METAMORFOSIS
La creación.
La mente ensimismada de aquella mujer recostada en un árbol alucinaba los hechos pasados con ese matiz de culpa que a su alma embargaba, deseaba que el tiempo retrocediera para menguar lo que por retorcido fue lo vivido, quería tener su alma en paz pero la angustia y la melancolía la abrumaban, escuchaba el trinado de las aves en ese sobrecogedor lugar y la relajaban pero de súbito los recuerdos volvían abriéndole los ojos recordándole su triste realidad, no paraba de sollozar, asentía melancólica aquella suerte, pero sus sentimientos encontrados motivaban su ternura y venía la imagen de sus hijas Leonor de 3 años y Josefina de 1 año y meses, esas niñas rubias tenían las facciones de su padre, de piel sedosa rozagante al sol, siempre sonrientes y creativas a la hora de una travesura, no tan engreídas pero si agraciadas con el amor recurrente de su padre Don Gustavo el dueño treintón de la estancia, un emigrante que siendo el hijo mayor de un linaje familiar arraigado desde la conquista española decidió hacer su destino económico en este país de la canela, vino solo con su alma y un deseo grande de superación logrando ganar el respeto de los colonos, de ahí el complejo de ser europeo marcándose él mismo su orgullo machista y la vehemencia de su origen que lo motivaban a salvar obstáculos y con pericia astuta lograba grandes cantidades de dinero con el que compró la estancia, tenía claro lo que deseaba a futuro, estabilidad, permanencia de poder y bienestar para las personas que ama, pero también le gustaba ser correspondido, y su mujer lamentablemente no cumplía su cometido de satisfacer su ideal de perpetuidad de su linaje sálico que era darle el tan ansiado hijo varón, he ahí el motivo de su angustia, de sus reproches, ella al principio se había casado deslumbrada muy enamorada a sus quince años, al año su magistral boda, se entregó siendo su virgen vestal, en cada parto se dibujaba en la cara de Gustavo el reclamo, esto hizo que con el tiempo se aumente la decepción, de ahí que ese amor profesado se convertiría en temor creciendo, luego en odio por aquel desprecio de su esposo causa de su machismo, de solo pensarlo, lágrimas recorrían su blanca y tersa piel de juventud.
Noelia, su nombre, derivación del nombre Noé de origen hebreo, significa la que fue consolada o la que encontró consuelo, su nombre deriva de la natividad debido a que nació un 25 de diciembre de 1909, de corta familia emigrante de padres originarios de los Cárpatos que huyeron de la gran guerra, su raza blanca atrajo a su esposo identificado con las costumbres europeas, su amor fue de complacencia, el racismo imperaba y pensaban en la pureza noble europea con la hermosura de sus futuros hijos, la estancia estaba en desarrollo el tiempo lo dedicaba mayormente a los negocios y reuniones sociales primaba, el qué dirán y la crítica favorable iba de la mano de las miradas rutilantes, suspiros, de las gentes que los veían pasar, pero todo ese cuento de hadas estaba condicionado a seguir con la venida del heredero varón, algo que no sucedía, Noelia frotaba su vientre y entre sollozos rogaba al todopoderoso para que se cumpliera su dicha de darle su heredero.
Su nana Dulce se acercó informándole la venida del patrón de la capital, que se apresure porque requiere de su presencia para abrir las compras y regalos que era como un ritual mensual, esa tierna negra consentidora de su infancia sabía de aquel desamor por el que pasaba Noelia, aún más cuando se dio cuenta de sus náuseas, con gesto de certeza y mirada inquisidora describió en los labios de la negra anciana una sonrisa de oreja a oreja pero vino también un desconsuelo, había algo de secreto cómplice entre ambas desde hace mucho tiempo, juntas de la mano caminaron por el sendero que da a la casa grande de la estancia, entre risas y algarabías las niñas abrían los obsequios, Noelia taciturna dejaba que las recias manos de su esposo recorrieran sus brazos, ambas mujeres bajaban la mirada vertiendo en sus caras la complicidad de algo oculto.
A los tres meses la noticia se regó por la estancia de que la patrona, ama o señora estaba preñada, el júbilo del patrón terrateniente de la estancia no era para menos pero en sus ser cabía la posibilidad de que nuevamente fuera mujercita, se hacían brindis por el futuro bebé para que fuera el ansiado varón, a Noelia la cuidaban mucho las empleadas y peones especialmente sus fieles mestizos Aparicio y Gumersindo.
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Llegó el gran día del parto, Don Gustavo como en los partos anteriores trajo un médico especialmente de la gran ciudad con una enfermera, llegaron para asistirle con días de anticipación, aquella noche del parto la habitación estaba bien iluminada con candiles, agregado a eso las lámparas que sujetaban las empleadas de la estancia, y otras saliendo y entrando con mantas y demás utensilios de cirugía menor, los futuros abuelos maternos Rodolfo y Micaela ávidos de la noticia esperaban en el gran salón sosteniendo cada uno a sus nietas, los futuros tíos Andreina hermana mayor de Noelia y su cuñado Guillermo sentados con el pequeño Maximiliano de cuatro años, los esposos se lamentaban de que su primogénito Luis de seis años no estuviese con ellos debido a que tenía una gripa quedando al cuidado del mulato Lastenio de 15 años nieto de la nana Dulce.
Al cabo de un rato los pequeños jugaban sobre la gran alfombra persa que adornaba la sala victoriana, desde lejos de un rincón casi oscuro una manito le hacía gestos llamándolo al pequeño Maximiliano que jugaba separado de sus primas en un rincón, su rostro brilló de sonrisa al ver la otra mano que le ofrecía su dulce favorito y como rayo se acercó a quién se lo brindaba, era la pequeña mulata Griselda de doce años nieta de la nana Dulce, hermana de Lastenio, sus padres murieron hace nueve años en un accidente de carroza en la que viajaban cayendo a un precipicio, ambos huerfanitos quedaron al cuidado de los padres de Noelia, en la otra casa contigua residen Andreina con su esposo Guillermo y sus hijos; la mulatita daba grandes trancos caminando por las escaleras el niño la seguía muy sonriente, se detuvieron frente a una puerta del atrio la empujaron despacio, la oscuridad de su interior contrastaba con la luz de los rayos de una tormenta que se avecinaba, ella le hizo gestos de silencio, le dio el dulce parándolo sobre una vieja silla, ella le fue quitando los zapatos, abrió la cremallera del pantalón, desajustó la correa de Maximiliano cayéndole el pantalón, le hizo alzar las piernas sacándole el pantalón, después el calzoncillo era corrido rápidamente dejando descubierto el pene blanquito rozagante de Maximiliano, ella agitaba el pene del niño hasta ponerlo algo durito, lo acomodó en el suelo a Maximiliano con cuidado de que no se ensucie le agarró los muslos para que abriera las piernitas, después la mulatita se bajaba el calzoncito delante del pequeño Maximiliano mostrando descubierta su vaginita, el niño la miraba muy atento de lo que la mulatita hacía, se pasaba el dedo por su clítoris hasta sentirse deseosa seguidamente acercaba su vaginita junto al pene de Maximiliano que estático veía los movimientos de su pene que Griselda le hacía al frotarle su vaginita, el prepucio se deslizaba por la raya de la vaginita ella aumentaba el movimiento sexual unían sus mejillas, ya antes ella le había dicho a Maximiliano que eso era un juego en secreto y como premio tenía su dulce favorito, los rayos revelaban la espalda de Griselda, ella levantaba un poco su cadera para que Maximiliano pudiese ver cómo se frotaban su pene de piel blanca con la vaginita de la mulata Griselda, ambos niños se pararon y se vistieron, ella le arreglaba el peinado muy delicadamente a Maximiliano que lamía su dulce favorito después salieron en precipitada carrera del lugar.
Mientras el tiempo transcurría la angustia se hizo presa de todos, al ver pasar a la enfermera con mantas y las empleadas con agua caliente gasas y desinfectantes, de repente, unos chillidos que se convirtieron en gritos y llantos en el ambiente, los peones sumisos contemplaban a sus patrones desde el exterior de las ventanas, Gustavo sudoroso y lleno de angustia recibió a la enfermera en la puerta de la habitación, el médico detrás, hubo un silencio, el terrateniente entró, hubo un corto silencio, luego un grito fuerte como desgarrador, Don Gustavo salía del cuarto serio, contemplativo, llevando un bultito en pañales en sus brazos, pasó caminando lentamente llegando frente a sus suegros y cuñados, los ancianos vieron ese pedacito de vida, unieron sus manos haciendo una venia con los ojos cerrados en señal de agradecimiento, Gustavo se acercó a la entrada de la gran casa donde estaban sus peones y amigos que con ojos bien abiertos presenciaban la escena, abrió los pañales todos en silencio se acercaron y quedaron petrificados por un instante viendo la parte íntima de ese bultito de carne lleno de vida que lloraba, Gustavo gritó con todo su ser: se llamará Gustavo Adolfo, como me llamo yo y como se llamaba mi padre, los peones lanzaron sombreros al aire, y los consiguientes disparos cuyas balas buscaban siquiera acercarse a una oscura noche de nubarrones y fresca ventisca testigo del momento, casi todos festejaban la venida del heredero, casi todos, menos dos, Aparicio y Gumersindo, que cautelosamente se retiraron al ser avisados por el pequeño Hermógenes de nueve años que su madre Eudomilia estaba pariendo y que necesitaba de su ayuda, al momento en que cae la lluvia con toda fuerza, no les importó lo tormentoso de la noche para montar a caballo, ni los mosquitos de temporada lluviosa ni el fango del camino tortuoso les impedirían llegar al humilde rancho, a su encuentro en la puerta la partera sudorosa sentada en una silla haciendo boconadas de humo de tabaco les daba la bienvenida con una mirada muy triste, la anciana asentía con los ojos mirando al infinito como poseída por el ánima de quien ya no tiene esperanza de vida, ella gesticulaba diciendo que había nacido un precioso varón pero, ella, bueno, ella, caray, sabia de su problema, se lo dije, supliqué que no continuara, más aún, quiso tenerlo y ahí las consecuencias, en fin, ella dio su vida por su recién nacido.
Los gritos eran desgarradores sobre todo de Hermógenes que había quedado huérfano de padre hace un par de meses atrás y ahora de su madre, qué desdicha, los pocos presentes ayudaron con la mortaja y como tradición otros pretextaron su visita para emborracharse, a lo lejos Aparicio y Gumersindo lloraban tal lamentable pérdida con prudencia y con lágrimas desbordantes enjugadas con lluvia por su piel ellos sabían que esta noche del 9 de septiembre de 1929 marcaría el génesis de cambio para muchas vidas.
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A muchos kilómetros una mano asentaba el auricular del teléfono consola dorado en su base, la leña encendida en la chimenea medianamente quitaba penumbra a la habitación, mostrando lo sobrio y portentoso del lugar, los dedos de las manos estaban saltando con repetidas ocasiones temblorosamente en la madera del sillón, se podía ver el sudor de su frente y en las muñecas, tomó un pañuelo pasándolo por su juvenil rostro, abrió su bata limpiándose el sudor del pecho, nuevamente limpiaba sus ojos de aquellas lagrimas brotadas por la noticia, se levantó de su sillón caminando con pipa en boca a su ventana abrió las cortinas descubriéndose a plenitud la bata que cubría su cuerpo atlético duchado hace poco interrumpiéndose por la llamada telefónica, a través de los fuertes rayos y truenos, observaba la copiosa lluvia arrimando su hombro a la ventana, de igual forma su cara arrimada al cristal que por detrás escurría la lluvia, se agitó su corazón acelerando su respiración, apretó los puños, la arteria aorta creció de ansiedad, se le escapó una exclamación volviéndose a limpiar sus ojos vidriosos del llanto diciendo para dentro de sí: es simplemente la lluvia, sólo la lluvia….
FIN DEL PRIMER EPISODIO
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