METAMORFOSIS 225
Clérigo.
Los días transcurrían de mejor forma en el campo, los campesinos y peones activados estaban en sus faenas diarias, ya el calor imperante tenía franca aplicación en sus cuerpos sudorosos, los fornidos brazos de algunos contrastaba con la contextura de otros aún pese a eso más agiles que los primeros, así se desarrollaban en cada hacienda el trabajo de bananeras, ganadería y la consecuente tala indiscriminada de árboles del sector rural, allí se notaba los lamentos por una economía que no satisfacía sus necesidades de pueblo trabajador y estaban conscientes de la explotación sufrida por parte de aquella generación de élites herederas de tiempos coloniales, cambio de amo patrón decían en voz baja y celebraban las sublevaciones por la selva del país de la canela de aquellos estudiantes universitarios, se comentaba con temor todo a voz baja, se incrementaba de esa manera la brecha social con el progreso de la nación del enriquecimiento de unos pocos ante la miseria de la gran mayoría de pobres del país, malos gobierno insensibles habían detonado en aquello, el caudillo desde la tarima los había fustigado y el precio ante ello fue su asesinato, las alarmas en el ejército se daba a conocer por los corrillos de los mandos medios y bajos, habían enfrentamientos aún leves pero temían el incremento, la palabra guerrilla se daba a conocer con más fuerza e influencia, más por lo acontecido como ejemplo de la guerra de las guerrillas en 1959 en la mayor de las Antillas, así estaba el contexto histórico para 1961, una nueva década en donde la moda se imperaba a voz de revolución, donde los efectos de bienestar de la post guerra aún se notaba en la alta alcurnia del país, hacendados, terratenientes, comerciantes, empresarios, todos, todos, sustentaban un status quo muy férreo a las tradiciones coloniales heredadas de su casta, un mes clave para acontecimientos políticos y de desarrollo comercial e industrial teniendo como eje la producción agrícola, Vladimir Ifimovich nacido en 1910, hijo de Rodolfo Buonanote tenía oportunidad de incrementar su bienestar junto a la mujer que amaba, Agripina, nacida en 1933, el hombre había cumplido su medio siglo de vida en compañía de ella, el flechazo fue intenso, las pasiones ofrecidas por esos cuerpos daban de gusto a los amantes, los separaban veintitrés años de vida, al verlos hacían de una pareja marcada por la diferencia de edades, pero en ellos no había ese complejo ni estereotipo, vivían su vida, nada más, estando ella sentada en amplio sillón de la sala de la estancia Pérez recibió a su amado, estaba vestido de forma peculiar, tenía un ramo de flores y de su bolsillo al arrodillarse mostró un estuche que al abrirlo se notaba un aro brilloso, el anillo de compromiso, ella lo abrazó y lo besó intensamente, la alegría era inmensa, dijo el “sí acepto” y salieron a festejar en el pueblo, allí se encontraba su hermano Luis Alfonso quien había preparado el evento como una gran sorpresa grata para ella, se abrazaron los hermanos cálidamente, también se encontraban unos amigos de él y de ella, conocidos que habían llegado por interés y curiosidad, la velada estaba casi íntegra pues la ausencia del doctor Pérez quien se excusó por agenta apretada en la capital, negocios de última hora se dijo, imprevistos como era habitual en su actividad, hace poco había dejado el apostolado de la medicina para dedicarse íntegramente en los negocios, ahora esa era su vida, los novios celebraban la pedida de mano, para sorpresa del novio su hermana Noelia también estaba presente, a kilómetros de distancia el pensativo doctor Pérez meditaba con vaso en mano sorbiendo whisky importado, del más fino, estaba un poco mareado, su secretaria sólo estaba en la semi oscura oficina esperando que su jefe salga y así ella también poder irse a casa, ya avanzada la noche la preocupada secretaria no esperó a más, tomó respiración y vitalidad en sus decisiones para enfrentar a su jefe con la idea ya de irse a casa, estaba sentado en el sillón cuando entró a verlo, la recibió con amplia sonrisa, la imagen difusa de la mujer ante sus ojos con grado etílico alto en su cerebro daba cuentas de su estado, le sonrió acercándose a ella, le pasó la mano por el pelo, ella se puso temblorosa, él la calmaba, hacía tiempo que no estaban tan así de cerca, esa mujer de cara difusa ante su imagen etílica le recordaba a aquella secretaria que trabajó hace muchos años atrás, sí, muchos años, la secretaria joven pidió permiso para irse, él hizo gestos con la mano indicándole que se retire, suspiró volviendo al sillón a recostarse con vaso de whisky en manos bebía lentamente suspirando prolongadamente, recordaba el rostro de aquella secretaria, tan sensible como un conejito, tan suave de piel, tan bien elegante y bonita, eso, sobre todo bonita, recordaba la primera vez de su encuentro, de aquella primera vez de ella con él en la cama, recordaba esa sangre salida de su pene tras haberla penetrado y consecuentemente desvirgarla, recordaba a esa hermosa mujer y también aquella otra, sí, a esa, que pensó lo que no había sido, aquella que lo engañó pensándole a que fuese ella diferente, suspiró volviendo a pensar en aquella secretaria preguntándose qué sería de su vida tras haber renunciado al puesto, aquella mujer que lo marcó y de la que quisiera saber de su vida, seguramente seguía viviendo en la ciudad capital y en verdad el doctor Pérez no se equivocaba, sonó el teléfono, la gringa amante con voz aterciopelada lo llamaba sensualmente, estaba atrapado en esa sensualidad de mujer bohemia, con ella haría el amor esa noche recordando a aquella secretaria, recordó bien, eran casi quince años que no había visto desde todo ese tiempo, se preguntaba por qué su instinto le hacía recordar a través de esa humilde actual secretaria, bebió más, suspiró, se levantó del sillón, y, a fin de cuentas, lo que el doctor desconocía era que esa secretaria en su mente, le había dado un hijo que ahora tenía catorce años.
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El avión se desplegaba en ruta hacia el país de la canela desde la gran manzana, allá quedaba el frío para estar en el calor de temporada, Valentín iba pensativo, en estas últimas semanas la vida le era muy acelerada, había pasado por tantos acontecimientos que poco a poco se iba estabilizando su situación emocional, primero el haber vuelto a reencontrarse con su antiguo patrón Oliver después de tanto tiempo que lo llenó de muchas emociones encontradas, segundo al ver que su patrón le pedía disculpas reconociendo que fue un grave error el haberle juzgado como un ladrón y de ello lanzarlo a la calle sin ánimo a la defensa y ahora que todo está aclarado volvió la amistad, tercero Oliver decidió apadrinar a Valentín, deseaba que el mucho de veinte años ocupe el lugar el su hijo fallecido en el accidente de tránsito y es así que hizo actualizar papeles y ahora se disponían a viajar, sintió el roce de una mano en su hombro sacándole de sus meditaciones, miraba por la claraboya del avión las nubes, ya pronto llegarían a su destino, descansó un poco, no tanto pues sintió el roce de las llantas pisando suelo continental, los nervios terminaron, era su primer viaje en avión, recordaba cómo había llegado a la gran manzana por barco y ahora salía en viaje por avión, el paisaje recorrido en auto desde el aeropuerto al hotel era muy diferente al que estaba acostumbrado a vivir, desde las amplias ventanas del cuarto de hotel miraba ese nuevo panorama, a su lado estaba Oliver, estaba satisfecho de haber encontrado a Valentín, ahora le daría una vida plena, sí, Oliver al no tener descendencia había decidido dar en parte de su fortuna a Valentín, a ambos les gustaba las actividades de pesca y habían llegado a la capital a hacer negocios, estarían un buen tiempo allí, poco a poco se adaptarían al nuevo idioma y a las nuevas costumbres, aunque el acento americano se notaba mucho al hablar, los negocios fluían y de esa manera con interpretes iban conociendo las intenciones de los prestantes hombres, Valentín era muy habilidoso para interpretar el nuevo idioma, Oliver veía la habilidad del muchacho en hacer negocios de pesca, representaba muy bien los intereses de Oliver, se notaba su deseo de superación, en las reuniones se notaba algo de su amaneramiento, se lo tomaba como elegancia y distinción y eso lo hacía atrayente.
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El monte palomar, así llamado por el campesino Aparicio padre verdadero de Luis Izaguirre Buonanote, se debía a la gran cantidad de nidos de palomas silvestres apostados en el lugar, una elevación de tupida vegetación la hacía atractiva ante la vista de la poca gente caminante que pasaba por ese sector, Aparicio esperaba la llegada de su hijo desde la capital, Amarilis tenía ya un cupo de estudio, pero las semanas pasaban y no se tenía noticas de Luis su hijo amado, su hija Amarilis, para Aparicio, según su criterio, aún estaba muy pequeña para estudiar en la capital, no deseaba dejarla ir, y a más de eso, la ausencia de su hijo, le hacía suponer que había aceptado esa decisión, el calor imperante en esa granja tras haber hecho sus faenas le había generado un intenso calor, el baño sería entonces recurrente, así, en calzoncillo se lanzó en el arroyo que pasaba por las inmediaciones de esa casa de campo hecha justo allí por pasar ese accidente geográfico, se notaba el color de piel y el pene amoldado en la tela blanca, discretamente a distancia Amarilis miraba a su padre dándose ese baño, Aparicio quedó acostado en la arena de cara al sol de esa tarde que daba paso al crepúsculo, lentamente se deslizaba el calzoncillo para verse a medias ese pene peludo que se lo enjabonaba, todo eso era normal para Aparicio no así para Amarilis que pese a que el campesino era su padre verdaderamente le ataría ese pene erecto, como a los que estaba acostumbrada ver en sus ratos de intimidad, la muchacha con pelo largo le cubría los ojos ese flequillo hecho en el pueblo, soplaba el pelo para ver mejor, la atención en los movimientos de su padre se agudizaban, ese miembro viril le era atrayente desde que Adrián Fernando la desvirgó en la cueva, ya había pasado tanto tiempo sin verlo asimismo a su otro chico el que más le ataría, Carlos Rodolfo del Olmo Buonanote, la nena caminaba con sandalias por ese suelo humedecido y no dio cuenta de un pequeño charco cayendo aparatosamente, desde la distancia el hombre lanzaba carcajadas ante la graciosa forma en que cayó la nena, ella ante la vergüenza y risa de su padre empezó a llorar, el hombre salió del agua corriendo a su encuentro humedeciendo su cuerpo ante el abrazo que le daba en señal de consuelo, la marcó y la sentó en un banco hecho por las manos del hombre, la consolaba, la sentó sobre su entrepierna allí en ese instante sintió el bulto humedecido de su padre sobre el traserito, la cara del hombre se posaba en el cuello de la nena lo que la hacía sentir algo naciente atractivo, comenzó a menear el trasero sobre el pene, el sorprendido Aparicio sintió ese desliz sobre su pene, la carita de la nena ahora descansaba en el pecho del hombre que se inclinaba deslizándole el cuerpo pero ella hacía movimientos para seguir sentada en la entrepierna, se sopaba el flequillo, la mano de ella rozaba el brazo del hombre, Amarilis se encontraba excitada y sorprendentemente el hombre así los sentía de su hija, todo era extraño pero a la vez compulsivo, Aparicio recordó la situación de origen de ella, pensó y pensó en esa discreta actitud de ella, miraba la insistencia en la que ella movía su mano a través del humedecido brazo, le besó el pelo cerrando los ojos, la marcó ante la sorpresa de ella, ya sentía en sus costillas ese pene bien erecto, el hombre caminaba con Amarilis en brazos llevándola marcada, se lo notaba con respiración acelerada, tragaba saliva, estaba también excitado, trataba de contenerse, Amarilis miraba en el rostro de su padre esos sentimientos encontrados entre el hacer y no hacer de algo, se notaba turbado, lentamente la acostó en el catre, allí la dejó descansar, él se sentó en un banco preguntándole si ya estaba bien y ella mientras le respondía afirmativamente y se pasaba la mano por la vagina vestida, el hombre vio ese movimiento de manos, como si fuese insinuante, y así mejor salió de ese cuarto humilde yendo al arroyo a seguir bañándose, braceaba y braceaba con la intensidad de quizá tratar de olvidar lo vivido recientemente, era el momento de regresar pero al entrar se sorprendió viendo a Amarilis totalmente desnuda, ella instintivamente quiso vestirse muy sorprendida, pero la mano fue contenida por Aparicio, le dijo que aún no, que iba a ver ese moretón en la cadera que le llamaba la atención por efecto de la caída, así, la pasó la mano acariciándole la cadera, ella estaba acostumbrada a esos hechos de curación de su padre en el que se sentía ese paso de mano mucho más que una simple caricia, se dejó a orden de su padre, Aparicio se acuclilló para verle de mejor forma el moretón, Amarilis vio parte de pene y testículos por la manga del calzoncillo, las miradas se cruzaron y el campesino vio hacia donde miraba Amarilis, siguió viendo el moretón fue por un ungüento comprado en la botica del pueblo, le puso y la vistió, Amarilis seguía viendo la entrepierna de su padre, que Aparicio vea a su hija desnuda era natural de costumbre pues desde muy niña años atrás le cambiaba los pañales y siempre la vestía desde que su madre los dejó para hacer vida en la capital, así que ahora Amarilis tenía confianza en su padre y éste también, sin embrago entre ambos había algo más indescriptible, pasaron las horas, Aparicio notaba que caía otro día sin ver a su hijo, estaba preocupado, su hijo engendrado a la escultural Andreina Buonanote, la difunta la hija del patrón Rodolfo Buonanote, Luis era su único hijo varón que le quedaba, arrimado a la pared de madera fumaba el cigarro viendo las estrellas de un cielo de noche algo fresca, recordaba la foto de los Arciniegas, fumaba más intensamente y eso le hacía toser, aparece Amarilis con un candil donde revoloteaban bichos nocturnos, lo puso en un alto de un trozo de madera, el reflejo de luz mostraba las siluetas de padre e hija, ella posó su cara en la entrepierna del padre acostándose a lo largo del banco, olía el pene sin dejar de notarse, las manos del campesino supuesto padre de Amarilis pasaban por el suave pelo de la pequeña, le sobaba la espalda para de pronto quedarse dormida en su regazo, así como tranquilita que quedaba el campesino la acariciaba más y más, tiempo después ella se fue a la cama algo dormida y ya en de repente ante un ruido involuntario abrió los ojos diciéndole al padre que no se vaya y se acueste con ella, así lo hizo, acostándose detrás de ella con la pierna sobre la cadera de Amarilis, ella sentía esos roces que le hacía su padre desde muy niña años atrás pero que ahora los interpretaba a su interés de otro modo, las manos del campesino se deslizaban por el brazo y espalda de Amarilis, como siempre lo hacía, pero ahora ese roce de pene en su trasero al que ella colaboraba le hacía pensar en el deseo por hombre y en su mente se dibujaban las caras de aquellos muchachos, poco a poco quedó dormida, el campesino sintió los sentimientos encontrados, así, lentamente se apartó rodeándole el toldo y luego fue a seguir fumando fuera de casa arrimado a la pared donde cebaba el candil de kerosene, recodaba la situación de origen de su hija Amarilis, emitió una mueca irónica, su mujer Lucrecia se la dejó para que la criase pensando ella que el campesino la creía su hija, escupió varias veces el tabaco, en realidad, Lucrecia desconocía que Aparicio verdaderamente sabía el origen de Amarilis, en definitiva, él sabía que la pequeña a la que criaba no era su hija, emitió una sonrisa mucho más irónica en su rictus deformado por muecas irónicas, si Lucrecia supiese que Aparicio asesinó al hombre de negro, el verdadero padre de Amarilis, fue en el incendio que provocó en aquella fábrica, Aparicio tenía en su lista muchos asesinatos provocados en parte por causa de protección a su hijo Luis, pues el campesino que sabía de su inclinación de su único hijo varón y sentía dolor de solo pensarlo que no tendría descendencia, le complacía simplemente el buen trato que se profesaban padre e hijo, estaba feliz de que Luis lo acepte como su verdadero padre, ya para ese momento bostezaba, puso el candil en el lugar de siempre y ya se disponía a apagarlo cuando le entró algo así como nueva curiosidad, como que los sentimientos encontrados se diluían, se acercó a donde Amarilis estaba dormida, estaba acostada de piernas abiertas sólo con el camisón de dormir, apartó el toldo hacia un costado y vio con detenimiento el cuerpo dormido de la nena, tembloroso estiró su mano derecha en dirección al camisón de Amarilis y delicadamente a centímetros lo deslizó cuidando que ella no despertase, vio que no tenía puesto el calzón, la vagina estaba allí al descubierto, le vio la rayita de la vagina de esos labios vaginales, acercó su nariz a olerla, en su mente daba rienda suelta a un naciente placer al verle ese cuerpo en el que se notaba que ahora ya estaba más crecida, con malos pensamientos como de vengarse de Lucrecia la mujer que lo abandonó con ella el campesino procedió a lamer despacio con la punta de la lengua entre los labio vaginales, luego se chupó un dedo ensalivado que lo pasó por esa separación de labios vaginales con mucha delicadeza dejándole rastros de saliva y llevándolo a la punta del glande de su descubierto pene erecto, de nuevo su lengua pasó por la parte íntima oliéndole la piel, en todo momento de acción miraba que sus ojos estaban cerrados y eso lo hacía siempre al levantar la cara, pero era tan intenso ese movimiento de lengua que el campesino con su mirada se encontró con la mirada de Amarilis, el sorprendido hombre de inmediato se apartó de la pequeña y sin articular palabra fue a apagar el candil y se acostó, mientras tanto Amarilis pensativa se pasaba el dedo por la ensalivada vaginita, suspiró y se durmió sonriente, a pocos pasos el pensativo Aparicio se tomaba el pene.
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Esa soleada mañana del tercer martes de marzo de 1961 muchos clérigos recibían a sus respectivos estudiantes del internado, entre ellos figuraba el superior, su mirada se centraba en la llegada de César Andrés Arcentales Bohórquez, lo vio como pensaba, muy crecido ya, además dio cuenta de cierto amaneramiento en el caminar de sus caderas y sus manos bien cuidadas propias de un estudiante bien, iba a su salón de clases y a mirada del superior no se perdía en esa trayectoria visual, minutos después el superior en un instinto de necesidad de verlo más de cerca entró a saludar la clase, luego de breves palabras se acercó junto a César Andrés y le acarició el pelo la respuesta esperada por el clérigo le llenó de satisfacción pues el atento muchacho se puso en pie y le dio un abrazo sentándose de nuevo y para disimular también acarició el pelo de otros estudiantes que hicieron lo mismo que el muchacho, minutos después César Andrés entraba en la oficina del clérigo, el dialogo fue de bastante tiempo y muy cordial donde el chico le contaba sus vivencias y su decisión de seguir estudiando la colegiatura acá, los abrazos del clérigo hacia el muchacho no se hicieron esperar, quería saber el terreno que pisaba y se daba cuenta de aquello que pese a los años había todavía esa calidez aunque ahora ya más vivido el muchacho pensó que debería ser muy cauto, desde la ventana miraba a los chicos jugar, ansiaba poder tocarlos, bebía agua copiosamente en ese caluroso día, salió a dar un paseo por las inmediaciones y vio sentados conversando a gusto a César Andrés con Daniel Eduardo compartiendo de sus alimentos, se notaba lo entrañable de su amistad seguramente por lo contemporáneo de sus edades, el clérigo se sentó con ellos a dialogar ofreciéndoles la ayuda en todo lo posible, ellos cordialmente agradecieron y le hicieron compartir de su comida, la relación entre los tres se solidificaba, luego fue a la piscina donde un grupo de muchachos que se bañaban a vigilancia de los profesores, disfrutaba viendo esos cuerpos humedecidos lanzándose al agua, habían ciertos estudiantes que servían de ayudantes de profesores quienes también cuidaban, los más pequeños y poco habilidosos se marcaban de los más grandes para nadar y hacer los ejercicios que los profesores decían, luego fue al zoológico y en ese corredor se detuvo a sentarse en ese banco al que le pasaba la mano en un costado, recordaba que allí se entrevistaba con el entonces pequeño César Andrés, respiraba hondo recordando aquellos momentos de encuentro, de sólo recordar cómo vestía con ese pijama cuando lo dejaban en el internado, de recordar de ese pene en los encuentros vividos cuando con su pene le rozaba y lo hacía gemir y suspirar, en verdad que ansiaba a ese ahora joven César Andrés en su cama, aunque el rostro ha cambiado por su crecimiento pero la belleza se mantenía en parte, vio al padre Fermín arreglando jaulas, le ayudó, conversaron sobre la situación del internado, llegó un grupo de estudiantes con Luciano a ver los animales, los hacía maravillar con sus explicaciones, las manitos de ellos acariciaban los animales, Luciano les ayudaba a sostenerlos, se notaba los gustos de ellos en compañía de Luciano, continuaron el recorrido hasta que uno de los inquietos asistentes se apartó del grupo para ver por sí solo a los animales, Luciano fue a su lado a preguntar el porqué de su decisión de apartarse del grupo, le respondió con preocupación que deseaba hacer una necesidad, Luciano con prisa lo acompañó a un rincón, a tiempo logró micciar bajándose el pantalón, sonriente y con mucha seguridad por lo apartado del lugar miraba la atención de Luciano que con sonrisa amplia sacaba su pene del pantalón para micciar también, así los dos miraban sus penes erectos, se sonreían mientras de pronto se metían el pene erecto dentro de sus pantalones, en ese instante Venancio Alberto salió a integrarse al grupo y Luciano quedó atento, se trataba del hijo de Squeo que tenía piel morena clara, se puso al lado de Carlos Hernán que luego lo abrazaba en señal de hermandad, Carlos Hernán era nieto del afamado hombre de negocios Fulgencio Arichabala, en esa aula enseñaba Luciano, así que la sorpresa para Luciano de tenerlo de su estudiante a Venancio Alberto fue muy grata, de esa forma lo tendría más cerca.
FIN DEL DUCENTÉSIMO VIGÉSIMO QUINTO EPISODIO
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