METAMORFOSIS 223
Lomas.
El segundo día de ese nuevo año de 1961 sostendría muchos eventos importantes en el acontecer de vida, más, cuando se tratase de los deseos, sí, deseos de toda índole que marcan la vida y satisfacen aquellas inquietudes que son nacidas de las necesidades del cuerpo, como lo que le pasaba a Renata en su ansia de llegar a su destino, la nena muy vigilante en su caminar evitaba obstáculos por aquellas laderas de las colinas y lomas, caminaba por aquellas hondonadas de lomas pocas pronunciadas, cuidaba de que algún animal salvaje se cruce en su camino, llevaba un puñal y una rama para el efecto, el miedo de ella se menguaba con el ansiosa de llegar, ya casi, decía ella en sus adentros, con jadeos decía que ya estaba cerca de llegar, su respiración aumentaba y su amplia sonrisa se notaba en su rostro infantil viendo ya de cerca ese chalet, se sentó en lo alto de la última loma, a su vista estaba esa rustica construcción y distante se encontraba la lagunilla del salto de agua de ese arroyo, sonrió recordando al ver ese lugar, lo que pasó hace semanas cortas, aún le latía el trasero de sólo recordar, pero su metamorfosis estaba campante, le estimulaba a seguir probando de aquello de lo que ahora recordaba, sentada suspiraba, entrecerró los ojos, como se le nublaron las vistas, parpadeó para ver mejor frotándose los dedos en los ojos, escuchó un ruido animal a sus espaldas, de súbito corrió loma abajo, no se detuvo hasta estar junto a la puerta de ese chalet, jadeaba del susto, sus respiración acelerada iba bajando, empujó la puerta, ya para ese instante estaba sudorosa, vio al jinete acostado en el catre, totalmente desnudo, sus ojos y boca se ampliaron, sonrió, de solo ver a ese hombre velludo de aspecto muy conservador, ese hombre que se habría convertido en macho viviente de su vida, ese hombre que la había convertido en mujer, tanto por delante como por detrás, su macho completo, ella dio unos cuantos pasos hasta acercarse junto al catre, él sonrió viéndola acercarse, “¡cariño!… ¡te esperaba!” ella sonrió dejándose entrelazar los dedos de su mano derecha, ese era el deseo mutuo, se acercó para recibir un beso en frente y labios “¡feliz año mi amor!” y de improviso de un brusco movimiento estuvo acostada junto con él haciéndole cosquillas, ella caía en la confianza brindada por el jinete, tenía gusto por él sumada la confianza, hicieron un alto en esas cosquillas quedándose con la mirada fija en sus rostros, “¡eres muy bonita!” sonreían “¡sí, te has hecho muy bonita!” “¡y eso gracias a que se lo debes a él!” miraron el pene erecto y sonrieron, luego vino un sentido beso con lengua prolongado, se tocaban el cuerpo, le tomó de las sienes acariciándole los cabellos con los extremos de los dedos, “¡te deseo!” “¡te llamé con la mente… y ya estás aquí mi amor!” sonreían “¿quieres jugar conmigo?” sonrieron “¿ahora mismo?” ella asintió dibujándose una amplia sonrisa en su rostro, el hombre salió con ella del catre, le gustaba verla en pie con los pies descalzos, poco a poco se deslizaba el vestidito ajustado que se lo ponía en sus caminatas por el monte selvático del lugar, se notaba las piernas gruesitas de la niña, el vestido cayendo en esos gruesos talones que tanto le gustaba admirar al jinete, alzó los piecitos para liberarse de la prenda quedando el vestidito en ese entablado, luego le hizo deslizar el calzoncito blanco que llevaba puesto, el que tanto le gustaba al jinete, tenía unas manchas, al quedar completamente desnuda en delante de los ojos del jinete éste la hizo girar como bailarina y él se sumaba a ese baile terminando por abrazarla y marcarla “ven, vamos a jugar” ella y él miraban el catre en su delante, dando pasos hacia allá le decía a Renata “te voy a penetrar como te gusta” ella se sujetó al cuello rodeando para estar segura de no caerse, “mi amiguito te desea mucho, vamos” la acostó abriéndola de piernas y encorvándola, “míralos, míralos” las miradas de Renata y el jinete se centraban en observar el roce del glande del pene erecto en la vaginita infantil lampiña, “nuestro amiguito quiere entrar en la cuevita” la mirada continuaba en ese movimiento “¿quieres que entre?” ella lo miró sonriente asintiendo intensamente, “bueno ahí te va” de pronto se escuchó un “ahhhh” jadeos “si, mi amor, así me gusta escucharte” jadeaban “cómo aquella vez, mi amor” “¿recuerdas?” “¡cuando te lo rompí en el tanque!” Renata cerraba los ojos recordando ese momento de cuando fue desvirgada por él y ya estaba sintiendo que su vagina se complementaba de su espacio teniendo todo ese tronco de carne dentro de sí, “¡ahora despacio con amor!” “¡siente cómo te penetro… mi amor!” vino el mete y saca con gemidos en ella y jadeos de él, “¡así, mi amor, así quiero tenerte!” jadeaban y gemían al movimiento de caderas “Renata, amor, viniste para que te lo meta en las cuevitas” jadeaban “¿verdad amor?” de los labios de Renata salió un decidido “¡sí!” el jinete rió ampliamente y los movimientos de alzada y bajada de cadera fue lento “¡así quiero sentirte y que sientas!… ¡nunca olvides esto amor!” la niña se acomodaba en la cama poniendo las piernas sobre los hombros de su amante, le besaba los muslos repetidamente viendo el pene cerca de la vagina, “qué hermosas piernas rellenitas, me recuerdan a alguien” la curiosa niña pregunto “¿a quién?” el jinete se limitó a sonreír ampliamente “tú lo sabes” la mirada de la niña fue de inquietud y no le dio a pensar más pues el jinete abría las piernas elevadas y se inclinaba su torso para que el pene entre totalmente en la vagina haciéndola gemir “deja, deja” jadeaba diciendo “sólo siente, siente, siente” jadeaban “así mi amor, así, siente que te lo meto todito” “¡todito!… ¡todito mi amor!” hizo un alto con el pene dentro “así quiero que lo sientas siempre…¡que sientas cómo te lo meto!” las manos de la niña se aferraban en los antebrazos del jinete, “la tienes rica esa cuevita, rica” le sacó el pene con satisfacción pues ya estaba bien humedecido “ven prueba de tu cuevita” la tomó de las manos sentándola en el extremo de la cama, con el pene erecto brilloso y ensalivado en delante de su rostro lo tomó llevándolo a su rostro, lo paso por los labios, y de inmediato se lo introduce en la cavidad bucal, sintió un raro sabor, único, pero lo fue asimilando en cada desliz de entrada y salida del pene en su boca, “¿ves qué rico?” sonrieron viendo agitarse el pene “el amiguito ya va por dos cuevitas” sonrieron, “ven, ahora la tercera cuevita” ella se dejó acostar por el jinete, lo hizo de cara al catre boca abajo, sintió que le abrían los glúteos, sintió que la vez que le pasaba el dedo los besaba, “qué hermoso tienes el potito” siguió besando el traserito “es mío, sólo mío” dijo con lascividad, “ahora verás” ella escuchaba “sentirás rico” el paso de los dedos ensalivados por la entrada del ano la hacía gemir y suspirar, más cuando sintió que el pene del jinete se introducía en su ano haciendo que el gemido sea más intenso “sí, siente cómo te culeo” jadeaba con placer “siente cómo te lo meto todo, sí, todo, en ese culito sólo mío” “¡sólo mío… mío!” jadeaba el jinete mientras la niña bufaba “sí, es mío, sólo mío, sólo mío” así de pronto se detuvo en sus movimientos de cadera, “ven vamos” la puso en pie tomada de las manos junto a la cama, le acaricio el pelo viéndola fijamente al rostro “qué bonita eres” sus labios se unieron en apasionantes besos con lengua “vamos a ese lugar” la niña expresó un poco de inquietud “tú sabes dónde, vamos” “¡allá quiero dejarte mi leche!” caminaron hacia el arroyo, así desnudos, con esa libertad cual si estuviesen en el edén, los piecitos de la niña dejaban huellas en la arena, igual los pies de mayor tamaño del jinete dejaban huellas en el suelo “mira, hagámoslo allí” la mirada de la niña seguía el brazo extendido del hombre mostrándole el salto del agua, sobre esa lagunilla natural, la mirada de Renata en ese lugar la traía recuerdos “ven, vamos” tomados de la mano pasaron por la orilla llegando a ese lugar, como ducha natural se dieron un baño y entraron por ese espejo de agua, “¡ves!… ¡qué lindo es nuestro lugar!” las miradas de ambos rodeaban el lugar, se escuchaba el retumbar del agua chocando su sonido en el peñón de montaña, estaban parados entre la caída del agua de un poco más de die metros de alto y ese muro natural de la loma despuntaba, la mirada del jinete se centraba en los pies de Reneta, sonreía viendo además esas piernas, se acuclilló delante de la niña y viendo las piernas pasaba sus manos por esa piel suave la miraba a los ojos “son mías estas piernas ¿verdad?” ella miraba “tienes lindos dedos en tus pies” para asombro de la niña el hombre se arrodilló a besarlos “su majestad” le dijo a la niña “soy su vasallo” ella sonrió “venga a su trono” la sentó en una roca puesta para el momento “te voy a sentir como a una reina por tu potito” la acostó sobre ese sitio, aquellas partículas de agua se impactaban en el rostro de la pequeña, sintió las caricias y masajes en su espalda, de pronto sintió esa penetración suave en su ano por parte del pene del jinete, si, ese tronco de carne se deslizaba, ese glande entraba, la hacía bufar, el rictus del rostro se deformaba en su figura, el pene ya hacía su movimiento en el ano, “siente como te lo meto” jadeaba “siente como te culeo” le decía con voz autoritaria al oído “así, eres mía, no lo olvides cuando vayas al baño” jadeaba “cuando vayas al baño” de pronto ella sintió un líquido dentro de su ano, después reacciona y sabe que es el semen del jinete, lentamente el cuerpo del hombre aparta del cuerpo de la niña, ve que por entre los glúteos hay semen, ella se ladea el cuerpo pasándose el dedo en el traserito de piel suave, se sentó luego en la roca, su carita se apoyaba sobre las rodillas dobladas notándose los pies descalzos, la mirada del jinete mostraba interés en esos pies, se sentó junto a ella, “ya vez mi reina, fue maravilloso nuestro momento” ella tenía la mirada perdida sin moverse “eres muy bonita como tus cuevitas” sonrió tímidamente “la reina de las cuevitas” sentenció, acarició el pelo y el rostro dándole besos en la mejilla, la abrazó sentidamente, ella se dejó “eres bonita, muy bonita, no lo olvides nunca porque yo te lo digo” suspiró muy hondo “porque eres mi mujer” esa frase intimidaba mucho a la pequeña Renata, como que le daba dependencia, la autoridad del jinete se imponía sobre la niña con una sicología de la cordialidad, pero con límites puestos por él, se pusieron en pie, abrazados caminaron pasando por la caída del agua, ella se acuclilló lavándose el traserito, se notaba la vagina y el paso de los dedos por entre los glúteos bañándose el jinete miraba esa vaginita “¡déjame verte… sí!” suspiro muy hondo el jinete agitándose el pene “qué lindo hoyito agrandado hecho por este tu amigo” se manoseaba el pene viendo fijamente esos pies que le traían con esas piernitas rellenitas, el agua caía en esa mañana refrescándole y bajándole un poco la calentura en los hombros del jinete, era un día especial, ella estaba sentada abierta de piernas con los pies en la arena y mostrándose la vagina, ella sabía que la mirada del jinete se centraba en observar es aparte intima de ella, se puso en pie y se metió en el agua, esto lo hizo a orden de su iniciador sexual, sí, a orden de aquel que le desarrolla la metamorfosis, a su corta edad ella ya experimentaba lo que una adulta sexualmente aplicaba, la abrazó haciendo que los pechos se unan llevándola a una profundidad de la lagunilla, “hueles rico amor” suspiraba del deseo “te lo voy a meter bien a flote de nuestros cuerpos… ¿quieres mi cielo?” se miraron y sonrieron uniendo las frentes en forma cómplice, era suficiente para que el jinete sepa que ella sí quería, la sostuvo así marcada de las caderas y acomodándola en el agua así parado puso el cuerpito de Renata apoyado en su cuerpo, la besaba apasionadamente y en eso la deslizó hasta que el pene esté deslizándose en la vagina dentro del agua, de un impulso el pene entró con el glande a medias “¿te gusta?” jadeando y gimiendo decía a ojos cerrados “sí, me gusta” jadeó “¿quieres más adentro?” suspiró “sí, más adentro” la alzaba y la bajaba de las caderas el pene entraba y salía, sonrieron flotando en el agua muy abrazaditos, la llevó a la orilla así marcada con seguridad por el jinete y la acostó sobre la arena, allí le deslizaba el pene ante sus piernas abiertas, la besaba mientras la penetraba con ese erecto pene, abría la boca pero los besos del jinete la hacían gemir y suspirar “eres mía, como esa cuevita ala que la estoy cogiendo, mía… sólo mía, mi preciosa” suspiraban ante e movimiento de alzada y bajada de caderas del jinete “¡yo te la perforé, así que… es mía!” ella escuchaba a manera de conquista y orden esas frases del jinete, “ahora tu culito” la volteó y con las manos como pudo quitó algo de esa arena impregnada en su piel de glúteos sedosos, abrió y escupió, metió un dedo lubricando el ano y ya satisfecho de haberla escuchado gemir agitaba su pene poniendo saliva en una de sus manos untándola en el glande “ahora vas a sentir rico de nuevo” Renata así acostada y resignada sentía de nuevo la penetración anal de su iniciador en la metamorfosis que seguía desarrollándose en la pequeña, los rayos de sol delimitaban el cuerpo del jinete sobre el cuerpo de la niña, delimitaba el movimiento de la cadera alzando y bajando viendo el jinete la arena y cabeza de la niña con ese placer sin igual de sentir que penetraba en ese ano infantil, ya cansado de penetrarle se apartó del cuerpo de la pequeña acostándose junto a ella de cara al sol, estuvieron así un rato y luego entraron al agua a bañarse los dos, caminaron al chalet, la tomó de las manos sentándose juntos en el extremo del catre, “míralos, ya jugaron” se miraba en el pene peludo y la vagina lampiña “ahora hagámosles cosquillas con la lengua” la acostó de cara a su pene y él se puso encorvado de cara a la vagina de la niña haciendo un delicioso 69 en que la lengua de Renata pasaba por los testículos recorriendo el tronco y glande del pene, mientras el jinete se deleitaba deslizando su lengua en la vagina de Renata, “la tienes rica y es mía, sólo mía” además chupaba y lamía el clítoris haciéndola suspirar mientras ella lamía el glande del jinete, Renata seguía lamiendo, es que le gustaba, así estuvieron unos minutos largos, luego la acostó viéndose a los ojos él acostado encima de ella pujaba por su peso “así me gusta que pujes” sonrió “mi amiguito quiere entrar en tu cuevita ¿lo dejas?” ella sonrió y asintió “eso me gusta, por eso te quiero y tendrás un gran premio como inicio del año” “¡ya verás!” ella gustosa sonreía y se dejaba, las piernas se posaron en los hombros y tomando el pene lo introdujo lentamente en la vagina, algo encorvada miraba ese pene que se deslizaba en la vagina “míralos como juegan” ella seguía viéndoles, “entra y sale de la cuevita” ella continuaba mirando gimiendo un poco “nunca olvides esto” jadeaba “esto se llama culiar” suspiraba “culiar, culiar, culiar” lo dijo con impetuosidad tanto así que esas palabras retumbaron en la mente de la pequeña, le hizo sexo en esa postura hasta el cansancio dejándola acostada pensativa pasándose la mano por la vaginita humedecida, el hombre se vistió pues le dio prisa al ver la posición del sol “toma tu premio amor” le dio un beso en la frente y salió a prisa, ella quedó acostada con una barra de chocolate en la mano, lo vio partir montado en su caballo ella lo vio desde la ventana del chalet, se vistió cerrando el chalet poniéndole candado, caminó por ese bosque selvático comiendo su chocolate fino que tanto le gustaba, metió la mano a uno de los bolsillos de su vestidito y vio un billete de mediana nominación, se alegró mucho, ya faltaba poco para llegar a su ramada, se sentó sobre la loma que divisiva los terrenos de su difunto padre cedidos por el patrón Joaquin Valdés, para ese momento ya llevaba los frutos selváticos que había recolectado, se limpió el rostro en el arroyo que pasaba por su ramada, dejó los frutos en el tronco y cuidaba a su hermanito a órdenes de su madre, la vida continuaba igual, Ana dejó a cargo al pequeño Renato, la madre se alejó en la carreta, ya se notaba su barriga de gestación, tiempo después al niño le dio por orinar yendo a la letrina, curiosamente Renata vio a su hermanito acuclillado lanzando por su ano el excremento y la orina, ese penecito le atraía, recordaba lo hecho antes con el jinete, mientras lo limpiaba apreciaba la desnudez del niño, lo abrazó y lo marcó llevándolo al arroyo a limpiarle el culito, olía el penecito, fueron tomados de la mano camino a la ramada, entró al cuarto acostándolo en el catre, el niño se manoseaba el pene al mismo tiempo que lo hacía las manos de Renata, se desnudó acostándose sobre él pero no siguió pues el ruido de coches le hizo sobresaltar vistiéndose de inmediato, se trataban de hombres bien vestidos, iban acompañados del patrón, la nena desde la ventana agitaba las manos en señal de saludo que respondía cordialmente el terrateniente, fue poco tiempo que estuvo allí y salió como entró, Renata hizo sus “travesuras” con su hermano durante todo ese tiempo aumentando su metamorfosis y de paso el nene experimentaba igualmente, la pequeña tenía en su ser ya desarrollado ese apetito sexual que el jinete en cada encuentro sexual se lo iba incrementando con aquellas deliciosas posturas sexuales, con él iba aprendiendo el sexo maduro, se hacía dependiente de sus acciones y de sus actos, todo hacía suponer que esa dependencia sexual se incrementaba día a día con el anhelo de estar siempre con su amado jinete.
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Pensativo estaba sentado en una silla a la entrada del cuarto donde arrendaba su madre Ana, el muchacho de catorce años de nombre Daniel Eduardo se encontraba contrariado, pensativo y muy incómodo por la situación económica por la que estaban pasando, a punto de llorar estaba pues la situación precaria por la que atravesaban daba para estar también al borde de la desesperación, la renta se venía encima, él como único hijo ya pensaba en trabajar para ayudar a su madre, más aún cuando se sabía que iba a tener un hermanito, el volumen del vientre de su madre iba creciendo, otra madre soltera que se apuntaba a las estadísticas con otro hijo, se repetía la historia para Ana, los ojos vidriosos del muchacho estaban a punto de llorar, preguntándose el futuro que le depara y a su vez de aquel pasado triste en el que por vergüenza no se sabía de su origen, le daba recelo preguntarle sobre la existencia de su padre, en estas circunstancias debería intervenir su padre, pero se reprimía el muchacho en preguntarle la existencia y dirección de su padre biológico, en la escuela así como en el internado se notaba el hijo de padre desconocido, algo fuerte en la época que el muchacho estaba viviendo, los complejos sociales se hacían latentes cuando se sabía que su madre esperaba un hijo de su amante, de un hombre casado que la mantenía como su querida, de eso no lo negaba Daniel Eduardo, su hermano por venir posiblemente sería un niño más hijo de padre desconocido, no lo soportaba, ese era el punto de su desdicha, de sufrir la venida de su hermanito sin un futuro de aciertos y sobre todo de cuidados, pensativo miraba el ocaso que se avecinaba, veía los pocos autos al pasar iluminando aquellas pedregosas calles, regresaba a ver el interior del cuarto humilde donde vivía con su madre, esperaba a la señal de alguien, sí, de alguien que momentos antes había saludado, era Wilson, recién llegado del trabajo, esperaba la ayuda de él para poder a su vez ayudar a su madre, meditaba lo que momentos antes había hecho al llegar Wilson, habían hecho el amor, se le había entregado a él, a fin de cuentas él lo desvirgó en aquel parque siendo él muy niño, Wilson era su iniciador quien le había despertado el sexo y desarrollado su metamorfosis durante todos estos años en que vivían en esos cuartos de arriendo, como siempre en la cama le había entregado su ano para que lo perfore, así allí sentado Daniel Eduardo sentía el latir de su ano tras esa sodomización, los dedos alargados de sus pies bien delimitados rozaban las sandalias polvosas que tenía puestas, esperaba y esperaba ansioso a la salida de Wilson para ir a la abacería, su madre no sabía que en todo ese tiempo él entregaba su cuerpo a cambio de las limosnas que Wilson le daba como su “mujercita” como tantas veces le martillaba esa palabra en su mente, Daniel Eduardo seguía esperando, ya estaba al borde de la angustia, las provisiones se agotarían para los días siguientes, su madre en ese estado no podía trabajar, parece que el parto iba de mal en peor, seguramente por la nostalgia de su amante y el abandono sufrido, más que dolencia física en Ana padecía de dolencia sicológica, de pronto, aparece Wilson “toma es lo que por ahora tengo” extendía con su mano aún temblorosa un billete de baja denominación, el muchacho con resignación lo tomó, Wilson había salido del baño rodeado con su toalla hasta el torso portando sandalias, “fue muy rico lo que hicimos” sonrió delante del muchacho “aún quiero más” sonrió “¿y tu… quieres más?” Daniel Eduardo quedó cabizbajo sentado en esa silla humilde descolorida sinónimo de pobreza, Wilson le acarició el pelo “no tengas pena, los dos nos gustamos” siguió acariciándole las mejillas alzándole el mentón y viéndose a la cara fijamente “cuando lo necesites… sólo pídemelo” sonrió ampliamente y fue en ese momento que un auto deslumbra con su presencia de intensos faros, de él se baja un hombre bien vestido llevaba un portafolio y un pequeño maletín sacado de la cajuela del chófer del taxi, era aquel compañero de la madre de Daniel Eduardo, después de mucho tiempo se hacía presente, el saludo del hombre hacia Wilson y el muchacho fue de gélido formalismo preguntando por el paradero de Ana la madre del muchacho, hizo señas de estar adentro, el hombre ingresó con amplia sonrisa no así el recibimiento de Ana muy pasivo resignado típico de su personalidad dócil heredada también por su hijo hasta ahora era el único, el hombre vio el estado de gestación de la mujer, Wilson aprovechaba en tocarle el rostro a Daniel Eduardo diciéndole lo lindo de lo que habían hecho, se retiró insinuándole la siempre discreción de lo que habían hecho en la cama, el muchacho quedó sentado afuera recibiendo el aire de la calle, adentro Ana lo atendía con los alimentos preparados que había traído de la calle, Ana llamó a su hijo a comer, el muchacho cabizbajo sólo se limitaba a ver lo que comía y a responder entrecortado lo que el visitante preguntaba sobre sus estudios, en la humilde mesa había algo de silencio, se notaba en el rostro de la mujer que estaba contrariada por ese tiempo de ausencia de su amante, no lo decía pero en silencio se notaba a través del rictus de su rostro aquella inconformidad, el prestante hombre de negocios eso admiraba del carácter de aquella mujer, ese carácter lo había enamorado, pocas discusiones en su larga relaciones amorosas, más consejos, más paz, más tranquilidad con ella que con su legitima esposa, pero por ironías del destino a la vez que ella su esposa también esperaba un hijo, la había sentido, lo había predicho y con su visita lo comprobaba, le prometió no dejarla sola, lo hizo delante del muchacho que seguía cabizbajo, la mujer tomó la mano agradeciéndole, el muchacho hizo pucheros, le molestaba esa sumisión de su madre ante ese hombre adinerado, su orgullo pese a su liviano carácter daba sentirlo, deseaba tener mucho dinero para no depender de ese hombre, tragaba el alimento regalado con impotencia de rechazo, su instinto le hacía pensar en su padre desconocido, seguramente estaría mejor con él, aquel hombre le acarició el pelo informándole al muchacho que antes de venir acá ya había pagado la colegiatura y que debía asistir lo más pronto posible a ese prestigioso centro educativo, el muchacho se limitó a asentir obediente, la madre con brillo en los ojos fue a preparar la ropa, estaba ilusionada que su hijo un buen estudiante volviese a estudiar, el hombre pasaría allí dos días, Daniel Eduardo fue a pagar la renta actualizándola y a la vez anticipándola por tres meses, al día siguiente ya había provisiones y parecía que todo sería normal, el hombre estaba feliz en compañía de Ana.
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La vida continuaba con sus actividades de personas que tenían gusto por el trabajo, tal era el caso del caucásico hombre de negocios de nombre Vladimir Ifimovich, un recio hombre que había padecido la segunda guerra mundial siendo muy joven, había estado en los campos de concentración nazi y había presenciado la muerte de sus seres queridos, ahora ya maduro en edad en la medida de lo que cabe su experiencia de vida le daba para tener una experiencia y perspicacia que le servía para aprovecharse de las circunstancias y poder establecer adecuados negocios, pero también su corazón estaba al latir ante la presencia en esta ocasión de aquella mujer que lo había flechado en cada encuentro sostenido, siempre regresaba a la estancia donde ella residía por cualquier pretexto o simplemente el encuentro se daba en el pueblo como en aquella ocasión, tenían una atracción mutua muy férrea, su amor incrementado, cada encuentro mostraba su pasión en el rostro tanto así como en ese lugar del río donde se entregaban con pasión absoluta, cada encuentro, cada caricia era registrada en sus mentes, ella ya había soñado en una relación concreta para el tanto así mismo, los dos amantes formaban el conglomerado de aquellos en que se daban una segunda oportunidad de amar, eso, simplemente volver a amar, a ser y sentirse amado, la media mitad, el complemento, para ese entonces los pobladores y el propio doctor Pérez notaban que esa relación cada vez se incrementaba, ella siempre al lado de él cuando efectuaba sus visitas, todo así suponer que ellos cristalizarían su relación de forma adecuada.
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La mujer estaba discutiendo con su marido, las voces se escuchaban retumbar en las paredes, le reclamaba su desamor a ella y a su hijo, se notaba la inconformidad del hombre, era día especial de visita luego del trabajo, donde todo debería ser armonía y paz, desde su cuarto Amanda escuchaba esa discusión de los esposos, su hijo estaba con ella, abrió la puerta para recibir la visita de Serafín, la amistad de ellos era sincera, pero el visitante no era inmune a esos gritos y sobresaltos de los vecinos, era el recién llegado del país del norte que discutía con su mujer, Serafín conocía de quien se trataba y decidió irse pues era receloso de lo que presenciaba, arrimada a la puerta Amanda lo despedía junto a su hijo que agitaba su manito en señal de despido, entraron al cuarto, la discusión continuaba, los términos eran hirientes como dagas salidas de sus bocas, en eso un auto se estaciona frente a esa casa de arriendo, estaban muy alegres los visitantes al salir del vehículo pero su risa se diluyó ante la pelea de esposos, decidió retirarse el hombre que acompañaba a su esposa pero decidieron quedarse mejor, pues se escucharon frases hirientes, entró con enojo y sin saludar increpó al hombre que estaba hecho un energúmeno, ante la frase fuerte de la mujer entró la madre y padre de la mujer y también su bisabuela que saludó a la pareja visitante, sentado en ese sillón Pedro Artemio escuchaba de Noelia cómo lo increpaba para corregirlo, el hombre no quiso escuchar más y ante proferir desagradables epítetos a su mujer y a su hijo Noelia lo hizo callar diciendo que debería valorar a su hijo pues gracias a su mujer tiene un hijo a quien puede disfrutar lo que con ella no sucedió cuando del hospital le arrebataron a su hijo, le contó con lágrimas en los ojos que fueron muchos años sufriendo la pérdida de su hijo, muchos años buscándolo, era su segundo hijo varón, el fruto del amor del hombre de su vida, Pedro Artemio se hartó de esa historia de Noelia y con un desprecio inusitado se levantó del sillón ante la mirada de los presentes, tomó sus petacas a la mano y al salir en el marco de la puerta se detuvo al escuchar de Noelia “ese niño que perdí eres tú” Pedro Artemio quedó petrificado, Noelia abrazada de Carlos Felipe del Olmo le volvía a repetir la frase por si no lo había escuchado o entendido, giró con un rostro inusitado, tembloroso hizo caer las petacas, su mirada fue hacia su mentor y protector Guillermo Izaguirre quien cabizbajo con lágrimas en los ojos asentía, su rostro era inusitada incomprensión “soy tu madre” se sentó en el sillón tomándose los pelos de las manos, lloraba como un pequeño “eres el hijo que perdí y pensé en recuperar” suspiro con energía de madre afligida “no preocuparse más, he cumplido, no volveré a molestar… pues entiendo tu rabia”, Noelia salió despavorida con intención de ingresar al coche, una voz fuerte desgarradora la detuvo de una sola palabra salida de esa afligida personalidad “mamá” quedó lívida, giró viendo los brazos abiertos de su hijo, ella de igual modo correspondió abrazándose y así abrazados entraron al cuarto, allí se abrazaron llorando sentidamente Pedro Artemio fue hacia su mujer abrazándola y pidiéndole perdón, esa tarde fue significativa para Amanda que desde la ventana había presenciado todo el desenlace, vio a su hijo “Pedro Artemio es tu tío… hijo mío… tu tío” al poco tiempo Noelia y Carlos Felipe entraban a la habitación de Amanda, Noelia le decía a su hijo “ven conoce a tu sobrino” Pedro Artemio marcó al pequeño Carlos Gustavo Eleuterio recibiendo mimos de su tío, Amanda un poco desencajada por esa actitud de Noelia y Carlos Felipe se dejaba estar, a fin de cuentas el niño era su familia, le entregaron regalos, la tertulia fue agradable llena de armonía y paz, Amanda informaba su decisión de pasar un tiempo en la selva con sus padres, el niño jugaba con su tío y su abuelo, notaban físicamente sus semejanzas excepto en el rostro muy parecido al de su madre a diferencia de su sonrisa similar a tío y abuelo paterno, Amanda les había pedido que el padre del niño no supiese de labios de ellos el origen de su hijo, no deseaba que el militar sepa la existencia de su hijo, era simplemente la condición, de esa manera el tiempo transcurría, Noelia había ganado a su hijo, Pedro Artemio también seguramente, la vida es como una loma, en algunos casos emocionalmente se sube y en otros se baja
FIN DEL DUCENTÉSIMO VIGÉSIMO TERCER EPISODIO
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