que le iba a dejar algo de recuerdo y que lo tenga presente esto hasta el próximo encuentro, lo besó apasionadamente, el muchacho se recostó inclinando el asiento, el conductor aprisa deslizaba la cremallera sacando el pene para lamerlo y chuparlo, el muchacho suspiraba de gusto y hacía gemidos entrecortados, la punta del glande era rozada por la punta de la lengua, lo hacía bien el sexo oral aquel hombre, se notaba la intensidad del deseo, lo hizo por varios minutos, así quedaba el pene bien atendido por la boca del conductor, ahora era él el que se recostaba y la boca del muchacho lamía y chupaba el pene, la cabeza del muchacho bajaba y subía a ritmo de gusto, sonreía cuando el pene salía de su boca, se lo pasaba por las mejillas y lo rozaba por los labios dándole besos cortos a manera de piquitos, era grato tenerlo así, el efebo en realidad gustaba de ese pene adulto, sorprendentemente para el conductor el hermoso muchacho afeminado se deslizaba la ropa dejándose ver el culo descubierto, se sentó sobre la entrepierna del conductor, acomodó con sus manos para que el pene esté en la entrada del ano y así de a poco se iba sentando y el pene se iba metiendo, el conductor gemía y suspiraba, se movía a manera de cabalgadura, ahora sí, ahora sí, dejaba un buen recuerdo hasta la próxima cita de encuentro, lo sostenía de las caderas, alzaba y bajaba, alzaba y bajaba, el auto se movía ante los movimientos intensos, era entrega total, en la noche se notaba esos movimientos ante el sonido de los animales del sector, la tibia noche de aquel mes de febrero del 1959 era testigo de la entrega de los amantes en ese auto.
FIN DEL CENTÉSIMO NONAGÉSIMO NOVENO EPISODIO
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