METAMORFOSIS 221
Espumilla.
Fulgencio desde su sillón de biblioteca como siempre miraba el correr de sus nietos, los futuros herederos, entre ellos alguien muy especial, Carlos Hernán, nacido en 1950, con sus diez años el hijo de Serafín Del Olmo y Emérita vivía en una colonia muy bien definida en servicios sociales, el niño tenía una personalidad muy cautivadora para su bisabuelo Fulgencio, desconocía algunas cosas de su origen, el anciano fumaba puros muy atento a los movimientos del niño, con una mueca consoladora gustaba de verlo, unas manos se apoyaban en su pecho, era la madre del anciano, Matilde para su edad estaba muy cuidada físicamente, sonreían mucho, miraban juntos ese movimiento de los niños, se decían que la estirpe estaba asegurada, allí estaba Daniel Nicolás junto a su prima Cayetana, los niños corrieron al portón de donde se estacionaba un vehículo negro de brillo latente ante el sol imperante en esa mañana, de él se bajaba Fernanda con su niño, sólo Cayetana era la más animada con su hermanito, Fulgencio y su madre desde ese lugar apartado pusieron un rictus de mucha seriedad con desprecio ante la presencia de la mujer, el niño iba bien vestidito en brazos de su madre, el vestido del infante era regalo del actual compañero sentimental de Fernanda, la mujer caminó unos metros saldando a las empleadas, detrás de ella estaban los niños, luego salió del auto el compañero sentimental de Fernanda, Fulgencio se puso en pie, su aspecto facial cambió, tenía la visita de un hombre muy importante para sus negocios, salió al encuentro de la pareja, para Fulgencio era novedoso ver a su nuera llegando a la gran mansión con ese hombre apergaminado, había decidido a acompañarla, por las escaleras bajaba una seria Victoria hija de Fernanda, la gélida expresión facial de ella a su madre se mostraba, era la mayor de sus hijos, sabía el origen de aquel niño que era su hermano de madre, de ese niño concebido aparte del matrimonio con su difunto padre con qué hombre sería el padre de ese hijo que llevaba marcado en sus brazos, Fulgencio se unió a su madre y nieta para recibirlos, los dos hombres ingresaron a la biblioteca, sorprendentemente para Fernanda la anciana y su hija Victoria la dejaron sola en su gran salón, sólo la pequeña Cayetana la acompañó a las habitaciones a dejar dormido al niño luego con su hija llevada de manos fue a conversar con la servidumbre, especialmente con Débora, el pequeño Daniel Nicolás jugaba con su primita Cayetana corriendo por los alrededores de la mansión, el pequeño Carlos Hernán miraba sentado en una mesa del jardín bebiendo su bebida de frutas favorita, Fernanda continuaba conversando con Débora, recibía consejos de la mujer, estaba muy atenta a sus comentarios que no dio cuenta de una figura que caminaba por los alrededores, la puerta se abrió del cuarto donde estaba el pequeño hijo de Fernanda, el pequeño estaba profundamente dormido en su cuna, la mano arrugada pasaba por las mejillas del niño lo miraba con tanta fijación que exclamaba suspiros “¡te pareces mucho a él!” la anciana sonrió, quiso tomarle del cuello con intención de apretarle la yugular con sus uñas, estaba decidida a todo, sentía que debía hacerlo, cuando en ese momento apareció Victoria, la vida del niño estaba librada, pues a punto estuvieron de hacer daños esas uñas filosas, Victoria observaba a su hermano menor, la anciana estuvo un momento contemplando al niño “¡tu hermanito es muy precioso… sí… muy precioso!” luego de sonreír salió sin articular palabra, la mano de la muchacha acariciaba el pelo del pequeño nene, estuvo un rato en silencio en la habitación y estaba extrañada por la presencia de su bisabuela Matilde en ese cuarto, mientras a unos pasos de allí Fernanda conversaba animadamente con Débora, la anciana llegó con prepotencia haciendo que la ama de llaves fuese a hacer sus labores, de un brazo llevó a Fernanda al jardín donde los niño jugaban con un balón, de allí se notaba el diálogo y tertulia del encuentro de negocios de ambos hombres prestantes, Victoria había marcado a su hermanito y lo tenía asomado en la ventana, desde los bajos Fernanda y la anciana miraban a la muchacha haciéndole mimos al niño, hace muy poco se había despertado, Victoria agitaba más de lo normal, casi se le suelta, la madre saltó del susto dando un grito, que a los hombres hicieron salir de la biblioteca mirando hacia el balcón a la asustada Victoria teniendo en brazos al pequeño sujeto a medio cuerpo, presurosa la madre corrió hacia el precioso niño, lo abrazó con fuerza mirando con autoridad de madre preocupada, Fulgencio subió junto con su anfitrión disimuladamente preocupado por la situación del niño, con sorpresa alcanzó a acariciare el rostro, quedó muy atento a ese rostro, sí, ese rostro, aquel rostro que por vez primera Fulgencio lo veía con detenimiento, increíblemente se estaba pareciendo, a… ¡sí!, ¡sí!, ¡sí!, a… aquel niño, ¡sí!… aquel niño de hace muchos años atrás, aquel niño, ¡sin duda!, ¡el tierno hijo de Fernanda se parecía a aquel niño!, así que como flashback le vino ese momento, delicioso por cierto, ese niño, ese niño, Patricio, el anciano cerraba los ojos y se imaginaba allá a principios de siglo XX, cuando jugaba con él por aquellos altos pastos en los que se revolcaban llenándose de paja yerba en ese momento y lugar apartado que le hacía el amor, Fulgencio suspiraba diciendo en voz baja ese nombre, Patricio, sí, en su mente retumbaba ese nombre y ahora lo veía personificado en ese niño que, sí, era su pariente, por ese niño corría la sangre Berlingieri, era la verdad, la pura verdad, el destino volvía como boomerang a Fulgencio Arichabala, era así de preciso, ese niño tan tierno representaba en el anciano una atracción, de sólo ver esa piel blanca, de sólo ver ese pelito, de sólo ver esos… labios, sí, esos labios, tan bien formados, tan bien delineados, muy parecidos a ese hermoso niño de principios de siglo XX de dedos alargados, y esas cejas, tan bien definidas, tan vistosas, en verdad que estaba allí personificada la personalidad de aquel niño, también lo fue para aquella anciana ver a ese niño que momentos antes deseaba terminar con su existencia infantil, para madre e hija el nacimiento de ese niño era el retorno del pasado, era la personificación de algo que aún estaba pendiente, eso para ellos representaba ese niño, algo pendiente en sus conciencias, Fernanda desconocía aquello, inconscientemente del destino se había entregado al médico de sus hijas, a ese médico de linaje itálico, se entregó sin saber que lo hacía ante el sobrino del fallecido niño asesinado Patricio Berlingieri, Fernanda paseó a su tierno hijo en brazos, su compañero estaba a su lado, era el momento de partir, visitarían a unos amigos, así como llegaron así se fueron, madre e hijo desde la entrada de la mansión los despedían con sonrisa forzada, junto a ellos los niños y una Victoria pensativa.
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El jinete cortaba la leña para guardarla dentro de la cabaña que años antes con sus propias manos la había construido, se sentía orgulloso por su hazaña así como otras más en su vida de constructor, estaba cansado, sudoroso, el sol por ese mes último de 1960 era fuerte en el trópico, más aún en la selva, el sudor se entremetía en su calzoncillo cuyo pantalón ya mostraba muestras de sudor en la tela de la cadera, estaba muy atento en su faena que no se dio cuenta que detrás estaba Renata, la pequeña “amiga” del jinete, sonrió la pequeña, estaba también sudorosa, desde su ramada había caminado ocho lomas para verlo, sí, ocho lomas por los senderos del arroyo, ese mismo arroyo que pasaba por su ramada hecha por su difunto padre ahora ya fallecido e irónicamente en su delante tenía al asesino de su padre, además, tenía al frente al hombre que la hizo suya, el hombre que fue su iniciador, aquel que la hizo mujer, pero ahora todo ese recelo ante él había cambiado, tras lo múltiples encuentros en el lugar ella a su tierna edad había cambiado su opinión ante el jinete, quizá porque su difunto padre quiso sodomizarla y estuvo a tiempo para entregarse mejor al jinete por el que ahora sentía una adicción sexual, quizá por el desamor de sus progenitores que ahora sentía un gran amor y seguridad en los brazos del jinete, quizá por la pobreza que ahora con los regalos económicos estaba feliz comprando discretamente lo que antes deseaba y no tenía, y porque desde su subconsciente aparece siempre esa intuición por ser más, por eso Renata cambió radicalmente su manera de pensar y de vivir luego de esa experiencia sexual con el jinete, se volcó a su voluntad de hombre experimentado de mediana edad, aún con virilidad el jinete sabía manejar la situación, mucho más aún como ahora ella recibía del jinete delicadeza y mucho amor estando solos los dos en aquella cabaña en la que periódicamente lo visitaba, para Renata el jinete se había convertido en su protector y defensor de sus gustos, placeres y anhelos, le daba simples pero significativos regalos que para ella a su tierna edad eran de mucha grandeza, uno de ellos el regalo de la experiencia con su cuerpo, en cada encuentro había siempre algo nuevo para ella y eso precisamente le inquietaba y le motivaba a buscarle, el lugar era adecuado entre lomas y vegetación tupida que no permitía un fácil acceso a ese sitio, había seguridad en sus encuentros, el jinete, continuaba con sus actividades tanto así que dio cuenta de la presencia de esa hermosa niñita al voltearse en el acto de cargar leña, sólo se escuchaba el sonido de los animales selváticos, quedó estático con la carga en el hombro viendo a la niña sentada en el suelo con las piernas abiertas cuyas manitos se posaban en la rodilla, a su lado estaba una vara con que caminaba por el sendero, se podía apreciar ese vestidito ajustado remendado de muda, ese calzoncito blanco era lo que más atraía a la mirada de aquel hombre, le había dado dinero para que ella se lo compre en el pueblo y que se lo ponga con discreción en cada encuentro, el calzón era de fina tela con encajes, era de un diseño muy original pues las líneas de la vaginita se delimitaban en la tela del calzoncito, sonrió, estiró la mano y ella obediente se dejó llevar de él hacia dentro del chalet, “gracias por venir, me haces feliz mi chiquitita” ella sonrió mientras el hombre dejaba la leña en el rincón junto a un pequeño fogón, fue hacia un zurrón colgado en la pared y sacó un delicioso chocolate exclusivo traído de la capital de esa marca a la que a ella tanto le gusta, el aroma era fino, lo comprobaba al abrirlo sentada en el extremo de ese catre ampliado para la ocasión de sus encuentros, ella lentamente probaba ese chocolate impregnándose restos en sus labios haciendo que ese movimiento de la golosina sea sensual ante la vista del jinete que tragaba saliva emocionado pensando en lo que vendría a continuación, en su mente estaban tantas cosas, había pensado tanto en sus meditaciones ideando acciones cuando ella llegaría hasta este momento preciso, se puso en su delante, se bajó el pantalón y el calzoncillo, ella miraba sonriente ese pene mientras se deleitaba lentamente de ese chocolate sentada en el catre, el jinete tomó un poco de esa golosina poniéndola en el glande, “ahora chupa éste” Renata dejó a un lado lo que aún quedaba de esa media barra de chocolate, tomó el pene con sus manitos y lo lamió para luego introducir ese pene en la boca cerrando los ojos, estaba animado el hombre “así, así, cariño, como sabes hacerlo” jadeaba “así, así, así” se notaba el brillo que dejaba la saliva de Renata en ese glande mezclado con restos de la golosina, lo separó para agitarlo y rozarle por las mejillas, quedaban manchas de chocolate en la mejilla, se acuclilló delante de ella y pasó su nariz rozando el calzoncito “has orinado, je” sonrió “seguramente antes de venir aquí” ella acariciaba el pelo de él, cerraba los ojos diciendo “sí… hace poco, a medio camino” ella gustaba sentir de esos movimientos de nariz en su vagina vestida haciéndola cerrar los ojos y abrir la boca estirándose saliva en sus labios rozagantes, luego mordía los labios abriendo los ojos al sentir la mano de ese hombre en su pecho infantil haciéndola recostar en el catre, se le acostaba encima besándola repetidamente, así con lengua rozando el paladar, haciendo que la lengua se deslice por la cavidad bucal cual si fuese parecido a una penetración del pene por su vaginita, la estaba preparando para aquello, unieron las frentes rozándose la nariz y al mirarse fijamente le exclamaba con voz sensual “Renata, hoy has venido más hermosa de lo acostumbrado” sonrieron “así me gusta” le acarició el rostro “es que a ti así te gusta, por eso vine así” “mira… me dijiste que compre el vestidito bonito” sonrieron y él le dio un beso en la frente “¿tienes otra barra?” él respondió graciosamente “¡ésta barra!” sonrieron viendo que el jinete se agitaba el duro pene ensalivado con chocolate, Renata dijo “¡no!, ¡ese no!… digo, chocolate” exclamando con suspiro, el jinete le besó la mejilla “si, cariño, hay más” le dio un beso corto a manera de piquito “pronto los tendrás para que en tu casa los guardes y los comas calladito de tu mamá, ¿eh?” Renata asintió muy atenta a las palabras del jinete, “ahora vamos a jugar”, “caminaste tanto para jugar ¿no crees?” le pasaba los dedos por las mejillas sobándole el mentón, veía los ojitos infantiles brillosos dibujándose el rostro del deseo viéndola cómo asentía lentamente, en la mirada se notaba la seguridad de ella que el jinete había logrado aumentando la confianza, seguramente lo apartado del lugar les daba también esa seguridad, “ven, déjate” le fue apartando de la cama poniéndola de pie en su delante, asimismo la acariciaba en los hombros y el cuello haciendo que el vestido se deslice por su cuerpito infantil de niña preciosa de siete años nacida en 1953, se notaba el calzoncito blanco con delimitados labios vaginales, ella se pasó por allí las manos, como instinto, como indicándole algo que él rápidamente telegrafió acercando su cuerpo desnudo al de la nena, el pene erecto rozaba esa prenda íntima de vestir, el glande trataba de deslizar ese calzoncito pero fueron las manos del hombre que lograron deslizarlo hasta los muslos y así hasta que lograron deslizarlo por las piernas gruesas de la pequeña quedando en los tobillos, ella vio la espalda y la columna del hombre llegando a ver el trasero del jinete, suspiró alzando los pies liberándose de su prenda de vestir, pasó la nariz ahora por esa descubierta vagina, “rico ese olor, la tienes linda esa cuevita”, sonrió “bien olorosa y cuidada como te pedí”, ella miraba el pasar ahora del glande por su vaginita de ese cuerpo encorvado causa de sus dos distantes edades, esos vellos púbicos junto con los testículos se desplazaban por la entrada de esos labios vaginales, “vamos, nena” la marcó sutilmente llevándola al catre acostándola lentamente, luego se untó vaselina como siempre en estos casos para que todo sea adecuado, “te va a gustar como siempre” miraba el pene brilloso de golosina y vaselina “míralo, que quiere jugar en tu cuevita” ambos sonreían, ella voluntariamente se abría de piernas mientras ese hombre, acercaba a rozar la vaginita entrando el glande lentamente, al principio para ambos estaba de hacer despacio, ella abría más los ojos al sentir que ese grueso tronco de carne viva, venosa, velluda entraba en su vaginita “la tienes deliciosa, tibiecita como me gusta” gemían al olerse el sudor de su piel “así, quiero escucharte que te meto” gemía “así, mi amor, siente que te penetro” gemía “ya casi todo está adentro” pero él jugaba sicológicamente con ella “¡¡¡ahh!!!.. creo que no todo adentro, je!” ella tímidamente viéndole a los ojos asentía “¿verdad que no?” ella volvía a asentir “¿lo quieres a tu amiguito todo, todo, todo, toditito, dentro de tu cuevita?” ella asentía “bien, ¿cómo se dice?” ella respondía “métemelo, métemelo, métemelo todo” el hombre sonreía, así la manejaba de forma sicológica, así le hacía tiernamente el despertar por el deseo sexual, sonreía tomándose el pene erecto entrando el glande de nuevo entre la deformación de los labios vaginales, ahora iba por la mitad “¿quieres más?” se detuvo, ella suspirando con algo gemido “sí, métemelo, anda, métemelo” sonreía el jinete “todo, todo, toditito” de pronto gimió con fuerza, es que ahora sí entraba todo en esa vaginita, “quédate quietita, siente, siente que ya lo tienes adentro todo” gemía “siéntelo, siéntelo, no te olvides nunca de esto” empezando el mete y saca como de costumbre en estos menesteres, el catre sonaba por efecto de esos movimientos, traqueteaba ese catre a la vez que se escuchaba los gemidos de los amantes, la penetraba y él daba besos con lengua asimismo como si con el pene la penetraba le hacía con la lengua, “eres deliciosa, única, mi amor, mi princesa” jadeaba “la tienes linda, rica, linda, rica, rica, rica, esa cuevita” el catre sonaba más por los movimientos acelerados de cadera del jinete “mía, mía, mía” Renata de siete años sentía esa pieza de carne tibia que entraba y salía de sus entrañas, le besaba el pecho, ella también lo hacía a orden del hombre, se acostó a su lado, ambos de cara al techo de teja y bambú, jadeaban, con respiración acelerada, ella se acostaba encima de él, la había puesto así para besarse, tenía sus manos metidas en el pelo de ella diciéndole fijamente a los ojos “eres linda, no lo olvides nunca” señalando a la vagina le decía “… eso es mío, me oyes, ¡solo mío!”, “como éste” al escuchar esa frase sintió de parte de las manos del jinete las palmaditas en sus glúteos, “anda acuéstate así” era que Renata ahora se acostaba de cara al catre “ahora quiero dejarte leche” sonrió acariciándola “sí, mi leche” “mi leche que tanto te gusta… ¿verdad?” jadeó suspirando “sí, mi nenita, aquí en esta otra cuevita” los dedos del jinete se deslizaban por la piel de esos glúteos haciendo que se ponga la piel de gallina de Renata relajándose sintiendo el roce de ese glande por la separación de los glúteos, daba alaridos sintiendo el glande que deseaba penetrar en ese ano virgen, movió como pudo su cuerpo infantil tratándose de esquivar esa posible penetración anal, ella sintió el cuerpo ligero, el pecho del hombre se había apartado de su cabeza y resto de espalda, vio al hombre con rostro desencajado, algo así como descompuesto, contrariado “tienes razón, por ahí no”, “por ahora no” se sentó pensativo luego de ponerse el calzoncillo aún con el pene erecto “tienes razón, por ahí no” cabizbajo se puso pensativo, ella se sentó en la cama, miró esa tristeza reflejada en el rostro de ese hombre, de nuevo entraba la manipulación sicológica, “tienes razón, por ahí no” suspiró “por ahí no, porque no me quieres” ella miró más fijamente el rostro “Renata, tú no me quieres o sino que te dejaras” suspiró “yo que sólo lo único que quiero es que te sientas segura que te guste” suspiró “en fin, tienes razón” salió bruscamente de la habitación, para ella algo quedaba incompleto, faltaba aquella cosa de él que siempre quedaba en sus entrañas, el semen, eso faltaba, se puso triste, se puso el calzón, se sentó en un tronco de madera que servía de banco de asiento comiéndose el resto de la golosina brindada, además, allí lo vio a su hombre, a su iniciador que seguía cortando leña pero ahora con una furia de la que no tenía cuando ella llegó y se sentía culpable poniéndose cabizbaja y pensativa, pasaba por su lado sin decirle palabra, “allí en el zurrón están los chocolates”, suspiró “toma los que desees” ella entendía que era el final de su encuentro, era la despedida de hoy, la pequeña Renata en su corta vida inocentemente se sentía sentimiento de culpa y se limitaba a estar cabizbaja asintiendo ante la orden del jinete, el hombre tomó jabón y vaselina yendo al arroyo, puso las cosas sobre una roca, en su delante estaba el chorro de agua cual si fuese una corta cascada, para esa época las aguas estaban medianamente turbias y se ponían así tras las lluvias de temporada más acentuadas en la selva acompañadas de fuerte calor, se deslizó el calzoncillo dejándolo en la arena, desnudo se lanzó al agua, estaba fresca pese al calor, nadaba repetidamente cerca de la caída de agua, gustaba meterse entre la pared de tierra de la loma por donde el agua caía dejando un espacio entre el agua y esa pared, allí se sentaba para sentir las burbujas y partículas de agua en ese aíre que parecía bruma leve, era encantador estar arrimado a la pared de tierra y tener delante a poca distancia enfrente la caída del agua a escaso metro de distancia, habían algunas rocas en ese lugar original, allí se sentó, sonreía, es que a través de la cortina de agua el jinete vio la figura difusa la de Renata que lo había seguido, quedó un rato más allí sentado, Renata puesto su calzoncito seguía allí en pie viéndole desde la orilla, el jinete salió de ese lugar golpeándole la caída de agua en su espalda como si fuese una cortina de agua medianamente turbia como ducha natural, vio que Renata estaba sentada a distancia en la orilla, sonrió, vio que la pequeña Renata de siete años estaba sentada muy triste con sus rodillas unidas cuyo mentón se posaba sobre los brazos puestos en las rodillas mirándole nadar, se notaba como si lo sucedido anteriormente era su culpa, lo había conseguido ese hombre, “Renata, ven, tráeme las cosas” ella las miró se acercó a esa roca donde estaban y las recogió “Renata, sácate el calzoncito y ven báñate conmigo” ella obediente dejó de nuevo las cosas sobre esa roca y con sus manitos se deslizó el calzoncito, el semblante de la niña seguía igual, tomó las cosas, caminó lentamente por aquel lugar lleno de agua, se acercó al hombre que estaba esperándola para tomar las cosas, el cuerpo de Renata se metió por completo en el agua, “¡ven… quiero mostrarte algo!” ambos entraron dentro de la caída de agua, esos cuerpos se humedecían por la espuma y partículas de agua diseminada en el agua, se sentaron a ver caer el agua, para ella ese arroyo con caída de agua era espectacular viéndolo desde ese lugar, el jinete fue el de la iniciativa para acariciarle pelo, “no te apenes, te entiendo” ella lo miró con algo de confianza “si tú no lo quieres así será” la acarició en las mejillas viéndole los deditos bien formados de los pies, viéndole esa vaginita por donde antes la había penetrado “mira, Renata, tenemos los pies iguales, las manos iguales” la pierna velluda del hombre rozaba la piernita de la niña, estiraron las manos y se tocaban abiertas y también así unidas, “sólo esto tenemos diferente” vieron al pene y a la vaginita “pero te diste cuenta que cuando mi amiguito juega en tu cuevita se siente rico aunque la vez primera fue molestoso” asintió “¿verdad?” volvió a asentir, “¿ves que sientes rico en esa cuevita?” ella mirándole fijamente a la cara asentía con seguridad y él le respondía sonriente “ahora que si jugamos en tu otra cuevita vas a sentir más rico todavía” le acarició el pelo, “¡pero si tú Renata no lo quieres, te entiendo!” la volvió a acariciar el pelo “te pierdes de jugar algo mejor y más rico de lo que ahora jugamos” se vieron al rostro, el jinete, presuroso salió del lugar dejándola en ese lugar haciendo brazadas de nado, ella estaba allí sentada, el jinete se imaginaba los sentimientos encontrados en la niña, allí la había dejado con sus cavilaciones, sus estrategias de psicología de adulto con más experiencia de vida en mujeres estaban surtiendo efecto, braceaba y se sonreía, esperó un buen tiempo y al ver que la nena no salía decidió volver, la encontró allí pensativa con sus labios estirados, la mirada se podía apreciar que estaba al infinito como perdida, sus manitos sosteniendo los dedos de sus pies entrelazándonos de alguna manera, su mentón apoyado en las rodillas que las tenía juntas, el pelo le cubría el rostro cabizbajo cayéndole gotas de agua en el cuerpo desnudo, delante de ella se acuclilló, “Renata, eres muy linda” ella escupió algo de jabón llegado a su boca desde el pelo que se deslizaba por sus rostro “no lo olvides”, se frotaba jabón en el pene “piénsalo, sentirás bonito, como tú” ahora se frotaba jabón en las piernas “¡No sabes lo que te pierdes!” ella solo escuchaba mirando al piso, el jinete volvió a salir braceando para liberarse del jabón dejando una leve manca blanca en el agua, luego entró y se sentó junto a la nena “¿quieres que te abrace?” ella lo miró y aún cabizbaja asintió, lo brazos del hombre rodearon el cuello y hombros de la pequeña dándole besos repetidos en el pelo, “hoy es nuestro día, aprovechémoslo ahora que estamos solos” le seguía acariciando “anda, hagámoslo”, le acariciaba las piernas “juguemos ¿si?” ahora las caricias eran en la vaginita, “vamos preciosa, juguemos” ahora la mano se deslizaba por la espalda rozando la espina dorsal llegando al coxis allí rozaba esa parte del coxis y la separación de los glúteos haciéndole sentir algo agradable, de tanto roce le dijo “¿Ves? Renata, amorcito bello” seguía rozándole esa parte intima “te gusta, ves, te gusta” “¿verdad que quieres hacerlo por allí?” el dedo seguía rozando la entrada del culito de Renata “anda dime que no tienes miedo, anda, Renata, cariño” seguía manoseándole las piernas “dime Renata” la acariciaba “¿quieres hacerlo?” la abrazó y su respiración golpeaba el rostro de la pequeña “¿quieres jugar conmigo?” jadeaba tragando saliva y con tono lastimero le decía “anda, dime que sí” ella viéndolo a la cara asintió, lo había logrado, su maquinación lastimera había ganado la batalla de las tribulaciones de la pequeña, estaba contento el jinete que puso en pie a la nena y la abrazó tomándole el mentón y dándole un beso con lengua le acariciaba luego el rostro con esa manos humedecidas “ven bonita, vamos” ella estando en pie a petición de él iba a salir del lugar original pero él la detuvo “no, ven aquí… siempre lo soñé aquí, mi amor” empezaron los besos las caricias y el morbo así a calentaba, sabía usar ese cuerpito infantil a sus deseos, el lugar se prestaba para ese momento de dicha para él, le enjabonaba la espalda a través de la espina dorsal con tal sutileza que se le ponía la carne de gallina a la pequeña Renata, la puso en posición perrito y besaba como un desesperado esa separación de glúteos, un dedo índice pasaba crema por ese lugar del cuerpo de Renata, ella aún con temor tiritaba a más de sentir gotas de agua en su cuerpo desnudo humedecido, el pene empezó a deslizarse entre los glúteos tratando de llegar a la entrada del ano, “siente cómo te lo meto, siente, amor, relájate” el glande entraba gracias a la vaselina “verás que todo es rápido y sin molestias” le acariciaba la espalda “sólo tranquilízate y siente, siente, siente, mi amor” la sostuvo bien para que no se zafase de sus brazos “siente que serás mía hoy, sí, hoy” ella pujaba, “sí mi amor… puja, puja, puja” quería decir que ya no más pero era tarde estaba entregada a él que le decía “mía, mía, mía, sólo mía” el dolor en su trasero para Renata se agudizaba, la metamorfosis de sentir se aplicaba en ese momento, estaba a punto, sí a punto de realizarse el jinete lo sabía “así mi amor, así, siente que te lo metooooo” de pronto se sintió lo inusual para la vida de esa pequeña de siete años, pues al grito de él se sumó un empujón más que bastó para que a ese grito se unieran gritos desgarradores de Renata que trascienden en aquel lugar confundiéndose con el sonido del agua cayendo, así caía metafóricamente la virginidad anal de Renata, el jinete por vez segunda lo había conseguido, Renata estaba ya sodomizada, ese pene salía despacio ensangrentado, Renata medianamente alcanzó a ver en su delante ese pene ensangrentado cuyas partículas de agua se impregnaban confundiéndose con la sangre y deslizándose estaban por la piel de ese miembro viril cayendo al suelo, fue por más crema para ponerle en el ano pero ella se negaba, “espera, aún falta más, espera”, a la fuerza la sometió “ya has probado lo duro ahora vas a probar lo delicioso” con dificultad le puso crema y la fuerza de su cuerpo hizo que la marcase y lentamente sujetó su pene haciéndola bajar despacio, así fuertemente abrazada la sostuvo mientras el pene entraba a medias en ese traserito ensangrentado, la bajó poniéndola en posición perrito y allí la volvió a someter con suaves penetraciones, se notaba por parte del jinete el movimiento de su pene erecto, venoso, peludo que se deslizaba en ese traserito “este culito es ahora mío, sólo mío” decía con gran ánimo, ella no paraba de gemir y bufar lamentándose en haber aceptado eso, sin embargo ya estaba y se resignaba, había experimentado sensaciones nuevas por el ano, ese día sábado de diciembre de 1960 a ocho días de navidad Renata nunca lo olvidará, su trasero latía, allí había quedado acostada recibiendo su cuerpo desnudo de siete años esas partículas de agua, con dificultad se dejó levantar de su macho, “ven cariño, vamos” allí quedaron las cosas, la marcó sacándola del arroyo llegaron al chalet y allí la curó, quedó quietecita de cara en la cama “no te muevas cariño, verás que no te pasó nada” así él se acostó junto a ella por un buen rato limpiándole las lágrimas de su rostro debido al dolor que aún sentía, solo se escuchaba el trinar de aves y uno que otro sonido de la fauna salvaje, el viento llegaba a ellos, al rato ella le dijo “debo irme” él le dijo “aún no puedes, espera” pero ella insistió “es que mi mamá me espera” suspiró “puede llegar y no verme y me puede zurrar” se levantó con dificultad al caminar “espera, yo te llevo hasta cerca de tu casa” así lentamente por esos senderos por donde ella había caminado el alazán a paso lento los transportaba, a la séptima loma vieron la ramada, aún Ana la madre de Renata no llegaba con su tierno hijo Renato de cuatro años y su barriga en gestación, “déjame llevarte allá” ella resignada aceptó, le ayudó a subir las escaleras la brisa daba a notar que no tenía puesto su calzón, sólo quiso quedarse acostada, la revisó, no sangraba, la leve hemorragia había terminado “recuerda que lo hicimos con amor” “anda nomás, siempre te espero allí” “verás que de lo rico que luego vas a sentir” le dio un beso en la frente y se retiró, allí quedó Renata pensativa de lo que había hecho, hacía puño con las manos la sábana, cuidadosamente se curaba como lo había aprendido en la estancia del patrón de manos de su madre y las sirvientas del lugar cuando existía molestias en el cuerpo se preparaban yerbas medicinales y eso le ayudó a calmar un poco su dolencia, curiosamente ese día su madre llegó con la comida al ocaso, Ana con sus ocupaciones a cuestas y su embarazo en evolución no daba cuenta del estado emocional de su hija, a distancia de allí, a ocho lomas, el cuerpo desnudo del jinete acostado en el catre miraba su pene erecto como mástil izando el calzoncito ensangrentado de Renata, “por las dos cuevas fuiste mía mocosa” suspiró “por los dos huecos” sonrió “por las dos hoyos” suspiró de nuevo encendiendo un cigarrillo, “cuevita y potito míos” “sólo míos” miró a través de la ventana el ocaso que se avecinaba, era el momento de partir, la tenue brisa y el sol poniente dibujaban la figura de ese henchido jinete y su corcel, iba fumando, como si ese humo trascendía en un ambiente donde se daba el antes y el después, la vida de ambos amantes desde antes ya estaba marcada por el destino
FIN DEL DUCENTÉSIMO VIGÉSIMO PRIMER EPISODIO
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