METAMORFOSIS 3
De la angustia a la esperanza.
Aparicio y Gumersindo, angustiados, tristes y avergonzados típico de la humildad de campesinos estaban llenos de polvo iban camino a la casa de don Gustavo el gran terrateniente junto al Hermógenes y al pequeño recién nacido se acercaron a conversar con nana Dulce para que les diera audiencia su patrón, le solicitaron al patrón que tenga la custodia de los niños huérfanos de padre y madre, hijos de la difunta Eudomilia, el patrón no aceptaba al comienzo pero fue convencido por su esposa que intercedería para cuidarlos por un tiempo hasta que el recién nacido creciera con el tiempo y pueda valerse por si mismo, Don Gustavo aceptó pero con la condición que estuviera con la nana y ya grandecito que formara parte de los de servicio, ambos campesinos muy entusiasmados le agradecieron a su patrón quien les preguntó si tenía un nombre, ellos contestaron que estaba moro sin bautizo y sin nombre, Don Gustavo haciendo gestos con la mano manifestaba que ya pensaría que nombre ponerle, los peones antes de despedirse del recién nacido, le pusieron una medallita que pertenecía a su difunta madre, y ambos campesinos salieron presurosos con dicha de la buena labor realizada, su esperanza auguraba un fugaz bienestar para el pequeño recién nacido y su hermano Hermógenes.
Por su parte Hermógenes de nueve años, hermano del recién nacido viviría en la cabaña solitaria de los peones detrás de la caballeriza, sus tareas serían las de pastorear el ganado y cuidar de los hijos de Don Gustavo así estaría cerca de su hermanito recién nacido, días después Don Gustavo conversó con el pequeño acerca de cuál sería el nombre que llevaría su hermanito recién nacido, Hermógenes le supo manifestar que los últimos meses antes de morir su madre le escuchó decir que si era mujercita se llamaría Eugenia Renata pero si fuera varón se llamaría Carlos Felipe, el patrón se le heló la sangre al escuchar ambos nombres, su incomodidad era notoria que trató de persuadir al chico a que cambiara esos nombres pero, en fin, contra la voluntad de una difunta no se manda y aceptó que el niño llevaría el nombre de Carlos pero no el de Felipe sino el de Serafín como se llamaba el padre de Hermógenes, el niño de buena gana aceptó.
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Pasaron varias semanas de los alumbramientos cuando aquel sábado de entrado el anteúltimo mes de 1929 las campanas de la iglesia del pueblo repicaban llamando a la concurrencia, de finos trajes las acaudaladas familias bautizaban al hermoso Gustavo Adolfo.
De lejos un hombre bien vestido con fina estampa atisbaba lejanamente desde un árbol la salida de los potentados, su nostalgia y angustia le impedían acercarse, era preciso su anonimato, de un atisbo logró presenciar al pequeño llevado de los brazos de aquel orgulloso padre, las manos del incógnito se cerraban con vehemencia haciendo puños, creció por un momento su angustia, pero se relajó al verla a ella, tan hermosa como siempre, sonriente porque le había dado a su esposo el tan anhelado varón, ese pensar para aquel hombre incógnito afligía a su alma, amartillaba en su cabeza con frenesí la angustia de no poder estar con ella, su meditación se disolvió en un de repente cuando una mano polvosa tocaba su hombro, la sorpresa angustiosa fue mayúscula al pensar en la figura de un conocido que podría delatarlo, sin embargo se dibujó en su cara la sonrisa y se fundieron en un amistoso abrazo, aquel polvoriento hombre lleno de mucha emoción lo condujo entre los matorrales llevándolo a su humilde cabaña en donde fue recibido por la atenta esposa del campesino, le brindaron de beber y comer pese a su negativa, allí entre todos se abrazaron con un lamento entremezclado de alegría y temor. Aquel hombre al despedirse de sus amigos juró que algún día regresaría con fama y gloria para vengarse.
El hombre de incógnito fue acompañado por su leal amigo a pasos acelerados hasta un matorral donde se encontraba escondido su caballo, se despidieron con un fuerte abrazo como si se tratara de dos hermanos, aquel humilde campesino lo vio perderse a galope, el buen hombre humilde dio algunos pasos y se encontró en su camino con Aparicio, ambos asintieron contestándose mutuamente en silencio cabizbajos, siguieron su camino tristes.
Aquel hombre se bajó del caballo en un poblado cercano llevaba puesto un sombrero que en gran parte le cubría el rostro pero que fue identificado por una dama medio arreglada que le salió al paso, ambos se abrazaron llevando consigo una maleta, el tren ya partía y consiguieron abordarlo a tiempo, desde la ventana el hombre miraba el paisaje muy pensativo, por su mente se sucedían los pensamientos, ella no paraba de acariciarle el pelo castaño claro, ni tampoco dejaba de contemplarle sus ojos color miel, ni tampoco dejaba de acariciarle su piel blanca bronceada.
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Andreina montada en la carreta con su hijo Luis pidió ayuda a Lastenio para que la acompañe para que cargue algunas provisiones y frutas en la carreta, ella aprovechaba la ausencia de su esposo para arrear la carreta cosa que le estaba prohibido hacer por órdenes de su esposo pero en su ausencia se daba esos gustitos, y, ya que pronto vendría él de un viaje de la capital ella deseaba hacerle unas deliciosas arepas con guiso y jugo de frutas que tanto le gustaba a su esposo; el otro hijo de Andreina, Maximiliano de cuatro años, se quedó con Griselda de doce años jugando en el traspatio, ambos quedaron al cuidado de la cocinera, tiempo después de la salida de la carreta y sus ocupantes, el niño decidió ir a orinar detrás del establo donde siempre lo hacía, Griselda lo siguió para contemplarle las piernas y nalgas descubiertas de Maximiliano sujetándose con una mano el pene que botaba orina, Griselda se percató de que estuvieran solos y delante del niño se bajó el calzón acuclillándose para también botar orina por su vagina con pocos pelos, se acercó al niño, el pene y la vagina de ambos se frotaron con las pocas gotas de orina que tenían, lo hicieron por corto tiempo, ella aprovechó del momento diciéndole al oído al niño para subir a jugar en el ático en la azotea, subieron corriendo la escalera de madera que conducía al ático, ella estaba feliz mientras que el niño con sonrisas de inocente obedecía sus instrucciones, estando en el lugar ella le ordenó que buscase juguetes en los baúles al tiempo que ella acomodaba un catre a manera de cama improvisada con telas viejas limpiándolas de polvo poniéndolas al revés, le dijo al niño que se acerque, ella arrodillada y el parado con su cremallera pegada a la nariz de ella que cerraba los ojos, olía la tela del pantalón de Maximiliano, las manos de la mulata pasaban por las nalgas vestidas del niño, ella besaba la tela del pantalón de Maximiliano, Griselda no podía esperar más, así que bajó lentamente la cremallera del pantalón del niño, sacó el pene rosadito entre los huecos que separaban los botones del calzoncillo y se lo llevó a su nariz y boca oliéndolo y chupándolo respectivamente, Maximiliano como que quería doblarse de piernas por lo que sentía, Griselda lo sostuvo con sus manos agarradas a las nalgas vestidas del niño y seguía chupando ese pene que tanto le gustaba a ella, lo hizo sentar para que el niño viera como se ponía un poquito erecto el pene por entre la cremallera, le quitó los zapatos y calcetines dejándose ver esos piececitos blanquitos bien formaditos con uñitas bien recortadas de niño rico bien cuidadito, de un impulso ella le besó los pies, lo hizo que se pusiera en pie, le desabotonó el pantalón haciendo que cayera al piso quedando entre los tobillos de igual forma desabotonó el calzoncillo cayendo junto al pantalón, le desabrochó la camisa quedando Maximiliano completamente desnudo de lo que aprovecho Griselda para besarlo al niño por todo el cuerpo mientras que él todavía en pie jugueteaba su pene con los dedos como le había enseñado ella que de a poco se iba quitando toda su ropa, le gustaba mucho que el niño la viera desnudarse y que contemplara su piel mulata, se fundieron en un sentido abrazo ambas pieles blanca y mulata rodeando el catre, las manos de la mulata pasaban sobando la espalda de blanca piel infantil de niño precioso, ambos niños se besaban, Maximiliano recibía los labios de Griselda que le indicaba como debía besar, que abriera su boca y cerrara sus ojos al tiempo que ella chupaba los labios rosados del niño, ambas salivas se juntaban, prevalecía el olor característico de niño y niña en esa unión de piel de razas diferentes, ella se acomodó de tal manera que abrió sus piernas y lo mismo hizo con el niño poniéndolo encima de su cuerpo a tal punto que le hizo elevar sus caderas sobre su cuerpo mulato permitiendo que le roce el pene en su vulva, ella se contorsionaba del placer cuando le tomaba la punta del pene de Maximiliano rozando su clítoris, ella estaba muy fogosa, apretaba con sus manos las nalgas de Maximiliano que se quejaba suavemente, se arrodilló frente a Maximiliano que ahora estaba acostado viéndole el cuerpo mulato desnudo, tomó el pene del niño llevándoselo a boca con unas chupadas cortas que botaba saliva de su boca, se acostó sobre él moviéndose aceleradamente haciendo pujar a Maximiliano, de nuevo le chupó el pene y lo puso al niño otra vez encima de su cuerpo, de nuevo aquel roce del pene de Maximiliano en la vagina de Griselda hizo que gimiera emitiendo suaves sonidos hasta sentir que unos fluidos mucosos salían de su vagina, hizo a un lado al pequeño y se limpió la vagina con su calzón, le dijo al niño que se vistiera y bajaron las escaleras presurosamente, ella adelante y el niño atrás, en ese instante Guillermo que estaba recién llegado observa la escena sentado con sus cartones desde la sala, se da cuenta de Griselda despeinada y algo polvorienta y a su hijito bajando con la cremallera a medio cerrar, ella sin palabras tímidamente corrió a la cocina y Maximiliano acercándose tiernamente con los brazos abiertos a su padre, le limpió el polvo que tenía en el pelo y se percató de lo desarreglado de los interiores del niño, de esa forma Guillermo se quedó con la sospecha de lo que Griselda había hecho con Maximiliano.
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Aquella mañana llena de sol en el amplio jardín de la casa de Don Gustavo el recién nacido recostado agitaba sus manitos y piececitos sobre una amplia sábana aterciopelada sobre el césped, sus hermanitas lo rodeaban haciéndole mimos y caricias su madre a lo lejos miraba la escena con la nana Dulce, el niño era muy precioso, desde lo alto de la ventana observaba orgulloso Don Gustavo se dio la vuelta arrimándose a la ventana mirando al interior de la habitación sentado en un sillón a René, el diálogo fue corto, hablaron de ciertos intereses ganaderos, del crack financiero americano que afectaría la economía del país haciendo que las tierras bajaran su plusvalía y no se pueda exportar, Gustavo le expresó su temor, luego se retiró quedando René solo en la habitación, miró por la ventana a su prima, hizo una mueca con una risa burlona, moviendo negativamente la cabeza, se recostó en la silla, tomó un habano dibujando con sus labios líneas deformes de humo brotadas de sus labios, sumergido en sus pensamientos para sí decía: algún día, algún día.
FINAL DEL TERCER EPISODIO
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